El movimiento que tomó por sorpresa al sistema.

Actualidad

"Esta es la segunda vez que lucho por mi país. Es la primera vez que conozco a mi enemigo". Toda una definición, escrita sobre una tosca pancarta de cartón. La llevaba un hombre en uniforme de combate de la armada estadounidense y fue en aquella movida mundial del 15 de octubre, el 15-O, que le dio definitivamente estatura mundial al movimiento de los indignados. Un detalle es que el manifestante había sido marine y un fervoroso defensor del modo de vida yanqui. Otro dato a tener en cuenta es que fue en pleno Wall Street, el símbolo más ostentoso del capitalismo financiero global y, a la vez, uno de los rincones donde la crisis económica internacional retumba con mayor énfasis.

Conocidos como Ocuppy Wall Street, (Ocupen Wall Street) son grupos que los medios asociaron de inmediato con los indignados de España, que a mediados de mayo dejaron su impronta indeleble en la Puerta de Hierro de Madrid. El movimiento Ocuppy comenzó con cientos de jóvenes estadounidenses que se afincaron en el Parque Zucotti, una plaza céntrica cercana a la city financiera mundial, para reclamar contra la voracidad de los bancos y en general contra un sistema que se revela como cada vez más injusto, incluso para los que viven en el mundo desarrollado. No pasaron muchos días hasta que fueron mostrando su adhesión los más insólitos personajes, desde políticos en busca de protagonismo hasta aspirantes a famosos que buscaban el brillo de los flashes.
Pero la nota la dieron estos ex soldados que, con vestimenta de combate y, en algún caso, excedidos de peso, dieron su apoyo a un reclamo que sintieron como una forma de recuperar su patriotismo. «Quiero enviar el siguiente mensaje a Wall Steet y al Congreso: yo no luché por Wall Street, luché por los Estados Unidos. Ahora es el turno del Congreso», aseguró el marine Ward Reilly, enfundado en el traje de camuflaje.
Nativo de Chicago, este indignado ciudadano integró la Armada de su país entre 1971 y 1974 y ahora milita en un grupo autodenominado Veteranos por la Paz. Los antiguos soldados venían estudiando la forma de expresar su descontento con una realidad que los acosa al igual que a millones de jóvenes, víctimas de políticas neoliberales que cada día dejan a más gente sin trabajo y sin futuro, no sólo en la principal potencia del planeta sino en el resto de los países desarrollados.
En el caso de Reilly, la idea era dar testimonio de que tras 10 años en Afganistán (el aniversario se cumplió el 7 de octubre) el mundo seguía tan inseguro como antes y más aún, que los provocadores de las mayores desgracias de la humanidad estaban allí mismo, en el corazón financiero. Pero terminaron coincidiendo con los «ocupas» que desde hacía algunos días se habían instalado en la emblemática sede financiera. Los jóvenes ya habían sido víctimas de la represión, que una semana antes había dejado un saldo de 700 detenidos, cuando realizaban una marcha por el puente de Brooklyn.
De allí la advertencia de los ex marines. «Los marines vamos a proteger a los manifestantes», aclaró Reilly al diario español Público. En un país donde tantas veces grupos fanatizados recurren a la violencia para dirimir cuestiones ideológicas, los veteranos también daban la impresión de venir con fines poco amistosos. Nueva York tiene como alcalde a Michael Bloomberg –creador de un canal de noticias financieras que llegó a Lord Mayor de la ciudad–, quien venía insistiendo en que los muchachos rebeldes debían abandonar en forma inmediata los espacios tomados.
Pero por alguna razón que no alcanzan aún a explicarse, las diatribas y la represión generaron aún más apoyo en una población que comienza a interpretar que los indignados estadounidenses pueden llegar a ser una contracara al movimiento Tea Party, del más rancio conservadurismo.


