Nicolás Alessio y lo que Dios quiere

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El cura cordobés que desafió al Episcopado apoyando la ley de Matrimonio Igualitario dice que el celibato sacerdotal y la condena a las uniones homosexuales no forman parte de las enseñanzas de Jesús. El giro conservador de la Iglesia en la Argentina y en el mundo.

No se puede engañar a la sociedad diciendo “esto es lo que Dios quiere”. Y tampoco se puede engañar a los mismos católicos diciendo que Jesús y el Evangelio condenan la homosexualidad y entonces por eso nosotros también lo vamos a condenar». El sacerdote cordobés Nicolás Alessio habla con la misma convicción con la que, hace poco más de un año, decidió apoyar públicamente la sanción de la ley de Matrimonio Igualitario, contra la que la Iglesia había movilizado todos sus recursos. Como integrante del grupo sacerdotal Enrique Angelelli, dio a conocer un documento en el que aseguraba que «ante la posibilidad de una ley que permita a personas del mismo sexo ser “matrimonio” y vivir profundamente el amor y la sexualidad, entendemos que aprobarla, acompañarla y profundizarla nos pone en el camino del Evangelio de Jesús». Su intervención no fue ingenua ni casual, y así lo explica hoy, después de ser juzgado y condenado por la Iglesia. «En el fondo, nosotros, el grupo de sacerdotes Enrique Angelelli, salimos a opinar porque pensábamos que había que hacerle ver a la sociedad entera y a los católicos que se puede ser perfectamente cristiano, perfectamente católico, y no pensar como piensan los obispos. O sea, que no había ninguna contradicción entre ser seguidor de Jesús y a la vez admitir que la homosexualidad no es un pecado, no es una enfermedad, no es un delito, sino que es solamente una manera diversa de vivir la sexualidad». 

Lejos ya de esa inesperada notoriedad, de las entrevistas y los programas de televisión, el ex párroco de la iglesia de San Cayetano, del barrio Altamira de la capital cordobesa, reconoce que, para la jerarquía eclesiástica, no hay mejor virtud que la obediencia. Y cuenta que fue en la década del 70, poco después de salir del seminario, que descubrió que «no todo era dogma, que había otra teología, otra manera de entender la fe. En el seminario te hacen creer que nada puede discutirse, pero en mi primer año de sacerdocio yo empiezo a descubrir que hay muchas cosas que hay que discutir. Y cuando ingresé al Grupo Angelelli, volví a retomar esas cosas que me interesaron en mi juventud, la política, la justicia, los más pobres, y vi que había toda una iglesia latinoamericana que estaba en sintonía con eso. Nuestros mártires, la Teología de la Liberación, toda la teología latinoamericana. Eso lo fui profundizando cada vez más y cuanto más lo profundizaba más descubría la distancia, las contradicciones y las tensiones con la institución eclesiástica».
Debido a su posición favorable al matrimonio entre personas del mismo sexo, Alessio fue sometido a un juicio canónico. El tribunal Interdiocesano de Córdoba lo castigó con la suspensión «a divinis» por haber cometido «desobediencia y rechazo pertinaz» de la doctrina sobre el sacramento matrimonial. La sentencia quedó firme porque Alessio no sólo se abstuvo de apelar, sino que ni siquiera se presentó en el juicio. «Yo en ese momento dije que no me iba a presentar. Decidí que no iba a participar de ningún juicio, no iba a firmar ningún papel, porque eso, por más que fuera en función de mi defensa, equivalía a legitimar un proceso que para mí era absurdo, ridículo, y estaba solamente pensado en función de darle marco legal a la condena».
–¿Una condena que ya estaba decidida de antemano?

