Exámenes: llega marzo

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Estrés, ansiedad y esa sensación de “no sé nada” se conjugan al momento de exhibir ante los docentes lo que se aprendió. ¿Qué se juega en el fondo en los períodos de evaluación?

“Es palo, es piedra, es el fin del camino.

Es un resto de tronco, está un poco solo.

Es un paso, un puente,

un sapo, una rana.

Es un bello horizonte, una fiebre terciana.

Son las aguas de marzo cerrando el verano,

promesa de vida en tu corazón”.

Tom Jobim, Aguas de marzo

 

Marzo es el mes del apacible otoño y también un tiempo de exámenes, tanto para los chicos del secundario (que entonces podrían estar jugándose el pase de año) como para todos esos universitarios que, intentando tal vez evitar los cuellos de botella de las correlatividades, se arrojan hacia un enfervorizado tren de estudio a una velocidad inusitada. Y es así como una gran masa de jóvenes de diferentes puntos del país y la más diversa extracción social se recluyen durante algunas semanas, día y noche preparándose para ese momento en el que les toque exhibir sus conocimientos sobre todo tipo de disciplinas, con mate o café como combustible y un motor que es a la vez el norte y el acicate: un hondo y ardiente deseo de aprobar.

Pero estudiar no es tarea sencilla, ni para los adolescentes ni para nadie. Primero porque es fundamental ponerse en un estado psicológico tan difícil de lograr como subvalorado –el de concentración mental-; pero también porque de por sí un examen implica para casi cualquier mortal una situación de sumo estrés, tanto al prepararlo como al rendirlo. No obstante, y como dice la canción de Jobim, con sus exámenes y todo marzo puede marcar un comienzo promisorio, algo así como una invitación al aprendizaje y una llave para la organización.

A contramano de lo que a primera vista podría pensarse, Adriana De Paz –que es profesora de matemática, fue directora de un colegio y hoy da clases particulares- considera que en el caso del secundario la instancia de exámenes de marzo puede resultar positiva e incluso superadora respecto de la de diciembre. “A fin de año los colegios suelen estar un poco revolucionados por las graduaciones, y tanto los chicos como los profesores están muy cansados –dice-. Además los docentes tienden a tener una exigencia que para el estudiante es difícil de satisfacer en ese lapso tan corto después de finalizadas las clases”. Según la profesora, la instancia de febrero permite por lo general conseguir mejores resultados, un poco por el descanso del verano y otro tanto por el tiempo transcurrido, siempre provechoso para tomar distancia y reflexionar acerca de lo que pasó en el año. Y aunque es lógico que los padres no quieran que sus hijos rindan en esas fechas, “a veces es recién ahí cuando aparece el tiempo para aprender un poco más y hasta para arrancar el año mejor preparados”, explica, aunque sin restar importancia a lo que se juega en la fecha: “A muchos chicos la posibilidad de perder a sus compañeros por el hecho repetir el año los angustia terriblemente. Eso es algo que se juega todo el tiempo: la repitencia”.

Exámenes, ¿para qué?

¿Quedaron un poco anacrónicos los exámenes tradicionales? ¿Son realmente efectivos como herramienta de evaluación? ¿Y qué otras formas existen, llegado el caso, para poner a prueba los conocimientos sin tantos nervios y esa sensación de que la trayectoria escolar o académica están jugándose por entero en algo tan veleidoso como una nota?

La mayoría de los expertos enfatiza en la necesidad de entender al examen como una parte más de la cursada, cuyo peso dependerá en todo caso de cómo se inserte esa evaluación en la relación entre los estudiantes con los docentes y entre ambos con la institución educativa. “Al examen hay que entenderlo en primera medida como una forma de acreditación que exigen las instituciones, que solo van a emitir un diploma a quien sea capaz de demostrar que pudo adquirir determinados conocimientos”, advierte Andrés Scharager, profesor de la carrera de Sociología de la Universidad de Buenos Aires. “Pero más allá de eso –prosigue- este tipo de evaluación también puede tener una utilidad, porque son esas las instancias que obligan al estudiante a recapitular en el trabajo intelectual de meses, releer, sistematizar, repensar y ser capaz de volcar todo eso en un papel”.

Claro que hay exámenes y exámenes: los presenciales, por ejemplo, son una cosa y los domiciliarios otra bien distinta. “En la cátedra en la que trabajo intentamos tomar exámenes domiciliaros, que si bien siguen teniendo una pretensión acreditadora permiten a los alumnos estar con los textos, cruzarlos y usarlos para elaborar sus propios análisis. Así logran despegarse un poco más de los autores y alejarse al menos en parte de esa lógica de reproducción que implican los exámenes presenciales, acercándose a algo más productivo”. 

