Entrevista a Marcos Rosenzvaig

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Narrador, ensayista y hombre de teatro desde la escritura a la actuación, Marcos Rosenzvaig es un autor con una obra importante ya publicada y una trayectoria probada en el medio escénico. En esta charla que mantuvo con Revista Cabal, habló de algunos de sus trabajos, los publicados y los por publicarse, y se refirió a la aventura del hombre y a la suya propia, tanto la de la vida real como la que se expande por los caminos siempre luminosos de la ficción.

Una primera imagen: un hombre en medio del mar y a considerable distancia de la playa. Se ha arrojado a nadar pocos segundos antes desde una embarcación cuyos otros dos ocupantes, sin haberlo prevenido, deciden retirarse y dejarlo solo y expuesto al peligro de ahogarse si no puede dominar la súbita desesperación que produce una situación así o el posterior cansancio físico que se producirá si confía en su capacidad de deslizarse por el agua. La mirada inicial no permite divisar la costa, pero el hombre sabe en qué sentido debe nadar para llegar a ella. Respira con lentitud mientras se mantiene a flote, tratando de no ponerse nervioso. Por suerte el Tirreno está calmo. Y empieza entonces a bracear despacio pero regularmente en dirección al lugar donde supone está la playa que dejó. Es de tarde y pocas horas después, siendo ya de noche, llegará a destino. El pueblo iluminado al que llega no es, sin embargo, Bibbona (también llamada Marina de Bibbona), próxima a Livorno en La Toscana italiana, la ciudad desde donde había salido con la embarcación. Lo importante es que está a salvo y acaso pueda escribir sobre ese hecho.

       ¿Qué pasó antes de que el hombre embarcara y por qué razón los dos acompañantes que iban con él lo abandonan en alta mar? ¿Y cuáles son las vicisitudes que sobrevienen luego de este difícil episodio? No lo sabemos. Algunos lectores de este artículo podrán averiguarlo si, tal vez picados por el bichito de la curiosidad, compren, cuando se publique dentro de un tiempo, la última hasta ahora novela en la que Marcos Rosenzvaig cuenta, aunque bajo la forma de una ficción, estos episodios que, dice en esta entrevista, realmente le sucedieron hace muchos años en Italia, en una época en la que había viajado a Europa para estudiar y hacer teatro, siendo aún bastante joven y con todo el empuje que suelen dar los años mozos.

Narrador, ensayista, dramaturgo, director teatral y actor, Rosenwaig tiene ya una importante obra publicada en nuestro país. Uno de sus últimos libros es la novela Qué difícil es decir te quiero, publicada por Ediciones Desde la Gente, que primero fue una obra de teatro y él ahora la transformó en una narración donde la historia se relata a tres voces: un escritor dramaturgo, un actor y el personaje protagonista que él mismo actor representa. Es una experiencia literaria donde se entrecruzan la narrativa y el teatro. A pesar de tener hoy varias especialidades, que en general se nutren unas de otras, el autor comenzó su actividad como profesional en la actuación, la dramaturgia y la dirección. Y luego el tiempo lo llevó a la narrativa y el ensayo. Nacido en Tucumán en 1954, ya que su madre era oriunda de esa provincia, a los pocos años se radicó en Buenos Aires y se inició en el oficio teatral en la Escuela de Lomas de Zamora cuando tenía 14 años y luego continuó con distintos profesores privados, entre ellos Raúl Serrano
      La actividad teatral de Rosenwaig se combinó desde un principio con distintos viajes al exterior, tanto para formarse como para especializarse en diversos autores. Uno de sus primeros destinos, posiblemente por la influencia que le produjo haber estudiado con Raúl Serrano, fue Rumania, éste maestro hizo todo su desarrollo como pedagogo. Su estadía en ese país que no satisfizo, sin embargo, las expectativas del joven estudiante, que luego de dos años abandonó el país para viajar a Italia. Estuvo en Viareggio y Bibbona, que es donde transcurre la novela cuya peripecia comentamos al comienzo. “Allí hice un espectáculo –cuenta- que era el Vía Crucis, en el que trabajaban 100 extras y 15 actores de Florencia. Utilizábamos también fuegos artificiales, caballos y vestuarios de época, que alquilábamos en el mismo taller al que acudía Federico Fellini.  Y en Viareggio trabajé armando un espectáculo con romances que había concebido en Rumania. Fue durante el carnaval, pero finalmente no participé y entré en un fuerte conflicto con el empresario que nos contrató porque no quiso pagarnos lo que nos debía. Terminamos a las trompadas.”

