Jorge Suárez, un actor con mucho crédito

Entrevistas

En un café del viejo Palermo, cerca de donde ensaya la nueva obra que interpretará en junio próximo, Jorge Suárez, uno de los actores más completos y talentosos del teatro argentino actual, se refirió a distintos aspectos de su carrera, coronada desde hace varios años por continuos y muy merecidos éxitos y premios. Amable, sencillo y con un contagioso sentido del humor, el intérprete habló desde sus últimos personajes (Homero Manzi y Sigmund Freud) hasta cómo en sus comienzos hizo un Otelo cuyo espesor vocal dio que hablar. Una conversación deliciosa.

    Jorge Suárez cita la fecha con absoluta precisión: 7 de agosto de 1991. No se refiere a ningún aniversario del triunfo que el libertador Simón Bolívar obtuvo ese día en la batalla de Boyacá de 1819. Es la jornada en que su grupo de teatro de entonces, el de Suárez, estrenó una versión de la obra Otelo, de Shakespeare, ubicándolo a él en el papel protagónico. Y están implicados en la anécdota dos valerosos guerreros, uno literario, el otro real y por eso podrían asociarse. Uno acosado por unos celos monstruosos que lo destruyen, el otro, como lo pintó Isaac Chocrón en su obra teatral Simón, capaz de transformar el dolor de un amor perdido, el de su esposa Teresa muerta muy joven, en una formidable energía transformadora de la vida de sus semejantes. Jorge actuó también en esta obra. Y hasta allí van las comparaciones.


    Le contamos al conocido intérprete que tuvimos la suerte de ver esa versión de la pieza de Shakespeare por aquella época y de hacer una crítica para la revista Humor. Suárez se asombra porque han pasado muchos años y le decimos que nos impresionó el espesor que le daba a la voz del personaje. “Sí, bajé dos tonos el registro de la voz –nos cuenta-. Tenía 28 años e hicimos la obra de ansiosos, porque teníamos muchas ganas de interpretar a Shakespeare. Después de esa experiencia me llevó seis meses volver a mi tono natural. Me asusté porque creí que no lo recuperaría nunca y pedí ayuda a un profesional. A los seis meses tenía mi verdadero registro. Mi papá me había regalado la biografía de Laurence Olivier, Confesiones de un actor, y allí él cuenta que cuando le propusieron por primera vez hacer Otelo respondió que no, porque no creía tener la voz adecuada para hacerlo. ‘Otelo debe tener una voz oscura, negra; una voz aterciopelada de bajo’, comentaba en el libro. Y me quedé con eso en la cabeza. Así que al abordar el personaje intenté lograr esa voz. Fue un gran esfuerzo, no solo en ese aspecto, incluso en el económico, porque habíamos egresado hacía un tiempo. Nos costó un montón de plata el vestuario. En cuanto a la escenografía pusimos pocos objetos. Mi actual mujer, Laura Singh, era la maquilladora. Tenía tanta preocupación para que no se me corriera el maquillaje con la transpiración, que salía todos los días a correr para probar que estaba fijo y no se me saliera.”


    Jorge Suárez, además de un extraordinario actor, uno de los mejores del país, es un caso extraño de permanencia en la actividad teatral. “No sé si tengo un récord, pero nunca dejé de hacer teatro –comenta-. Egresé en diciembre de 1984 del Conservatorio Nacional y en 1985 estrenamos El médico a palos de Moliere, que dirigió Julián Howard, y de ahí no paré más. Francisco Javier, al que quiero y admiro mucho, y con quien también se formó Howard, me dirigió como en siete obras. Por eso digo que fue mi maestro, él que me pulió. Bajo su dirección hice en 2003-2004 Novecento y en 2005 Seda y antes A la diestra de Dios padre, de Enrique Buenaventura, y también Simon, entre otras.” Después la lista de otras obras en las que trabajó a partir de 1995 es copiosa, entre otras: Volpone, el zorro, Platonov, Luces de Bohemia, El inspector,  Mein Kampf, Lo que va dictando el sueño, Rápido nocturno, todas estas en el San Martín, y fuera de allí El método Grönholm, Gorda, El desarrollo de la civilización venidera, Espejos circulares, La última sesión de Freud y Manzi, la vida en orsai.


