La neurodiversidad, una herramienta de inclusión

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El concepto, que busca diferenciarse del de discapacidad, abarca a personas con trastornos del espectro autista, déficit de atención e hiperactividad, dislexia, etc. No obstante, algunos de sus postulados generan debate entre especialistas.

Una suma de precisión científica, corrección política y empatía busca referirse a una serie de trastornos de modo certero, evitando la discriminación y, muy especialmente, la estigmatización. Es el caso del autismo, así, a secas, que en los últimos tiempos –y a pesar de que, lamentablemente, aún se lo utiliza como sinónimo de encierro o ensimismamiento, en forma literal o metafórica– empezó a ser nombrado de un modo más preciso, aunque amplio, como uno de los trastornos del espectro autista (TEA): el trastorno autista propiamente dicho, el síndrome de Asperger y el trastorno generalizado del desarrollo no especificado. Más recientemente, la expresión neurodiversidad buscó, desde un sustento teórico diferente, generar una herramienta de inclusión, no solo en el vocabulario específico.

Psicólogo y educador, el estadounidense Thomas Armstrong es uno de los mayores difusores y defensores de este concepto, tal como desarrolla en su libro El poder de la neurodiversidad. Las extraordinarias capacidades que se ocultan tras el autismo, la hiperactividad, la dislexia y otras diferencias cerebrales (Paidós, 2012). Fue en su rol docente que reparó en las diferencias cognitivas: “Descubrí que cuando la reunión empezaba centrándose en los aspectos positivos de los estudiantes, a menudo derivaba en una conversación más amplia acerca de los verdaderos potenciales de los niños”. A partir de esa observación, desarrolló la idea de neurodiversidad (un concepto introducido inicialmente por la socióloga australiana Judy Singer) en siete condiciones particulares:  Trastorno del Espectro Autista (TEA), Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), dislexia, trastornos del ánimo, trastornos de ansiedad, discapacidad intelectual y esquizofrenia.

Armstrong dedica buena parte del libro a explicar y valorar las capacidades y potencialidades de las personas que viven con estos trastornos y deja en un segundo plano los déficits que eventualmente presentan en su cotidianeidad. Así, más allá de las objetivaciones científicas –que alimentaron el debate desde el minuto cero–, sostiene que si se pone el acento en los aspectos positivos y en las destrezas individuales, las condiciones médicas o psicológicas pueden superarse. El análisis lo realiza teniendo en cuenta ocho principios que guían a la neurodiversidad: 

1.El cerebro humano funciona como un ecosistema más que como una máquina. 
2.Los seres humanos y los cerebros humanos existen a lo largo de espectros continuos de competencia. 
3.La competencia del ser humano se define a partir de los valores de la cultura a la que pertenece. 
4.El hecho de ser considerado discapacitado o dotado depende, en gran medida, de cuándo y dónde has nacido. 
5.El éxito en la vida se basa en la adaptación del cerebro a las necesidades del entorno. 
6.El éxito en la vida también depende de la modificación de tu entorno para ajustarlo a las necesidades de tu cerebro único (nichos). 
7.La construcción de nichos incluye elecciones profesionales y de estilos de vida, tecnologías de asistencia, recursos humanos y otras estrategias que mejoran la vida y se adaptan a las necesidades específicas del individuo neurodiverso. 
8.La construcción positiva de nichos modifica directamente el cerebro que, a su vez, refuerza su capacidad para adaptarse al entorno. 

 

La polémica

  
El Dr. Manuel Casanova, especialista en neuroterapias y en biomedicina en la Universidad de Carolina del Sur, por su parte, admite que la neurodiversidad tiene buenas intenciones pero advierte que su base científica es pobre. “Es una perspectiva sobre el autismo que difiere de la proferida por la profesión médica. La ideología está enraizada en el movimiento de la antipsiquiatría, que afirma que muchos de los trastornos psiquiátricos en realidad describen comportamientos atípicos, pero de otra manera normales, dentro de la población humana (…) Tuvo inicialmente la buena intención de evitar términos que tienen una connotación negativa (por ejemplo, enfermedad, discapacidad) que prejuzgan y degradan a los individuos así afectados. El uso de términos negativos tienen el efecto de enmarcar una condición como patológica y en última instancia, insultar la sensibilidad de muchas personas con autismo que entienden claramente los matices de la verborrea médica”.

Y amplía: “El movimiento de la neurodiversidad pone en duda si las personas con autismo de alto funcionamiento son aptos representantes de la población en general. ¿Se sentirían de la misma manera estos defensores de la neurodiversidad si los mismos padecieran de convulsiones, conductas auto hirientes o un procesamiento cognitivo tremendamente disminuido? ¿Tratarían los mismos de encontrar una cura si sufrieran de cualquiera de las desventajas antes mencionadas? Curiosamente, ante estas preguntas, algunas personas dentro del movimiento de la neurodiversidad se mantienen firmes en sus creencias. Según algunos miembros de la neurodiversidad el autismo es causado por exigencias externas (medio ambiente) y evitar o eliminar las mismas promovería una cura para el autismo. Estas personas no creen que haya nada malo en el desarrollo del cerebro de individuos con autismo”.

Finalmente, el especialista escribe en autismodiario.org: “Creo que la neurodiversidad surgió de la necesidad de los seres humanos en creer en sí mismos como especiales. Varias personas han utilizado a menudo la cita que pensamos de nosotros mismos como ángeles caídos, más que simios evolucionados. Para mí, esta manera de pensar parece ser un derecho humano. También creo en muchos de los aspectos positivos de la neurodiversidad. Sin embargo, yo no creo en la facción minoritaria de la neurodiversidad empeñada en imponer sus ideas sobre todas las demás, sobre todo cuando carecen de una base científica firme”.

 

Fotos: istock