Venían a buscarme

Entretenimientos

Venían a buscarme. Chile, 2016. Género: documental. Guion y dirección: Alvaro de la Barra. Fotografía: Carlos Vázquez e Inti Briones. Montaje: Sebastián Sepúlveda y Martín Sappia. Duración: 85 minutos. Estreno exclusivo en el cine Gaumont, todos los días a las 12.10 y las 19.45.

No es necesario haber conocido fondo la violación de los derechos humanos durante el sangriento régimen de Augusto Pinochet para que la historia que narra este documental del guionista y director Álvaro de la Barra haga sentir de inmediato a un espectador argentino los profundos vínculos y semejanzas que esa tragedia tuvo con los hechos vividos en la Argentina durante la no menos cruenta dictadura instalada en 1976. El protagonista del film es el mismo director que a sus 32 años decidió regresar a su nación a reconstruir esas tres décadas y algo más de vida que transcurrieron desde la muerte de sus padres en 1974 y su partida hacia el exterior, cuando tenía apenas un año y medio, para evitar que lo capturaban los esbirros del tirano. Porque, Álvaro no era cualquier niño, sino el hijo menor de Alejandro de la Barra y Ana María Puga, ambos militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y él uno de sus líderes, que fueron masacrados cuando iban a buscar al jardín de infantes precisamente a su niño y, al no llegar, la maestra de esa entidad lo llevó hasta lo de sus abuelos paternos, que su vez lo entregaron a unos amigos miristas de Alejandro para que lo sacaran del país, porque los militares lo buscaban para apropiarse de él desde la muerte de sus padres y quizás hasta para matarlo como supone un testigo en la película.

Gracias a una mujer que lo hace pasar por su hijo natural y le da su nombre, el niño es enviado al exterior en avión. Primero vive en Venezuela con su tío Pablo, hermano de su padre, hasta los 17 años. Durante ese tiempo su tío lo hizo mantener esa identidad para que no se conociera su verdadero nombre y eso le trajera complicaciones. Cuando cae el régimen pinochetista, año que coincide con su cumpleaños número 17, en vez de regresar a Chile viaja a Francia, donde quedó viviendo con una parienta chilena que era parte del lote de exiliados que se había instalado ya en ese país. La película comienza justo cuando Álvaro regresa a Chile y festeja, junto a parientes y amigos, la recuperación de su identidad. El periplo del director en la película tiene tres territorios concretos: Francia, en último país en que vivió antes de retornar a su patria; Venezuela, nación a la que vuelve a visitar a Pablo, el tío que lo crio hasta los 17 años; y Chile, donde se encuentra con parientes de su madre y su padre –tías y tíos, primas, sobrinas, etc.- y con amigos del MIR de su padre que sobrevivieron. También a su medio hermano, cinco años mayor que él e hijo de un primer matrimonio de la madre. Ese hermano, de nombre Roberto, teniendo seis años la madre tuvo la precaución de enviarlo al extranjero. Álvaro piensa que tal vez era demasiado pequeño para desligarse de él y por eso decidieron tenerlo con ellos, decisión que sospecha que tal vez no fue la correcta.

Cada territorio que explora es para Álvaro una fuente de nuevos conocimientos sobre algunos aspectos de lo que fue su existencia en el primer año y medio –ya que no tenía virtualmente recuerdos de esa etapa- y de los peligros que corrió y el terror que recorría a la familia y otros chilenos frente a la violenta represión de los militares. También puede reconstruir fragmentos desconocidos de la vida de sus de documentos que le permitieron verlos como nunca los había visto antes, porque en su infancia solo llegó a tener solo dos fotos de ellos y separados, ya que jamás posaban untos para que no los asociaran de ser descubiertos. Por todo lo que expone y describe la película es muy conmovedora, pero está filmada con una sensibilidad atenuada, como distante por la cámara, para que sean los propios hechos, a través de sus imágenes, los que sacudan el corazón. El propio Álvaro, que realiza todas las entrevistas, capta distintos testimonios de muchos amigos y parientes a quienes en distintos momentos la emoción los quiebra al relatar los hechos, sin que por eso el director aproveche la situación captada por la lente para agregar expresiones o comentarios que aderecen o recarguen lo que se ve. Él está siempre allí como un testigo casi periodístico, de marcada austeridad, dejando que impongan el lenguaje de lo visual finamente tratado. Entre los variados e interesantes episodios que revela la película, están la proyección de una filmación casera que uno de los tíos de Álvaro hizo de los hechos del 11 de septiembre, día del golpe, que incluye parte del bombardeo a La Moneda; una película de ficción sobre la militancia de los integrantes del MIR que guardaba el tío Pablo y que no llegó a terminarse por la sublevación de los militares; la visita al edificio, que en esos días se estaba demoliendo, del jardín de infantes donde él estaba cuando a escasos metros mataban a su padres, y el señalamiento de una tal “Carola”, amiga cercana de la madre de Álvaro y militante del MIR que terminó quebrándose y denunciando a distintos dirigentes de su agrupación, incluidos los padres del director. El realizador intentó conversar con ella, pero se negó. Esa mujer está casada hoy con un ex agente de inteligencia de la DINA, servicio de seguridad, tortura y asesinato de la dictadura. Un film desde todo punto de vista recomendable, que si uno sabe o toma conciencia de que fue parte de una tragedia colectiva, que va más allá de los dolorosos casos individuales que se cuentan, desgarra el alma, sobre todo reparando en que todavía hay quienes pretenden que ese estigma terrible de nuestras historias se olvide.

Notas relacionadas