Entrevista a Cecilia Rossetto

Entrevistas

Hablar con Cecilia Rossetto es la posibilidad de hacerlo con una artista inteligente y sensible. No solo para su arte, en el que brilla desde hace muchos años, sino para vida, para la amistad, para la relación con los otros. No es la primera vez que la entrevistamos, pero, como se sabe, cada contexto, cada marco temporal, le da a la plática más reciente un tinte distinto a las otras, como si la actualidad no quisiera, por ninguna razón, dejar de estar presente, hacerse sentir. Y así fue también en este intercambio, donde hablamos de su nuevo espectáculo, de su trabajo en la televisión, de los viejos amigos y de sus preocupaciones ante una hora del país que pone frente a nosotros una señal de alerta e intranquilidad que desde hace muchos años no vivíamos, sobre todo por lo que significa como avance a conquistas que, tal vez, con algo de ingenuidad creíamos que no corrían peligro ni serían avasalladas. 

En un bar de la avenida Ángel Gallardo donde nos encontramos a conversar con Cecilia Rossetto, un sábado al mediodía, el sol se resiste a abandonar el espacio en que nos hallamos. Es como si quisiera advertirnos que, aunque aparezcan las nubes, la noche o las tormentas, en algún momento, regresará junto a nosotros, a proveernos su luz, su calidez, que en primavera es la más acogedora de todas las que nos ofrece. También ella, Cecilia, aporta su propia luminosidad a la atmósfera de ese diálogo con su gracia certera, su inteligencia ancestral –la que heredó de su padre, Héctor Rossetto, uno de los más grandes ajedrecistas argentinos de todos los tiempos, y de su linaje de piamonteses tenaces-, y sus consideraciones siempre tan humanas y preocupadas por la injusticia.

      Cecilia está haciendo un espectáculo, Rojo Tango, que se dio ya en el Teatro Picadero, en el 25 de Mayo de Villa Urquiza y que lleva varios meses en el café Torquato Tasso con mucho éxito de público y una recepción de unánime elogio por parte de la crítica. Los comentaristas han agotado los adjetivos elogiosos y las alabanzas para enaltecer su labor en ese trabajo. “Vorágine humana, insinuante, irreverente y erótica”, la define una de las reseñas. “Intérprete formidable y conmovedora”, dice otra. Y una tercera, respecto del recital: “Excelente show. Dos horas de placer infinito.” Los ditirambos siguen y podrían llenar varías líneas más de esta nota. No es una novedad. Cantante de enorme sugestión y actriz de expresividad poco común, Cecilia es hace años una artista reconocida en la Argentina y Europa y sus espectáculos han sido recibidos siempre con compacto respeto y devoción por el público. Su gran virtud y su magia es poder recrear en cada presentación un nuevo motivo de atracción.

Cecilia Rossetto

      Ese torbellino, capaz de agitar la escena con una ola de emociones, esa pura sangre en escena, como la califica un crítico español, se torna reflexiva y serena al momento de tomar un café, sin dejar nunca de ser apasionada ni abandonar el humor ni la profundidad en lo que dice. De pronto, puede relampaguear la charla con la irrupción de una frase rea y oportuna,  como adornarla con la evocación de un pensamiento refinado de su propia cosecha o de algunos de los múltiples escritores que ama, algunos de los cuales fueron sus amigos como Eduardo Galeano o el catalán Manuel Vázquez Montalbán. No hay dos Cecilia, como se podría pensar al observarla hablar en ese bar algo desabrido frente al sanatorio San Camilo y viéndola luego sobre un escenario, mientras genera su pequeño huracán de poesía y seducción dirigido al corazón quienes la escuchan. Es la misma Cecilia desplegando recursos y energías distintas, pero procedentes de la misma fuente de humanidad, de mismo tesoro de experiencias y vivencias que le han dado su perfil único de artista y persona, dos rostros de una moneda que jamás se contradicen.