–Absolutamente. No se trataba de que ellos quisieran buscar la verdad. Como yo no participé del juicio, tampoco nombré abogado defensor. Entonces, ellos me pusieron uno de oficio y el juicio continuó en ausencia. El abogado defensor usó un argumento que la Iglesia desconoce a pesar de que es el más fuerte, y es que acá nadie está discutiendo el sacramento del matrimonio. Yo no dije que de pronto la Iglesia tenía que dar un sacramento a un gay o a una lesbiana. Si la Iglesia quiere dárselo a un papá y a una mamá, que lo haga. Tiene su código, su ley. Cada secta se rige como quiere. Ahora, lo que no podía pretender la Iglesia es que eso que ella piensa sea igual en una ley civil, que no tiene nada que ver con lo religioso.

–Entonces, ¿cuál es su situación actual? ¿Es un sacerdote, un ex sacerdote…?

–Formalmente, y para la institución, en los papeles, yo sigo siendo sacerdote del clero cordobés porque estoy bajo la jurisdicción del obispo Carlos Ñáñez, que es obispo de Córdoba, en situación de suspendido. Es decir, yo no puedo ejercer. Es como a un militar que lo han degradado, pero que sigue siendo militar. O a un médico que no lo dejan ejercer. Le quitan la licencia pero sigue siendo médico. Ahora, en lo personal, yo, sin hacer papeles, porque eso sería como legitimar toda esta cuestión burocrática, sin hacer ningún papel ante Roma, que es lo que tendría que hacer en teoría, me he retirado del clero. Yo he dicho de manera bastante pública que no soy más parte del clero de Córdoba. Es decir, me corro de ese lugar jerárquico institucional. Yo vendría a ser ahora un cura suelto.

–¿Un sacerdote que ejerce en forma independiente?

–Exactamente. Y esto tiene una razón de ser. No es un capricho. Mucha gente me dice «usted hace esto para provocar» y no es así. Lo hago por dos razones y es importante que la gente lo entienda. Primero, porque yo elegí ser sacerdote y eso, por más que la institución ahora me lo quiera prohibir, negar, ocultar o tapar, lo soy de por vida. Está más allá de la institución. O sea, la institución no le puede poner frenos a Dios. Lo que yo tengo es un ministerio que Dios me ha dado, que yo he elegido, y para eso me he formado toda mi vida. Esa es una razón por la cual sigo ejerciendo. La otra es porque si el pueblo de Dios me lo pide, ellos tienen derecho a mis servicios. Y eso no lo pueden frenar los obispos.

-Usted dice que la intervención del grupo Enrique Angelelli a favor del matrimonio igualitario fue algo pensado y planificado. ¿Imaginaban una reacción tan fuerte y unánime?

–No. La verdad es que no imaginábamos jamás que la reacción iba a ser tan violenta. Después nos fuimos dando cuenta de que era previsible. Estaba todo el Episcopado integrado en una lucha frontal contra esta ley, una lucha que no admitía matices. Lo máximo que podían tolerar era la unión civil como un mal menor. Como un mal que, de última lo aguantamos, pero no deja de ser un mal. Entonces, en esa batalla ideológica del Episcopado, que responde a la política vaticana, en esa batalla de tanta envergadura social donde la Iglesia está jugando todo su prestigio y toda su capacidad de lobby y de convocatoria, que un grupo de curas de una diócesis importante saliera a decir, a opinar con toda libertad en contra de lo que decían los obispos, no lo iban a perdonar. Nosotros en particular sentíamos una gran indignación porque se estaba cometiendo una injusticia muy grande frente a la sociedad y frente a los mismos católicos. Que el Episcopado se presentara como una voz sin matices, queriendo fundamentar esta opinión en contra como algo que Dios quiere, como algo que está en la Biblia y que tiene su fundamento teológico y religioso, nos parecía una tremenda injusticia y una gran hipocresía.

–¿Ustedes discutieron con el Episcopado con argumentos teológicos?