Una responsabilidad compartida

A veces pareciera que en una situación de examen todo recae en el alumno (su habilidad para responder, su suspicacia para acertar, la nota que finalmente obtiene) cuando en realidad tanto los docentes como las instituciones educativas están demostrando en esa instancia aquello que son capaces de dar. Los profesores deberían no solo diseñar un buen examen y corregirlo con justicia, sino que además –y sobre todo- tienen la responsabilidad de formar a un alumnado que idealmente sea capaz de asumir la instancia de evaluación con la naturalidad de quien domina un tema y sin demasiadas ansiedades, ni urgencias, mucho menos pánico. Porque a veces los reprobadores legendarios son por esa misma condición tomados como buenos profesores, pero ¿cuán bueno es un maestro cuyos alumnos no lograron comprender ni siquiera mínimamente los conceptos que él mismo enseñó?

Las instituciones educativas deben, por otra parte, pautar una cantidad de contenidos posible de asimilar en cierto período de tiempo, además de no acumular demasiadas fechas de exámenes y volverse capaces de valorar el aprendizaje en sí incluso por encima de la ansiada nota final.

 

 

exámenes

“Hay profesores que corrigen para ver qué cosas están mal, y están aquellos que lo hacen tratando de hacer hincapié en lo que se puede mejorar. Esos son los que le dan confianza y aquí hablamos de algo fundamental, porque el aprendizaje está basado en la confianza”, marca De Paz. Y agrega: “Existen escuelas que construyen su prestigio sobre la situación de tener un gran número de alumnos reprobados. Yo me pregunto qué prestigio es ese si los chicos terminan aprendiendo con una profesora particular. ¿Qué es lo que les está enseñando la escuela?”.

 

 

 

Diez consejos para el momento de rendir exámenes

La preparación es fundamental. Para eso es importante estar familiarizado con las diferentes técnicas de estudio, practicar en voz alta si el examen fuera oral y ensayar la redacción de algunos de los temas en el caso de los escritos. Hacer resúmenes, cuadros sinópticos y esquemas también suele ser de gran utilidad.

Organizar el tiempo. Programar las fechas de una manera lógica y realista, distribuir los horarios del día y la semana y, en el mejor de los casos, armarse una rutina. En ciertas circunstancias puede ser útil combinar el estudio solitario con instancias grupales.

Valorizar el espacio de cursada e ir al día con las lecturas para cada clase. “Hay que rumiar los textos, e ir procesándolos poco a poco. Cuando uno estudia dos o tres días antes del examen puede tener suerte, pero en ese caso uno solo acredita, no incorpora. Es cierto que el ritmo de la cursada excede a veces las capacidades de los estudiantes, que tienen más responsabilidades que una carrera. Pero al fin y al cabo el tiempo que uno invierte es uno solo: el tema es cómo lo distribuye”, sostiene Scharager.

Tener todo lo que se va a tomar. Los estudiantes deben asegurarse en primera medida contar con todo el material de lo que se hizo en el año (“la carpeta”), además de tener a mano las pruebas que ya tomó ese docente, como para darse una idea de cuál es el contenido que prioriza. Adriana De Paz sugiere además buscar un lugar de estudio tranquilo y apagar el celular por un rato. “De otra forma no hay concentración posible”, asegura.

Llegar al examen en buenas condiciones físicas. Conviene reservar la noche anterior para dormir bien y no presentarse a rendir con el estómago vacío, ya que estar en ayunas puede provocar mareos.

Asegurarse la comprensión de las consignas. Esto es: tomarse el tiempo que haga falta para leer hasta la última pregunta.

Ser prolijos. En los exámenes escritos, escribir con buena letra y ser ordenados al contestar.

Revisar. Nadie puntuará de más por entregar antes: es muy recomendable tomarse unos minutos para leer todo lo escrito, corregir errores y aclarar lo que sea necesario.

Calma. Si durante el examen te sobreviene la sensación de “mente en blanco”, no entrar en pánico. Lo mejor será respirar hondo y pensar en algo agradable. Al tranquilizarse los conocimientos posiblemente vuelvan a presentarse.

Perspectiva. Un estudiante no es lo mismo que una evaluación. Y una nota, claramente, no es una persona, sino apenas la apreciación en forma de número sobre un conjunto de palabras enunciadas en un contexto de particular presión. Por eso lo mejor es intentar aflojarse un poco y dejar de sudar la gota gorda frente al profesor. Después de todo, no es más que un examen. Aprender –dicen los que saben- es otra cosa.

 

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