Los chicos de la tele

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Victoria y Eloísa salen del colegio con una sola idea: presentarse a un casting. Sus mochilas, cargadas de carpetas, útiles y materiales de sexto grado, ruedan sobre las baldosas en la vereda de Chacarita. La pregunta arremete y se convierte en exigencia preadolescente: «¿Podemos ir a un casting? ¡Dale!». ¿A qué casting? A cualquiera. Más temprano, el patio del colegio había sido convertido en escenario o set de filmación por un tiempo limitado: el recreo. Allí, algunos compañeros del grado desfilaron demostrando sus habilidades en el canto y en el baile ante un jurado conformado, también, por chicos de 10 y 11 años. Sólo un juego que reproducía los formatos de sus series televisivas favoritas, tanto nacionales como extranjeras, y de algunos de los programas más vistos de la televisión argentina.

En el patio hubo bromas, tropiezos, muchas risas y puntajes que fueron del 1 al 10. Pero en el mundo real, fuera del espacio lúdico, Victoria y Eloísa insisten con ir a un casting, también real, que se inserta en la lógica de oferta y demanda propia del mercado, donde prima la imagen. Ellas son parte de una generación de niños que consume productos mediáticos que toman el casting como excusa y trampolín al éxito, de la mano de las nuevas tecnologías de la comunicación.
La televisión y sus formatos más exitosos disparan incesantemente programas que se basan en un jurado que defenestra o glorifica a noveles artistas o aspirantes a la fama. El dispositivo se repite a escala internacional tanto en la selección bizarra de músicos, actores, modelos, deportistas, cocineros, chefs o modistos hasta en la elección del amante perfecto, el amor de la vida o el amigo más fiel. El casting llegó y se propaga. La Web y las nuevas tecnologías ponen a disposición mecanismos online, en tiempo real, de castings para todo.


Un zapping por los canales de televisión da cuenta de que el formato casting aparece de variadas formas. Bailando por un sueño, el éxito de Canal 13 e Ideas del Sur, conducido por Marcelo Tinelli, se repite hasta al hartazgo en programas de archivo, noticieros y subproductos como Cantando por un sueño o Soñando por cantar, que recorrió el país buscando, en base a golpes bajos y lugares comunes, las mejores voces de la Argentina. Del otro lado, Telefé propuso el exitoso La voz argentina, con conducción de Marley, que se inició con un «casting abierto» online y ciertos rasgos de originalidad y calidad pero terminó pareciéndose demasiado a todo lo demás. Ahora apuesta a Operación Triunfo. La Banda, que en su casting inicial convocó en el estadio de Atlanta a más de 3.000 chicas que soñaban con formar parte de «la banda pop más importante de la Argentina». Peor fue la suerte de ¿Quién quiere casarse con mi hijo?, conducido por la venezolana Catherine Fulop y dedicado a encontrarle mujer a unos cuantos pavotes grandes.
Sin dudas, los castings convocan. Las cifras no mienten. Al último del reality Gran Hermano se acercaron más de 34.000 personas; en 2001, de la mano de la crisis, el número había ascendido a 160.000; al de Soñando por bailar se acercaron unos 18.000 aspirantes; entre otros ejemplos que dan cuenta de la convocatoria.

Sociedad de consumo

No sólo los llamados realities toman al casting como eje. Las ficciones –que han repuntado en estos últimos tiempos en el gusto del público– hacen lo propio: Smash, la serie de Universal estrenada a principios de este año, gira en torno a las audiciones en Broadway, y hasta el canal Disney Junior tiene en su grilla un dibujo animado para menores de 6 años, La banda de los monstruos felices, en el que cuatro monstruos tocan sus instrumentos frente a un jurado al estilo American idol. Los canales proponen encontrar al mejor futbolista, al artista nacional, un candidato político, obesos que bajen 120 kilos… Todo frente a las cámaras y en tiempo real.
¿Cómo impacta esta tendencia en la educación de los más chicos? Para María Beatriz Greco, investigadora del Ministerio de Educación, «el impacto de la TV está vinculado con un modo más general y amplio que caracteriza a la globalización y al consumismo, al modo de pensar el mundo como un enorme lugar donde todo puede observarse, apropiarse, ofrecerse, obtenerse y utilizarse. En las escuelas, en lo que hace a la relación con el conocimiento y a las relaciones cooperativas entre sujetos, este modo mercantilizado de ver el mundo resulta contradictorio, o bien corre el riesgo de hacer de la escuela un lugar más de consumo», relata Greco. «La TV lamentablemente promueve el éxito, y éste en la pantalla se consigue de cualquier manera», opina por su parte la socióloga Alba Pereyra, especialista en educación popular.


