Laura Bonaparte: una madre eterna

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Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles", escribió Bertolt Brecht. El pasado 23 de junio falleció Laura Bonaparte. Después de conocer su vida y su obra es difícil no pensar en ella como en una mujer imprescindible.

  Aunque no le gustaba pensar a las Madres de Plaza de Mayo como míticas sino más bien como mujeres de carne y hueso que buscan a sus hijos, es innegable que Laura se destacó en una lucha que atravesó varios frentes. No sólo reclamó, durante buena parte de su vida, por el destino de su familia, sino que hizo mucho más que eso: fue observadora de Amnistía internacional, viajó al Líbano para manifestar su rechazo a las violaciones a los derechos humanos, viajó a Bosnia para solidarizarse con las mujeres musulmanas cuyas familias habían sido víctimas de políticas de exterminio, fue precursora en la campaña internacional para que se declarara delito de lesa humanidad a la desaparición de personas entre otras cosas. Fue mujer, madre, militante, psicóloga. Toda su vida estuvo signada por la búsqueda de justicia.

 

Antes del horror

   Nació en Concordia en 1925; su padre era un juez socialista que se encontraba trabajando en esa ciudad. Al poco tiempo, su familia se mudó a Paraná, donde vivió Laura hasta que se casó y partió rumbo a Buenos Aires, a los 22 años. Conoció a Santiago Bruschtein cuando él viajó a Paraná a visitar a una prima que era a su vez amiga de Laura: “Me enamoré apenas lo vi” contó Laura sobre ese encuentro. Antes de su matrimonio ya había vivido muchas situaciones que revelaban cómo era, alguien que no se callaba frente a lo que había que denunciar, que peleaba por un mundo mejor. Cuando era chica, su padre llevaba a los presos a su casa y allí la madre de Laura les enseñaba a cocinar y ella a leer y escribir. Desde pequeña fue criada en un ambiente donde reinaban el respeto, la libertad y la defensa de los derechos humanos. En su secundario fue la primera mujer amonestada en el Colegio Nacional: “Era muy contestadora”, decía sobre ese episodio. Uno de sus primeros trabajos fue como vendedora en la tienda Gath & Chaves. La empresa obligaba a las empleadas a comprar sus propios uniformes. Laura se opuso y ganó esa pulseada: la empresa los tuvo que pagar, pero el costo fue quedarse sin trabajo. Para entonces se había afiliado al Centro de empleados de Comercio donde al poco tiempo fue elegida secretaria de Actas.
   Ya casada y en Buenos Aires nació su primer hijo, Guillermo, que falleció por un virus a los cinco meses. Luego nacieron sus hijos Luis, Aida, Víctor e Irene. Cuando su hija más chica ya iba a la escuela comenzó a estudiar psicología en la UBA.“Únicamente podía dedicarme a los libros de 3 a 7 de la madrugada”, solía recordar con una sonrisa, aunque esto no le impidió estudiar, recibirse y ejercer, al punto de que en los años 70 fue pionera en la atención de salud mental de mujeres carenciadas en el Hospital  Evita.

 

Después del horror

Su hija Aida era maestra alfabetizadora. Fue secuestrada el 24 de Febrero de 1975. Cuando un año después un juez de La Plata intentó entregarle a Laura las manos de su hija en un frasco, junto a su ex marido Santiago Bruschtein decidieron iniciarle un juicio por asesinato a las fuerzas armadas. Este hecho precipitó el secuestro de Santiago, en junio de 1976. El 24 de Marzo de ese mismo año, las fuerzas armadas habían asesinado en la calle a su yerno Adrián Saidon, compañero de Aida. En Mayo de 1977 desaparecieron Irene, artista plástica de 21 años, y su compañero Mario Ginzberg, ambos secuestrados en presencia de sus dos pequeños hijos. Ese mismo mes desaparecieron también Víctor, de 24 años, y su compañera, Jacinta Levi.

En el transcurso de dos años la familia de Laura fue destrozada. Su hijo mayor, Luis -actual periodista del diario Página/12- convenció por entonces a Laura de que se fuera a México. Así comenzó un largo exilio. A partir de entonces, Laura se convirtió también en Madre de desaparecidos, presentó habeas corpus en la Argentina y realizó presentaciones en organismos internacionales. A la vuelta del exilio, en 1985, comenzó a colaborar con el movimiento solidario de Salud Mental y un año después se incorporó a Madres de Plaza de Mayo Línea fundadora.


  "¿Qué queda de la identidad de una madre cuando sus hijos desaparecen?", escribió con la lucidez que la caracterizaba. "En mi caso, ¿me considero madre porque Luis está vivo? Pero ¿cuál es mi papel de madre con respecto a mis otros hijos desaparecidos? Quiero que me entiendan bien, estoy hablando de una función materna, y no de la lucha que llevaré hasta mis últimos días para aportar mi testimonio, para intentar saber cuál fue el destino de mis hijos y el de los treinta mil desaparecidos. Es el/la hijo/a quien significa a la madre. La madre cuyos hijos desaparecieron se encuentra expulsada del significante. Se vuelve el espectro de lo que ha sido. Se la llama 'madre del desaparecido', en un lenguaje que la nombra al mismo tiempo que la despoja.” El profundo dolor, que no empaña la precisión de sus palabras, hablan de quién fue. De alguien que cuestionó, que nunca bajó los brazos pero que además llevó adelante su lucha defendiendo la alegría; una mujer que no se dejó vencer por el dolor y la tristeza. Se la puede ver en las fotos sonriente, esbelta, con los rostros de su familia en la solapa siempre con ella; sus hijos y su esposo fueron el motivo de su lucha, pero también su mayor orgullo, la justificación de la sonrisa.