Nuestras islas Malvinas

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Con actos celebrados en todo el país y uno central que encabezó la presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, en Puerto Madryn, los argentinos volvieron a recordar el 2 de abril un nuevo aniversario de la guerra de las Malvinas. Ese conflicto bélico, provocado en 1982 por la última dictadura militar, dejó como saldo trágico 649 soldados argentinos muertos y más de mil heridos, junto con una herencia difícil de remontar en el plano de las relaciones con la potencia usurpadora de dicho territorio. Ese día martes, conforme a lo que ha sido la estrategia diplomática del país durante los años de la democracia y que se ha acentuado en los más recientes tiempos, el gobierno de la señora Kirchner reclamó una vez más por la soberanía que Argentina reivindica sobre el archipiélago e instó a Gran Bretaña a resolver las diferencias que mantiene con nuestra nación por el camino de la paz, el diálogo y la negociación conforme a derecho.

El caso Malvinas se ha transformado en las últimas décadas en una verdadera causa mundial contra el colonialismo supérstite en el mundo, como lo prueba que se hayan producido ya más de cuarenta resoluciones de las Naciones Unidas que convocan a las partes a sentarse a negociar para dar solución al diferendo, pedido que la Argentina aceptó en todas las ocasiones y sólo Gran Bretaña se rehusó a seguir. En la última década, además, los derechos argentinos sobre las Malvinas han sido reivindicados en forma unánime por todos los países de América Latina, sobre todo en los foros que han realizado los organismos de cooperación interregional, como son el Mercosur, la Celam o la Unasur.

Solo la obcecación y arbitrariedad de Gran Bretaña –alguna vez calificada en su etapa imperial como la “pérfida Albión” por Napoleón y otros líderes- han impedido avanzar por la buena senda de la negociación. En cambio, organizó hace pocas semanas un referéndum con la población local para pronunciarse por la permanencia o no del actual status, que no fue convalidado por ningún país y que no le otorga derechos pues como país usurpador Gran Bretaña carece de facultad –salvo la de la fuerza- para tomar decisiones sobre el destino de ese pedazo de tierra enclavada en el Atlántico Sur. Desde luego, Argentina se ha comprometido a contemplar los intereses de los isleños, y ya lo ha dicho, pero sin ceder a su soberanía.

Frente a esta actitud provocadora de Londres, hija de aquella política imperial que caracterizó la presencia británica en el mundo en siglos pasados, hoy casi tan muerta como la arrogante señora Thatcher, que nos abandonó en estos días y que en paz descanse las maldades que sembró por el globo, nuestra nación no se ha cansado de repetir todos los foros internacionales su disposición de solucionar la disputa por la vía diplomática y de la discusión en paz, política que cuenta con el sólido apoyo de la comunidad mundial y de nuestro país, tal vez con la sola excepción de algunos núcleos de la derecha política que, aunque lo oculten, desearían que no hubiera un acuerdo por lo que ello significaría como eventual cosecha de prestigio para el actual gobierno. A tal punto llevan, a veces, ciertas mezquindades de la política de corta mira, basada solo en el cálculo electoral.

En el caso concreto de este aniversario, la presidenta renovó su compromiso con los familiares de los 123 caídos en la guerra de las Malvinas, cuyos restos permanecen enterrados en el cementerio de Darwin sin conocerse a quienes pertenecen, para que sean identificados. Con ese fin realizó una presentación ante la Cruz Roja con el propósito de devolverles a esos muertos su identidad y permitir que sus padres o madres los honren, recuerden o le recen en una tumba con su nombre. Del mismo modo, anunció el envío de una nave laboratorio al Atlántico Sur para dar nuevos pasos en la investigación de los recursos del Mar Argentino. Esto para demostrar, ante los diversos actos de militarización realizados por Gran Bretaña en el archipiélago, que nuestro país responde con una actitud pacifista y antepone a cualquier ademán de guerra el gesto calmo de estimular el conocimiento, un bien universal, para toda la humanidad.

Este abril continuó a un marzo que no será fácil de olvidar, un mes que fue sacudido por dos noticias poderosas que atrajeron la atención del planeta: la muerte del presidente venezolano Hugo Chávez Frías y la asunción como Papa del ex arzobispo de Buenos Aires, el cardenal argentino Jorge Bergoglio. Aunque no parezca, en ambas noticias se pueden rescatar algunos hilos de significación que las vinculan con el tema de las Malvinas. El líder bolivariano fue, sin duda, uno de los que con más fervor defendió la soberanía argentina sobre las Malvinas en los lugares donde tuvo oportunidad. Es de esperar que, si tal como anticipan las encuestas Nicolás Maduro lo sucede, esa política no cambiará. A su vez, en la reunión que mantuvieron en Roma la presidenta y el nuevo Papa, hoy Francisco 1º, primer latinoamericano y argentino en ser nombrado Sumo Pontífice, se tocó el tema de Malvinas. Allí, el flamante conductor de la Santa Sede comprometió sus esfuerzos en apoyo de los derechos y reclamos nacionales sobre el archipiélago.

Desde su asunción como jefe de la Iglesia católica, Francisco 1º ha dado nutridas señales en el plano de lo discursivo y de la gestualidad simbólica de que abogará por una Iglesia para los pobres, despertando en muchos sectores de la feligresía esperanzas  en que esas palabras serán acompañadas por actos concretos en la realidad. Quienes  recuerdan que en la Argentina su conducta fue a menudo a contrapelo de las medidas que favorecían a las clases más desheredadas, prefieren abrir un paréntesis, no exento de desconfianza, para comprobar si en el futuro los hechos avalan lo que hoy promete o una vez más lo contradicen.

Lo evidente es que Francisco 1º asume las riendas del Vaticano en medio de una crisis monumental de la Iglesia (escándalos por pedofilia, actos de corrupción, administración irregular de las financias de la institución, etc.), que obviamente, requerirán su atención prioritaria. Ya no es el jefe de una Iglesia local, sino de la universal. Y es posible pensar que el alcance de su mano se extienda hacia temas que, más allá del gobierno de la Iglesia de San Pedro, tengan también un valor más ecuménico. En ese plano planetario, entre las varias buenas causas que podría incluir su agenda, si es que su opción por los pobres es firme y sincera, está la de las Malvinas. Pocos hechos tan aborrecibles y de memoria tan desgraciada para los desprotegidos de la Tierra como el viejo colonialismo, todavía vivo en muchos enclaves del orbe, merecerían hoy la atención distinguida del papa.