Los días de Mayo

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El presidente de Cabal, Rubén Vázquez, se refiere a la importancia de los aniversarios de mayo y los valores que expresa.

   A partir de 1890, la mayoría de los países del mundo, salvo los Estados Unidos y Canadá, celebran el Día Internacional de los Trabajadores. Se decidió así en un congreso de partidos socialistas de 1889 con el fin de homenajear a los mártires de la huelga de 200 mil obreros realizada en Chicago el primer día de ese mes de 1886 para pedir la jornada de ocho horas de trabajo. Huelga que duró varios días y concluyó en la detención de decenas de trabajadores y el ahorcamiento por parte del Estado de cinco de ellos, cuatro obreros gráficos y el restante carpintero, episodios descritos en aquel tiempo en crónicas inolvidables por la pluma de José Martí. Aquella fecha sembró pues la semilla de una demanda de justicia que seguiría su camino hacia otras conquistas y que hoy, aunque se haya avanzado mucho respecto a aquella época, todavía tiene muchas crueldades y temas semejantes sin solucionar.

    Pero el 1º de Mayo no siempre significó lo mismo para la humanidad. En la antigua Roma, ese día coincidía con la celebración de las Floralias, fiesta en honor de Flora, la diosa de la primavera y de las flores. La multitud era convocada para estimular con sus juegos y hogueras la fertilidad de las cosechas, costumbre que luego adoptaron los celtas en la festividad de Beltrane y por los germanos y escandinavos en la Noche de Walpurgis. Aunque hoy todavía se siguen practicando esos festejos, en rigor la conmemoración del Día del Trabajo se extendió con tal fuerza en los países que es hoy la ceremonia dominante en el planeta. También como aquellas de Roma para estimular en la memoria de los hombres otras fertilidades: las de que no debe haber más brutalidades e inequidades entre los seres humanos y se debe aspirar a un mundo mejor, más pacífico, más libre y más solidario.

     Para los argentinos, mayo nos depara también otra fecha y otro recuerdo de mucho valor en nuestra vida: el de la Revolución Patriótica que se produjo el 25 de ese mes de 1810, el del aniversario anual del movimiento que rompió el lazo colonial que nos sometía a España y a la corona de los Borbones, hecho que luego, en 1816, fue ratificado con la Declaración de la Independencia. Esa jornada nos evoca los grandes legados surgidos de ese acontecimiento y de la gesta liberadora que le siguió, todos ellos ligados a la idea de una nación soberana, respetuosa de los principios de la libertad y la justicia, tanto para nuestro pueblo como para todos los del mundo, e integrada en un proyecto de unidad continental que los libertadores denominaron La Patria Grande. 

    Junto con esa manifestación del derecho  inalienable que le cabía a la Nación de gobernarse a sí misma, el país naciente reivindicaba la soberanía popular como fuente de sus decisiones fundamentales y el compromiso de acudir a la movilización del pueblo –lo que hoy llamaríamos democracia participativa- como herramienta política de su conformación como país autónomo. Junto a eso, el otro concepto fundamental acuñado por los hombres de Mayo fue el de igualdad para todos los habitantes de la sociedad, incluidos aquellos que pertenecían a las comunidades indígenas, como lo proclamó Juan José Castelli frente a las ruinas de Tihuanaco en el primer aniversario de la Revolución. Ese concepto fue liminar del movimiento patriota y comenzó con el decreto de supresión de honores redactado por Moreno y luego, en la Asamblea del Año XIII, con la abolición de los títulos de nobleza y la libertad a los hijos nacidos de esclavos.

     La Revolución de Mayo lejos de ser entonces un simple acontecimiento para evocar como parte de un pasado congelado, sigue siendo un hecho vivo, el principio fundador de una nacionalidad que tiene pendientes de realización muchos de los sueños que inspiraron a nuestros próceres y que hoy son bandera de muchos países de América Latina. En el mundo de comienzos de la segunda década del siglo XXI, la marcha de los pueblos de América Latina, incluido el argentino, hacia el logro de nuevas conquistas en el plano de lo social, político y económico, tiene muchas coincidencias con aquellas metas del ideario patriótico. Y con muchas de las asechanzas que sufrieron, porque las mismas fuerzas que bregaron en doscientos años de historia por ahogar los intentos de liberar a nuestros países de la dependencia extranjera y la injusticia en el interior de sus sociedades tienen en la actualidad abogados similares e incluso a veces con los mismos apellidos que los representaban en aquel entonces. La diferencia es que los voceros de hoy sirven a las corporaciones que encarnan al poder económico y financiero global.

    La lectura de la historia nos indica que la Revolución de Mayo ha dejado una herencia de ideas que, en muchos casos, están todavía pendientes o en vías de realización. De ahí que, si nos miramos en el espejo de Mayo, y eso es siempre conveniente y vital para sostener nuestras raíces, lo primero que debemos promover en nuestras conciencias es ese balance de lo que se hizo o no se hizo y de lo que aún debemos hacer para ser fieles a la herencia patriótica. Son estas evaluaciones, y no las conmemoraciones formales o los protocolos fríos o burocráticos, los que hacen verdadero honor a la fecha patria. Lo demás son palabras que, si no están respaldadas por los hechos se las lleva el viento.

     El gran poeta de la Revolución Francesa, André Chenier, decía en uno de sus versos: “Los humanos, tus semejantes, encontrarán infalibles caminos hacia delante”. El 25 de Mayo buscó ese ideal, los grandes movimientos transformadores también. Pero no vale solo recordar estos horizontes que nuestros antepasados más lúcidos nos señalaron. Hay que tratar también de alcanzarlos.