El sedentarismo en niños y adolescentes

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La epidemia global de obesidad infantil es la consecuencia más evidente de un mal, el sedentarismo, que en realidad afecta a personas de todas las edades y en todo el planeta, especialmente en áreas urbanas y en países de mayor desarrollo. A tal punto que la Organización Mundial de la Salud (OMS), la entidad que monitorea y busca soluciones a los problemas sanitarios de toda la población, incluye a la inactividad física entre los 10 principales factores de riesgo de mortalidad o de padecer enfermedades no transmisibles (ENT), como las cardiovasculares, el cáncer y la diabetes. Las cifras son elocuentes: uno de cada cuatro adultos no tiene un nivel suficiente de actividad física. En los adolescentes ese índice es aún mayor: más del 80% no alcanza un mínimo. La inactividad física es el cuarto factor de riesgo de mortalidad a nivel mundial. Unas 3,2 millones de personas mueren anualmente por el sedentarismo.

¿Qué se entiende por actividad física? Según la OMS, es “cualquier movimiento corporal producido por los músculos esqueléticos, con el consiguiente consumo de energía. Ello incluye las actividades realizadas al trabajar, jugar y viajar, las tareas domésticas y las actividades recreativas”. Y subraya que no debe confundirse con el ejercicio físico, que es “una subcategoría de actividad física que se planea, está estructurada, es repetitiva y tiene como objetivo mejorar o mantener uno o más componentes del estado físico”. También destaca que toda actividad física, sea moderada o intensa, es beneficiosa para la salud y que la intensidad varía según las personas. Pero remarca que para que favorezca la salud cardiorrespiratoria, debe realizarse en períodos no menores a 10 minutos. Respecto de niños y adolescentes, recomienda un mínimo de 60 minutos diarios de actividad moderada, y actividades intensas al menos tres veces a la semana para fortalecer los músculos y los huesos.

En la Argentina, según datos de la Encuesta Mundial de Salud Escolar (EMSE) 2012, menos del 20% de los adolescentes realiza la actividad física sugerida para su edad. Solo el 21,2% de los varones y el 12,4% de las mujeres son físicamente activos y la mitad pasa sentada tres o más horas diarias. Una de las consecuencias se ve en la Encuesta Nacional de Factores de Riesgo 2013 (ENFR) del Ministerio de Salud de la Nación, que concluyó que entre 2005 y 2013 hubo un incremento en los niveles de obesidad en la población (en 2005 era de 14,6% y en 2013, de 20,8%) y en los niveles de sedentarismo (46,2% en 2005 y 55,1% en 2013).

Como reseña el capítulo argentino de la Fundación InterAmericana del Corazón (FIC), en los últimos años varias iniciativas estatales —a través de los ministerios de Salud, Desarrollo Social y Educación, algunas de ellas aún en vigencia— buscaron paliar el problema a nivel local: entre otras, la Ley Nacional de Fomento y Desarrollo del Deporte; el Plan Argentina Saludable; el Plan Nacional de Lucha contra el Sedentarismo; el Manual Directorio de Actividad Física y Salud 2013; el Programa Nacional de Actividad Física para la Salud. Pero el problema continúa.
Jorge Antonio Navarro es docente especialista en medicina del ejercicio y salud, autor de S.O.S. Al rescate de nuestro cuerpo (disponible en forma gratuita en http://www.aacademica.org/jorge.antonio.navarro/3) y presidente de SALCES (Sociedad Argentina de Lucha contra el Sedentarismo), una asociación civil sin fines de lucro fundada en el año 2000 por los docentes y cursantes del Seminario de la UBA Prevención cardiovascular para la comunidad. Dice Navarro: “Como enseñó Jean Piaget, mediante la actividad corporal el niño piensa, aprende, crea y afronta sus problemas. El desarrollo de los distintos sistemas orgánicos, con sus distintas características morfo-funcionales, evolucionan, desde la misma gestación, con cierto asincronismo. Esto hace que, en el aprendizaje de habilidades motrices básicas, con gran implicancia en la personalidad del niño, hay una edad clave entre los 7 y 9 años, porque se adquieren en forma irrepetiblemente rápida. A esas edades, si aprendemos a andar en bicicleta, a rolar, a nadar, a desplazar el cuerpo en el aire, esas habilidades nos acompañarán toda la vida. Si queremos aprenderlos más tarde, ya de grandes, tendremos muchas más dificultades, incluso es probable que el proceso de evolución psicomotriz quede trunco, el niño pierde la oportunidad de ‘gustar’ y encontrar placer con la actividad física”.
Para la OMS, los niveles bajos o decrecientes de actividad física suelen corresponderse con un producto interno bruto alto o en aumento. El descenso de la actividad física se debe parcialmente a la inacción durante el tiempo de ocio y al sedentarismo en el trabajo y en el hogar. Del mismo modo, un aumento del uso de modos “pasivos” de transporte también contribuye a la inactividad física. Y agrega otros factores, tal vez inesperados o sorpresivos, del sedentarismo urbano: el miedo a la violencia y a la delincuencia en los espacios exteriores; el tránsito intenso; la mala calidad del aire y la contaminación; la falta de parques, aceras e instalaciones deportivas y recreativas.