      Antes de viajar a Rumania, Rosenwaig había iniciado la carrera de Letras, en la que se recibió a su regreso a la Argentina. “Desde entonces, la literatura y el teatro estuvieron unidos en mí”, comenta. Luego hizo un doctorado en Filología en Málaga. ¿Por qué viajó a esta ciudad española?, lo interrogamos. Evoca: “Estaba un poco perdido en Buenos Aires y preso de una fuerte desazón. Me había divorciado y vivía circunstancias bastante malas. Así que cuando se me presentó la posibilidad de hacer este doctorado afuera me marché. Hice los créditos allá y después escribí la tesis sobre Copi, porque siempre me fascinó el tema de la identidad en el teatro de este autor.” Rosenwaig tiene dos libros sobre este autor argentino que falleció en Francia: Copi: sexo y teatralidad, en Editorial Biblos, 2003; y Copi, simulacro de espejos, Ediciones de la Universidad de Andalucía, España, también de 2003, y otro ensayo publicado en Italia.
      Otro de los enamoramientos fuertes de Rosenwaig en teatro, como él mismo lo confiesa, es con el creador polaco Tadeusz Kantor, sobre el que ha escrito dos libros: El teatro de Tadeusz Kantor y Tadeusz Kantor o los espejos de la muerte, éste último en la editorial Leviatán. Para conocer especialmente su obra, el artista argentino viajó especialmente a Cracovia, donde Kantor tenía su teatro. Llegó a esa ciudad, como relata en el segundo de esos títulos, preguntándose por qué de Polonia había surgido un teatro “radicalmente distinto al del resto de Europa.” Sus trabajos son hoy de los más completos que se hayan escrito sobre la producción kantoriana. Otros ensayos que ha publicado son el Breviario de Estética Teatral y el de Técnicas Actorales Contemporáneas, éste último en Capital Intelectual, en 2011, y antes El teatro de la enfermedad, en Biblos, 2009, que fue premiado. 

     Entre sus novelas publicadas figura Perder la cabeza, en Desde la Gente, que el autor considera su primer trabajo en narrativa relevante. Es casi un monólogo teatral, en el que Fortunata García logra robarse la cabeza de su amado, Marcos Avellaneda, clavada en una picota, y se la lleva a su casa para morir junto a ella. Otra es Madres Fuck You!, que según admite tiene una clara influencia del mundo de Copi. Y entre las que está en vías de publicar se destaca Monteagudo, anatomía de una revolución, que es la penúltima obra en ese género. “Es  una novela que transcurre en la sala de autopsias de la morgue de la calle Viamonte –detalla Rosenwaig-. Hasta allí llegan los restos de Bernardo de Monteagudo a Buenos Aires en 1917, casi noventa años después de ser asesinado en Lima en 1825, a los 35 años de edad. Vienen vía marítima y llegan con una carta de Pueyrredón para que se determine si esos restos tienen antecedentes negros. De acuerdo con esa verificación se deberá decidir donde serán enterrados. Finalmente se comprueba que no y los inhuman en la Recoleta. Este año se cumplieron los ciento noventa años de su muerte. Y hay ya firmado un decreto para que en el Bicentenario de la Independencia, el año próximo, se disponga el traslado de esos restos a Tucumán, de donde es oriundo. Tengo dos novelas cuyos protagonistas son tucumanos importantes: Monteagudo es uno, y el otro  es Marcos Avellaneda. La historia es otro tema que me apasiona.”

