Jujuy: camino de los Vallistos

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Para llegar a su territorio hay que cabalgar por unos senderos abiertos por los omaguacas hace ocho siglos.

Son, quizás, los pobladores más aislados de la Argentina. Viven desperdigados en lo alto de las montañas que separan la Quebrada de Humahuaca de la selva de La Yunga, a un mínimo de un día de travesía a pie, en burro o a caballo hasta el pueblo más cercano, que es Tilcara. Para llegar hasta el territorio de los vallistos jujeños hay que cabalgar por unos senderos abiertos por los omaguacas hace ocho siglos, que los atravesaban con caravanas de llamas para comerciar sal con la cultura San Francisco, quienes les ofrecían a cambio fibras textiles llamadas chaguar y semillas de sebil, alucinógenas. Los vallistos –en la provincia también están los puneños y los quebradeños– son de origen kolla. Y es tal su aislamiento que para comprar un paquete de azúcar tienen que subirse a un burro y andar 15 horas o más atravesando las nubes hasta Tilcara. El tiempo empleado es como el de un porteño que tuviera que ir a comprar el azúcar a La Rioja.


Los vallistos viven en caseríos perdidos en la montaña como el llamado Molulo, hogar de nuestra anfitriona Doña Carmen Poclavas. En caserío tiene unas 10 casas desperdigadas alrededor de una escuelita a donde los alumnos llegan de lejos caminando por las laderas. Allí se quedan 20 días y vuelven otros 10 a su casa. Unos metros más arriba está el cementerio, donde descansan los padres del marido de Doña Carmen, y también los abuelos y los bisabuelos de Don Martínez, a metros de la casa en la que nacieron su mujer y sus hijos. La mayoría de los habitantes de Molulo nacen y mueren entre las mismas cuatro paredes de adobe, y su única conexión con el mundo exterior es una radio a pilas. Muy rara vez bajan a la ciudad.
En Molulo hay luz eléctrica por paneles solares pero todos se levantan y se acuestan con el sol, como hace milenios. Se trabaja en familia, de lunes a lunes, sembrando papas verdes, blancas, rojas, rosadas y azules. Además tienen vacas, burros, caballos, mulas, chivos, ovejas y un chancho que compran en octubre y lo comen hacia fin de año.

 

A dos días de cabalgata desde Molulo está San Lucas, en plena nuboselva. Es el caserío más grande de la zona, con una veintena de casas muy distanciadas una de la otra.
El pueblo parece casi siempre desierto, porque sus habitantes suelen cultivar en las laderas. Y llama la atención lo que sería el centro del pueblo, que es su cancha de fútbol. La pequeña meseta, con la iglesia, el cementerio y la cancha está inclinada, así que el equipo que en el primer tiempo tenga la pendiente a favor tendrá que hacer todos los goles posibles y dedicarse la segunda mitad a sostener el marcador. Lo curioso de esta cancha es que para patear un corner desde el lado derecho hay que correr la línea lateral imaginaria hacia adentro porque si no el jugador se chocaría con la pirca del cementerio, mientras que un tiro errado por encima del travesaño manda la pelota a las puertas de la iglesia. Pero un pelotazo muy desacertado la arrojará irremediablemente al precipicio.

 

Texto y fotos: Julián Varsavsky

Nota reproducción de Acción Digital Nº 1086