Entrevista a Roberto Schneider

Entrevistas

En un café porteño y durante una breve visita que hizo a Buenos Aires, ciudad a la que acude con regularidad para ver teatro, el crítico teatral más importante de Santa Fe, Roberto Schneider, conversó con un cronista de Revista Cabal. Durante el ameno diálogo que mantuvo con la revista, el prestigioso profesional contó cómo se inició en el periodismo y aspectos de su actividad actual. Habló también del vigor de la crítica en las provincias y de cómo en Buenos Aires no se la suele tener en cuenta. También lamentó la suspensión del Argentino de las Artes Escénicas, encuentro teatral de todo el país que se hacía anualmente en la provincia y que espera que se reanude este año. Una charla reveladora y sin ocultar opiniones.

Ciudadano ilustre de la ciudad de Santa Fe y personaje clave en la apreciación de la actividad escénica de la provincia en las últimas cuatro décadas, el crítico teatral, periodista cultural y docente Roberto Schneider es hoy por hoy el profesional más destacado en su especialidad por esas latitudes. Toda su labor en el mundo gráfico se desarrolló a lo largo de ese período en el diario vespertino El Litoral, al que ingresó a finales de los setenta y en el que se jubiló como prosecretario de redacción hace pocos años, pero sin dejar de cubrir hasta estos días la crítica de sus obras teatrales más importantes. En esa publicación, Schneider, que ya venía trabajando en la sección de Espectáculos desde pocos años después de su ingreso a ese medio, reemplazó en la crítica a ese otro excelente periodista y entendido en artes escénicas que fue el ya fallecido Jorge Reynoso Aldao, cuando éste se acogió al retiro jubilatorio en 1989. 
      
Hoy Schneider, además de escribir críticas y notas para el diario, tiene desde hace cinco años un programa de radio, La fila diez, en la emisora de la Universidad Nacional de El Litoral; un programa televisivo semanal, La cuarta pared, desde hace 22 años en la señal 21 de Cable y Diario, además de ser profesor titular de la cátedra de Investigación del Hecho Teatral en la Escuela Provincial de Teatro de Santa Fe y coordinador del Programa de Documentación Teatral Verónica Bucci, que sostiene el Ministerio de Innovación y Cultura de la provincia, un loable esfuerzo por registrar todo lo que se ha hecho y hace sobre la escena en ese territorio. Todos estos quehaceres, llevados a cabo por este periodista a lo largo de tantos años, lo han convertido en una figura realmente popular en su ciudad. Si uno viaja a Santa Fe y camina por su peatonal con él no dejará de detenerse a cada rato en distintos sitios donde amigos o personas que lo conocen por la TV o por su trabajo en otros espacios lo paran para saludarlo o darle un beso, fenómeno para el que su jovialidad, espíritu abierto a la sociabilidad y buena onda crean siempre buen clima.
        
Esta vez, de visita en Buenos Aires, donde estuvo unos días convocado por una familia muy amiga que lo invitó al casamiento de uno de sus integrantes, la Revista Cabal aprovechó su viaje para charlar con él, en una animada conversación que tuvo lugar en un bar de Lavalle y Callao disfrutando dos vueltas de un rico café. Allí, Schneider amplió algunos aspectos de su vida y de sus tareas y opinó también sobre la actual realidad de teatro.
Roberto, vos sos un crítico con formación académica, si bien aprendiste el oficio en un diario. ¿Cómo ingresaste a la universidad?
Ingresé en marzo de 1976, una de las fechas más espantosas de la historia argentina. Ahí me recibí de profesor en Letras. En febrero, había muerto mi mamá, a los 52 años. Ella había sido mucama en el hospital Iturraspe, de Santa Fe. Y las monjas del hospital, pertenecientes a la Congregación de la Virgen Niña, que me conocían desde muy pequeño, me llamaron por teléfono a casa y me dijeron que sabían que quería estudiar. Y que, por el Estatuto del Empleado Público de Santa Fe, el cargo que ocupaba mi mamá, por esos días vacantes debido a su fallecimiento, podía ocuparlo yo. Y, al otro día de esa llamada, empecé a trabajar en el hospital. Hasta ese momento había trabajado en un comercio de la familia Lerman, donde ganaba bien, pero mi deseo era estudiar y fui a ocupar el puesto de mi madre, que me dejaba más tiempo para ir a la universidad. E ingresé en Letras en ese tiempo espantoso, en que nos palpaban de armas para entrar en las aulas, nos pedían los documentos a cada rato y no podíamos dar a Pablo Neruda porque era un poeta comunista.