 

 

 

Con mucho de espectáculo teatral, como no podría ser de otro modo tratándose de un recital pensado y organizado por una actriz acostumbrada a ponerle voz a los grandes textos de autores, Rojo tango comienza con la voz en off de Cecilia diciendo un texto de Haroldo Conti que convoca a la celebración de la vida, a despojarse de todas las amarras que la cotidianeidad te coloca en el camino para impedir ese ritual esencial. Y de inmediato continúa con palabras de Leda Valladares, que agradece el hecho que un cantante pueda entrar en el tímpano del mundo y quedar en la memoria de la gente. A partir de allí se hacen veinte temas musicales, de los cuales 18 son cantados. Entre los creadores cuyas palabras o sonidos se evocan están Jorge Luis Borges, Astor Piazzolla, Celedonio Flores, Haroldo Conti, Leda Valladares, Idea Villarino, Tita Merello, Homero Manzi, Juan Gelman, Cátulo Castillo, Alberto Szpunberg, Enrique Santos Discépolo y Oscar Balducci. La acompañan en sus canciones tres excelentes músicos y a los que ella elogia mucho: Walther Castro en bandoneón, el Mono Hurtado en contrabajo y César Angeleri en la guitarra, los arreglos y la dirección musical. El espectáculo seguirá en el Tasso parte de noviembre y en diciembre inaugurará allí mismo su Festival de Tango.                                                                    

         Hablar con Cecilia y no referirse a la realidad de todos los días es como asistir a una cena opulenta y rociada de buenos vinos y comer solo galletitas con agua. Es una mujer informada al detalle de las cosas y que difícilmente se le pase un hecho de importancia en el país o el mundo. Con lo que ocurre en nuestro país está realmente preocupada, como millones de argentinos, aunque otros tantos todavía no lo estén y supongan que tal vez el porvenir les depare algo mejor y no una debacle como todo parece indicar. “Tengo varias frases que he distribuido por mi escritorio para serenarme –afirma-. Una de ellas es: ‘Entender es enloquecer’. Y es verdad, cuando se entiende de dónde vienen los despojos, por qué en el mundo se hace sufrir a tanta gente, que detrás de todo eso está la economía y la preservación de los capitales de los más poderosos, es para volverse loco. Una tía mía preguntaría: ‘¿Todo esto que se está sufriendo, es nada más que por plata?’ Es desesperante comprender que todo el sufrimiento que se inflige a las personas, la falta en los hospitales, la deuda que tenemos con el hambre de los chicos, el trabajo esclavo, es nada más que para preservar las ganancias de los ricos.”

     A veces nuestra entrevistada dice sentir nostalgia de no poder ver ya en las calles de Montevideo a su amigo Eduardo Galeano o en Barcelona a Manuel Vázquez Montalbán y poder recurrir a su inteligencia para explicarse mejor estos desvaríos del mundo. “Una vez Galeano dijo, refiriéndose no sé a qué época, que habría que tomar clases de impotencia y resignación. No para bajar los brazos, sino para poder aguantar mejor los golpes de la fortuna adversa y estar en condiciones de resistir y recuperarse. ‘A todos los hombres nos ha tocado vivir malos tiempos’, decía Borges. Nosotros hemos vivido varios y éste es uno más. Pero, señor, uno tiene una sola vida y me gustaría llegar al final de ella en un mundo más justo, más solidario y generoso que éste en el que penamos tanto. ‘Nena, haber luchado toda la vida para ver esto’, me decía hace poco Osvaldo Bayer.”

     “A los quince años, un padrino, que era anarquista y se ofreció como voluntario en la Guerra Civil Española –continúa-, me hizo leer la historia de Vietnam, el sojuzgamiento que había sufrido ese pueblo de parte de los japoneses, los franceses y los norteamericanos. Más tarde leí Las venas abiertas de América Latina, el libro de Galeano, y conocí las rapiñas  cometida contra nuestro continente desde los españoles en adelante. Y las luchas por la Independencia. Me devoraba los libros sobre Simón Bolívar. Y desde entonces me sigue erizando la piel de indignación comprobar que esas injusticias y despojos continúan. Y me rebelo ante cualquier gobierno, sea de donde sea, que impulse o genere esas inequidades. Eso forma parte ya de mi cosmovisión del mundo, del ADN de mi filosofía frente a la vida. Nunca me afilié a ningún partido político, porque rechazo cualquier verticalismo. Mi pensamiento ha abrevado en distintas fuentes: el anarquismo, el izquierdismo, el peronismo, el socialismo nacional como lo quería Agustín Tosco. Y siempre me encontrarán del lado de los que sufren, de las víctimas, de los que se rebelan, de los insumisos e insumisas.”

