Entrevista a Gerardo Romano

Entrevistas

Desde una clara exposición de los motivos que lo llevaron a seguir con Un judío común y corriente, obra teatral que ya representa en su quinta temporada, hasta análisis de los temas del país y el mundo que lo preocupan –y que han sido motivo de varias intervenciones recientes en radios y programas de televisión-, esta entrevista con el talentoso actor Gerardo Romano actualiza sus puntos de vista en esas materias y proporciona un nuevo testimonio de su valiente y sensible actitud de no callar ni ocultar lo que piensa, sobre todo cuando los límites de devastación social por lo que pasa en el país supera todos los límites que se hubieran podido prever hace tres años, al inicio de la gestión de Macri. 

Excelente actor y polemista filoso, si hay algo a lo que Gerardo Romano nunca le saca el cuerpo es al debate político. Con una sólida formación jurídica –se recibió de abogado en 1972 y fue Jefe de la División Sumarios del Ministerio de Justicia de la Nación entre 1974 y 1984- y una información sobre la actualidad y los hechos del pasado que envidiarían muchos figurones del periodismo, no es fácil tenerlo como contendiente en un diálogo. No es de esas personas a quienes se puede confundir con la repetición de clichés o el enunciado de cualquier afirmación sin pruebas o datos concretos. En los últimos tiempos, puso en aprietos a varios personajes que lo invitaron a sus programas, algunos de los medios alineados con el gobierno, tal vez con el fin de convocar audiencia –pues saben que sus declaraciones siempre producen una buena repercusión- o mostrar chapa de “democráticos”, en una atmósfera comunicacional donde se sigue tratando de ocultar más lo que pasa en la realidad argentina y el temor de cargar con la responsabilidad de continuar siendo cómplices de esta conducta alarma incluso hasta a los que fueron en los primeros años del trienio sensibles a las prédicas oficiales.
     
En una entrevista que concedió a la FM Radio Jai (emisora judía de Latinoamérica, se autodesigna) el último 22 de enero, el conocido intérprete mantuvo un ríspido diálogo con el conductor del programa, Miguel Steuermann, que a toda costa quiso imponer en el aire su tesis acerca de que el fiscal Alberto Nisman había sido asesinado y que no se suicidó. Romano, en un momento, le informó a su interlocutor que había un libro del periodista Pablo Duggan, ¿Quién mató a Nisman?, que probaba fehacientemente que lo del fiscal fue un suicidio y no ninguna otra cosa. Steuermann le contestó que esa afirmación era basura. ¿Leíste el libro?, le repreguntó Romano. Y el conductor dijo que no, que había ya oído declaraciones de Duggan y que eso le resultaba suficiente para pensar lo que pensaba. Después de esta rara y caprichosa deducción, el cruce de opiniones siguió un rato más hasta que Romano, un poco hastiado ya de la discusión, se retiró del estudio. Vale la pena ver en Internet este intercambio en la radio y otros que el actor tuvo con otras figuras, entre ellas Mirta Legrand, para ratificar hasta qué nivel de bajeza se han degradado algunos sectores del periodismo nacional con tal de apoyar las atrocidades de la derecha argentina. Y para ratificar hasta qué punto, el actor se juega y despliega su destreza dialéctica en respaldo de lo que cree.
       
