Hikikomori, aislados del mundo

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El fenómeno empezó y creció en Japón pero se da en buena parte del continente asiático. También hay casos en Occidente. Se trata por lo general de adolescentes y jóvenes varones que voluntariamente se encierran en su habitación y evitan todo contacto con el mundo exterior, incluida su familia. Cómo detectar una conducta de este tipo.

“Hace casi dos años que se convirtió en un punto verde o rojo o anaranjado en mi pantalla. No lo veo, no deja que lo vea, que nadie lo vea. Habla muy de vez en cuando, al menos conmigo, pero nunca enciende su cámara, así que no sé si sigue teniendo el pelo largo y la flacura de pájaro; parecía un pájaro la última vez que lo vi, en cuclillas sobre la cama, con las manos demasiado grandes y las uñas largas.
Antes de cerrar la puerta de su habitación con llave, desde adentro, había pasado dos semanas de, según decía, escalofríos cerebrales. Suelen ser un efecto secundario de la discontinuación de antidepresivos y se sienten como gentiles descargas eléctricas dentro de la cabeza; él los describía como el calambre doloroso del golpe en el codo. Yo no creí nunca que sintiera eso. Lo visitaba en su habitación oscura y lo escuchaba hablar de ese y otros veinte efectos secundarios y era como si recitara el Vademécum. Yo conocía a muchos que habían tomado antidepresivos y a ninguno le daban cortocircuitos en la cabeza, nada más engordaban o tenían sueños extraños o dormían demasiado.

(…) Cuando se encerró definitivamente –la habitación tenía su propio baño, con ducha–, su madre pensó que iba a matarse y me llamó llorando para que tratase de evitarlo. Por supuesto, entonces ni ella ni yo sabíamos que el encierro sería permanente. Yo le hablé por la rendija, golpeé, lo llamé por teléfono. Lo mismo hizo su psiquiatra. Pensé que en unos días abriría la puerta y andaría arrastrándose por la casa como de costumbre. Me equivoqué y dos años después lo espero todas las noches verde rojo anaranjado y me asusto cuando pasa muchos días gris. No usa su nombre, Marco. Solo usa la M (…)”.

El cuento Verde rojo anaranjado, de la escritora y periodista Mariana Enríquez, que forma parte de Las cosas que perdimos en el fuego (Anagrama, 2016), es un relato ficcional que bien podría responder al subgénero “basado en hechos reales”, aunque no necesariamente lo sea. Lo que se cuenta allí es la historia de un hikikomori (se traduce como “estar aislado”), una persona, por lo general joven y varón, que se recluye voluntariamente en su habitación y evita prácticamente todo contacto con el mundo exterior. El término, que hoy define una conducta que se extiende, especialmente en países asiáticos, fue utilizado por primera vez en 1998 por el psicólogo japonés Saito Tamaki, que ya habla de ellos como “una generación perdida”. Los jóvenes en cuestión pueden pasar años sin ningún tipo de contacto familiar o social y, en casos extremos, mueren por inanición en sus propias habitaciones.

En Japón, donde el trastorno ya es una epidemia y donde funcionan centros de salud especializados en tratar este síndrome, se estima a nivel oficial que son alrededor de 700.000 los hikikomori, más 1.500.000 jóvenes que se encuentran en riesgo potencial. Aunque no hay unanimidad a la hora de establecer las causas que lo provoca, hay cierto consenso en que la exigencia desmedida y el bullying escolar son dos agentes de peso. También se considera que el mundo virtual en el que la tecnología les permite vivir influye en quienes buscan o tienden a perder contacto con la realidad. Además de factores sociales (presión para lograr el éxito profesional, rechazo a quienes se salen del molde) y familiares (poca comunicación con los padres, entre otros motivos por los horarios extendidos de trabajo y, también para ellos, la presión del éxito profesional o laboral).

Hay distintos grados de aislamiento. Está el junhikikomori, que sale del encierro cuando es necesario, aunque evita todo tipo de contacto con otras personas. El hikikomori social, que no estudia ni trabaja, y solo mantiene unas pocas algunas relaciones sociales, por lo general a nivel virtual. En cambio, el tachisukumi-gata es alguien que tiene una fuerte fobia social, vive con temor y evita el contacto con otros, pero no se aísla del mismo modo en que lo hacen los otros. Y está el netogehaijin, algo así como “zombi de la computadora’’, que pasa sus horas de vigilia conectado con el mundo exterior a través de Internet.