Pero el casting, esa puesta a prueba ante la mirada del otro, esa evaluación permanente, ese escalón a la fama ilusoria, también se filtra en las prácticas cotidianas. En ese sentido, el psicoanalista Alfredo Grande explica a Acción que más allá del bombardeo televisivo, el fenómeno no es exclusivo de la pantalla chica. «La vida está saturada de castings no televisivos», afirma. ¿Cuáles serían esos castings? «Los vínculos efímeros, el touch and go. Seleccionar, abusar y descartar. El marketing actual es el casting del comprador potencial que los vendedores realizan segundo a segundo», alerta el especialista, quien describe al casting como «forma del hacer» que se reproduce en la sociedad.
«Entiendo que los niños –y los adultos– llevamos a las escuelas las maneras que se van instalando socialmente, tanto de relacionarnos como de conocer –dice Greco–. Es importante que pensemos que no son sólo los niños, niñas y adolescentes los que reciben el impacto de los medios, los adultos también estamos impactados por las formas mediáticas. Si no lo advertimos, lo naturalizamos. Hoy las escuelas tienen que realizar un trabajo crítico de la sociedad de consumo, del individualismo, de lo que deshumaniza y rompe el lazo social. No sólo por las actitudes de los niños sino también de parte de los adultos».


En la escuela, en la casa, en la familia, el casting aparece como un dispositivo institucionalizado. «Creo que hay varias generaciones que naturalizan el casting –sostiene Grande–. El tema es que ni la familia, ni el trabajo, ni la escuela, tampoco la Universidad, dan legitimación identitaria. Como dice el tango «Pan», «Si Jesús no ayuda/ que ayude Satán», por lo tanto las identidades bizarras que el casting de TV proporciona son preferibles a la anomia. Hay tatuajes pero no hay identificaciones. El casting sostiene el delirio de ser elegido por lo que uno es, cuando en realidad se es elegido para ser lo que otros desean que uno sea», afirma el psicoanalista.


Ser famosos o no ser

La ecuación puede parecer sencilla: de la pantalla a la escuela; de la televisión al mundo infantil y de allí a hacer una larga fila para ser elegido, ser parte, alcanzar el «éxito». ¿Es tan así? ¿Puede considerarse el casting como un síntoma de época? Las chicas y chicos que atraviesan esta experiencia o sueñan con hacerlo, ¿pertenecen a una generación que comparte gustos y objetivos comunes? «Hablar de una “generación casting” puede cerrar como categoría periodística pero me parece desmesurado», contesta a Acción Juan Vasen, especialista en psiquiatría de la infancia. «Sí aparece en lo social un elemento sencillo y crucial para los chicos: antes “famoso” era un adjetivo. Había escritores famosos, científicos famosos. Ahora «famoso» es un sustantivo. Se sustantivó la fama, se sustantiva como un objetivo deseable independientemente de los caminos para alcanzarlo. Es un gran problema, porque pueden descartarse la ética y la moral», reflexiona.
Por su parte, Greco afirma que «una generación no sólo está marcada por lo que los medios hacen de ella sino por el modo que las generaciones más viejas desarrollan para relacionase con las más nuevas, lo que es mucho más amplio. El poder de los medios es un tema para discutir. Creo que hoy tenemos una buena oportunidad de hacerlo. No creo que sea factible una “generación casting”, hay muchas otras maneras de “probar” capacidades (de hacer, de pensar, de cantar, de bailar, de aprender, de leer, etcetera) que los chicos también despliegan y nuestra responsabilidad es hacer que tengan lugar en las escuelas y en las casas, en las ciudades y en los barrios».


