Entrevista a la actriz Andrea Garrote

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Talentosa actriz que transita la escena hace más de veinte años y también dramaturga y directora muy reconocida, Andrea Garrote es a sus cuarenta y tres años una de las artistas jóvenes más dinámicas y creativas del medio teatral argentino. De su carrera, de sus actuales ocupaciones, entre ellas su trabajo en el cine en algunas películas de mucha repercusión, y de cómo le encanta encarar los distintos proyectos en que la concentra su actividad, charló con Revista Cabal en el bar del teatro Beckett, donde se dan las funciones de su última obra.  

    “No se trasciende sino es en comunidad, no hay amor solidario sin lazo social, no hay fiesta sin amigo. No estamos a salvo de la anestesia y la ceguera del aislamiento”, decía no hace mucho tiempo la actriz, dramaturga y directora teatral Andrea Garrote en una entrevista que le hacía la periodista Edith Scher para la revista Picadero. La frase servía como una suerte de clave de interpretación al análisis más detallado que esa autora hacía de su penúltima obra teatral, Niños del limbo, que se estrenó en 2010 y se mantuvo con éxito sostenido en cartelera durante tres años, además de recibir varios premios. De algún modo, esas palabras podrían proporcionar también una pista para ingresar al mundo El combate de los pozos, la última pieza que ella misma escribió y dirigió, estrenada hace un poco más de dos meses. No es que se trate de textos iguales ni nada por el estilo, pero sin duda ambos comparten una similar constelación de ideas filosóficas y preocupaciones estéticas que rondan en el espíritu de Garrote y que se han expresado en estos dos libros, ya llevados a la escena.

Como su propia autora reconoce, en un diálogo mantenido con Revista Cabal, El combate de los pozos es “un material más radical, más político” que Niños del limbo, que circula en torno a las dificultades de la clase media para dejarse atravesar por los problemas sociales y humanos de los otros. Es más radical, pero elude la coyuntura, los temas del presente. “Estamos sobreexcedidos por la agenda mediática, alienados por los temas que los medios nos imponen. Me interesa el sentido más primigenio de la política, ligado a ese interrogante que nos preocupa cotidianamente: cómo vivir entre nosotros”, afirma. Y agrega: “Me tocó estrenarla en esta época, un año de elecciones, pero no fue premeditado, al contrario. Trato que la obra sea como un buen soplo de aire fresco, que nos ayude a pensar en la política en su sentido más amplio, como comunidad, reflexionar hacia dónde vamos, qué decisiones tomamos sobre los asuntos que nos interesan y qué nos permitimos pensar. Porque lo urgente, sobre todo si el que actúa está metido en el juego de poder, lo lleva a ajustarse solo a la exigencia de lo inmediato de la realidad y a no volar más allá con su pensamiento. Y, por el otro lado, aquellos que fantasean demasiado pierden contacto con lo real, que los quema y pone ante dilemas morales, y  tampoco avanzan en el camino de lo que es necesario hacer.”

     Esas actitudes están representadas en la obra por dos grupos. Uno está en el Congreso y por razones misteriosas queda encerrado. Están convencidos de que están en el meollo de la resolución de ciertos problemas, pero en rigor no resuelven nada. Los integrantes del otro núcleo  están en un departamento de la calle Riobamba y deliran sobre los grandes problemas de la humanidad, pero no saben solucionar ni siquiera una cuestión tan práctica como pagar unas empanadas. “Las dos escenas estaban escritas hace muchísimo tiempo, casi como se ven ahora en la puesta –cuenta Andrea-. Y decidí unirlas y hacer de ellas una sola obra. Me di cuenta que eran dos lugares que dialogaban, que podían expresar esas dos caras de un comportamiento que nos deja aislados, sin salida para avanzar sobre un destino distinto. Todo esto está tratado con el mayor desparpajo posible, porque me cuesta concebir el teatro sin humor”.

     Andrea comenzó su carrera como en los primeros años de los noventa, luego de recibirse en la Escuela Municipal de Arte Dramático (EMAD) como actriz y dramaturga. Simultáneamente estudiaba Letras pero no se recibió porque decidió dedicarse por completo a la actuación y la escritura teatral. Y aprovechó varias becas para reforzar su formación con distintos maestros internacionales. En la actualidad está en la cátedra de dramaturgia en la Universidad Nacional de Arte (UNA) y dirige grupos privados de entrenamiento con actores ya formados. “Escribo hace veinte años –dice- Y tengo 43. Lo que pasa es que la escritura me acompaña en forma permanente, pero he trabajado y trabajo mucho como actriz y docente.” Su nutrido curriculum lo confirma: ha intervenido a lo largo de las últimas dos décadas en infinidad de puestas, tanto en las que se han hecho de las obras de Rafael Spregelburd (Remanente de invierno, La extravagancia, La modestia, Bizarra, La estupidez y otras) como en las de otros autores en el Teatro San Martín y diversas salas. También ha escrito, además de las dos piezas teatrales mencionadas al principio, varias otras: La ropa, Podrá verse en la nave, Buen nombre para un cuadro, La dama del tigre en los días humillantes. Y ha dirigido en muchísimas oportunidades. En 1994 escribió y dirigió con Rafael Spregelburd la obra Dos personas diferentes dicen hace buen tiempo, premiada por el Festival Buenos Aires Joven y con ella realizaron una gira por América Latina y Europa. Esas giras, ya con el grupo El Patrón Vázquez, que formó con el mismo Spregelburd, continuó luego, en los años siguientes, viajando por esas latitudes para representar nuevos títulos.

