Entrevista a Alejandra Darín

Entrevistas

Durante una hora larga, y en un clima distendido y acogedor, Revista Cabal conversó en la sede de la Asociación Argentina de Actores con Alejandra Darín, su presidenta y conocida intérprete, que en estos días representa con mucho éxito la obra teatral Tierra del Fuego. El diálogo giró en torno al actual y brillante momento por el que atraviesa su carrera y otros temas relacionados con la vida, el arte y la sociedad.  

    Viene interpretando desde el año pasado, y con muy buena repercusión entre el público y la crítica, la obra teatral Tierra del Fuego, de Mario Diament, que desarrolla el difícil intento de conocerse y comprenderse que hacen dos personas que, en otro tiempo han abrazado posiciones antagónicas en el duro y hasta ahora irreconciliable conflicto palestino-israelí. Se trata de una azafata de nombre Yael Alón de 44 años que herida años atrás en un atentado terrorista en Londres, ha decidido en el presente de la historia, visitar al autor del hecho a la prisión donde purga su delito para averiguar por qué lo cometió. Aunque la obra es esencialmente un relato de ficción, muchos episodios y referencias están tomados por el autor de datos reales de la vida de Yulie Cohen, pero otros son imaginados o inventados.


    Esa es la síntesis apretada de esta pieza a la que, obviamente tiene otras implicancias y que lanza una estremecedora interpelación a la realidad de un mundo contemporáneo que no deja de producir y consentir con sus guerras e intolerancias una violencia insoportable y cruel para la convivencia de los seres humanos. Por este trabajo, Alejandra Darín, que compone a Yael, ha sido nominada a varios premios. Pero no es solo por su destacada interpretación y la de sus otros compañeros del elenco que el espectáculo ha tenido tanto éxito, sino también por las muchas reflexiones y emociones que suscita en el público,  hecho que sin duda ha contribuido a su recomendación. 


     Alejandra, por si el apellido dijera poco respecto a su pertenencia a una familia de fuerte tradición actoral, es una actriz que ha desarrollado por absoluto mérito propio una carrera en el medio artístico muy valiosa y de extensa trayectoria. Una carrera que, además de sus conocidas apariciones en la televisión o el cine (en este caso en menor escala), ha concentrado en los últimos tiempos su mejor energía en el teatro, espacio en el que ha encarado desafíos interpretativos complicados y los ha resuelto con mucha sensibilidad e inteligencia, como lo demuestran las muchas distinciones que ha recibido o los elogios que ha despertado. Solo del  autor de Tierra del Fuego, la actriz intervino desde el 2000 en adelante en otras tres obras: Esquirlas, en ese mismo año; El libro de Ruth (2003) e Informe sobre la banalidad del amor (2012), trabajo este que le valió el premio María Guerrero a la mejor actuación femenina. También en ese periodo actuó, entre otras, en varias piezas más de distintos dramaturgos: Pirandello, dos miradas sobre el engaño (2008), El evangelio de Evita (2008), Papá querido (2011), en homenaje a los treinta años de Teatro Abierto; y en Código de familia (2011)  


Tierra del fuego seguirá al parecer hasta fin de año. En el verano, Alejandra Darín actuará en una película que debía hacerse en estos meses y se retrasó: La quinta estación, de la directora Micheline Oviedo, con quien ya trabajó en un corto denominado Las cinco velitas, filmado para el ciclo Historias mínimas. Al mismo tiempo que interviene en la obra mencionada, Alejandra Darín realiza todos los días tareas en la Asociación Argentina de Actores, de la que es presidenta desde el 5 de diciembre de 2011, en un mandato que finaliza a fines de 2014 y que califica como maravilloso  pero extremadamente agotador. Mujer de convicciones firmes, inteligente y reflexiva, que sabe elegir cada palabra y es capaz de observar con agudeza tanto la conducta ajena como la propia, Alejandra Darín no es de las que rehúyen los compromisos, sino todo lo contrario. Tampoco gasta pólvora en chimangos allí donde las comunicaciones tienen una finalidad distinta a la de hablar seriamente sobre las cosas. Fue precisamente en el segundo piso de esa entidad, en la calle Alsina 1762 donde Revista Cabal conversó con ella sobre el momento artístico que atraviesa y de otros temas relacionados con el arte, la vida y la sociedad.


¿Cuál es a su entender el valor de la obra Tierra del Fuego?
Además de muchos otros valores, la obra, y al hablar de ella no me refiero solo al texto sino a las interpretaciones, la dirección y todo lo demás, tiene uno sobresaliente, que es el de poner en escena una situación tan compleja como es el enfrentamiento entre dos opuestos polarizados, entre dos mundos tan diferentes en un punto y tal vez en otros no, pero siempre tan difícil de exponer, de tratar. En mi opinión ninguno de esos puntos de vista tiene razón, porque la violencia no la tiene. Eso es para mí lo nuclear. En mi lectura, otros podrán tener una distinta. Es una obra que alude al amor y el odio entre las personas. Es de esto que habla. Y ese es un tema que nos involucra a todos.


