Chile y los fantasmas del pasado

Actualidad

Todas las evaluaciones coinciden en que las protestas de los últimos meses en Chile son las más importantes desde la restauración de la democracia. ¿Qué hay detrás de ese malestar de los estudiantes y de la sociedad?

 

Tarde o temprano la memoria de la equidad vuelve por sus fueros para recuperar lo que ha perdido o extraviado en el camino. Es lo que pasa hoy en Chile, cuyos estudiantes, acompañados por los trabajadores, han expresado durante tres meses una sólida rebeldía contra el modelo  económico y educativo que transformó a su país en uno de los lugares más injustos del planeta en cuanto a la distribución de la riqueza. Sobre el aire de ese estallido justiciero planea supérstite, y animada por distintas causas, la evocación de quien terminó por ser en el imaginario colectivo de su patria la figura más querida y mejor recordada en términos políticos de la historia de la nación hermana, según lo constató no hace mucho tiempo una encuesta realizada entre la propia  población.

 

Hablamos de Salvador Allende, el presidente socialista y ciudadano ejemplar que prefirió entregar su vida antes que someterse al tirano que sembró de aniquilación, horror y desigualdad  su tierra. De nuevo, la Alameda de Santiago y las calles del país se colmaron -como él lo previó en el discurso que dirigió como legado póstumo a la población minutos antes de ser derrocado- de cantos, gritos y reclamos de justicia, igualdad de oportunidades para todos  y plenitud democrática. De la semilla dejada por aquella voz surgen los aires más puros de esta rebeldía.

 

Una causa que anima ese recuerdo del presidente-mártir procede del reconocimiento que aún millones de sus conciudadanos, cuya mente no ha sido carcomida por la amnesia, le siguen ofrendando a su persona. La otra acaso tenga que ver con un puro azar del calendario (decimos acaso porque algunas personas no creen que haya casualidades en la historia). Pero incluso en esa tesitura de lo fortuito el hecho no puede ocultar su extraordinario valor simbólico: mientras gran parte del país trasandino mantenía en pie sus reclamos -a pesar de haber aceptado el llamado al diálogo del presidente Sebastián Piñera-, el 4 de septiembre próximo se cumplirán cuarenta y un años del triunfo que llevó a Allende a la primera magistratura, esa de la que lo arrancó uno de los golpes de Estado más sangrientos de que tenga registro América Latina.

 

Ese día se le rendiría un nuevo homenaje a su aporte a la historia de un Chile más justo. La memoria ya ha realizado su balance. El nombre de Pinochet es hoy y continuará siendo ad aeternum para el mundo civilizado sinónimo de brutalidad, el fantasma repulsivo de un pasado sin espacio para la dignidad humana. El de Allende simboliza, en cambio, el arquetipo de un hombre cuyo coraje personal, honestidad sin límite y coherencia política le permitieron sobrevivir a la dura prueba de la muerte y el olvido. El fuego –incluido el de las armas- puede terminar con la expresión física de la vida, no con los creaciones del espíritu. Por eso, Allende, como un nuevo Prometeo, y así lo vio el narrador Gabriel García Márquez al escribir sobre su inmolación, sigue presente entre nosotros.

 

Cuando Augusto Pinochet perpetró el golpe de Estado de 1973 en su cabeza, y sobre todo en la de los sectores de la derecha conservadora que apadrinaron intelectualmente su asalto al poder, bullía la idea de conformar un modelo que pudiera erradicar para siempre cualquier intento de crear, como quiso Allende, una sociedad más equitativa, más generosa con los pobres. Eso porque una sociedad con mejor distribución de las riquezas no satisface, ni satisfizo, nunca a las grandes compañías multinacionales que aspiran a que sus niveles de ganancias no tengan límites, no importa cuales sean las consecuencias para el resto de los otros mortales. Pero alcanzar ese objetivo en una sociedad como la chilena, que en aquel entonces tenía una arraigada tradición de lucha por los derechos sociales y económicos de las personas, no era sencillo. Esa meta exigía segar muchas vidas. Y el tenebroso general, con el pleno aval de la mayor potencia del universo y de las multinacionales que soñaban con apropiarse del país, no trepidó en hacerlo.

 

El modelo económico de la dictadura, inspirado en las recetas neoliberales que por entonces estaban en pleno auge tratando de convencer al mundo de las bondades del nuevo paradigma de acumulación capitalista, se impuso así a sangre y fuego. Y ese plan comenzó a lograr que las riquezas crecieran, sobre la base de los recursos que proporcionaron el buen precio del cobre en el mercado internacional, las privatizaciones de franjas importantes de la economía y la especialización en ciertas exportaciones agrícolas. Y que posibitó pudiera aplicarse a las riquezas aquel principio de oro de la máxima rentabilidad, del lucro sin freno: mucho dinero concentrado en un polo pequeño y poca distribución entre las clases más necesitadas, sometidas a todo tipo de restricciones. Esto dicho así es una descripción muy esquemática de lo que ocurrió y en la que, desde luego, habría que incluir, como otra gran fuente de recursos para las grandes corporaciones, la absoluta precarización del trabajo y otros factores que sería imposible enumerar aquí.