¿Y a El Litoral como entraste?
A través de un compañero de estudio conocí al director del diario El Litoral. En el hospital trabajaba duro, incluso lavaba pisos. Pero nunca se me cayeron los anillos, por eso no me sentí infeliz ni nada por el estilo. Era lo que me tocaba en la vida y ahí estaba, afrontándolo. Pero quería escribir. Y empecé a hincharlo al director del vespertino para que me tomaran. Le dije que leía el diario todos los días y que encontraba muchos errores en las notas. ¿Por qué no me toman como corrector?, le propuse. Estudié letras y conozco bastante del idioma, así que puedo ayudar en esa función, le dije. Y en septiembre de 1979 me convocaron, me tomaron una prueba y al día siguiente ya estaba en la sección Corrección. Y ahí me hice muy amigo de Jorge Reynoso Aldao, que fue quien me enseñó el oficio periodístico. No el de crítico, porque en materia teatral yo tenía un enfoque totalmente diferente al suyo. 

¿Cuándo escribiste tu primera crítica teatral?
La primera fue sobre La malasangre, de Griselda Gambaro, que había dirigido Elsa Ghio. El título de la crítica fue “Los sonidos del silencio”. Y al otro día, me llamó Reynoso Aldao y me dijo: ‘Me quedo tranquilo, el trono ha sido bien ocupado’. Es una anécdota que cuento a menudo porque revela el lugar que él le daba a la crítica. Hablaba del oficio como si fuera el ejercicio de una potestad papal, que dictaminaba lo que estaba bien o mal. Y yo siempre entendí que la crítica era otro fenómeno. Él era un crítico teatral de la vieja escuela, del tipo de Jaime Potenze, por dar un nombre propio. No entendían que el trabajo de la crítica no está en dictaminar que está bien y qué está mal, sino en la construcción del propio discurso poético del que escribe para que ese material sirva de puente entre los creadores y el público.  Yo hice toda mi carrera en El Litoral durante 35 años y tres meses, que es el único diario que hay en la ciudad de Santa Fe, y el único vespertino junto con El Litoral de Corrientes, que creo que no está más. Todos los que decidían sacar un diario en Santa Fe, los publicaban a la mañana, de modo que no había competencia. Ninguno quiso hacerle competencia poniendo un diario a la tarde. Y a la mañana, los lectores compraban los diarios de la Capital.

¿Crees que los críticos teatrales tienen hoy la misma formación que en tu época?
No, en ese tiempo había una formación que hoy no existe. Pensemos en los que fueron por los setenta u ochenta críticos como Gerardo Fernández, Kive Staiff, periodistas de una formación y una cultura incuestionables. Los chicos y las chicas que hoy escriben carecen de ese rigor formativo. Lo digo porque me tomo el trabajo de leerlos a casi todos, hecho que contribuye a que siga creciendo e informándome, pero también para establecer diferencias. Yo le dedico un tiempo personal a eso. A veces leo críticas donde quienes las escriben no se tienen ni idea de lo que dicen. Me pasa cuando doy clases en la Escuela de Teatro, hay jóvenes que no saben ni quienes han sido los directores de la década del ochenta. Hablamos de un poco más de treinta años. El panorama es paupérrimo. Desde luego, hay algunos jóvenes profesionales que sí escriben muy bien y mantienen en alto lo mejor de la tradición, pero no es el fenómeno general. Pensemos en la crítica teatral como fenómeno. Y me hago cargo de lo que digo. Un funcionario de cultura del actual gobierno, Federico Irazábal, sostuvo que el teatro del interior no era bueno. Lo dijo en otras palabras, pero esa era la esencia. Un error garrafal. Supongo que como no hay buen teatro, tampoco hay buenos críticos y por eso  no se convoca a los colegas del interior a los festivales internacionales de Buenos Aires. Jamás nos han tenido en cuenta salvo en la primera edición en 1987 y después cuando fue director Rubén Szuchmacher.

Te han dado distintos premios. Uno de ellos el de santafesino ilustre.
Sí, fue en 2017. Fue, según reza el decreto, por los aportes permanentes a la cultura de Santa Fe. Se trató de una designación por ordenanza municipal votada por mayoría en el Concejo Municipal de Santa, en base a un proyecto presentado por un concejal radical Carlos Suárez. El gobierno de Córdoba me distinguió también por la permanente difusión de los festivales teatrales de la provincia, y ahora me otorgaron –no me lo entregaron aún- un premio del Senado de La Nación por la difusión de la cultura, que lo entregarán este año. 