Sobre todo de la imposibilidad del amor por efecto del odio que causan las injusticias.
Hay una frase que dice el personaje Hassan-el-Fawzi, el palestino preso, que a mí me resuena de una manera especial. Creo que allí está el corazón de todo, de lo que es universal como injusticia. Él afirma: “La militancia fue para mí una forma de sentirme importante después de haberme sentido insignificante toda la vida”. Una de las maneras que todos tenemos para lograr una mejor convivencia entre nosotros, para unirnos a través del amor y expulsar al odio, es hacer sentir importantes a los otros seres humanos. Lo que significa darles el lugar que merecen en la sociedad, el espacio y los derechos que les corresponden. La injusticia es una desvalorización de lo humano que solo crea odio.


Esa desvalorización conduce siempre a la exclusión.
La sociedad trata a esos individuos como si fueran nada. Por eso digo que lo primero que debemos enseñarnos a nosotros mismos es registrar a la gente. Y eso resulta en la sociedad cada vez más complicado, porque la gente no se mira, ni se escucha. Hablan todo el tiempo por celulares con otros, pero no registran lo que tienen al lado. Se muere alguien al lado tuyo y no se dan cuenta. 


José Saramago dice en su libro Ensayo sobre la ceguera que todo ocurre en la sociedad como para que lleguemos a ver sin ver.
Sí, se nos duerme la sensibilidad. Por eso, yo dejé por mucho tiempo de ver televisión. Y ahora selecciono mucho los programas. En 1985 y por un hecho puntual me di cuenta de que si seguía viendo situaciones que me provocaban dolor y la sensación permanente de no poder hacer nada, me convertiría en una energúmena. ¿Por qué? Porque para superar esa frustración lo que debía hacer era lograr que nada me importara, que aceptara la impotencia como algo natural, que saliera a la calle y al ver una injusticia o un horror no interviniera. Y no quería que esa actitud se apoderara de mí. Me decía además que como actriz no podía dejar que me mataran la sensibilidad, que me impidieran hacer algo con lo que siento.


¿De dónde le viene esa disposición a la militancia sindical?
De la conciencia de que puedo hacer allí algo que le sea útil a los otros, de la necesidad que tengo de luchar por las cosas justas, sea en la vida, en el trabajo, en la calle. Y en la actividad sindical no me siento una extranjera. Después todo se mezcla mucho y uno entiende que esa actividad tiene que ver con la política, porque la política es el arte de hacer cosas. Por eso me inserté naturalmente en esta estructura que está armada desde hace años, porque los actores vienen luchando por sus derechos hace mucho tiempo. Y de lo que se trata es de imprimir a lo que hago dentro de esa estructura lo que he aprendido, lo que tengo de bueno para aportar.


¿Está en su naturaleza pelear contra lo que cree injusto?
Desde que tengo uso de razón me he metido muchas veces en situaciones en las que descubría que había algo que estaba mal, cuando le pegaban a una mujer en la calle o a otra que tenía sus hijos en brazos la insultaban. Nunca he sido indiferente ante lo que me ha tocado vivir en el día a día. No soy de esas personas que se callan o calculan ante un hecho de arbitrariedad si les conviene o no actuar. Desde luego me puedo equivocar, como cualquiera. Y me ha pasado. Lo único que trato -y esto sí lo he visto y he tratado de educarlo en mí- es no ser agresiva. No soy una militante político-partidaria, tampoco soy miembro de ningún partido político, tampoco soy religiosa, porque no me gustan las cosas que separan a la gente, aunque adhiero por tradición familiar al catolicismo. Sí respeto que haya gente que lo sea. Me definiría como una militante de la paz y del amor. De toda la vida. Aunque suene muy light, naif o hippie, como me han dicho. Bueno, lo siento, pensar que hablar de la paz y el amor es light o tibio, es un prejuicio.


En un planeta que muestra continuas pruebas de guerras y violencias irracionales no parece nada tibio ser partidario de la paz y el amor, en todo caso parece un imperativo.
Miremos donde miremos en la historia siempre nos encontraremos con gente que ha matado muchísima gente. A veces oímos hablar de la crueldad del tiburón o de los leones y debería darnos vergüenza. Porque no hay especie más cruel que el hombre. Lo que ocurre es que nuestra soberbia nos impide verlo. Por eso creo que la verdadera revolución pasa por un cambio en lo cultural, que comienza en el mismo momento en que cada persona se convierte en un ejemplo de lo que cree y dice con la palabra, en que es capaz de modificar su propia conducta cuando está contaminada por el odio. Hoy, nuestra cultura está basada en la violencia y no en los mejores valores humanos, no en el amor, la solidaridad, el respeto a lo distinto, que es ineludible, porque somos absolutamente diferentes. Lo distinto nos enriquece, no nos separa. Es algo que debemos entender. Y si no contemplamos ese respeto no podemos convivir. El arte, dentro de esa transformación que deseamos, puede ser un muy buen instrumento en el camino hacia esa confraternidad.