La Revista Cabal habló con él en las últimas semanas de enero, fecha en que volvió a presentar Un judío común y corriente, obra del dramaturgo suizo Charles Lewinsky que protagoniza y lleva ya cinco temporadas de representaciones con mucha asistencia de público en diversas salas de la Capital, el gran Buenos Aires (en el Roma de Avellaneda se dio en tres ocasiones) y el interior y que ahora se está ofreciendo en el Chacarerean Teatre. La plática con el actor tuvo lugar en su departamento del barrio de Palermo. Después de ver esa pieza teatral y oír algunas de sus últimas intervenciones en distintos espacios radiales y televisivos, entre ellas una muy lúcida en el estudio de C5N, el que escribe estas líneas se acercó a su vivienda para retomar algunos de los temas que apasionan a este artista y hablar en especial de su nuevo éxito con la obra de Lewinsky. El texto plantea los dilemas que se le plantean a un profesor judío alemán que recibe una invitación de una escuela secundaria para hablar de esa etapa oscura de la humanidad. El hombre comienza a desarrollar frente a la audiencia los argumentos por los que, piensa, debe excusarse de aceptar ese convite. Y de esa manera ilustra  sobre la problemática de los judíos contemporáneos que viven fuera de Israel y cómo puede ser su existencia en un país que, como Alemania, todavía vive bajo el peso psicológico de haber parido esa monstruosidad que es el nazismo.
      
“Es una obra que discurre sobre temas fundamentales: la religión, Dios, la vida después de la muerte, el genocidio –comenta Romano-. Este último el hecho más trascendente y bisagra de la humanidad. Que ese genocidio lo haya cometido el pueblo alemán, que ha sido una de las cunas del arte y la civilización, heredera de los griegos y un país de origen de inmensos poetas, pensadores y músicos, es una idea difícil de concebir, de aceptar. Pero así ocurrió. Algunos integrantes de las tropas alemanas habían empezado a sentir las consecuencias de esa infinita atrocidad que fue la supresión del judío, de la llamada solución final. Porque todo empezó en la guerra con los fusilamientos. Fue lo primero, pero éstos eran muy tóxicos para los que los ejecutaban, para los que participaban de la matanza. Muchos quedaban muy traumados por el hecho de eliminar niños, mujeres, viejos. Es lo que les pasa a muchos soldados yanquis que han estado en Irak, Afganistán u otras guerras y un día entran a un shopping y matan a cualquier señal de vida humana. Y, a raíz de eso, se piensa en otra estrategia y se estructura un plan llamado Madagascar, que era la isla a la que querían enviar a los judíos, pero como eran cerca de cuatro millones no los podían meter a todos allí. Ante ese fracaso, se empezó a manejar lo que se llamó el Plan Siberia, ellos contaban con que iban a vencer a la Unión Soviética y a los judíos los iban a ir llevando hacia allá. Pero sobrevino la derrota de Stalingrado y empezaron a organizar las cámaras de gas, los hornos crematorios.”
         
Y lo más terrible es que después de ese ejercicio monstruoso de la crueldad humana que fue el Holocausto, y de todo lo que se ha conocido sobre él, haya todavía personas que se declaran neonazis, le comentamos a Romano. “Sí, y algunas de esas personas pueden llegar al gobierno, como es el caso de Bolsonaro en Brasil, un hombre que habló contra los negros, las mujeres y los homosexuales y muchos de ellos los votaron. Es que los medios de comunicación y las redes sociales han colonizado la cabeza de millones de personas, desparramando sobre ellas oleadas de noticias falsas (las famosas fake news), mentiras e invenciones que han convencido a mucha gente para que los apoyen. Lo de Nisman es un ejemplo claro de cómo han actuado esas mentiras, de cómo han fabricado un caso que es, sin duda y según lo han dictaminado los mejores peritos, un suicidio, queriéndolo convertir en un asesinato político. Y lo peor –ese era su fin- es que esas distorsiones de la realidad han servido para sostener en estos tres últimos años a un gobierno de mierda, antipopular y antidemocrático, y ocultar –mientras se pudo, cada vez les es más complicado lograrlo- una de las más graves crisis económicas, sociales y culturales de la historia argentina.” 
         