     Sobre su actual actividad teatral, Roseinwaig relata: “En los años noventa construí un grupo teatral con varios actores al que llamamos Circus Renacentista. Ese grupo hizo varios espectáculos, en una modalidad que se acerca más a un teatro de lenguaje. En realidad, lo interesante del teatro y de la literatura también, pero me refiero en especial a la dramaturgia, está dado por el lenguaje, por la manera en que uno contará una historia que, aunque sea mínima, generalmente la hay. Lo fundamental, por eso digo, está en el lenguaje. Debido a esta convicción en toda mi dramaturgia cada obra es completamente distinta de la que sigue, no existe un patrón común. No soy un dramaturgo de los que le fue bien con una obra y repiten el modelo. No es que juzgue mal esa forma, pero no me motiva, no me plantea una aventura. La verdadera aventura para mí está en cada caso en el lenguaje. Ahí es donde encuentro el mayor placer. Con el elenco  de Circus Renacentista hicimos tres obras. En ellas estuvieron Alejandro Maza y Alejandro Spangaro, que son de la época inicial del grupo y trabajan conmigo desde hace mucho. Luego de varios años volvimos a juntarnos para hacer un trabajo relacionado con el ars morendi, el arte del bien morir, que son textos del Medioevo. He tomado esa idea y algunos textos y con ellos estamos armando un espectáculo. La muerte, aunque resulte paradójico, es siempre una ventana para mirar mejor la vida, sobre todo porque posibilita indagar en universos inexpugnables, que solo podemos imaginar a través de ella. El mundo de la vida, de lo real, que vivimos a diario, impone al actor cierta lógica limitativa. En cambio, en el tratamiento de la muerte la imaginación puede volar hacia todos lados, porque de ella nada se sabe y entonces lo permite todo.  Eso se ve bien en el teatro de Kantor, del que yo siempre estuve fascinado, al punto que me fui a Cracovia a estudiarlo.”

Le preguntamos a Rosenwaig si cree que en el teatro de la Argentina actual hay debate. Y contesta: “Muy poco. Lo que sucede en el teatro no es ajeno a la época que vivimos. Por otra parte, los actores son personas mucho más expuestas que en otras artes y entonces es muy factible que la necesidad de ser reconocidos sea más activa en ellos y tal vez la reflexión, la polémica, la reflexión de alguna manera, pase a un segundo lugar. De ahí la diferencia que tienen muchos de los actores que trabajan conmigo, la mayoría de ellos, que no piensan el teatro desde el protagonismo, sino desde la obra de arte. Su mirada es distinta. El hecho de que un director tenga que estar subordinado a actores que están esperando o pensando en el comentario, la crítica o en el éxito es un condicionante muy fuerte. A mí eso no me interesa. Me interesa la obra en sí misma, no importa la cantidad de veces que se dé. Valoro sí el registro y el cuidado del registro, porque debe ser como escribir una novela. Escribir una novela te lleva dos años, acá, en teatro, uno no se puede extender más de un año, debería ser más, pero las condiciones económicas siguen siendo malas, aunque lo que ha cambiado en la historia es que hoy existe, aunque sea, una mínima ayuda del Estado a través de Proteatro u otras instituciones que funcionan bien. Antes eso no existía, es nuevo.”

     Acaso refiriéndose a ese narcisismo del actor, Eleonora Duse decía, en una frase que Rosenwaig cita en uno de sus libros sobre Kantor: “Para salvar al teatro hay que destruirlo, es preciso que todos los actores, todas las actrices, mueran de peste. Por ellos la atmósfera está enviciada, el arte imposible.” Por fortuna, la vida suele equilibrar las cosas y en cada generación de actores surgen siempre aquellos que, por su talento y calidad humana, salvan al arte del clima irrespirable que le imponen a veces algunos “dioses” de la escena.