Los buenos índices

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      Empezamos febrero y el verano sigue desarrollándose para la mayoría de la ciudadanía como la estación que debe ser: la de las merecidas vacaciones, la del descanso tras el año de esforzado trabajo en el empleo o el hogar. Ese desarrollo, ratificado por la presencia de una cifra récord de turistas en Mar del Plata –la ciudad que más veraneantes convoca por estas fechas- y en otros sitios que no son los de la costa atlántica, avala lo que decíamos en el editorial del mes anterior: el duro traspié de las profecías que auguraban una catástrofe de la economía en el período estival.

     Algunos otros datos se suman al ejemplo del aluvión turístico a las playas bonaerenses para probar lo que afirmamos: ha aumentado el consumo, entre otras cosas por el éxito arrojado por los planes de compra en 12 cuotas, que funcionaron muy bien y van a seguir; los jubilados pueden gastar a cuenta porque acaba de anunciarse un aumento para marzo que supera largamente cualquier cálculo que se haga de inflación; el dólar oficial sigue estable y el “blue” (más correctamente el dólar ilegal) sigue planchado y en baja; la AFIP anunció un nivel de recaudación superior a los de otros años, lo que significa que se seguirán sosteniendo y mejorando los planes sociales; la economía, en general, aunque con lentitud, muestra un mejor semblante.

     ¿Qué significa esto? ¿Qué todo marcha sobre ruedas y no hay más problemas que resolver? De ninguna manera. Sería necio pensarlo así. Significa, primero, que el gobierno ha hecho bien los deberes y viene aplicando planes sensatos y en la dirección correcta para reencaminar la marcha de la economía y avanzar por más. Segundo: que habrá que seguir haciendo esfuerzos para seguir defendiéndonos de una crisis económica global que golpea a todos los países y que el norte, dentro de esa tarea, sigue siendo impulsar con fuerza creciente el desarrollo de un país, que cada día, disfrute de una mayor inclusión social, en base a un modelo basado en la expansión del mercado interno y el pleno empleo. Y también la sanción de leyes que democraticen cada vez más la defensa del usuario, como podría ser una ley de servicios financieros, que el presidente del Banco Central, Alejandro Vanoli, admitió como necesaria.

      Y hay que decirlo sin arrogancia pero con orgullo: el modelo argentino y de otros países de América latina ha sido tomado como ejemplo por distintos pueblos del mundo que desean poner límite a las políticas de austeridad, ajuste y miseria que imponen las recetas del neoliberalismo. Lo ocurrido en Grecia hace pocos días, donde la agrupación de izquierda Syriza ganó ampliamente las elecciones y colocó como primer ministro de gobierno a su líder Alexis Tsipras, es una prueba más que transparente de lo que decimos. Otro tanto se podría decir del partido español Podemos que movilizó a cientos de miles de españoles en Madrid y se perfila como un candidato posible al triunfo en los próximos comicios de ese país.

      Tanto Tsipras como Pablo Iglesias, líder de Podemos, han admitido sin ambages que se identifican con las experiencias latinoamericanas. La primera medida del gobierno griego fue anunciar la restauración del sistema público de salud, revocar los despidos inconstitucionales, restaurar el servicio de luz a cientos de miles de familias que lo tenían cortado por falta de pago y poner fin a las privatizaciones, como forma de empezar a evitar que la crisis la paguen únicamente los pobres. Por su parte, el nuevo ministro de Finanzas griego, Yanis Varoufakis, emprendió en estos días un viaje por diversos países de Europa (Chipre, Italia y Francia) con el fin de lograr un apoyo en sus gestiones a favor de una reestructuración de la deuda helena (básicamente una quita), hecho que recuerda mucho a la gestión que inició Néstor Kirchner al comienzo de su mandato para lograr un idéntico objetivo.

     Esta gestión se lleva adelante en medio de un clima general donde se siguen sumando voces a  favor de la creación de un marco regulatorio para el pago de las deudas soberanas. Días atrás, el  premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, y otros cuatro académicos de prestigio mundial, firmaron un documento público en el que criticaron duramente los fallos de la Corte de los Estados Unidos contra la Argentina. Y nuestro propio país, mientras la jefa de Estado visitaba China para fortalecer las relaciones económicas y comerciales entre ambas naciones, presentó una propuesta en el mismo sentido en las Naciones Unidas. Stiglitz y sus acompañantes  dijeron que es fundamental que cualquier marco para la regulación de las deudas soberanas debe tener en cuenta la primacía de las funciones del Estado, las obligaciones con sus ciudadanos y el contrato social que tiene con ellos.

      O sea: que debe contemplar los intereses de los ciudadanos de cada país, que es lo que ha pedido desde siempre la Argentina y ahora piden los griegos. Frente a esta posición, ¿recuerdan los lectores aquellas posiciones de algunos economistas y políticos argentinos que, contra todo raciocinio y legítima aspiración de defender esos intereses de la comunidad argentina, pedían pagar de inmediato lo que solicitaban los fondos buitres y se desentendían irresponsablemente     –hay una palabra mejor que desentenderse pero es irreproducible- de lo que le pasaría a la gente? Es bueno recordarlo, porque quienes sostenían aquella posición son los mismos que vaticinaron la debacle del verano que no se produjo y todos los días inventan mentiras y maniobran para crear obstáculos que minen la estabilidad económica e institucional del país, el regular desarrollo de su vida democrática.

      Los núcleos hegemónicos del poder económico –y los segmentos políticos que les responden servilmente- no se “bancan” un país con mayor inclusión, con más democracia social. Y es más o menos claro que, entre las cabezas más calientes de esos sectores, algunos preferirían no esperar al turno electoral de octubre para presentarse, frente a la ciudadanía, y ofrecerse como alternativa para que los elijan y puedan gobernar el país. Probablemente porque intuyen que ese turno electoral no les será favorable. Y, entonces, juegan con fuego y buscan provocar una crisis artificial que trastorne o interrumpa –como ocurrió en otros casos- el normal proceso de los tiempos previstos por el orden constitucional. Son sectores que no cuentan con el apoyo mayoritario de la población, pero no hay por eso que descuidarse y ni pensar que, porque los acontecimientos desmienten cotidianamente lo que sostienen, dejarán de insistir en lo mismo.

    Frente a la montaña de distorsiones de cada día, solo cabe responder –además de la réplica esclarecedora y el diálogo enriquecedor allí donde sea necesario y posible- con la verdad de los hechos. Y puestos que los griegos están hoy en el pináculo de la atención mundial, recordemos lo que decía un poeta de su antigüedad, Hesíodo: “La dote más preciosa de las palabras es la mesura.” La mesura, el rigor, que es lo que han perdido hoy los medios de comunicación dominantes. Al odio inconducente hay que responderle con más hechos que profundicen la inclusión y el ensanchamiento de los derechos ciudadanos. Con serenidad, mesura pero mucha firmeza.