Para contrarrestar la incidencia de estos y otros factores en la inactividad física, promueve que las formas activas de transporte, como caminar y andar en bicicleta, sean accesibles y seguras para todos; que las políticas laborales y las relativas al lugar de trabajo fomenten la actividad física; que las escuelas tengan espacios e instalaciones seguros para que los alumnos pasen allí su tiempo libre de forma activa; que los niños reciban una educación física de calidad que les ayude a desarrollar pautas de comportamiento que los mantenga físicamente activos a lo largo de la vida, y que las instalaciones deportivas y recreativas ofrezcan a todas las personas oportunidades para hacer deporte.

El rol de la familia y del Estado
En línea con estas ideas, Navarro considera que “la salud es un bien que se produce socialmente. El entorno inmediato del niño y adolescente constituyen factores clave en la trayectoria de vida. Los hábitos saludables o insalubres se generan en la interacción social con la familia, con las amistades, en la escuela, en los ámbitos de contención afectiva, emocional y social. El niño nace proyectado para el movimiento, con singularidades humanas innatas que germinarán o se frustrarán. Es cierto que la herencia genética es un condicionante. Nos condicionan pero no nos determinan”.
Lamentablemente, agrega el titular de SALCES, “las buenas elecciones en materia de salud están fuertemente condicionadas por una cultura consumista inducida por intereses, muchas veces ocultos. Por eso, para evitar las derivaciones más negativas de esa cultura, juega un papel clave la presencia de la familia, la escuela y también del Estado, en la regulación de políticas públicas facilitadoras de una vida saludable. En esa misma línea podemos considerar los problemas del ambiente (polución, ruidos, entre otros) y los generados por una deficiente promoción y generación de entornos favorecedores para una movilidad sostenible. Predomina un uso abusivo del automóvil y esto se transmite crecientemente, de una generación a otra”.

¿Hay resultados positivos de la actividad física compartida entre padres e hijos? “En la generación de hábitos —explica Navarro— el entorno inmediato es un punto clave. Lo ideal es que el niño y el joven desarrollen actividad física jugando o practicando deportes en forma regular con niñas y niños y adolescentes de su edad. Los padres pueden jugar un papel fundamental practicando ellos mismos actividad física y naturalizando su práctica como cualquier otro hábito higiénico familiar (lavarse las manos, bañarse, cepillarse los dientes). También posibilitando los medios. En ocasiones pueden regularizarse actividades familiares conjuntas como caminatas, bicicleteadas en parques, plazas y otros ambientes naturales, introduciendo la peatonalidad en los traslados cotidianos, y en los juegos activos. La consecuencia buscada es no dejarse arrastrar por la marea consumista y sedentaria. Enfrentarla conscientemente desde la familia”. Según un estudio de la Universidad de La Rioja, en España, publicados en el Journal of Sports Science and Medicine, los hijos de padres sedentarios tienen cuatro veces más posibilidades de ser también inactivos. En las niñas, la utilización del tiempo de ocio en actividades físico-deportivas es tres veces menor que en sus pares varones.

Respecto de los beneficios de la actividad física grupal, “en las actividades programadas, dirigidas y en los deportes, la participación en colectivos presenta ventajas importantes a la hora de ponderar aspectos relativos a la socialización, a la adherencia a programas y a la sinergia que provoca la pertenencia y afiliación al grupo, al club, etc. No obstante, muchos prefieren la práctica individual por distintos motivos de tiempo o gusto”.
Finalmente, en relación al auge del running, lo resume así: “Los humanos estamos hechos para la movilidad. El sedentarismo nos ‘deshumaniza’. La caminata, trote y carrera responden a esa necesidad vital que la cultura había relegado. Recuperarla, mediante la programación de eventos específicos, va en dirección de una elección consciente por la salud, y es humanizadora”.