–Exacto. ¿Por qué? Porque desde otros lugares, la ciencia psicológica, sociológica y demás, se puede debatir esta cuestión tan dogmática de la Iglesia con muchos argumentos. Pero había que debatirlo desde adentro y con los mismos argumentos. Entonces, eso fue lo que hicimos. Empezamos diciendo «Dios no condena esto. Al contrario. Si Jesús hoy viviera estaría a favor». Por eso causó tantos problemas. Si nuestra opinión hubiera sido citar los documentos de los psicólogos, no habría pasado nada. Pero que un grupo de curas saliera a opinar con argumentos religiosos y teológicos, para ellos fue imperdonable.

–Fue imperdonable, además, porque se trataba de la sexualidad…

–Ese es el otro punto. Era una opinión sobre un tema absolutamente sensible. Pero fijate, como cosa a favor nuestro, no era un tema dogmático. No estamos discutiendo si Jesucristo era hijo de Dios o no, o si la Virgen María era virgen o no. No era un tema de dogma, de fe. Era un tema opinable que discutía la sociedad civil. Discutir una verdad que la Iglesia piensa que es la verdad, o sea, discutir doctrinas, desafía el poder. No es un poder ni económico ni político ni militar, es un poder enorme sobre la conciencia. El tema de la sexualidad es de una dimensión tan englobante de la personalidad humana, que hace a lo más íntimo de la persona, genera ahí el poder de decir qué está bien, qué está mal, qué está prohibido, qué está permitido, hasta dónde sí, hasta dónde no, con quién te podés acostar y con quién no te podés acostar. Es un poder inmenso porque tengo a la persona agarrada desde la intimidad. Es un poder sobre la conciencia de las personas, un poder sobre la conciencia de la sociedad, inmenso. Lo bueno y lo malo; los grandes debates éticos de la humanidad; qué está bien y qué está mal; cuál es la verdad. La iglesia dice: «nosotros tenemos la verdad y nosotros definimos qué está bien y qué está mal». Desafiar eso es lo que irrita.

–Ése es el problema de fondo. ¿Hay otros motivos, más coyunturales?

-Que el Episcopado estaba contra el gobierno. Estaba muy sensible frente a estos temas. Y en este tema, así como en su momento frente a la ley de Divorcio, había puesto toda la carne al asador para que la ley no saliera. Además, se daba cuenta de que después venía el debate sobre la despenalización del aborto, el debate sobre la igualdad de género, la despenalización del consumo personal de drogas, en fin, debates que para la Iglesia ni siquiera son planteados como debates. «Acá no hay nada que discutir. Se hace lo que nosotros decimos».

–¿Todo el Episcopado está identificado con esta posición tan dura?

–Puede ser que por debajo, en una conversación de café, algún obispo te puede decir «mira, yo no lo tengo tan claro. La verdad que pienso que la Iglesia en esto tendría que cambiar». En este, y en muchos otros temas, algunos pueden confesarte que sí, que habría que cambiar, pero a la hora de sacar los pies del plato, no se atreve.

–¿Hubo en los últimos años un giro conservador del Episcopado? Antes uno podría señalar a algunos obispos más progresistas que se destacaban del resto. Ahora, es más difícil…

–Se van silenciando. Acá hay una estrategia romana que es la de mucho control sobre los obispos, sobre los centros de formación de sacerdotes, sobre los estudios teológicos, sobre los teólogos, sobre los curas. Benedicto XVI ejerce un control severo. Entonces, eso genera miedo y lleva a que las posiciones abiertas sean cada vez más ocultas o más subterráneas. Por otro lado, todos los nombramientos de nuevos obispos se hacen según un molde cada vez más conservador. Y el hecho de que todo esto pasara en Córdoba dolió más porque ésta no es una diócesis cualquiera. Nosotros estábamos reivindicando al mártir Angelelli, ya desde el nombre nomás, que para el Episcopado es otro problema. Porque el Episcopado siempre sostuvo que su muerte fue un accidente, que no es cierto que fue mártir, que no es cierto que lo mataron. Entonces, cargan en su conciencia no sólo la complicidad con la dictadura sino con haber negado la muerte de un hermano obispo. Y como este juicio sigue adelante, se han reabierto las causas, se está cada vez más cerca de la verdad, y esto también preocupa al Episcopado, preocupa a Roma. Por eso no es un tema menor que hayan querido, en Córdoba, rápidamente, silenciar al Grupo Angelelli.