     En este último título, que se dio en 2013 y parte de 2014 con notable éxito, Suárez encarnó a Homero Manzi, el entrañable poeta e intelectual argentino, autor de la letra de Malena y de otros tangos inolvidables. No solo recibió varios premios junto a otros integrantes del elenco, sino que contó con una adhesión inalterable del público. “Fue un enorme gusto hacer un personaje como Manzi –comenta-. Incluso ponerme a cantar esos tangos maravillosos y sus letras. Le tengo que agradecer toda la vida a Betty Gambartes que haya confiado en mí para hacer ese rol y haber trabajado con personas como Julieta Calvo o el maestro Diego Vila a los que admiro y respeto mucho. Contar la vida de ese hombre, tan intensa y que hizo tanto por el arte argentino y el respeto a sus creadores, es describir parte de nuestra entidad. Manzi murió joven, a los 43 años, pero vivió y dejó una obra como si hubiera vivido mucho más tiempo. Siempre pienso qué no hubiera hecho de llegar a los 96 años. Es curioso, ofrecí el proyecto en todos lados y nadie se entusiasmaba con él. Les parecía muy tanguero, muy argentino. A veces, hay mucho prejuicio con el teatro nacional. Y hasta cierta omnipotencia en no escuchar a quienes, teniendo una trayectoria profesional detrás, te recomiendan algo bueno. Es como si el saber de los demás no tuviera importancia. Me parece que es una etapa en que hay que arriesgar un poquito más por el teatro argentino o, por lo menos, de habla hispana. A esta altura, hay obras extranjeras que ya no funcionan en la cartelera. Me parece que el 2013 fue un año bisagra y que los empresarios están reflexionando sobre lo que sucedió. Hay un público de teatro que no come vidrio y quiere cosas mejores.”


     Nuestro entrevistado ha empezado los ensayos de una nueva obra, El crédito,  comedia de Jordi Galceran, el mismo autor de El método Grönholm, en la que Suárez trabajó bajo la dirección de Daniel Veronese. En esta ocasión también será dirigido por él y tendrá como partener a otro excelente intérprete: Jorge Marrale. Por lo que todo anticipa que habrá una verdadera fiesta actoral sobre el escenario. El estreno será para mediados de junio aproximadamente. El actor repara en esta circunstancia y afirma: “A veces me pregunto por qué me tengo que ir de Manzi, la vida en orsai cuando está yendo mejor que nunca. Bueno, estaba comprometido. Pero cuando termine El crédito, que espero dure mucho, reflotaremos el proyecto. Tal vez hagamos una gira y luego trataremos de instalarlo en otro teatro con acceso más directo al público. Por ejemplo en la calle Corrientes. Creo que nos merecemos una temporadita allí.”


 Respecto a El crédito explica que es una obra con humor pero que no deja de meter el bisturí sobre los escabrosos pliegues del mundo financiero en España. Su creador   maneja con habilidad los límites entre lo cómico y lo trágico. Resulta que un desahuciado se presenta a un banco a pedir un crédito, pero a diferencia de otras épocas donde el dinero se prestaba sin problemas endeudando a gente que luego con la crisis no pudo pagar y se quedó en la calle, ahora se piden toda clase de avales y garantías previas. La obra tiene dos personajes: uno de ellos es el gerente de una entidad bancaria y el otro el solicitante del crédito que, al ver que le niegan toda posibilidad de recibir el préstamo, acudirá a otras estrategia frente a ese ejecutivo para lograr sus fines. La obra se ha dado con muchísima repercusión en Barcelona y Madrid. Galcerán es un hábil autor y ha escrito otros títulos para teatro además de los mencionados: Palabras encadenadas, Carnaval, Burundaga, Cancún y Dakota y otros y disfruta de un prestigio merecido en su país y Europa. 


     Antes que la pieza sobre Manzi, en 2012, Suárez interpretó también con muy buena respuesta de los espectadores La última sesión de Freud. Le preguntamos desde dónde parte para componer a estos personajes, que ya son mitos en el imaginario popular. “Cada personaje es un mundo particular –responde- En el caso de Freud nunca quise ver más que una foto, alguna imagen. Por supuesto que hay videos en Internet en los que se lo puede observar viejito, qué hacia, cómo hablaba o caminaba. Pero preferí no verlos. No me servía hacer una imitación, lo que necesitaba era absorber esa enorme energía de un hombre que se estaba muriendo y que seguía siendo una inteligencia superior, la de un genio que había descubierto el inconsciente en la estructura psíquica de las personas. ¿Cómo caminaba ese hombre? Yo qué sé. Eso no importaba demasiado. Lo único en que se debe pensar es que, aparte de lo que se nota por fuera, ese individuo era también un ser humano, que va al baño como todos nosotros o tiene hijos y se relaciona con ellos como puede. Lo que sí me decoloraba para encanecer: lo hacía todos los miércoles durante dos horas y medio. Eso sí era un sacrificio. Hay que querer mucho al teatro para hacerlo. En Manzi me coloqué nada más que una barba. En los últimos años él estaba muy gordo, excedido de peso. Pero no es esa semejanza física lo que buscaba.”


    Le señalamos que los actores norteamericanos tienen tendencia a imitar físicamente a sus personajes y en ocasiones engordan o enflaquecen para parecerse a ellos. Suárez se detiene y responde rápido y riéndose: “Sí, pero viste lo que les pagan. Uno tiene que encontrarse con esa esencia del personaje a través del texto, de la visión del director. En el caso de Daniel Veronese me dio mucha libertad para que compusiera a ese viejo. Soy un hombre de 51 años, así que tenía que dar otro aspecto. Se había pensado en actores más grandes para hacer el personaje, entre ellos Juan Carlos Gené, pero ya estaba muy enfermo. Así que Daniel me dijo: ‘Hacelo vos’. Y lo hice y estoy muy satisfecho, me gustó mucho.”