Gerardo ha cumplido ya 72 años y se lo ve espléndido, delgado y en buen estado físico, además de ágil de mente como lo muestra en los debates. En el living de su actual departamento, que se prolonga luego en la cocina, hay un amplio ventanal que da a un patio común del edificio. En ese espacio se observa, entre unos sillones y una mesa pequeña y baja, distintos objetos: una guitarra, unos instrumentos de percusión, libros y una bicicleta cercana a un casco protector, además de otras cosas, todo sin demasiado orden. “Yo a mi edad voy a todos lados en bicicleta –nos dice, viendo que miramos el velocípedo-. Y si salgo a la noche, me tomo un taxi. Me he acostumbrado a una vida austera. Podría tener un auto importante y vivir en una casa más grande, pero no. Y me siento feliz así. En rigor soy un jubilado raso, que si no tuviera trabajo y administrara bien lo que gana en los tiempos de sequía, estaría tal vez como Pinky o Cacho Fontana, en un geriátrico en el barrio de Palermo. Cuando me enteré de ese hecho me sacudió, es como si te dijeran que la reina de Inglaterra y el primer ministro de la corona –que es más o menos lo que ellos deben haber simbolizado en su época de éxito dentro de la televisión- estuvieran pasando su vejez en una casa para ancianos. Y al enterarme de la noticia fui a visitarlos porque los conozco y trabajé con ellos. Cacho Fontana tiene 86 años y está lo más bien, de la cabeza y en general. Pinky tiene unos 82 creo y necesita algo de asistencia. Pero la puta que lo parió, me dije, ¿qué les pasó?”       
        
Le comentamos que con la trayectoria que tuvieron en la TV y la cantidad de tiempo que duró su rango de primeras figuras, ambos deben de haber ganado buena plata. “Sí, con seguridad ganaron mucha plata, el triple de lo que debo haber ganado yo en mi época de mucho trabajo. Es que, a veces, se piensa que esa situación de bonanza no acabará nunca. Y eso no es así, los momentos de plenitud se terminan para todos en algún momento. Yo tuve etapas de mucha notoriedad, de gran éxito. Y en ocasiones llegaba a mi casa, una mansión inmensa, adonde había llevado a vivir a mis padres, tenía ama de llaves, cocinera, mucama, asistente, y tenía el registrador de llamadas y había hasta cien contactos, personas que me llamaban a toda hora para ofrecerme proyectos. En ese período hacía teatro, cine, televisión, publicidad. Y ganaba bastante, no sé cuánto, tal vez 100 mil dólares por mes, que serían 200 mil hoy. Y, al llegar a casa, y oír las llamadas mi primera reacción era borrarlas, porque de verdad estaba saturado de propuestas. Y creía que, igual, esas llamadas, cuando lo necesitara, serían reemplazadas por otras.  Tenía la sensación de que esa etapa sería para siempre, que el mundo era así, para uno, y no se modificaría, porque la vorágine laboral era tanta que parecía que nunca me alejaría de su centro de atención. Y no, las cosas se modifican, cambian. Y debo decir también que, de algún modo, yo también boicoteé esa realidad, porque ya no quería seguir así. Ese exceso de demanda del medio te coloca en una situación de mucho estrés y tensión. Y ata mucho el pensamiento. Y me dije que necesitaba vivir más austeramente, ‘liviano de equipaje’, como dice el Pepe Mujica, ex presidente de Uruguay. No me gusta tener gente bajo mi mando, pedir u ordenar: ‘Tráeme esto, alcánzame aquello’. No, esa vida no es para mí.”
       

Le preguntamos si piensa seguir mucho tiempo con Un judío común y corriente y nos responde: “Todo lo que pueda, porque un éxito así no se debe despreciar y además me gusta mucho hacer la obra. Trabajar en ella es para mí como dar una misa laica. Porque, en realidad, yo retoqué ese texto. Lo hice desde un principio y también en el transcurso de las muchas representaciones que se han hecho. Intenté encontrar los puntos de contacto del totalitarismo nazi con aspectos de nuestra realidad actual. Este gobierno desarrolla su gestión mostrando cada vez más sus pliegues antidemocráticos. Por otra parte, nosotros hemos tenido durante la dictadura nuestro propio genocidio. Y eso es bueno recordarlo siempre. En el nazismo fue contra un colectivo racial, aquí contra un colectivo ideológico. Es que el delito de opinión en las dictaduras se castiga incluso con la muerte. Mucha gente fue asesinada por el hecho de estar en la agenda de un sospechoso. Eso se debe erradicar definitivamente de este país si queremos ser una democracia.  Sus tentaciones de autoritarismo son muchas. No vamos por buen camino: las presiones contra C5N son un ejemplo de lo que decimos, por no citar otras.”
     