–¿El temor es que algún miembro de la jerarquía eclesiástica quede implicado en alguna causa por crímenes de lesa humanidad?

–Creo que están aterrados con ese tema, porque cada vez se abre más el juego a los cómplices civiles. El poder económico, grandes empresarios, políticos, y va a caer también la iglesia, eso de maduro. Hay muchos casos ocurridos en el período de la dictadura que tarde o temprano van a salir a la luz y que van a dañar el prestigio y la imagen pública de la Iglesia. Así como hay una diócesis en Córdoba, en Rosario, hay una diócesis castrense, que no está ubicada en un lugar geográfico, sino que abarca toda la nación en los cuarteles. Hay un obispo de los militares. Hay toda una diócesis armada para ellos. Y también están los capellanes militares. Puedo ser yo, que me nombraron capellán del Tercer Cuerpo del Ejército, capellán de la policía… Y estos curas y estos obispos que han sido capellanes y que han trabajado con los militares tienen información de primera mano de todo lo que ha pasado. Si la Iglesia tuviera una voluntad real de cambio, de aportar a la verdad, a la justicia y a la reconciliación como tantas veces dice, tendría que exigirles a todos los señores capellanes que ejercieron en ese momento que se presentaran espontáneamente a la justicia y contaran todo lo que saben. Porque el cura entraba a todos lados en los cuarteles, era la única persona a la que nadie le decía «usted acá no pasa». Al contrario. Además, era el tipo que conversaba con todos y el que recibía confidencias. Hay un caudal de información inmenso. Los fiscales tendrían que ver el listado de capellanes en esos años. Y muchos de ellos, incluso yo he tenido oportunidad de discutir, justificaban la tortura. Decían: «Para sacarle la verdad no había otra forma que torturarlos».

–Y a ninguno de ellos se le inició ningún juicio canónico...

–No, para nada. Al contrario. Y todo esto los toca en dos sentidos: a algunos por no hablar, por cobardes, y a otros por cómplices ideológicos. Y algunos fueron cómplices de hecho. Se conocen casos de tortura, de facilitar entregas de bebés, entre otras cosas. Entonces, la Iglesia le tiene mucho miedo a eso. Por eso repite que hay que olvidar, que hay que perdonar, que hay que mirar para adelante.

 

«El celibato atenta contra la felicidad»

«Cuando uno decide ser sacerdote, el celibato en general se toma como un costo que hay que pagar, pero un costo que uno, a los 18 años, no tiene idea de la magnitud de lo que está asumiendo. Mucha gente te dice: “vos lo asumiste”, sí yo lo asumí cuando tenía 18 años. No sabía de qué se trataba».

–¿Esa es una discusión posible en la Iglesia?

–Es una discusión cerrada. Como todas estas otras tiene que ver con la sexualidad, con el control. Es una ley absurda, una ley que ya no tiene ningún sentido. Si en algún momento tuvo sentido, porque también históricamente fue discutible, hoy ya no. Hay una realidad de hecho: se cumple muy poco con el celibato, muy poco. Yo estudié bastante el tema porque tuve que ir a un debate público sobre esto. La cantidad de intervenciones a lo largo de la historia –estoy hablando del siglo V y del IV– de obispos locales, de obispos de región, de concilios, pequeños pero concilios, para decir hay que cumplir con esto, demuestra que históricamente el celibato no les funcionó nunca. Es celibato es una ley que hoy, diríamos nosotros, atenta contra el derecho humano básico, el amor, la felicidad, la familia.

Gentileza del Periódico Acción. Nota de la edición Nº 1079.
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Marina Garber

Foto: Bibiana Fulceri