Cuestión religiosa

Del otro lado del océano, al mismo tiempo, se venían macerando protestas del mismo talante. Hacia fines de octubre estalló la crisis en la cúpula de la Iglesia Anglicana, atravesada por las diferencias internas en torno a cómo pararse ante la crisis y, fundamentalmente, ante las protestas.
Esa interna se hizo pública cuando se supo que un grupo de jóvenes manifestantes británicos, del movimiento que allí se llamó Ocuppy London, se habían afincado en la entrada de la Catedral de Saint Paul. Y que, para peor, habían logrado convencer a algunos miembros de la Iglesia de sus objetivos. El canónico Gilan Fraser expresó su solidaridad con la causa de los manifestantes. Pero fue más lejos: llegó a comparar a los ocupas con Jesús y San Pablo, lo que generó un revuelo de tal dimensión que tuvo que renunciar. Días más tarde, el arzobispo Graeme Knowles pretendió desalojar a los manifestantes pero le pasó algo parecido a Bloomberg. La opinión pública estaba del lado de los indignados y también tuvo que presentar la renuncia.
¿Por qué eligieron Saint Paul para protestar? Pues porque la policía les impidió hacerlo en la Bolsa de Londres, argumentando que no podían ocupar una propiedad privada. La catedral es también un símbolo, el de la riqueza que atesora la curia británica, ligada desde Enrique VIII con la corona, y también, simbólicamente, está cruzando la calle. Por mencionar una cifra que circuló por esos días, a raíz de la acampada de los ocupas, la iglesia permaneció una semana cerrada, algo que no ocurría desde la Segunda Guerra mundial. La pérdida en dinero de esos días se calcula en 20.000 libras esterlinas, unos 32.000 dólares.
Cuando las autoridades eclesiásticas consideraron que ya era hora de reabrir la Catedral, Richard Chartres, obispo de Londres, pidió una vez más a los «indignados» que acampabanan en la entrada: «Recojan sus tiendas voluntariamente».
«Nos quedaremos el tiempo que sea necesario. Hasta que cambie este sistema corrupto», afirmó uno de los manifestantes, que responde al pseudónimo de Johnny Love. Linsey Smith, otra joven indignada, agregó a la prensa: «No pensamos irnos. Si la policía intenta echarnos resistiremos pacíficamente, con el sistema que utilizaba Ghandi».


