Recordando con Andrea Bonelli

Entrevistas

Muy conocida por sus actuaciones en televisión, que vienen ya de mitad de la década del ochenta, Andrea Bonelli ha encarado, en simultáneo con su labor en la pantalla chica, una intensa actividad como actriz de teatro, que le ha proporcionado merecidos éxitos en los últimos años. Su consolidada carrera se ha apoyado en dos atributos claros: su indudable belleza y un talento interpretativo que ella ha ido cultivando cada vez más con una preparación seria y concienzuda. En un diálogo con Revista Cabal reflexionó con lucidez sobre la profesión del actor, su afecto por la música y su propia labor en Recordando con ira, el recordado clásico de John Osborne. 

Es porteña de pura cepa. De Palermo Viejo, aquella geografía del suburbio que con tanto detalle y nostalgia describe Jorge Luis Borges, en su libro Evaristo Carriego, diciendo: “el barrio era una esquina final”. En una de esas esquinas, precisamente, se crió, la de Cabrera y Uriarte, donde es presumible se hayan cruzado los cuchillos de algunos de los malevos de la Buenos Aires mitológica de Borges. De lo que el autor no habla en su semblanza es de la belleza de sus mujeres, del refulgente fruto de Afrodita que produjo el cruce de sangres aportado por las distintas corrientes migratorias.
En uno de los camarines del teatro San Martín, donde interpreta a uno de los dos personajes femeninos de Recordando con ira, de John Osborne, la actriz  Andrea Bonelli no necesita ni siquiera referirse a ese olvido para recordar la injusticia cometida contra sus antepasados de género. Su refinada belleza es tan rotunda que habla por sí sola y vuelve difícil no pensar que el atractivo de las parlemitanas de hoy no sea legado de una arraigada hermosura anterior. 
“Mis padres y mis abuelos –uno de ellos trajo el apellido italiano, los demás eran argentinos descendientes de españoles, aclara la actriz- siempre vivieron allí. Es un barrio que quiero muchísimo. Desde antes de que se transformara en el Palermo Sojo o el Palermo Hollywood de estos días. Es un barrio mágico y me resultó fascinante criarme allí. Yo vivía con mis abuelos y he recorrido sus calles palmo a palmo. Por suerte, casi no se construyeron grandes edificios y la actual modificación respetó en gran parte la vieja arquitectura de las casas y sus pisos, que ahora son negocios o restaurantes.”

Antes de dedicarse a la actuación, Andrea Bonelli estudió primero baile en la Escuela de Danza del Teatro Colón. Ingresó a ese lugar a los 11 años, en el límite de la edad, y estuvo hasta los 16, pero luego la lesión de un tendón la obligó a abandonar esa vocación inicial. “Tenía que operarme o dejar de bailar –cuenta- Y me decidí por lo último. A pesar de que me gustaba mucho la danza, no me consideraba una bailarina tan buena ni con una vocación tan fuerte como para operarme y seguir estudiando. La danza requiere dejar todo por ella, entregarle la vida. Y no tenía tanta convicción como para hacerlo. Después, en mi último año de secundaria, empecé a estudiar teatro. Estuve un tiempo en la escuela de Lito Cruz y al año siguiente me pasé al estudio de Carlos Gandolfo, aprovechando que había varios compañeros y amigos que tomaban clases con él. Estuve cinco años formándome a su lado y lo considero mi gran maestro.” Más tarde, se preparó también bajo las órdenes de Cristina Moreira y Augusto Fernandes.

Muy popular por su trabajo en televisión, donde viene actuando desde mediados de los ochenta en programas como María de nadie, La viuda blanca, Gerente de familia, Los herederos del poder, Mi familia es un dibujo, Los Roldán, Mujeres asesinas, Los exitosos Pells, Historias de la primera vez o Graduados, la actriz ha realizado además importantes intervenciones en teatro desde comienzos de 2000. Entre sus labores más elogiadas figuran las que hizo en Geometría, Finlandia, Parece mentira, Historia del soldado, Contrabajo en Las Vegas, Tres versiones de la vida, Esperando a Chopin, El burgués gentilhombre, La mujer justa y Recordando con ira, las tres últimas en los dos recientes años. En Esperando a Chopin hizo de George Sand bajo la dirección del polaco Michal Znaniecki y la interpretó en Buenos Aires y Madrid. En cine hizo también algunos papeles, pero con una frecuencia menor que en teatro y televisión. Su más reciente filme es Reunión de té, de 2012.    

