Plantas que curan

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Saberes ancestrales.  En la Escuela de Enfermería de la Universidad Nacional de Rosario cultivan un jardín medicinal con el objetivo de integrar este conocimiento a las prácticas de salud. El uso cotidiano y las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud.

El tecito de boldo o manzanilla para cuando duele la panza, la valeriana si hay nervios o el aloe vera si la piel estuvo al sol. Desde siempre, el saber popular es esa suerte de baúl al que se acude para buscar alguna receta, vinculada con la naturaleza la mayoría de las veces, para aliviar los dolores.

De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), «la medicina tradicional es una parte importante y con frecuencia subestimada de los servicios de salud. La estrategia de la OMS sobre medicina tradicional 2014-2023 tiene como objetivo prestar apoyo a los Estados miembro a fin de que se aprovechen la contribución potencial de la medicina tradicional a la salud, el bienestar y la atención de salud centrada en las personas, y promuevan la utilización segura y eficaz de la misma a través de la reglamentación y la investigación».

En línea con esto, en 2015 en la Escuela de Enfermería de la Universidad Nacional de Rosario, como parte de un proyecto de extensión universitaria, decidieron crear su propio jardín medicinal con el objetivo de rescatar los saberes ancestrales que lentamente se van perdiendo e integrar estos conocimientos a la capacitación y currícula de los estudiantes.

Consumo correcto

«Hicimos un relevamiento y vimos que la gente que acudía a los centros de salud utilizaba plantas medicinales. La comunidad ya consume estas plantas, nosotros queremos que lo haga de forma correcta y que pueda decirle con confianza al equipo de salud qué es lo que está tomando y así evitar intoxicaciones», asegura Mónica Tría, profesora titular de la Cátedra Introducción a la Enfermería de la Escuela de Enfermería de la Universidad de Rosario, y directora del proyecto.

Si bien existe un conocimiento desde siempre sobre los usos medicinales de ciertas especies vegetales, Tría reconoce que en las grandes ciudades esos saberes se van perdiendo, distorsionando, porque «la gente joven vive bajo otros paradigmas donde todo se hace rápido y no hay tiempo de preparar un tecito o de hacer alguna preparación con la planta».

Por otra parte, la importancia de las medicinas tradicionales, además de dotar de un carácter más humanizante a la atención de la salud, radica en que en ciertos lugares los centros de atención primaria se encuentran inaccesibles para las personas. «Muchas veces la gente no tiene posibilidades de tener el sistema de salud al alcance y entonces tiene estos recursos para utilizar. Afortunadamente, ya hace años que la Municipalidad de Rosario propicia la formación de los equipos de salud de atención primaria en medicinas tradicionales», cuenta Tría.

Desde el jardín medicinal, los estudiantes aprenden junto a una farmacéutica y un ingeniero agrónomo cómo se cultivan estas plantas, para qué sirven y cómo se pueden preparar para ser consumidas. Un estudio previo llevado adelante por Tría, le dio la clave para saber cuáles eran las especies que más consumían las personas y fue a su rescate. Así, entre las principales especies de plantas medicinales que utilizan los rosarinos se encuentran el «burrito», cuyo nombre científico es Aloysia polystachya, usada para molestias digestivas; también está la Parietaria officinalis, llamada asimismo por el nombre comercial de un remedio para el dolor de panza muy promocionado; o el aloe vera para problemas de la piel y las quemaduras. Están también la valeriana y la melisa, que son relajantes, y hay quienes usan pata de buey para la diabetes, o diente de león para la hipertensión.

«Hay otros saberes que la gente tiene y que sirven para el cuidado de la salud, pero desde los espacios académicos son desvalorizados. Nuestro objetivo es tratar de incluir otras formas de cuidar a las personas y que este conocimiento sea incorporado a las currículas y aceptado como conocimiento científico», concluyó Tría.

María Carolina Stegman