¿Los argentinos fumamos menos?

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Si bien el consumo de cigarrillos viene en franco descenso, queda aún un largo camino para seguir batallando contra un flagelo que enferma, mata y se lleva millones de los presupuestos de salud pública.

De buenas a primeras pareciera que sí, que de esas reuniones en las que gran parte de los invitados fumaba como chimenea pasamos a un escenario en el que solo alguno que otro -y no sin cierta constricción- pide permiso para salir a dar unas pitadas, aun con frío y por lo general en una suerte de ostracismo. Ya no nos vamos de bares y boliches con olor a tabaco hasta en la ropa interior, mientras que la “respirabilidad” de los espacios cerrados ha mejorado dramáticamente en oficinas, shoppings, trenes, aeropuertos y aulas universitarias. Pero más allá de las restricciones para fumar en lugares cerrados (que en 2011 impuso la ley 26.687, más conocida como “antitabaco”) cabe igual preguntarse qué es lo que en el fondo está sucediendo con los fumadores, si de algo sirvieron tantas normas y campañas y si en definitiva se logró el cometido: ¿acaso hoy fuma menos la gente?

Según datos de la última Encuesta Nacional de Factores de Riesgo (la tercera “ENFR” que en 2015 presentó el Ministerio de Salud de la Nación) en la Argentina mueren cada año por causas vinculadas al tabaco unas 40.000 personas. Esos datos mostraron a la vez que el tabaquismo disminuyó en los últimos ocho años, tanto en la población joven como en la adulta. Sin embargo -aclara el informe- los efectos del cigarrillo “siguen siendo preocupantes, no solo por su impacto en la salud de los individuos, sino porque también representan un alto costo para la economía nacional”. Yendo a los números duros: lo que la tercera ENFR mostró fue que la prevalencia de consumo de tabaco es del 25,1% (lo que quiere decir que uno de cada cuatro adultos fuma), continuando la tendencia al descenso en relación a las ediciones anteriores de la encuesta: 27,1% en 2009 y 29,7% en 2005. Por otro lado, la distribución del indicador según edad evidenció una mayor prevalencia -30,8%- en el grupo etario que va de los 25 a los 34 años. 
“La sociedad en su conjunto tuvo un rol muy importante en el descenso de fumadores. Creo, de hecho, que la sociedad maduró aún más que los legisladores, tomando verdadera consciencia de que el tabaco enferma y mata”, asegura el doctor César Giano, presidente de la Unión Antitabáquica Argentina (UATA). “El problema se expuso, las ONG pudimos acceder a la escuela y hablar. Y tuvimos la oportunidad de trabajar con los profesionales de la salud, un 32 por ciento de los cuales todavía fuma”, advierte el especialista. 

 

¿Cómo fue bajando en la Argentina la proporción de fumadores?

La UATA nació en el ‘86, y de hecho en los ‘80 tuvo lugar un cambio importante respecto de la problemática en la Organización Mundial de la Salud, que empezó a recomendar que no cabe referirse al consumo del tabaco como un hábito, sino como una adicción. En aquella época estábamos en la Argentina en unos niveles de 40 por ciento de consumo. En los ’90 descendimos a un 38 por ciento. A nivel nacional había con el tema un compromiso tibio, no existía un programa demasiado activo. Luego empezó a ponerse más vigoroso, especialmente en la época en la que Ginés González García fue ministro de Salud de la Nación (2002-2007), que le procuró empuje junto con la colaboración de las ONG que ya veníamos trabajando en el tema. En ese momento llegamos a valores más bajos, se hablaba de un 28 por ciento de consumo. Las cifras que circulan en la actualidad rondan un 25 por ciento de consumo de tabaco. 

 

¿Qué normas antitabaco existen hoy?

La promoción y consumo de tabaco se rigen por leyes nacionales y provinciales que prohíbe fumar en espacios públicos, la publicidad y la promoción. Incluso las provincias tabacaleras tienen algún decreto u ordenanza que ponga límites al consumo y la promoción, aunque no hayan adherido a la ley nacional, como es el caso de Misiones.

 
¿La prohibición de fumar en lugares públicos ayudó?