Consultada sobre cuál es el camino ideal, en lo cultural, para que un actor se nutra, contesta: “Creo que el actor debe nutrirse de diferentes cosas, pero en lo fundamental de la vida. Me parece que la experiencia y la curiosidad constituyen como una escuela básica para él. Y después, claro, debe tratar de aprender a dominar los instrumentos con los que trabaja en escena. Una voz educada es, por lo menos para el teatro, un factor muy importante. Un cuerpo que responda, que esté vivo y en buenas condiciones para disponer de él es también algo valioso. Son instrumentos indispensables. Por eso creo que el actor debe gozar de buena salud, porque es muy difícil trabajar cuando uno se siente mal, cuando el cuerpo o la voz no responden. A veces la técnica ayuda a superar situaciones que no son graves y en ese sentido es bueno dominarla. Pero lo principal es la salud. Cuando está ausente los actores sienten mucha impotencia. De ahí que se cuiden mucho y que estén a menudo tan pendientes de ella. Pero, bueno, hay diferentes clases de actores, algunos son más intuitivos, otros más técnicos o estudiosos. Cada uno descubre su camino, el que le sirve mejor a sus fines. Y eso se logra actuando, a través de la experiencia de transitar los escenarios y de atravesar diferentes personajes y géneros. Creo que con el tiempo, el actor debería mejor técnica y actoralmente. Yo por lo menos aspiro a eso y trato de seguir evolucionando, de no quedarme estancada.”

Entre las múltiples fuentes de estímulo que la acercaron al arte, Andrea señala a la música como una de ellas. No sólo porque hizo danza, también porque desde chica su padre, que era muy amante de la ópera, la llevaba a ver distintos espectáculos. “Sobre todo, recuerdo que pasaban un ciclo de ópera por Canal 11, que veíamos en casa. Y era maravilloso. Me introdujo a un mundo donde estaba lo escénico y lo musical todo junto. Para mí fue ingresar a un mundo de fantasía increíble, que tuvo gran influencia en mi persona”, dice.

Como consecuencia de esa inclinación que siente por la música se dedicó a estudiar canto y luego de unos años hizo algunos espectáculos musicales, entre ellos uno de tango junto con Nacho Gadano, que se vio durante tres años en el Centro Culural de la Cooperación y en Clásica y Moderna, en Buenos Aires, y luego en todo el país. “Se llamaba Parece mentira y contábamos una historia de amor a través de lo que cantábamos. Me gusta el tango pero no estoy aferrada a un género musical. Creo que en el próximo espectáculo que haga puedo llegar a cantar otras cosas, será más ecléctico”, comenta.

Su más reciente labor en teatro, muy bien recibida por la crítica, es el papel de Helena en Recordando con ira, un clásico teatral de los años cincuenta del autor inglés John Osborne. Está satisfecha con los resultados de esa experiencia, aunque tuvo que trabajar duro para componer a su personaje, muy complejo. “Se trata de una obra difícil

-afirma-. Es como el sueño de todo actor, porque es una de las piezas con las que más trabajan los estudiantes de teatro en los talleres. Cuando Mónica Viñao me propuso estar en el elenco de esta puesta me pareció, por lo que me acordaba, un proyecto muy movilizante. Además se hacía en la sala Casacuberta del Teatro San Martín, donde yo no había actuado. Sí en la Martín Coronado, en El burgués gentilhombre. Y cuando volví a leer el texto me gustó de nuevo. Pero es un material complicado y a la vez extraordinario, que plantea distintas dificultades. Es lo que pasa con los grandes autores, como Osborne o Sandor Marai, del que hice el año pasado La mujer justa. En cada frase disparan infinitas posibilidades y mundos, que a veces dejan al actor anonado de admiración. El teatro de Osborne se nutre de lo filosófico, lo religioso, lo social y describe una sociedad conflictiva, llena de angustias y frustraciones para sus personajes, que nunca son lineales. Hay como algo de inabarcable en las creaciones de esos autores. Y entonces uno se pregunta: ¿Cómo hago para poner todo este mundo en mi cuerpo? ¿Cómo hago para contar lo inabarcable? Bueno, lograr eso es, en principio, el fruto del trabajo que hacemos en el ensayo. El tiempo luego va perfeccionando esa búsqueda y se llega al estreno, pero el proceso sigue. El actor nunca termina de descubrir todo lo que hay en un gran texto. Por eso me gusta tanto trabajar con estas obras.”
El diálogo con Andrea Bonelli se hace final, como la esquina de Palermo. Tal vez sea cierto que Borges no haya apreciado en aquel barrio la belleza de Afrodita, pero no hay duda que si hoy pudiera ver a la actriz le repetiría feliz uno de sus versos: “De las generaciones de las rosas, que en el fondo del tiempo se han perdido, quiero que una se salve del olvido.”
                                                                                                 A.C.