El casting aparece como la selección de algunos pocos que da como contrapartida la eliminación de otros. Éxito y fracaso. El «estás nominado», esa frase que hizo célebre el éxito mundial de Gran Hermano, se torna posibilidad en el mundo real de los más jóvenes. «Es posible que la idea del casting como selección de algunos y algunas a partir de parámetros superficiales, competitivos, de rasgos “exitosos” y de una exhibición de competencias, genere actitudes específicas, propias de una época marcada por el consumo –apunta Greco–. No obstante, es posible mostrar que todos tenemos capacidades que se pueden desarrollar, que no todo es éxito y exhibicionismo y que lo que la TV muestra es sólo una parte de una realidad construida. El trabajo cotidiano de la escuela habilita estos valores, sólo que debemos estar muy atentos a encontrar las formas de enseñar de este modo, habilitando el error, la posibilidad de equivocarse cuando aprendemos y no por esto quedar eliminados, el esfuerzo que supone aprender, la escucha del otro, el diálogo, el placer de realizar tareas no siempre exhibibles ante otros», señala.
¿Habría un nuevo sistema de valoración y de observación del otro? «La cultura en la que se sobrevalora la imagen no ayuda mucho a valorar al otro. Nos han metido en la cabeza que el otro es algo negativo. Creo que es necesario desaprender, desculturizar, brindar herramientas que nos permitan preguntarnos, descubrirnos, encontrarnos –propone Pereyra–. Creo que en el sistema capitalista los niños pierden la posibilidad de ser eso, niños, sujetos sociales, que puedan decir me gusta, no me gusta, quiero, no quiero, yo puedo», afirma.


Por su parte, Greco señala que «en el mundo del consumo existe el riesgo de que los seres humanos pasemos a ser más objetos que sujetos para los otros. Podemos pasar a ser valorados en términos facilistas de éxito y de competencias alcanzadas y no en términos de procesos, de ensayo, de creación, de búsqueda, de libertad, de relaciones humanas y humanizantes. No obstante, también confío en estos modos humanizantes de mirarnos, de vincularnos, en la posibilidad de resistir el consumismo y el facilismo. Confío plenamente en la búsqueda de lazos que le dan sentido a una vida en común y que no tienen que ver con lo que habitualmente ofrece la TV. La escuela es un lugar para que ello ocurra», concluye.

 

Talentos en pañales

«Soy muy alegre y activo, me encanta estar rodeado de gente y ser el centro de atención, además soy muy observador, no se me escapa nada, me encanta bailar, pero sobre todo soy muy, muy hermoso. Aunque no tengo ninguna experiencia, soy muy despierto, con gracia y hermosura». Así presenta el sitio www.casting-argentina.com a Matías, un bebé de sólo 18 meses. El book, que describe al niño como «modelo actor, con una altura de 83 centímetros y un peso de 12 kilos, de ojos marrones y pelo liso», es uno de los cientos de portales o agencias que buscan «talentos» para campañas publicitarias, programas de televisión, cine o teatro.
«Las veces que hemos trabajado con chicos, recurrimos a docentes de teatro infantil para armar el acting y manejar a los niños durante la audición. Hay que tener en cuenta los horarios de los castings y que la mayoría de los chicos dejan de ir al colegio para poder asistir», menciona Carlos Martín, productor general de actoresonline.com, una de las webs más completas para la búsqueda laboral actoral, que prefiere desarrollar trabajos con adultos. Desde las productoras plantean que es mejor trabajar con mayores de 18 años. El motivo principal es la cantidad de requisitos legales que hay que cumplir para poder trabajar con niños en el set: autorizaciones firmadas por ambos padres, por cada día de grabación y hasta de locación (lugar donde se graba o filma una escena). «Los padres son los primeros en poner las condiciones de contratación», confiesa. Los vínculos entre padres, las agencias y productoras parece ser un tema espinoso, ninguna de las agencias especializadas en castings de niños respondió a Acción, argumentando que «siempre demonizan a los padres que llevan a sus hijos a castings».