    En los más recientes tiempos se la ha visto bastante en cine. De las más conocidas películas, tuvo participación en Relatos salvajes y El patrón, radiografía de un crimen, que han sido un verdadero suceso de taquilla, y luego en Showroom.  “El cine es encantador, pero muy distinto al teatro. Yo le digo siempre a mis alumnos: que el teatro es el presente, es la energía que refleja cómo estás hoy con tu cuerpo y tu mente. En el cine no actúas para el presente, porque es un arte fragmentado. Los datos que el actor tiene a veces son mínimos, porque no es el quien decide todo como en el presente teatral. Las escenas son pequeñas y complejas. Y hay poco tiempo para aprender y resolver. Y requiere una máxima concentración, porque de pronto hay un técnico que se cruza por delante  o está agachado atrás moviéndose. Y, sin embargo, uno invoca un clima y un estar en un presente que, desde luego, no es el de la filmación real, sino el de la ficción. Se trata de una aventura muy fuerte. La relación con las locaciones es increíble. Un día tenés que filmar en Tribunales y contás solo con diez minutos para filmar la escena. Pero, ¿cómo diez minutos?, preguntas. Y no hay otra, te contestan. Y si filmas en una carnicería sentirás el olor de las redes y si lo haces en un pantano tendrás los pies fríos y mojados. Una película es un miniviaje, una sublimación, un descanso de la realidad de todos los días. Es como internarse en otro planeta. En Showroom íbamos al Tigre a filmar durante la semana y volvíamos los sábados y domingos a casa. Era rarísimo. ¿Cuál de las dos situaciones era el trabajo y cuál el descanso?”

     Respecto a la docencia, afirma: “Desde hace bastante tengo siempre dos grupos privados con los cuales hago un entrenamiento donde mezclo la actuación con la dramaturgia. A aquellos que participan en esos talleres los hago escribir y producir obras breves. Luego esos materiales se muestran en un ciclo llamado Perfecta anarquía, que se hace los sábados en La Casona Iluminada. Empieza a las diez de la noche y termina a las dos de la mañana. Y se llena siempre. Son todas pequeñas producciones de mis talleres, unas 45, que consisten en relatos, escenas, pero con trabajos de texto elaborados por los alumnos. A veces se producen dramaturgias colectivas. Algunos de los jóvenes que participaron en estos talleres han devenido importantes dramaturgos.”
      Además de El combate de los pozos, el ciclo de Perfecta anarquía y las clases en la UNA y los grupos privados, esta teatrista  -y realmente merece esa denominación por la multiplicidad de su labor- actúa los lunes a las 20.30 horas en el Teatro Callejón en la obra Personita, de Javier Daulte, un director con el que ya ha actuado en otras ocasiones. “Es una comedia de época –la define-, que habla del fin de la infancia y de un pensamiento más ingenuo del mundo. Nos va bárbaro y el elenco es notable: Darío Grandinetti, María Onetto, Héctor Díaz, Laura Grandinetti (hija de Darío) y a ellos me agrego yo. La actuación me es absolutamente necesaria. Durante veinte años hice obras de Rafael Spregelburg y si se diera la posibilidad lo haría otra vez. Me encanta como autor. Hay varios autores con los que me fascinaría trabajar, entre ellos Mauricio Kartun. Me gustan también los mundos emocionales de Daniel Veronese y, obviamente, Daulte. Para mí la actuación es salud. Y me siento bien actuando en algunos de mis materiales.”

Le preguntamos si extraña las giras y señala que fueron una etapa de su carrera, en especial la de El Patrón Vázquez, un grupo que por el momento no está funcionando, pero que no se ha disuelto. “Nunca  decidimos terminarlo –comenta- Simplemente fueron muchos años juntos, muchos viajes. Pensá que nosotros salimos muchos años de gira y abrimos festivales internacionales importantísimos. Hubo ocasiones en que nuestras entradas con La estupidez se acababan antes que las de Peter Brook. Era una época en que no había Facebook y no hacíamos prensa de las giras, así que nadie se enteraba, pero esto sucedió. A Rafael le dio mucha trascendencia internacional, porque sus obras fueron traducidas a varios idiomas, pero para el actor la repercusión no existe, parece que dejó de actuar acá, nada más. O que actúa pero está en función y se va para otro lado. Yo nunca hasta entonces había hecho cine, ni tele, también me impidió mucho producir, porque irme un mes completo o luego dos me obligaba a dejar cualquier proyecto en el que estuviera. Y después, bueno, crecimos, hubo hijos de por medio, yo tengo a Ramón de 13. Y la idea de la gira empezó a tener su lado frenético e incómodo. Para mí de los 20 a los 30 esas giras fueron el regalo más grande del mundo, después empezó a aparecer ese interrogante acerca de qué es lo que hacía acá, en mi lugar de vida. En la actualidad, hay otra obra de Rafael que se llama La terquedad que quisiéramos hacer, pero requiere muchos actores y no es fácil de montar. Es un proyecto que está en el deseo, pero nos hallamos todos muy ocupados, encarando otras cosas, y del teatro oficial no viene nada como para decir: muchachos le vamos a ayudar a hacer esto.” 


        En estos días, Andrea ha sido elegida tutora en la Bienal de Arte Joven. Deberá evaluar distintos proyectos destinados a estrenarse en septiembre próximo. Se la ve feliz haciendo tantas cosas. Afirma que la subyuga todo lo que hace, que felizmente puede elegir. Y, de verdad, tiene el suficiente talento como para responder siempre con calidad a los desafíos que se propone. Es una de las artistas jóvenes más dinámicas y creativas del teatro actual. Tener personas como ellas le hace muy bien a la escena de nuestro país.