 

En ello consistió, en lo esencial, el “milagro económico chileno” con el que durante tantos años se llenaron la boca todas las derechas del globo. O el “globo” con el que las corporaciones mediáticas trataron –seguidos de los eternos repetidores de clisés que no resisten el contraste con la realidad- de engañar a la opinión del planeta. Lo cierto es que, con pequeñas variantes, y más allá de que ese crecimiento haya podido en algún período rociar o beneficiar a ciertos sectores de las clases medias, esa concepción macroeconómica es la que imperó durante toda la dictadura y luego en los veinte años de Concertación Democrática. El “consenso” entre los militares y los partidos para iniciar la transición a la democracia tuvo esa condición clave: que el modelo económico no se tocaría. Y nadie lo tocó, porque ¿quién se iba a atrever a negar un milagro que había forrado los bolsillos a tantos empresarios prósperos, entre los cuales aparecían también reciclados o travestidos no pocos personajes con pasado de izquierda un tanto cansados de fatigar las calles de la pobreza y la falta de éxito? La vida es corta, habrán pensado. Y, por otro lado, como suelen decir algunos individuos atacados por un súbito ataque de realismo que no incluye la conciencia sobre el estado de necesidad: pobres ha habido siempre, ¿no es verdad?

 

¿Cuáles fueron los resultados de ese “extraordinario” modelo? Vamos a decirlo con cifras difundidas últimamente por los propios chilenos. El investigador y profesor Andrés Zahler Torres, del Instituto de Políticas Públicas de la Universidad Diego Portales, elaboró hace pocas semanas un informe donde se comparan los ingresos de la población chilena con los de otros países del mundo. ¿De qué modo realizó este estudioso la comparación? Como él mismo lo explicó: contrastando datos de ingresos de la encuesta de hogares chilenos con cifras similares de otros países proporcionadas por el Banco Mundial. El resultado es sorprendente, sobre todo para aquellos que han sostenido durante mucho tiempo que Chile era un ejemplo de bienestar económico y social. “El 60 por ciento de los chilenos vive con ingresos promedio peores que en Angola”, un país que de acuerdo con el Índice de Desarrollo Humano (IDH) de las Naciones Unidas está en el puesto 146.

 

Y luego: mientras un 20 por ciento de los chilenos gana lo mismo o más que los sectores desahogados en los países considerados “ricos” como Estados Unidos, Singapur o Noruega, dos tercios de la población compara su ingreso per cápita con el de las naciones africanas o consideradas muy pobres en los indicadores de la ONU. Y, como agrega Zahler Torres: “Esto no es algo nuevo, es algo que saben todos los chilenos hace rato.” Datos recientes arrojados por la encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (Casen) arrojaron semanas atrás la información de que de 2006 al 2009 –situación que con seguridad se agravó en los dos años siguientes- el porcentaje de población que vive bajo la línea de pobreza en Chile asciende a un 15,1 por ciento. Pero aun estando por encima de esa línea, la situación puede llega a ser igualmente difícil. Y esto por hablar solo de un aspecto del problema, que es el que se mide por el volumen de los ingresos. Porque, por ejemplo, en pleno 2011, existen en Chile menos trabajadores sindicalizados y menos trabajadores cubiertos por contratos colectivos que en el año 1989, en plena dictadura.

 

La irrupción estudiantil

 

Es en el marco de esta situación social que aparece esta rebelión estudiantil de este año que, sin embargo, ya tiene un antecedente fuerte en la revolución pingüina –en referencia al uniforme con colores blanco y negro de los alumnos del nivel medio- que tuvo lugar en 2005, durante la gestión de Michelle Bachelet. En aquel momento los estudiantes pedían cambios en la política educativa del Estado, que financiaba sólo un pequeño porcentaje de los estudios de los matriculados y dependiendo de su número. Después de cinco años, e incluso haciendo responsable del hecho a la Concertación, los expertos coinciden en que desde entonces no hubo ningún cambio. Las propuestas ahora se han radicalizado y el movimiento estudiantil aspira a cambiar sustancialmente el sistema educativo, priorizando la enseñanza gratuita, la calidad del estudio y el aporte fundamental del Estado, llegando para eso, si es necesario, a una modificación de la Constitución.

 

No son pocos los analistas que han calificado a las movilizaciones estudiantiles y de la población como las más importantes desde el regreso de la democracia. Es que la educación en Chile se deterioró enormemente. Durante la dictadura, la educación pública perdió poco a poco terreno frente al avance privado y el sistema educacional acentuó su rol de reproductor de desigualdades sociales, hasta el punto que segmentos no desdeñables de la propia derecha consideran inadmisibles. El sistema escolar chileno fue definido por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE) como uno de los más discriminadores y segregacionistas del mundo. Para cualquier familia pobre o de clase media ha sido un verdadero suplicio económico tener que mantener un hijo en la Universidad, al extremo de que con frecuencia las ha obligado a hipotecar sus bienes y su futuro para solventar los costos de ese estudio. Los claustros se transformaron en verdaderos cotos de caza de mercaderes de toda clase en busca de lucro. “Cinco años estudiando, quince pagando”, decía con elocuencia un cartel mostrado en una de las manifestaciones hechas en Santiago en las últimas semanas y cuya foto publicó el diario Página 12. Lo vergonzoso de esta situación es que en este negocio han estado implicados políticos que integran o han integrado el gabinete del presidente Sebastián Piñera, como por ejemplo el hace poco renunciado ministro de Educación, Joaquín Lavín, o el Secretario de la Presidencia, Cristian Larroulet, fuertes inversionistas de la Universidad del Desarrollo.