Siempre hubo niños llamados prodigio en diferentes disciplinas. De Mozart a Shirley Temple; de Nadia Comaneci a Lionel Messi o Diego Maradona, dotados de algo indescifrable llamado talento. Sin embargo, los criterios de selección y las exigencias han variado. «Si canta bien, si baila hermoso, si patea bien una pelota, si se para adecuadamente con una raqueta, ya es tiempo de dejar de divertirse porque es importante profesionalizar la espontaneidad», reflexiona Jorge Garaventa, especialista en psicología infantil y adolescente (ver Modelos exigentes...). Por su parte, Vasen sostiene que «en el caso de los castings realizados por niños, el chico puede creer que es un juego, donde él es jugador pero también, en algún lugar, aparece como juguete. Juguete del narcisismo de los padres, de la ambición y anhelos no realizados de los padres. Puede, según el caso, aparecer el niño como el salvador de la familia a partir de cierta desesperación de los padres, donde el casting es la vía de salvación o de rescate ante una difícil situación social y económica». Pero el especialista no descarta la posibilidad de que la experiencia del niño no sea traumática. En todos los casos, el rol del adulto es fundamental. «Hay chicas o chicos más cuidados en ese sentido –agrega Vasen–. Una cosa es el casting como fenómeno masivo y generalizado y otra cosa es lo que sería el desarrollo personal, por ejemplo del chico actor. Chicos que alcanzan notoriedad en diferentes áreas y que corren el peligro de que el genio se “coma” al “chico”. Por eso hay que establecer ciertos filtros para preservar su desarrollo. Se puede mantener el equilibrio de un chico que tienen un talento especial para algo, que pueda tener un camino un poquito diferente al resto, pero no por eso que pierda su contacto con lo que sería su espacio de infancia, espacio de pares y no se convierta en un fenómeno aparte», afirma.


Cierto es que desde hace un tiempo el formato «casting», definido como la prueba que hacen actores y modelos para encontrar un trabajo, se ha instalado en la sociedad y trasciende la esfera artística o mediática. El casting es una industria que crece de la mano de la tecnología digital, la virtualidad y los nuevos consumos. Las webs que proponen y organizan castings abundan, y términos como «castinera» o «castear» se naturalizan como parte de un fenómeno que no se detiene.
El trabajo de los productores de castings, agencias o castineros se ancla en el cruce de necesidades y expectativas: las de las empresas que venden sus productos, los productores tanto de contenidos como de soportes y los consumidores, entre otros eslabones de una cadena bien aceitada.
«Nuestro target son los artistas y nuevas generaciones de actores que se vinculan con la actividad a partir de la televisión y las nuevas tecnologías. Los nuevos usuarios son también nativos virtuales, gente informada que nació en la era de Internet y que están acostumbrados a la verborragia informativa de la TV», explica el productor Martín.
«Mayormente se trata de un visitante ávido de exposición, motivado definitivamente por la oferta actual de contenidos en TV. Tengamos en cuenta que ya sea desde la ficción o el entretenimiento, los nuevos programas buscan vincularse desde lo visual hasta lo afectivo con los nuevos espectadores, transmitiendo “valores”. Es decir, emitiendo un mensaje que dice: “si estás en Soñando por cantar, o sos parte de ¿Quién quiere casarse con mi hijo?, ya llegaste a tu meta y estás tocando el cielo con las manos”. Un valor que a nuestro entender, es erróneo y exitista», comenta Martín.


«Los programas de castings comienzan en un contexto en el que los costos de la producción de ficción o de investigación periodística aumentaron», explica a Acción Lila Luchessi, docente y especialista en Comunicación. «Se apunta a la producción de entretenimiento con un costo más bajo. La tendencia, desde el comienzo, fue la de burlarse de amateurs que demostraban pocas dotes para las artes tradicionales. En medio de esa oferta, aparecían desconocidos talentosos, pero el objetivo parecía ser lograr humor a partir del error de los participantes. A medida que pasó el tiempo, estos programas fueron virando hacia situaciones escandalosas que alimentaban otros géneros, como los programas vespertinos de espectáculos y, en algunos casos, hasta los noticieros», comenta Luchessi.
«Los programas con formato de reality aportaron lo suyo para que el término casting llegue a los oídos del común de la gente y se instale, con convocatorias multitudinarias y la promesa del minuto de fama. Por ejemplo, en Soñando por bailar, o por cantar, ese término se mencionaba cada cinco minutos y son programas de altísimo rating donde muchísima gente querría participar. Por otro lado en nuestro país el casting sigue siendo un servicio relativamente barato para las productoras, que les ahorra un importante tiempo en la preproducción y de logística», agrega Martín.
El término «casting» en el buscador Google devuelve 400 millones de páginas como resultado. Unos 1.000, si se agudiza la búsqueda para hallar un casting específico para Victoria y Eloísa, las chicas que posiblemente mañana, en el patio, jueguen a otra cosa.
 

Mariano Ugarte
Nota reproducción de Acción Digital – Edición 1112