Los controles están, pero no siempre llegan a hacerse efectivos. Hoy vos vas a un restaurant y nadie fuma. Pero el comerciante también hizo su trampa: corrió las ventanas de la línea municipal tres metros atrás y se creyó que ese es un ámbito donde se puede fumar. Por eso ahora desde la provincia de Buenos Aires se ha redefinido lo que es un espacio abierto. Tres paredes y un techo no configuran un espacio abierto, sino cerrado. También se está discutiendo qué sucede en cuanto al consumo de tabaco en espacios públicos y plazas. 

 

¿No debería también aumentar el precio?

Esa es una de las medidas para bajar el consumo en los jóvenes, pero a la vez puede favorecer el contrabando. 

 

¿Y qué más se puede hacer en este momento?

Sin duda ratificar el Convenio Marco para el Control de Tabaco que en 2003 fue presentado por la OMS. Ese convenio fue ratificado por 180 países, incluyendo la Unión Europea, casi toda América Latina y todo el Mercosur, excepto la Argentina. Los gobernadores y legisladores no nos han acompañado en esto. Néstor Kirchner lo firmó en 2003 y debía ser ratificado por las cámaras, algo que nunca sucedió. El Convenio Marco es un instrumento jurídico internacional que nos brinda las pautas de lo que debemos hacer. Y justamente se creó para generar un contexto de equidad sobre todo en los países de menores recursos económicos, que son los más manipulables por la industria tabacalera. 

 

¿Qué cambiaría el Convenio Marco en los hechos?

Si nosotros ratificamos el Convenio Marco seríamos un estado parte y tendríamos beneficios para la sustitución de cultivos, acceso a crédito e investigaciones científicas. No es un convenio en contra de nadie, sino que va en defensa de la salud pública. No está diciendo “no se cultive más tabaco” ni “no se venda más tabaco”. El espíritu es el de defender el derecho a respirar aire puro en los espacios cerrados, marcar que el tabaquismo es una adicción que enferma y mata y promover la salud en general. Nosotros no hemos ratificado ese Convenio, lo que a mí me hace pensar que no existe la decisión política para que eso suceda más allá de lo que pueda trabajar algún programa nacional o provincial. Y todo eso cuando están muriendo más de 40.000 personas por año, más de 15.000 bonaerenses y 6.000 fumadores pasivos. Y ya no estamos hablando solo del humo de segunda mano, sino que el humo de tercera mano es tan grave y tan nocivo como el de primera y segunda. 

 

¿Qué sería el humo de tercera mano?

El humo de tercera mano es el que queda depositado en los tapizados y cortinados. Hace poco tuve que ir a ver un paciente con EPOC. Como está con insuficiencia respiratoria no fuma hace una semana, pero el olor que había dentro de su habitación era excesivo, con lo cual ese paciente sigue incorporando las partículas en todos los tejidos. No basta con no fumar en una casa, si el fumador no quiere hacer daño también se debería cambiar la ropa para evitar la contaminación, sobre todo de los bebés y de los más chicos. La OMS decía, metafóricamente, que se necesitan vientos huracanados para poder retirar el humo ambiental del tabaco. 

 

¿Qué pasa con los pacientes que se enferman?

El 80 por ciento de las personas que fuman desarrollan EPOC, pero el 92 por ciento de las personas que tienen EPOC han fumado. Hay una relación muy directa entre el cigarrillo y la EPOC, que para ser tratada requiere de unos medicamentos muy costosos y que son de un resultado transitorio, hace falta internación y la mayoría de las veces kinesiólogos. Se está gastando del presupuesto nacional una fracción muy importante para sostener la salud de los pacientes fumadores. Aun así el Estado hace la vista gorda. 

 

¿Te imaginás un futuro en el que nadie fume?

No lo vamos a ver. Si hoy en día se analizara el cigarrillo la nicotina sería una droga ilegal, porque tiene un alto poder adictogénico, se absorbe rápidamente, llega al cerebro en 8 segundos, se elimina rápidamente y es más adictivo que la cocaína y la heroína. Creo que la sociedad va a seguir madurando y comprendiendo todo esto, y sí: también disminuyendo el consumo.