Más allá de seguir estando en Un judío común y corriente, Romano hará otras actuaciones. Una de ellas en la tercera temporada de El marginal, donde se ha lucido mucho con uno de los personajes. También hará un personaje en la miniserie sobre la vida de Diego Maradona, que producirá Amazon. Comenta por otra parte, que le encargó al empresario Javier Faroni que husmeara en España para ver si puede adquirir los derechos de autor de La muñeca de porcelana, obra de David Mamet que está interpretando con mucho suceso en Madrid el actor José Sacristán, un viejo amigo de los argentinos. “El pan de los actores es conseguir una buena obra de teatro”, afirma. Gerardo ha hecho en su extensa carrera tanto teatro como cine y televisión. Ha trabajado parejo en los tres medios. De hecho, actuó en más de cincuenta films. E infinidad de programas de televisión. Entre las alrededor de treinta obras de teatro que ha hecho recuerda con especial cariño a Bent, del norteamericano Martín Sherman. “Qué buena obra, otra más sobre el nazismo, solo que el colectivo agredido era el de la orientación sexual, trataba sobre la persecución de los homosexuales durante el Holocausto. Un día le pedí a un amigo director que viajaba que si descubría algún título teatral importante comprara los derechos y al regresar me invitó a su casa para mostrarme Bent. Estaba en inglés, fui a buscarla, charlé un rato para saber de qué iba, y en el palier abro el libro y miré las tres primeras páginas y me puse a llorar. Me conmocionó tanto lo que leí que me largué a correr desde la calle Melo y Sánchez de Bustamante hasta República de la India y Cerviño, que era donde vivía por entonces. Llorando de alegría porque sabía lo que tenía entre manos. Qué lindo tener un texto así, es el mejor regalo del mundo para un actor. Y bajó antes de tiempo por la guerra de las Malvinas. Era muy duro hacer una obra sobre militares en un campo de concentración, en época de militares y en guerra. Era uno de los productores y no la pude sostener. Fue muy deprimente.” 
       
Volviendo a la crisis en el país, nuestro entrevistado comenta unas declaraciones de Enrique Pinti y Ana María Picchio, como una prueba de lo mal que están las cosas. “Enrique es un hombre muy ponderado al opinar. Yo puedo ser intempestivo, falto de templanza o exagerado cuando hablo, pero Enrique no. Y días atrás comentó que por primera vez el agua le llegaba al cuello. Otro tanto ocurrió con Ana María, quien dijo que hacer teatro la había salvado del suicidio, porque a la hora de las noticias se iba a hacer la función y en el teatro adquiría otra perspectiva y se escapaba algo de la angustia. Y es verdad, ¿quién no vive hoy con angustia por la situación económica? ¡Qué vuelta atrás este país y la propia humanidad! Qué involución. Yo creí que los últimos años de mi vida, los iba a pasar tranquilos. Y hoy cobro la mínima en jubilación, que con Cristina equivalía a 677 dólares y ahora solo alcanza a 200 dólares. Si no tuviera trabajo, realmente estaría muy mal, pero aún con ocupación vivís  siempre bajo zozobra por el futuro, sobre lo que nos pasará. Qué perverso y brutal sacarle a los débiles, a los que menos tienen, a los viejos y los pobres, para enriquecer a quienes ya han acumulado fortunas millonarias. Hay que ser muy hijo de puta para hacer eso, ¿no?”  La pura verdad.
                                                                                                                           Alberto Catena