Síntomas y consecuencias

Además de la tendencia a aislarse o pasar prácticamente todo el tiempo en su habitación sin contacto con otras personas de la casa o del exterior, el hikikomori puede presentar alguno, varios o todos los siguientes síntomas:
• Rechazo a cumplir con sus obligaciones de estudio y/o trabajo
• Pérdida de amigos 
• Desengaño amoroso
• Baja autoestima
• Estados depresivos o de profunda tristeza
• Insomnio o alteración del ritmo circadiano (duerme de día y se activa de noche)
• Escasa o nula tolerancia a la frustración
• Excesiva dependencia de dispositivos electrónicos (televisión, computadora, smartphone, consolas de videojuegos, etc.)
• Consumo casi exclusivo de comida y bebida chatarra
• Rasgos de personalidad exacerbados: inseguridad, timidez, introversión
• Sentimientos de presión o agresión por parte de la familia o la sociedad.

Los mayores riesgos a los que se enfrentan, además de los psicológicos, son los de tener conductas violentas (aun en su propio hogar) o delictivas; desarrollar enfermedades psiquiátricas que hasta pueden conducir al suicidio; ver afectada su salud, incluso de manera grave, por efectos de una dieta con abundancia de grasas y azúcares, sedentarismo extremo, falta de exposición a la luz solar o falta de higiene. Algunas de las consecuencias más frecuentes, además de la pérdida de las habilidades sociales, son las anemias, la fragilidad en las articulaciones, la aparición de llagas o escaras, etc.
  
Como explican Enzo Cascardo y María Cecilia Veiga en Tecnoadictos. Los peligros de la vida online (Ediciones B, 2017), el uso desmedido de dispositivos electrónicos “muchas veces, el adoptar posturas corporales forzadas y durante largos períodos puede generar síntomas físicos inespecíficos, como dolores de espalda y de cuello, dolores de cabeza severos o, en casos extremos, el denominado síndrome del túnel carpiano, que cursa con dolor y entumecimiento en las manos y las muñecas, pudiendo llegarse a una cirugía para tratarlo”. Otras veces, “la vista fija en la pantalla puede provocar irritación ocular intensa o sequedad de ojos, siendo indispensable la utilización de colirios descongestivos. Además, debido al sedentarismo relacionado con las largas horas que se pasan frente a la computadora o la consola de videojuegos, se pueden producir alteraciones en el peso corporal, con tendencia a la obesidad”.

También refieren que “otra consecuencia en la salud es la aparición de trastornos en el sueño. A algunas personas, muy comprometidas con Internet, les resulta difícil conciliar el sueño o mantener el ritmo nocturno. No olvidemos, por ejemplo, que los adolescentes que pasan horas y horas jugando juegos de rol, lo hacen con otras personas que están localizadas a lo largo del mundo, con otros husos horarios, no hay día o noche, todo se torna bastante anárquico y el circuito sueño-vigilia se pierde”. Por otra parte, “otros autores señalan la posibilidad de que pueda desencadenarse un trastorno de tipo epiléptico en individuos vulnerables que pasan muchas horas frente a la consola, debido a los estímulos luminosos que reciben”. 

Sobre los hikikomori en particular, explican que “no presentan síntomas de ningún trastorno psiquiátrico, ni siquiera muestran indicios de tener un trastorno de personalidad. Tampoco se dan rasgos de agorafobia, puesto que el hikikomori es capaz de salir esporádicamente a la calle sin problemas para comprar los productos que necesite, utilizando usualmente las primeras horas de la mañana o la noche para estas escapadas ocasionales, y siempre evitando el contacto social”. Y agregan: “Estudios recientes muestran que aproximadamente un 0,5 por ciento de la población japonesa actual lo padece, aunque en los países occidentales es bastante menos frecuente. En Japón, la actitud frente a este trastorno psicológico varía según los casos y va desde la paciente espera de los padres a que el confinamiento de su hijo finalice igual que como comenzó (lo que puede durar varios años), hasta la reacción más expeditiva de otros familiares que optan por sacar a la fuerza al joven de su habitación. En cualquier caso, es necesaria la ayuda psicológica, ya que muchos padres se ven abrumados por esta problemática”.