La increíble historia del Hombre Bosque

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Para combatir la erosión que el río produce en la isla Mujali, en el noreste de la India, Jadav Payeng planta árboles desde hace 38 años, cuando solo tenía 17. Hoy, aquel arenal semidesértico es un vergel de 550 hectáreas, habitado por una gran variedad de animales. Y él, fuente de inspiración ecologista en todo el mundo.

En 1979, Cuando Padma Shri Jadav Molai Payeng tenía solo 17 años, la imagen de unas serpientes literalmente disecadas por el sol en un pequeño banco de arena en medio del río lo conmovió de tal modo que decidió investigar cuál era la causa. La respuesta resultó sencilla: el río Brahmaputra estaba erosionando las costas de arena de la isla Majuli, y así la escasísima vegetación natural y las altas temperaturas atentaban contra el terreno semidesértico, contra la vida de los animales y, potencialmente, contra la del puñado de habitantes de la zona, cerca del pueblo de Jorhat, en la provincia india de Assam. También conoció cuál podría ser la solución, o al menos un paliativo: plantar árboles de bambú.

“Las serpientes murieron por el calor —contó—, sin ninguna sombra. Me senté y lloré sobre sus cadáveres. Fue una carnicería. Alerté al Departamento Forestal y les pregunté si podían plantar unos árboles. Ellos dijeron que no crecería nada allí. Pero me pidieron que intentara cultivar bambú. Fue doloroso, pero lo hice. No había nadie que me ayudara. Nadie estaba interesado”.

Majuli es la isla fluvial más grande del mundo, pero el poderoso Brahmaputra genera una erosión de entre 3 y 5 kilómetros cuadrados por año por las inundaciones que provoca, con lo que el futuro de la isla, a pesar de su extensión, es una incógnita, que el trabajo vocacional de Payeng ha conseguido paliar. Pero estudios recientes indican que a este ritmo, la erosión terminará con la isla en un período de entre 15 y 20 años.

El joven Payeng consiguió que el Estado le proporcionara plantines de bambú, y él mismo, solo, empezó la tarea. Se propuso entonces plantar en promedio al menos un árbol por día, con el objetivo de salvar la isla y a sus habitantes de todo tipo. No sabía en ese momento que la empresa que estaba encarando haría modificaciones sustanciales y de signo positivo en el ecosistema de la región. Al año siguiente, cerca de allí, Payeng trabajó en una plantación masiva de árboles que formaba parte de un proyecto gubernamental. Fue lo que terminó de convencer al joven de que esa era su misión en la vida. 

The Forest Man

Payeng abandonó su hogar y sus estudios y se mudó a la isla. Dos veces por día regaba la pequeña plantación y podaba los ejemplares para que crecieran con mayor fuerza. Algunos años después, el lugar había cambiado, pero no sustancialmente. Los árboles de bambú todavía eran arbustos. Había que dar el siguiente, importante paso: “Entonces decidí cultivar árboles apropiados, los recogí y los planté; también transportaba hormigas rojas de mi aldea y fui picado muchas veces, pero las hormigas rojas cambiaron las propiedades del suelo. Esa fue una gran experiencia”.

 

Hoy, aquel predio desolado y en apariencia estéril es una reserva forestal de 550 hectáreas, bautizada con toda justicia Molai, que es su apodo. Pero no solo hay árboles. La frondosa vegetación, que generó una especie de microclima, ahora cobija bajo su sombra a una variedad de mamíferos (tigres, rinocerontes y elefantes, entre otros de diversas especies y tamaños), reptiles y aves. La plantación también impidió el avance del río y su acción de erosión sobre las costas. “Después de 12 años hemos visto buitres, aves migratorias también han comenzado a acudir aquí, y los ciervos y el ganado han atraído a los depredadores”, recordó el Hombre Bosque, de algún modo responsable de este regreso al que los humanos vemos como un a veces cruel equilibrio ecológico. En sus palabras de ya versado ecologista autodidacta, “la naturaleza ha hecho una cadena alimentaria; ¿por qué echarle la culpa? ¿Quién protegería a estos animales si nosotros, como seres superiores, comenzáramos a cazarlos?”.

La historia continúa

Aunque de alguna manera Payeng ya era una persona célebre por la obra que inició y continuó, la categoría de austera celebridad le llegó con una serie de documentales que cuentan su historia, y en los que el Hombre Bosque repite una y otra vez el origen y desarrollo de su emprendimiento unipersonal, a la vez que muestra sus logros y la intimidad de su vida cotidiana. Una vida rural junto a su mujer y sus tres hijos y el trabajo de criar vacas, ordeñarlas y vender la leche. Y que a veces es interrumpido para recibir algún tributo, como la entrega del premio Padma Shri, uno de los más importantes de la India.

Estos videos (de diversa duración y varios de ellos disponibles en Internet, algunos incluso con subtítulos en castellano, y entre los que destaca Forest Man, de Jitu Kalita) no solo revelaron esta historia maravillosa, sino que también alertaron a las autoridades, que recién en 2008, casi treinta años después de iniciada la cruzada forestal de Payeng, se enteraron de su existencia: la del Hombre Bosque y la de la reserva natural que él creó, en parte con la ayuda de la naturaleza, que una vez crecidos los árboles comenzó a esparcir sus semillas y así multiplicó el número de ejemplares.

Pero aquel joven, hoy convertido en un hombre de 55 años, plantó más que los árboles que hoy dan vida a la parte más afectada de la isla: con la reserva natural ya consolidada, Payeng planea repetir la experiencia en otro arenal de superficie similar. “Me llevará otros treinta años —dijo en una entrevista en su país—, pero soy bastante optimista. Me entristece mucho ver cómo la gente tala tantos árboles. Tenemos que proteger la naturaleza o todos moriremos”.

Para conseguirlo, y con toda la experiencia adquirida en estas casi cuatro décadas, Payeng tiene algunos conocimientos que piensa convertir en ideas primero y en acción después, que contó en el documental. Por ejemplo, que “las termitas y las hormigas son muy buenas para mejorar la fertilidad de la tierra. Se hacen paso a través de la dura superficie rocosa, haciendo la tierra porosa y fácil de arar”. O que “desarrollar la industria del coco será muy beneficioso. Los cocoteros se mantienen siempre rectos y ayudan a prevenir la erosión si son plantados con suficiente densidad. Así que son buenos para proteger el suelo, para impulsar la economía y para luchar contra el cambio climático”. También dejó una sentencia: “Seguiré plantando hasta mi último aliento”.