Stefan Zweig. Adiós a Europa

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Stefan Zweig. Adiós a Europa. (Austria, Alemania y Francia, 2016). Dirección: María Schrader. Guion: María Schrader y Jan Schomburg. Fotografía: Wolfgang Thaler. Intérpretes: Joseph Hader, Anne Schwarz, Barbara Sukowa, Manuel Pérez Biscayart y otros. Duración: 106 minutos.

Llamativo fenómeno el de algunos escritores muy leídos y famosos durante su existencia y, luego de su muerte, completamente olvidados. No para ellos, que post-mortem ni se enteran de lo que les ha sucedido, pero sí para la sociología del arte, que habitualmente indaga en las razones o causas posibles que llevan, a veces en períodos histórico por lo demás breves, a un cambio tan brusco de los gustos literarios de una época. El del autor Stefan Zweig, nacido en Austria en 1881, bajo la vigencia del imperio austrohúngaro, y fallecido en 1942 en Petrópolis, Brasil, es uno de esos casos. Creador prolífico, escribió más de veinte obras de ficción, en especial novelas (Ardiente secreto, Miedo, Amok, Carta de una desconocida, El candelabro enterrado, La piedad peligrosa, Confusión de sentimientos y muchas otras), infinidad de biografías (las de María Antonieta, María Estuardo, Romain Rolland, Erasmo de Rotterdam, Paul Verlaine, etc.), ensayos (El mundo de ayer, Momentos estelares de la humanidad) y también piezas teatrales, entre ellas La casa al borde del mar, El comediante transformado, Tersites, Jeremías).

Pero Zweig, que no se privaba tampoco de colaborar con artículos en varias publicaciones europeas, tuvo, además de ser uno de los primeros best-sellers del mundo, el privilegio de ver que muchas de sus novelas fueron llevadas al cine, algunas en dos, tres y hasta más versiones diferentes como Amok, Carta de una desconocida, Miedo, Ardiente secreto, María Antonieta, que en su primera transcripción al celuloide, en 1938, fue protagonizada por dos estrellas rutilantes del Hollywood de ese entonces: Norma Shearer y Tyrone Power. De modo que su celebridad se expandía por todos lados y fue, entre 1920 y 1940, de los escritores más leídos, mencionados e invitados a distintos países a dar conferencias, actividad que le deleitaba pues era muy aficionado a los viajes. Hijo de una familia judía acomodada (su padre era un empresario textil importante), viajó desde muy joven, se casó en dos oportunidades y residió en varios países.

Decidido enemigo de la guerra, denunció la participación de Alemania en la primera contienda mundial y expuso sus posiciones pacifistas y en favor de la tolerancia entre los pueblos en distintos trabajos. Con la llegada de los nazis al poder en Alemania a comienzos de los años treinta y el incremento de su influencia en Austria, Zweig, que vivía en Salzburgo, se trasladó preventivamente a Londres, en donde se instaló y luego consiguió la ciudadanía inglesa. En 1936, y coincidiendo con la prohibición de sus libros en Alemania, el escritor inauguró una larga gira por distintos países para dar charlas magistrales, que incluyó a Estados Unidos, la República Dominicana, Brasil, Argentina y Uruguay. Después de una breve estadía en los Estados Unidos, donde se encontró con su primera mujer, Zweig se estableció con su segunda esposa en Petrópolis, Brasil, país al que admiraba por sus características multirraciales y la belleza de su naturaleza. Vivió allí hasta 1942, en que desolado por lo que creía un avance inevitable del nazismo por todo el mundo, se quitó la vida junto a su mujer, envenenándose durante una noche.

La película que lo tiene a él ahora como protagonista está dirigida por la actriz María Schrader, y muy probablemente tomada en parte de la propia autobiografía de Zweig publicada después de su muerte, aborda su figura desde los años 1936 a 1942, fecha de su muerte, a los 60 años. El periplo comienza en Río de Janeiro, sigue unos meses después en Buenos Aires, en un Congreso de Escritores organizado por el Pen Club, más tarde se ubica en Salvador de Bahía, Brasil, y luego de una estadía en Nueva York donde pasa un tiempo en compañía de su actual mujer, pero en la casa de su antigua esposa, vuelve a Brasil, esta vez en Petrópolis.

Dentro de esta etapa, Schrader, que con este film rueda su tercer film, lo muestra a Zweig como un hombre preocupado por la suerte de Europa, de cuya cultura él ha bebido lo mejor en su formación, retraído y de escasas palabras, pero cordial y capaz de aceptar los incordios de ciertos lazos de sociabilidad que le imponen la fama y sus agasajos y homenajes. Pero hay en su retrato como cierta parcialidad en el enfoque que parecería disminuir algunas de sus virtudes reales, porque si bien pudo haber sido un individuo demasiado controlado en sus opiniones o con inseguridades y miedos –debido, sobre todo, a su condición de exiliado y a sus continuas corridas perseguido por el nazismo- y con cierta tendencia a no definirse en las entrevistas con claridad, como se lo ve en la reunión del Pen Club en Buenos Aires, o con actitudes de fastidio, como las que exhibe en Nueva York ante los pedidos de exiliados amigos que piden su ayuda, la película lo describe como un ser en exceso egoísta y timorato. Y siendo eso en parte probable, deja, sin embargo, una pintura que no reflejaría la totalidad de una personalidad que, sin duda, fue mucho más rica. Acantonándose en esos solos rasgos, la obra deja de lado otros datos de lo que había sido su vida y de lo que había escrito, que hubieran permitido una visión más honda de su figura y no una versión tan unilateral, tan sesgada.

El largometraje está bien filmado y en especial actuado. Más allá de la opacidad ofrece el punto de vista de la directora o su imposibilidad de trascenderlo, el trabajo de Joseph Hader en la línea de ese personaje más bien taciturno y dolorido es impecable, acompañado muy bien por el resto del elenco, en el hay que destacar a la conocida Bárbara Sukowa como la primera mujer de Zweig. Más allá de eso, la película es oportuna, por lo menos para los lectores inquietos, por cierta curiosidad casi inevitable que despierta el caso de este creador que escribió tanto y hoy es tan poco leído. En su época se elogiaba muchísimo su técnica narrativa, nada decorativa y exenta de tópicos secundarios, a la vez que empujada por un ritmo muy fluido, casi cinematográfico. Es muy posible que no haya tenido la talla de Tomas Mann u otros escritores de su lengua y su tiempo, a los cuales también hoy se los lee poco, pero su olvido casi total ¿no será el producto una vez más de una moda excesiva que premia, por exigencias de la industria editorial, solo lo actual y execra lo que considera antiguo? Porque convengamos en algo que es totalmente cierto: muchas de las novelas o biografías de Zweig son más entretenidas, ilustrativas y mejor escritas que algunos de los libros que en el presente están entre los más vendidos del público.

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