Burbuja inmobiliaria

Precisamente es en esta forma de lucha política signada por la no violencia que se basa quizás el secreto del éxito del movimiento de indignados que comenzó a extenderse desde la Puerta del Sol al resto de los países donde se esparce la crisis económica y social más grave desde la década de 1930.
Los historiadores de este flamante movimiento consideran que si bien el caldo de cultivo se venía cocinando desde hace por lo menos 3 años, hizo eclosión a raíz de la Primavera Árabe, una expresión del rechazo a las dictaduras de Túnez y Egipto, y se extendió al arco de países árabes que circundan el Mediterráneo. La primera gran expresión en tierras europeas fue en España, y no por casualidad. En primer lugar, la cercanía con el mundo árabe la hizo mirar con atención lo que ocurría en el norte de África.
Pero, además, la crisis que nació en Estados Unidos y golpea con todo al continente se ensañó especialmente con la península, que se había habituado a estándares de vida del primer mundo pero no pudo ocultar las deficiencias de una economía basada en la especulación inmobiliaria, y por lo tanto estuvo entre los más afectados cuando la burbuja estalló. Dejando a millones de familias en el desahucio (en la calle por perder la propiedad hipotecada) y a otros tantos millones de jóvenes sin trabajo y sin expectativas de conseguirlo en un lapso razonable. Es decir, sin esperanzas.
Muchos de ellos, influenciados por un raro gurú afincado en Francia, Stéphane Hessel (ver «El padre...»), no dudaron en bautizar a su movimiento como de los Indignados. Y a través de las redes sociales y el boca a boca se autoconvocaron el 15 de mayo para ocupar de manera masiva la Puerta del Sol y las tapas de los diarios de todo el mundo. Comenzaron entonces a denominarse 15-M y en la semana previa a los comicios regionales, fueron desplegando su rosario de reclamos a la dirigencia política, los cuales comenzaron por la alta desocupación, sobre todo en los que buscan su primer trabajo, la precarización laboral y la falta de oportunidades. Siguieron con la necesidad de cambiar una normativa propia de la usura que implica que cuando un propietario no puede pagar su hipoteca, queda atado a la deuda de por vida, por más que entregue la vivienda. Aunque parezca mentira, la «dación en pago» pasó a figurar entre las propuestas del candidato socialista para las generales del 20 de noviembre.
Los indignados hispanos a punto estuvieron de plantear el muy argentino «que se vayan todos» con 10 años de retraso pero con su misma secuela de reclamos a la voracidad del sistema capitalista, basados en la ocupación de los espacios públicos, como hicieran los movimientos piqueteros vernáculos.
La primera consecuencia política del 15-M fue que el 22-M ganó la derecha del PP y quedó malherido el PSOE, el partido socialista en el poder desde 2004. Y que en estos años mantuvo una política económica que puede no haber causado la crisis, pero poco hizo por salirse de ella con medidas acordes a lo que se esperaba de un gobierno progresista.
Como sea, el movimiento de los indignados se propagó rápidamente hacia Italia, Holanda, Austria y cruzó el Atlántico directo a Nueva York. Donde pronto se extendió desde el Zuccoti Park a Chicago, Boston, Phoenix, Los Angeles, Washington, y convocó la adhesión formal de gran parte de la población.
Hasta el presidente Barack Obama y la canciller alemana Angela Merkel tuvieron la gentileza de decir que comprendían la lucha de los indignados por mejorar las cosas. Los acampantes recibieron apoyo desde los sectores más diversos. Desde los intelectuales Noam Chomsky, Toni Negri, Michael Hardt y Naomi Klein, pasando el documentalista Michael Moore, el ex presidente y dirigente gremial polaco Lech Walesa, hasta el más insólito de los multimillonarios Georges Soros y Warren Buffet, que mucho tienen que ver con las causas que originaron las protestas.
Cuando la fuerza del reclamo hizo carne en millones de personas en todo el mundo, también por medio de cadenas cibernéticas y aprovechando los grandes medios de comunicación, que a esta altura no podían evitar la difusión de la noticia, se organizó una gran acampada mundial el 15 de octubre. Hubo algunos incidentes en Italia, donde un pequeño grupo protagonizó actos de vandalismo muy alejado del espíritu del reclamo, y poca repercusión en Latinoamérica, porque la realidad por estas regiones es bien diferente. Pero a nivel global la acción fue todo un éxito que permitió llenar el espacio informativo con miles de mensajes contrahegemónicos, a la manera del Mayo Francés.
En Estados Unidos, particularmente, el movimiento encuentra una creatividad y un impulso que desde los movimientos hippies de los 60 no se veía en las calles. Basta ver las pancartas en las marchas, donde, además del marine indignado, ahora piden que los bancos devuelvan el dinero o señalan su repulsa a ese mínimo porcentaje de la población que ostenta las riquezas del resto de la humanidad. «Somos el 99 % que ya no tolerará la codicia ni la corrupción del 1% restante», repiten.


Movimiento indefinido

Amador Fernández-Savater tiene el raro privilegio de haber sido famoso desde muy chico en el mundillo académico. Todo porque su padre, el filósofo Fernando Savater, lo hizo depositario de sus inquietudes morales en la Ética para Amador, a la usanza de las que Aristóteles desarrolló para Nicómaco. Abanderado de las nuevas tecnologías, Amador tiene una pequeña editorial pero sobre todo mantiene un blog desde el que colabora con los 15-M y, al mismo tiempo, explica su interpretación sobre esta movida un tanto difusa que los españoles consideran propia.
«El 15-M es una fuerza política pero anti-política: plantea preguntas radicales sobre las formas de organizar la vida en común que trastocan el tablero de ajedrez de la política-espectáculo española, la lógica de bandos», dijo hace poco en un reportaje. Según esta explicación, parte de la gracia del movimiento radica en que no se encasillan ni quieren hacerlo. «Por eso los políticos y los medios presionan para que nos convirtamos en un interlocutor válido con sus propuestas, programas y alternativas. Una identidad ya no hace preguntas, sino que ocupa un lugar en el tablero. Se convierte en un factor previsible en los cálculos políticos y las relaciones de fuerzas».
Y aquí viene lo contradictorio de la propuesta, según la explica Savater junior: «Nosotros lo queremos todo. Una reforma de la ley Electoral y bloquear todos los desahucios en marcha. Ocupar los centros emblemáticos de todas las ciudades españolas y dejarlos luego más limpios que una patena. Exigir el cumplimiento efectivo de las reglas de juego democráticas y hacer una revolución. Esa es la fuerza del 15-M: su poder de indefinir. ¿PSOE o PP? ¿Izquierda o derecha? ¿Libertarios o socialdemócratas? ¿Apocalípticos o integrados? ¿Reformistas o revolucionarios? ¿Moderados o antisistema? Ni una cosa ni la otra, sino todo lo contrario». Más claro, ni con agua bendita.
Alberto López Girondo