     No era de todos modos, el primer viejo que hacía. Le recordamos su papel en la obra de Griselda Gambaro: Lo que va dictando el sueño. “Es verdad –contesta-. Qué obra tan hermosa y compleja y con un tema tan humano. Una autora increíble y amorosa la Gambaro. Y de enorme talento. Cuando estaba ensayando, Laura Yusem me dijo que ella venía a ver el ensayo. ‘¿Cómo va a venir Griselda?’, le dije. ‘No te preocupes. Es una mujer muy amable y encantadora’, me contestó Laura. ‘Sí, pero es la autora. Y nosotros estamos probando. ¿No se llevará una mala impresión?’, le argumenté a mi vez para ver si la convencía. ‘No, para nada’, cerró la conversación. Y efectivamente, vino Griselda y me abrió las puertas de la obra. Me dijo: ‘Hacela tuya’. Y me escribió una dedicatoria en un libro de ella con tres obras en la que me designaba como el “viejito lindo” del texto. Y el marido, Juan Carlos Distefano, es otra persona extraordinaria. Son personas de otro planeta, gente fuera de lo común, excepcionales, como Javier. Cuando los evoco pienso que he tenido la enorme fortuna de conocerlos y trabajar con ellos.”


     Se acuerda enseguida que en esa obra trabajó con Alicia Zanca, una actriz que nos dejó tempranamente hace muy poco. Con ella había hecho también Rápido nocturno, de Mauricio Kartun, otro autor nacional al que admira. En nombre de Zanca precipita el de otros: en diciembre pasado Alejandro Urdapilleta, este año Juan Gelman, Alfredo Alcón, Gabriel García Márquez, Norma Pons y otros. “Ha sido un año duro –define-. Se han muerto muchos grandes artistas. Y a veces uno deposita un poco la idea de inmortalidad en ellos. ¿Quién podía pensar que García Márquez, escribiendo lo que escribió, era un ser humano. Me emociona mucho pensar cómo se las ingenió él para urdir una historia tan hermosa como El amor en los tiempos del cólera, la odisea de ese hombre, Florentino Ariza, que casi sin querer queriendo espera 50 años para tener un vínculo amoroso con la mujer que amó cuando era jovencito, Fermina Daza. Ella se casó con otro hombre y tuvo hijos con él, pero 50 años después lo vuelve a encontrar. Es una historia conmovedora.”


     Le preguntamos por qué habiendo hecho tanto teatro y televisión, hizo, en cambio, poco cine. “Como diría un cura amigo de la familia, consagré mi vida al teatro –afirma-. El teatro no te permite mucho hacer cine. Pude sí hacer televisión y disfrutarla, porque, a veces, suele ser un medio muy atractivo. Si hago cine tengo que estar por lo menos dos meses sin hacer teatro –que es lo que lleva filmar- y un mes más de preparación. Y generalmente estoy haciendo teatro. Además, la filmación es a cualquier hora y en distintos lugares. Me tocó hacer en San Luis con Federico Luppi El buen destino, que dirigió Leonor Benedetto, y me tuve que ir dos meses a vivir a San Luis. Y yo no puedo hacer eso. Necesito mucho estar con mi familia. Con mi mujer, que además de vestuarista es escultora, y con mis dos hijos, Agustín, el mayor de 21 años, y Violeta, de 12. Él es actor y ella canta como los dioses. Y yo soy muy familiero, quiero estar todo lo que pueda con ellos. Se acabaron esos tiempos en que los actores se iban tres o cuatro meses de gira y después volvían. Cuando se daba, claro.  No digo que estoy cerrado al cine. Seguramente, cuando me ponga un poco más grande, podré hacer más cine. Tengo tres o cuatro películas y pude haber tenido más, pero siempre hay algo que resignar. ”


 Y añade: “Tengo la sensación que Buenos Aires, donde la competencia es tan grande, se ha convertido en una ciudad llena de actores muy buenos. Distinguirse en este medio, con tanta gente capaz, es difícil. Por eso me siento muy halagado y dichoso de tener una carrera de tantos años y tanta continuidad.” Consultado sobre cuál es su fórmula para, después de treinta años de trayectoria, seguir tan entusiasmado con su profesión, responde: “He tratado de mantener el mismo espíritu de riesgo que tuve cuando me inicié. Yo elijo los proyectos que me gustan y me entrego a ellos. No creo en la diferencia entre el teatro oficial, comercial o del off. El teatro para mí es bueno o malo. La gente nota cuando se hace algo nada más que para ganar plata y a eso lo llama teatro comercial. No está mal ganar plata con el teatro, lo que está mal es darle al público mal teatro. A mi me gusta tomar riesgos, saltar al abismo y en ese salto sentir que te salen alas y podes volar al encuentro de algo que será más o menos creativo. Es una sensación única.”

                                                                                   Alberto Catena