Entrevista con la actriz Gaby Ferrero

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Intérprete versátil y dotada de un ángel especial, Gaby Ferrero ha transitado en los últimos años varios papeles sobre los escenarios de Buenos Aires. De todos ellos ha salido airosa gracias a esa capacidad que le da un matiz tan particular a personificaciones escénicas. Entre sus últimas actuaciones se pueden contar las que tuvo en obras teatrales como La crueldad de los animales y Un mechón de tu pelo y la que concretó en la película Los que aman odian. De estos trabajos y de su carrera, pero sobre todo de su amor por la música, habla en esta entrevista realizada a mediados de diciembre.

     Su amor por la música es intenso, como lo saben todos quienes la conocen bien. Y es esa inclinación la que explica que Gaby Ferrero llegara al bar céntrico porteño en el que se citó con la Revista Cabal cargando sobre sus espaldas la pesada caja que contiene un violonchelo, el instrumento que en estos días estudia con el prestigioso maestro y ejecutante Rafael Delgado. Pero está contenta, con una sonrisa fresca en su boca, riéndose de andar con semejante peso por la ciudad y llamando la atención de algunos parroquianos. Desde muy chica, cuando empezó a estudiar piano, sabía que la música sería parte esencial de su vida, pero no para dedicarse a ella como intérprete. En cambio, supo sí, desde que vio una función de Postales argentinas, obra escrita y dirigida por Ricardo Bartis, que la actuación, especialmente en teatro, sería el lugar en el mundo desde donde desarrollaría los impulsos de su deseo y canalizaría todas sus energías creativas, que nunca fueron pocas.

    Coherente con esa sensibilidad que la caracteriza, y que ha desplegado en muchos trabajos llenos de gracia y talento interpretativo, no es entonces nada extraño que Gaby empezara a alimentar esa pulsión artista con el estudio de piano. Estimulada por el consejo de una señora que descubrió sus dotes de inmediato, la madre de Gaby la envió a los nueve años a estudiar al Conservatorio Nacional López Buchardo. Aquella señora era otra madre, la de una compañerita del primario, quien se sorprendió que, durante una fiesta de cumpleaños, la amiguita de su niña se pasara toda la fiesta sin comer torta ni reventar la piñata, sino tratando de sacar en las teclas la melodía de La novicia rebelde. Pero la permanencia en ese instituto de música no duró demasiado. Basto que la profesora de piano, muy exigente, le dijera a Gaby que para dedicarse a ese instrumento debía dejar todo: el secundario, las salidas y casi casi la familia, para que la progenitora de la actriz cortara por lo sano y la sacara de la entidad.

      Eso no impidió que su idilio con la música continuara. Así que empezó a estudiar flauta traversa con profesores particulares (antes, además de piano, había trabajado con flauta dulce). Lo hizo por un largo tiempo, pero sin abandonar otras cosas. “No tuve vocación para dedicarme profesionalmente a esa disciplina, que es muy sacrificada, como la de bailarina. De todos modos, la música siguió teniendo una fuerte presencia en mi existencia. Después de terminar el secundario, estudié el profesorado en educación preescolar y luego, mientras trabajaba como maestra jardinera, hice la carrera de musicoterapeuta, que por esos años se estudiaba solo en la universidad de El Salvador. Y ejercí muchos años como musicoterapeuta. Viví de eso y escribí proyectos y ensayos, pero un día entré en crisis y largué todo.”

     Y fue ahí que, después de un tiempo, descubrió al teatro como el campo ideal para desplegar sus energías creativas. La encargada de hacerle ver este nuevo horizonte fue su profesora de expresión corporal y danza Vivian Luz, con quien por entonces había empezado a estudiar. “Ella fue mi maestra y me arrojó al teatro. Fui asistente de alguna de sus obras y bailé dos años en un elenco de ella, pero un día me dijo: ‘Vos tenés que hacer teatro’. Y me recomendó  ver Postales argentinas. Y esa experiencia me sacudió profundamente. Todavía no hacía teatro, así que el hecho que más me deslumbró fue la actuación de Pompeyo Audivert y la de María José Gabin, Para mí la figura del director no era aún algo presente, de modo que no reparé en Ricardo Bartis. Y de inmediato marché a estudiar con Pompeyo. Y más tarde, cuando comencé a ver otras obras de Bartis y conocer su importancia, me fui a estudiar con él. Con Bartolo (apodo de Bartis) estuve desde 1995, cuando tenía la escuela de teatro en la calle Velasco. Y estuve también al hacerse un tiempo después la transición hacia la de la calle Thames, actual domicilio del Sportivo Teatral. Con los años seguí formándome con muchos profesores de teatro, pero mi verdadero maestro fue Bartolo y primero Viviana, que me abrió los ojos y me permitió descubrir el teatro. Bartolo me enseñó todo lo que sé y también me ayudó económicamente, porque no tenía un mango partido al medio. La mitad de mi formación me becó, a cambio de pequeños trabajos en su taller.”