¿Qué pensás de la suspensión del Argentino de Teatro en tu ciudad?
Primero te digo lo que siento, luego lo que pienso. Sentí un dolor espantoso, porque fueron 14 años de un festival con identidad propia y que se hacía en mi ciudad. Y no es que lo siento porque la suspensión truncara la posibilidad de que yo participara como curador, porque, en definitiva, nunca trabajé en ese festival organizado por la Universidad. Pero colaboré mucho con él. Mis continuos viajes por el país para ver teatro de otras provincias hacía que yo viera muchas obras y que tuvieran en cuenta mis recomendaciones. Llevaba carpetas y eso se evaluaba. Y nunca recibí un peso ni fui contratado por hacer eso, lo hice porque mi pasión es el teatro. Y, además, porque no estar atado contractualmente al festival me daba una enorme libertad para poder criticar lo que no me parecía bueno. 

Y ya desde lo más político, ¿cuál es tu opinión?
Pienso que es incomprensible que las autoridades universitarias no tengan en cuenta un acontecimiento cultural de incuestionable presencia en las artes escénicas del país, porque era uno de los festivales del país mejor evaluados, como lo son los de Córdoba o Rafaela. Sin tener  en cuenta también el valor de las fiestas nacionales del INT o el festival de Buenos Aires, pero que  tienen características propias, distintas. El de Santa Fe, al que nunca llamamos festival, fue un encuentro muy bien hecho.  Ni siquiera la palabra festival estaba en el título: era el Argentino de Artes Escénicas. Me parece que facilitaba la reunión y el debate entre creadores, público y críticos y me encargué personalmente de que fueran los críticos y que trabajaran no solo en la difusión, sino interviniendo en talleres, paneles, mesas redondas, todos los años. Yo creo que hay que retomarlo, la universidad no se puede perder la posibilidad de concretar un festival de esa importancia. Jamás se dio una respuesta oficial del por qué se implementó la suspensión. En un programa radial que hago las autoridades dijeron que este año sí se haría. Veremos. Se produzco un cisma importante en la cultura de la ciudad con esta interrupción del festival. 

¿Cómo es tu evaluación de la crítica teatral en las provincias?
Existen muy buenos críticos en las provincias. Es un oficio que tiene excelentes representantes. Está Beatriz Molinari en Córdoba; en Mendoza Fausto Alfonso con su revista y Patricia Slukich, y en Rosario Miguel Passarini. Julio Cejas, uno de los muy buenos críticos de esa ciudad, dejó lamentablemente de escribir. En Tucumán está Fabio Ladetto. En Santa Fe que somos unos 600 mil habitantes, hay un promedio de 30 estrenos de teatro por año. Rosario, con 2 millones y medio de habitantes, tiene mucha más actividad teatral. En Santa Fe quiero decir que, además de Reynoso Aldao y yo, hizo también crítica Osvaldo Neyra, amigo personal, pero en otro medio que ya no está. Neyra fue un consagrado  director en Santa Fe y era de Concepción del Uruguay, ciudad adónde se fue a morir por decisión propia. Hizo teatro en Mendoza y recaló en Santa Fe y se volcó al teatro independiente. Un director trabajaba con poco nivel de riesgo, pero muy respetado. La crítica la hacía en dos matutinos hoy desaparecidos: El Nuevo Diario y Hoy en la provincia.

Un dato para completar en parte tu biografía. ¿Fuiste también actor de teatro?
Sí, antes de ser crítico. Cuando empecé a hacer crítica dejé, porque creo que no se puede estar en la misa y en la procesión a la vez. Mi primer papel fue el de Pepino. Después interpreté el rol de Banquo, en Macbeth de Shakespeare y un personaje en Rocky Feller en el Lejano Oeste, en 1982. Lo último que hice fue de Joe Keller, en Todos eran mis hijos, de Arthur Miller. 
       
Y de verdad, aunque de la actuación se despidió con esa gran obra de Miller, se podría decir que a la crítica teatral, expresado esto metafóricamente, llegó a través de otro título igualmente soberbio de la dramaturgia estadounidense, uno de Tennessee Williams: Un tranvía llamado deseo. Porque fue a bordo de esa nueva y apasionante profesión que encontró su verdadera pasión, su destino vocacional más profundo, ese que solo se resigna en la caída del sol de cada vida humana.
                                                                                                                                       Alberto Catena