Jardines rodantes: la salita en casa

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Como una alternativa al tradicional jardín maternal, estas propuestas ofrecen un espacio de juego y aprendizaje previo a la educación formal en un ambiente familiar y con grupos reducidos. 

Sería realmente extraño que durante una entrevista laboral a alguien le preguntasen por la institución, la currícula y el plantel docente de la que fue su salita de dos, y sin embargo para los padres la elección del primer jardín de sus hijos aparece como una cuestión de lo más delicada, una decisión en la que se juegan planes, deseos, temores y en definitiva el arranque de un proyecto educativo. No es para menos tampoco: el jardín de infantes es para los chicos la puerta de entrada a un nuevo ambiente y al contacto con sus pares, así como también la oportunidad de tomar a otros adultos como referentes y empezar, siempre de a poco, a introducirse en un conjunto de reglas de convivencia grupales.

Como una alternativa a las muchas opciones de jardines que hoy proliferan se ha puesto en boga últimamente la modalidad de los llamados “jardines rodantes”, que si bien no son nuevos han tomado un renovado impulso de la mano de propuestas interesantes y la tendencia –a todas luces saludable- de una crianza cada vez más atenta a las necesidades de los pequeños. ¿Qué es un jardín rodante? Un espacio de primera infancia que funciona en las mismas casas de los chicos, es decir: son las maestras que van a los distintos hogares por los que el grupo va rotando. Por lo demás, estos grupos pueden armarse por diferentes vías: hay jardines que reciben las solicitudes y van así organizándolos, mientras que a veces son cuatro o cinco padres y madres los que se juntan y buscan una institución o maestra jardinera que trabaje bajo esta modalidad. Luego habrá que ponerse de acuerdo en el orden de las casas por las que el jardín irá circulando, además de elegir unos días y horarios que a todos les convengan.

Estefanía Chico y Mariel Cabelli crearon en 2013 Las Mandarinas (https://m.facebook.com/lasmandarinasjardin), un jardín rodante cuya propuesta se destaca por su perfil artístico. Dependiendo de cada grupo el espacio puede funcionar de lunes a viernes o tres veces por semana, siempre en un radio de no más de diez cuadras –como para que todos puedan ir caminando- y con un mínimo de tres y un máximo de ocho chicos. “Antes de empezar cada ciclo hacemos reuniones en las casas con los papás y los mismos chicos. Es fundamental conocer los espacios, y de hecho algunos se filtran por cuestiones de seguridad, ya que puede haber desde balcones sin protección hasta mesas de vidrio o mascotas peligrosas”, cuenta Estefanía. La coordinadora de Las Mandarinas  –que además es profesora de artes plásticas y arteterapeuta- explica que, como en cualquier jardín, hay una adaptación –aunque muy respetada y flexible-, pero durante el curso del año los padres no se quedan, “porque si no sería un taller de jugando con mamás y papás”. “El jardín rodante es una propuesta de educación no formal antes de la institución –aclara-, pero la idea es que los chicos puedan apropiarse del espacio y quedarse con sus compañeros y maestros. Tampoco es necesario que el dueño de casa se quede”. 

La preferencia que muchos padres demuestran por este tipo de propuestas descansa en varias razones: muchos no quieren escolarizar a sus hijos demasiado temprano (“después de todo –argumentan- estarán acudiendo a instituciones educativas por muchos años”), a lo que se suma el temor a que se enfermen demasiado. El ámbito del jardín rodante –aseguran sus defensores- es mucho más familiar y cuidado, en tanto los grupos reducidos contribuyen también a minimizar la circulación de gérmenes.

“La rotación suele ser mes a mes, nosotras llevamos los materiales y  trabajamos mucho con el juego libre y el enchastre”, describe Estefanía, que destaca entre las ventajas de la propuesta la flexibilidad. “No hay un parámetro rígido de que los chicos se tienen que ‘quedar o quedar’. Nadie se queda llorando y pasándola mal”, sostiene. 

Cuando su hija cumplió apenas ocho meses Victoria Erize se juntó con otras mamás de su barrio que tenían hijos en edades similares y contactaron a una maestra jardinera, quien a su vez se buscó una ayudante para empezar así a organizar este jardín rodante. “Fue todo bastante autogestionado –define-, primero eran dos semanas en cada casa, luego fue un mes, al principio nos quedábamos las madres tomando mate y acompañando a nuestros hijos, después ellos empezaron a conocer mejor a las maestras y las casas y entonces nosotras nos íbamos y aprovechábamos para trabajar y hacer nuestras cosas, aunque sabiendo que ellos estaban como en casa”. Según Victoria esta socialización previa al jardín tradicional fue clave, ya que si bien es cierto que al ser tan pequeños los chicos todavía no juegan entre ellos, sí se genera una suerte de imitación, hay momentos en los que comparten los mismos focos de interés y se van retroalimentando en su desarrollo. “Después, cuando vas a lugares donde hay otros chicos, eso se nota un montón. Y para los padres funciona como una especie de tribu, porque la crianza acompañada también es algo fundamental”, agrega y relata que los días que el jardín tocaba en su casa se levantaba temprano, corría muebles y cubría el piso con goma eva. “La verdad que vivía esta preparación con mucha alegría”, confiesa.

Para María Ibarra esta modalidad fue la salvación del verano, en este caso una colonia rodante. Había tenido un bebé y para su otro hijo de tres años los días se hacían eternos, así que se juntaron con otras madres y buscaron una institución que se manejara con esta dinámica. “Decidimos hacerlo solo durante enero y tres días a la semana, tres horas cada vez, cada semana en una casa distinta. Tanto los días como los horarios los pusimos nosotras”, dice. Y remata: “La experiencia resultó súper positiva y la habilidad y disposición de las maestras fue esencial para eso. Ellas te traen dos o tres bolsones grandes con todos los materiales que necesitan, y además limpian todo antes de irse. O sea que la familia anfitriona casi no se entera de nada: solamente pone la merienda”.

Se trata, en suma, de una opción más: flexible, cercana, adaptable y no necesariamente más cara que los jardines tradicionales; una alternativa más entre tantas otras posibilidades de encontrar un espacio que a la familia le cierre y permita, al mismo tiempo, que el niño crezca feliz.