 

La pulseada que se ha planteado entre estudiantes y gobierno es pues dura y es difícil predecir que ocurrirá en las próximas semanas. Las organizaciones del alumnado plantean ahora la necesidad de un plebiscito para decidir democráticamente si el futuro de la educación será gratuito o no. El gobierno no acepta las demandas de los jóvenes y contrapropuso a sus pedidos un Gran Acuerdo Nacional por la Educación (GANE). Más allá de la posibilidad que ofrece ese documento de tomar la sigla del acuerdo como un acto fallido de sus elaboradores –ganar es lo que han hecho hasta ahora con el negocio de la educación y lo que quieren seguir haciendo-, su contenido no da respuesta a ninguna de las aspiraciones del estudiantado.

 

Los reclamos de los universitarios siguen firmes y la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECH), nacida en 1906, tiene una formidable tradición de lucha y es una de las más antiguas de América Latina. Esta tradición, que la vincula a los históricos combates de los trabajadores en todo el siglo pasado, parece que hoy reverdece y germina con nuevos vínculos, pues las demandas de los educandos son apoyadas por las entidades de docentes y académicos universitarios y las propias entidades gremiales obreras que los días 24 y 25 de agosto fueron a un paro de 48 horas. Refiriéndose a la relación de los estudiantes con los obreros, la líder de los universitarios Camila Vallejo dijo el 25 de agosto: "Siempre hemos estado juntos. Es un error plantear lo contrario. La gente, el pueblo chileno, se cansó. Creemos que es necesario cambiar el sistema poítico, cambiar el sistema económico para que justamente la redistribución del poder sea más justa, la redistribución de la riqueza sea más justa y que tengamos condiciones dignas para desarrollarnos como seres humanos."

 

El antiguo elogio al modelo chileno tenía en la prédica de sus difusores mediáticos un elemento básico de disuasión: que su eficacia se demostraba no sólo por los supuestos logros económicos, sino por la escasa resistencia en apariencia que generaba entre la gente, hecho que se interpretaba ipso facto como signo de aceptaciónHay que recordar que durante la dictadura se hizo desaparecer a miles de personas, se encarceló, se torturó e incluso se degolló a opositores que levantaban su voz. No es que no hubo resistencia, la hubo e intensa, pero fue reprimida  brutalmente, mientras algunos sectores de la sociedad sí se mantenían en silencio. La derecha creyó que la historia chilena y esos sectores que se mantenían en silencio habían entrado en un ciclo de mansedumbre eterna.

 

Hoy ese espejismo placentero de inmovilidad se disolvió como una burbuja. No obstante, es complicado hacer pronósticos. Hasta los cientistas sociales más reputados suelen fallar al hacer vaticinios. El vigor de la protesta no ha decaido pero, como es lógico, la movilización no puede seguir por tiempo indefinido. Los estudiantes han comprendido eso y fueron al diálogo con Piñera. Pero, para que haya un acuerdo se requiere una negociación inteligente y que contemple las demandas de la sociedad. Por ahora, el gobierno ha mantenido una postura totalmente cerrada, en sintonía con la ilusión que se habían hecho los sectores conservadores, ya deshilachada, de que aquel país amante de la equidad estaba definitivamente muerto. El caso del presidente Piñeira es sintomático. A pesar de haber sufrido una abrupta caída en los índices que marcan el nivel de aceptación de la sociedad –descendió al 26 por ciento-, no creyó necesario cuidarse al aludir a las demandas de reducir o eliminar costos para la educación: “Nada es gratis en la vida”, comentó seguro de que ese brutal concepto de la existencia era una poderosa verdad filosófica. Por otra parte, el alcalde de Santiago, Pablo Zalaquett, propuso sacar a las Fuerzas Armadas a la calle si para el próximo 11 de septiembre, fecha que recuerda el golpe de Estado de Augusto Pinochet, las movilizaciones estudiantiles continuaban. Como dijo irónicamente el senador opositor Jaime Quintana el acuerdo es difícil, porque "los estudiantes hablan un lenguaje nuevo y La Moneda, hasta ahora, habla en lenguas muertas." De todos modos, y sea cuál fuere el pensamiento y la voluntad de la derecha, las cosas han cambiado. Eso lo sabe todo el mundo. Y cualquiera sea el camino que se transite de aquí en adelante, Chile ya no será igual.

 

                                                               Alberto Catena