    “Siempre tuve buena estrella en la vida y el trabajo –comenta Gaby-. En el taller de Pompeyo, el primero con el que  estudié, eran todos jóvenes. Y yo me sentía como una vieja, porque me había iniciado a los treinta años. Y al año siguiente de estar con Pompeyo, él hizo aquella exposición que se llamó Marcos, en la Fundación Patricios, y en esa performance tuve la suerte de intervenir. Y con Bartis tuve una experiencia muy recordable. Para una de sus muestras  anuales hice una adaptación de Venus y Adonis, de Shakespeare, y él me ayudó mucho a hacer la puesta de ese montaje. Construí con maderitas y clavos una especie de retablo pobre, con dos teloncitos y dos muñecos de juguetería, que encarnaba a Venus y Adonis, y yo era la relatora y contaba la historia. Ese monólogo fue parte de Textos por asalto, un evento que también salió del estudio del Sportivo. Y lo hicimos en el teatro Babilonia y en el primer festival internacional de teatro de Buenos Aires. Después ese teatrito lo llevé cuando me fui de viaje dos meses a Europa e hice algunas funciones en un barcito. Pensé que si no me alcanzaba la plata, ya que el viaje era de placer y con poco dinero, haría teatro a la gorra y podría hacer unos pesos. Y así fue. Era una época de transición. Había abandonado la musicoterapia y de pronto me iniciaba en otro oficio, pero sin tener casi recursos.” 

     La buena fortuna, como señala Gaby, pero también sus excelentes condiciones de actriz, la ayudaron a que, desde casi los comienzos, su nueva profesión se desarrollara con continuidad, sin saltos demasiados preocupantes. “Nunca me ha faltado trabajo. Por eso hablo de buena estrella –comenta-. Me ha acompañado la regularidad en el oficio y, además, he trabajado en obras que me han gustado mucho, sea en teatro independiente, comercial u oficial. Desde luego, siempre uno ama algunos autores o elencos más que a otros, pero no puedo decir que haya sentido displacer en alguna experiencia teatral. Al contrario, he sentido mucha satisfacción. Y logré trabajar con directores que me ayudaron mucho a crecer y a conocer otras cosas. Y mucho de lo que sé de dirección, lo capitalizo en las clases de actuación que hago con alumnos adolescentes.  Me encanta trabajar con adolescentes, que son una materia prima muy pura. La docencia, además, me ha ayudado a llevarme bien con mi hijo adolescente, a entenderlo mejor. Por otra parte siempre fui docente, desde que empecé como maestra jardinera y luego en la facultad como profesora de musicoterapia. Me gusta transmitir y siento que lo hago bien. ”

    Respecto a su preferencia por la actuación en teatro antes que en cine o televisión, afirma: “Es verdad, en el teatro es donde más cómoda nado. Y me gusta mucho leer e investigar y el teatro permite bastante esas actividades. También me gusta de manera especial el proceso de ensayo, no quiero decir más que las funciones porque suena injusto, pero la verdad que es una zona de descubrimiento formidable. El cine me encanta y lo hago cuando me convocan. En la televisión, en cambio, siento que tengo mucho por aprender, porque no tengo training. Pero he avanzado un montón con los roles que he hecho, que en general han sido muy chiquitos en ese medio. Siempre digo que, como soy búfalo en el horóscopo chino, me ha tocado ser una persona lenta. Pero me propongo llegar y llego, claro que con mis tiempos. Y la tele y el cine necesitas mucha velocidad. Sin embargo, eso depende también de cómo lleve un director adelante un proyecto, un proceso. Trabajé en cine Diego Lerman en La mirada invisible, donde Julieta Zylberberg, Martita Lubos y yo encarnamos a tres mujeres de una familia. Diego nos encerró una semana en un departamento para que construyéramos el vínculo entre nosotras. Y dejó que hiciéramos  cualquier cosa, mientras nos seguía y nos filmaba. Fueron cinco días de tres horas cada uno jugando a eso que debíamos hacer. Y llegué a la filmación muy serena, muy tranquila, sin necesidad de actuar tanto, pero bueno el cine comercial no puede darse en general esos lujos.”