      Su momento actual, afirma, es el de un enorme esfuerzo por lograr un espacio que me permita respirar y recuperar cierta creatividad. “Estoy sumergida, como todos o casi todos, en la alienación informativa de la actualidad política y económica del minuto a minuto –comenta-. Así que me escindo entre la preocupación por el presente y el intento de abismarme para poder crear un producto con el cual me ganaré la vida. Pero lo antagónico está en que, al mismo tiempo, no puedo evadirme de una actualidad dolorosa. Hace un año que tengo una idea para desarrollar un nuevo trabajo y avanzo de a poco”. Entre las conquistas de esos espacios para respirar computa no solo el espectáculo que realiza en el Tasso sino también su labor en la serie televisiva Un gallo para Esculapio, que fue un gran éxito y que tendrá una segunda temporada cuya filmación comenzará en marzo. “Me encantó trabajar en esa historia, porque siempre se agradece participar de una ficción de calidad en la vida”, dice.

       Consultada sobre que repercusión pretende lograr en el público, contesta: “Lo que intento es lograr algo que la gente siempre me agradece: una reparación, intentar proteger la parte doliente de los espectadores, identificarme con lo que les pasa. Esa es mi intención. Julio Cortázar decía: ‘Quisiera que ustedes, detrás de toda tristeza y toda nostalgia, sintieran el estallido de la vida’. Yo también quiero eso. Cuando inauguramos los conciertos en el Tasso estuvo Nora Cortiñas con otras personas de Derechos Humanos. Y me comentaban que ella dijo al salir, dijo: ‘Ay, qué bien, la Ceci me dejó energía y máquina para una semana.’ Y hace unos días me la encontré en una marcha y me comentó: ‘Tengo que volver a ver el espectáculo para cargar las pilas de nuevo.’ Y esto es una respuesta que recibo muy a menudo. O sea que mi propósito es ese. Primero, que se sientan identificado con lo que digo y que sepan que a nosotros nos pasa lo mismo, que somos parte del mismo sufrimiento. Que sepan que yo como muchos otros artistas vivimos con la misma austeridad que ellos.”

       En los últimos años, Cecilia dedicó mucho de su tiempo a dos tareas. Colaboró para la edición de un libro con la historia de las partidas de ajedrez de su padre, que pronto publicará la Universidad del Sur y que ella prologó con una pequeña biografía de él. Y decidió también cómo ubicar el material literario de su biblioteca, que regaló a varias instituciones. Lo mismo hizo con Oscar Balducci, autor de todos sus espectáculos, gran poeta, padre de su hija Lucía y, además, un magnífico fotógrafo. Organizó junto a su hija exposiciones de hasta 200 retratos de él, la última, la última de las cuales cree que es la que tuvo lugar en el Centro Cultural de la Cooperación. Allí entraron 90 fotos. “Trabajé un año y medio para hacer el libro de él y para eso se escanearon 11 mil negativos –detalla-. Todo eso es tiempo de vida y de felicidad para mí y de regocijo para los que vieron los trabajos. Tuve una certeza absoluta: si no lo hacía yo no lo hacía nadie. Mi hija tiene guardado el resto, los negativos de los grandes pintores argentinos y de los principales museos del país. De eso ya no me puedo encargar. Y eso no lo puedo hacer. Esto exige tiempo y dinero. Tal vez enterado de esto, a alguien se le ocurra alguna idea. En casa tengo algunos de esos retratos de esos pintores. Todos los días lo veo a Yuyo Noé en mi living, en una foto muy graciosa que le hizo Balducci con cuernitos de diablo. Hay otra que es simpatiquísima, donde se los ve a Carlos Gorriarena y León Ferrari muriéndose de risa frente a la cámara. Son parte de la memoria que él dejó de esos personajes, de esos artistas que no deberían diluirse nunca en la amnesia que a veces ataca a ciertas sociedades.”

       Al concluir la conversación con Cecilia, el sol estaba todavía muy alto, en ese instante ocultándose detrás de unas nubes, pero a la espera, como siempre, de reaparecer. Mientras volvía a casa, y pensando en tramos finales de esa charla que mantuve con ella, recordé precisamente una frase hermosa de un poema de Balducci titulado El lago Esperanza, que venía a cuento de lo que decía respecto de los artistas.  Allí, el poeta hablaba de “la perpetua llovizna de los signos que nos convocan a no olvidar.” Esos signos son las palabras y las imágenes que nos llaman a honrar tanto a los muertos queridos como a los vivos que amamos y nos rodean, que nos mantiene firme el sueño de alcanzar algún día un mundo más justo y digno, que nos estimula al esfuerzo de ser cada día un poco mejor, más humano, en el vínculo con los otros. Es todo eso lo que no hay que olvidar, lo que “la perpetua llovizna de los signos” nos refresca a cada momento como imperiosa demanda. Cecilia es y ha sido fiel en su arte a esa consigna sagrada.

                                                                                                           Alberto Catena