Ese es un paso, el otro es crear también las condiciones materiales para que no haya marginación, dolor, injusticia, todos elementos que generan violencia.
Claro, porque esas propias condiciones injustas son ya en sí mismo un acto de violencia aplicada sobre el ser humano. Ese es el tema. No es que violencia es solo el golpe que te doy con el puño o el disparo que hago con un arma. Violencia es que dos criaturas engendradas y nacidas en diferentes circunstancias sociales, una en cierta familia con recursos, y otra en una familia pobre, no tengan las dos aseguradas su sustento, su comida, su educación, su salud, las bases como para poder desarrollarse como personas iguales. El mundo adulto tiene que tomarse el trabajo de proteger la llamita que esos chicos traen al mundo, ayudarlos a que puedan desarrollarla en beneficio de ellos y de todos. La protección a los niños es sagrada. Algunos genios pueden a veces sobreponerse a las situaciones adversas y superarse, pero la mayor parte de los demás seres humanos necesitan ser cuidados, defendidos para crecer plenos.


El desarrollo tecnológico puede hoy ayudar a que esos chicos puedan tener un acceso más rápido a los bienes del conocimiento.
Sí, claro, la tecnología nos brinda posibilidades extraordinarias, pero la tecnología sola, sin que haya un cambio cultural que nos enseñe a mirar y respetar al otro no puede resolver nada. Hoy con tantos aparatos sofisticados al servicio de nuestra comunicación parecemos, sin embargo, más incomunicados que nunca, como si nos escucháramos o entendiéramos menos que antes. La tecnología es un instrumento que podemos usar para bien o para mal, pero lo que hace la diferencia es nuestra conducta, cómo somos nosotros frente a los demás.


¿Cómo es hoy la situación del actor y qué cosas debe lograr aún?
Los actores hemos tenido y tenemos un problema inherente a nuestra actividad que ha sido siempre la falta de trabajo. Es un gremio que sufre mucho un alto porcentaje de desocupación. Ese es un gran problema. El sindicato, obviamente, no le puede conseguir trabajo a los actores, sino nos convertiríamos en patrones. Pero sí podemos luchar por mejores condiciones de trabajo y porque se entienda también la naturaleza de nuestra labor, que a veces es difícil de entender hasta para nosotros mismos. Y, en ese sentido, estamos mejor ahora que antes, le pese a quien le pese, porque hubo muchas generaciones de compañeros que trabajaron durante 95 años arrimando el bochín, bregando por conseguir mejores condiciones. Pero todavía falta.


¿Ustedes hablan de la necesidad de una ley del actor?
Sí, no solo hablamos, peleamos también por ella. Hoy no existe una ley que permita al actor jubilarse dignamente en su profesión, como debe hacerlo una persona que trabajó toda su vida y aportó a su sociedad. En este caso es un trabajador de la cultura. Es necesaria una ley que consagre los aportes de trabajadores y empresarios como en cualquier otra ocupación. Nosotros tenemos convenios colectivos de trabajo, vamos a las paritarias y somos considerados trabajadores en relación de dependencia, cuarta categoría, pero falta una ley que diga que, si tenemos todas esas cosas, debemos tener también el derecho a la jubilación.


¿Qué es la cuarta categoría?
Son los trabajadores discontinuos y con ciertas particularidades. Pero somos trabajadores con relación de dependencia. Eso se reconoce. A veces se confunde porque  algunos actores tenemos la posibilidad, en algunas obras, de trabajar en cooperativa, como ocurre con Tierra del Fuego y otros casos. Allí tenemos un puntaje y la ganancia es para todos y no hay un patrón sobre nosotros. Somos los integrantes del grupo los que decidimos cuando empieza y termina el espectáculo, cómo lo hacemos, quién se encarga de la prensa, etc. Pero en la mayoría de los casos los actores trabajan en relación de dependencia, se hace lo que dice y pide el productor que contrata. Ese productor debería hacer su aporte, pero no lo hace. Por eso necesitamos esa ley que perfeccione lo que ya se reconoce como relación de dependencia y determine que los productores, debido a sus ganancias, hagan esos aportes. No somos trabajadores independientes, no hacemos nuestro trabajo cuando queremos. Nos contratan y tenemos que cumplir pautas. Eso pasa en televisión, en cine y teatro.


¿No hubo un momento en que la ley estuvo a punto de aprobarse?
Sí, hace tiempo. Y hubo un momento en que el proyecto de ley llegó hasta diputados y la parte empresaria hizo lobby y logró que algunos legisladores retiraran su apoyo. Y todavía seguimos trabajando para ello.

                                                                                                    A.C.