    Un mechón de tu pelo, del dramaturgo Luis Cano, es la última obra teatral que hizo Gaby Ferrero. Se hizo en el Teatro Regio hasta mediados  de diciembre y todavía no se sabe si se repondrá en 2017, por lo menos en la misma sala. Gaby había trabajado con Luis en El diario de Carmen, pero Eugenia Alonso, la compañera de nuestra entrevistada en la obra, no. Ellas dos, como suelen hacerlo desde que formaron hace algunos el dúo Acido Carmín, suelen juntarse con regularidad a leer textos como inspiración para escribir y armar espectáculos. La primera pieza que hicieron juntas fue El beso, que dirigió María Inés Sancerni. Y después El 52, que condujo Valeria Correa. La penúltima de sus obras con el dúo fue Mau mau o la tercera parte de la noche, donde consiguieron por primera vez que alguien escribiera para ellas. Y fue Santiago Loza. La obra, que dirigió Juan Parodi, fue un éxito total durante tres años. 

Gaby Ferrero

“Con Un mechón de tu pelo estábamos con Eugenia queriendo hacer algo y para eso leíamos literatura erótica –cuenta Gaby-. Y nos conectamos con Luis. Y nos pusimos a leer, leer y leer junto con él y luego de un tiempo escribió el texto. Imaginando una casa señorial donde dos mujeres del servicio deben poner una mesa para sus patrones. Le presentamos la obra a Eva Halac, que coordina el Regio, y se le ocurrió que con ella podía arrancar un ciclo experimental llamado Mercurio. Y así fue. Empezamos a tener reuniones en casa y más tarde largamos con los ensayos en un espacio del edificio de Avenida de Mayo que tiene el teatro San Martín (el edificio que era en otros años del diario La Prensa) y ahí trabajamos medio a los ponchazos, porque es un lugar por donde circula mucha gente. Y luego trabajamos sobre el mismo escenario del Regio hasta el estreno. Concluida esta temporada no sabemos si la obra se seguirá ofreciendo el año que viene en la misma sala.”

      Gaby Ferrero integró también este año el elenco de La crueldad de los animales, que primero se dio en el Teatro Cervantes y luego en el Apacheta. En 2017 seguirá unos meses y terminará su ciclo en el Teatro Solís, de Montevideo, adonde fue especialmente invitada. En 2017, es probable que Gaby integre también el grupo de intérpretes que hará Un brío, obra del catalán Joseph María Miró, una de las tres con las que el San Martín reinauguraría sus salas. Ésta iría a la Cunill Cabanellas. Todo depende de lo que sucede con los trabajos de reparación del edificio de la calle Corrientes al 1500. Hace tres años las autoridades dijeron que esos arreglos terminarían en un año. Todavía estamos en veremos. Según dice alguna gente el teatro sigue aún en ruinas. Y es muy posible que Gaby haga algo también en el Cervantes.

     Nuestra actriz confía, otra vez, en su buena suerte. De todos modos, afirma: “Sigo pensando en otros proyectos. Suelo tener mucho trabajo, pero si no lo tengo me lo invento. Todos los actores que salimos del taller de Bartis hacemos eso, él nos ha insuflado ese espíritu.”  De cualquier manera, y más allá de lo que pase en el teatro, lo más seguro que en 2017 el público vea a Gaby en una película que  terminó de rodar hace pocas semanas. Se llama Los que aman odian, dirigida por Alejandro Massi y basada en la única novela que escribieron Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares juntos. Una novela exquisita, un policial. Según afirma nuestra entrevistada es difícil que ese film no tengo mucha repercusión porque trabajan como protagonistas Guillermo Francella y Luisana Lopilato. Entretanto y mientras espera comenzar los ensayos de uno de los nuevos emprendimientos que vendrán, Gaby tiene dos ocupaciones que define como primordiales y que la hacen muy feliz: estar con su hijo adolescente y tocar el violonchello.  Si Pablo Casals no la alumbra desde el cielo, que no valga.

                                                                                                                                Alberto Catena

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