 

El padre de la protesta

Stéphane Hessel tenía 93 años cuando escribió un pequeño opúsculo que no pasa las 30 páginas y del que ya vendió casi 700.000 ejemplares, traducido muy hispánicamente como ¡Indignaos! El librito comienza justamente informando sobre su edad y lo poco que le queda de una vida que fue a todas luces agitada. Como que es un francés nacido en Berlín, Alemania, de origen judío, miembro de la Resistencia capturado por la Gestapo, que pasó por los campos de exterminio de Buchenwald y Dora- Mittelbau y al término de la Segunda Guerra fue uno de los redactores de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, en 1948.
La introducción al personaje es pertinente porque Hessel cuenta en su ¡Indignaos! que fue partícipe de un momento muy particular de la historia de Europa que dio como resultado una organización de las sociedades que en estos tiempos es lo que está verdaderamente cayéndose a pedazos como resultado de la crisis. Y, sobre todo, de las soluciones neoliberales que las elites políticas impulsan en todos los países de la comunidad y que Hessel pretende revertir sin el recurso de las armas, mediante una lucha pacífica.
Viene a cuento entonces reproducir algunos de los tramos esenciales de ese manual de acción para los tiempos que corren, escrito por un anciano que se sabe «cerca del final» y que conmovió a millones de indignados de todo el mundo que interpelan en busca de respuestas.
El libro comienza recordando «los años de resistencia a la ocupación nazi y el programa de derechos sociales elaborado 66 años atrás por el Consejo Nacional de la Resistencia» como una guía para la vida en comunidad.
Pide luego defender esos principios para que la sociedad actual «se vuelva una de la que estemos orgullosos, no esta sociedad de inmigrantes sin papeles, expulsiones, sospechas respecto de los inmigrantes. No esta sociedad donde se cuestiona la seguridad social y los planes de pensiones y salud nacionales. No esta sociedad donde los medios masivos están en manos de los ricos», porque, agrega, esas son «cosas en las que nos habríamos negado a ceder si fuésemos los herederos verdaderos del Consejo Nacional de la Resistencia».
Hessel no pierde oportunidad de recordar que aquel movimiento luchó por «un plan completo de salud nacional y seguridad social, apuntado a asegurar a todos los ciudadanos y ciudadanas los medios de subsistencia cuando sea que estén incapacitados para encontrar un trabajo; una jubilación que permita a los viejos trabajadores terminar sus días con dignidad». Y que ese plan impulsó la nacionalización de las «fuentes de energía, electricidad, gas, minas, los grandes bancos».
La lucidez del viejo diplomático y militante político se revela en otro tramo de su texto, cuando recuerda que la Resistencia pergeñó una «real posibilidad para que todos los niños y niñas franceses se beneficien de la más avanzada educación sin discriminación». Y que las reformas que desde 2008 promueven las naciones europeas «van contra este plan».
«Todas las fundaciones de la conquista social de la Resistencia están amenazadas hoy», alerta Hessel, para agregar a continuación que «los veteranos de los movimientos de resistencia y de las fuerzas de combate de la Francia Libre llamamos a la generación joven a vivir, transmitir, el legado de la Resistencia y sus ideales. Les decimos: Tomen nuestro lugar, ¡indígnense!»
En su alegato final insiste en proponer «una verdadera insurrección pacífica contra los medios de comunicación de masas que no propongan como horizonte para nuestra juventud otras cosas que no sean el consumo en masa, el desprecio hacia los más débiles y hacia la cultura, la amnesia generalizada y la competición excesiva de todos contra todos».
Su proclama final es CREAR ES RESISTIR; RESISTIR ES CREAR.

 

Nota reproducida de la edición de Acción Digital Nº 1086.
www.acciondigital.com.ar