Por qué rechazamos a los pobres

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Se llama aporofobia y todos la padecemos. Se considera que tiene raíces cerebrales y sociales. Una especialista en ética, autora de un libro de reciente aparición sobre el tema, explica de qué se trata y por qué cree que es uno de los mayores desafíos para la democracia. 

La pobreza es un indicador al que se recurre con frecuencia para revelar el índice de bienestar de una sociedad. Se habla del número de personas por debajo de la línea de pobreza, del índice de pobreza de un país comparado con otros. Es decir, mayormente números. Pero hay una conducta de alcance universal que trasciende las fronteras de las cifras y hace que, sin que necesariamente sea consciente, nos hace sentir rechazo por las personas pobres, dicho esto no solo en términos económicos. La aporofobia, que así se denomina a esta tendencia, y que refiere a distintas formas de la pobreza, nos enfrenta a un conflicto moral del que no estamos lo suficientemente anoticiados. Para colmo, el discurso del odio que se instala y propaga a través de las redes sociales, muchas veces desde el anonimato, agudiza el problema.

Por qué rechazamos a los pobres

Adela Cortina es catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia, miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (fue la primera mujer en ingresar desde su fundación en 1857), directora del Máster y Doctorado Interuniversitarios “Ética y Democracia” y de la Fundación ÉTNOR, doctora honoris causa por doce universidades, Premio Internacional de Ensayo Jovellanos 2007 y Premio Nacional de Ensayo 2014. Autora de varios libros sobre ética, acaba de dar a conocer Aporofobia, el rechazo al pobre. Un desafío para la democracia (Editorial Paidós). En diálogo desde Valencia, explicó a Revista Cabal de qué se trata y cómo se puede enfrentar este dilema.

 

• A excepción de una pequeña elite, todos somos potencialmente pobres. ¿La aporofobia se origina en parte en un espejo en el que no queremos mirarnos? Por ejemplo, como lo opuesto al hecho aspiracional de personas de clase media de querer ser ricas.

La aporofobia tiene una raíz más profunda que la pertenencia a una clase u otra. Está presente en todas las clases sociales, porque se encuentra inscrita en el cerebro. Es la tendencia a tener en cuenta y a elogiar a quienes pueden hacernos favores políticos, económicos o sociales y a despreciar a quienes no tienen poder para hacerlo. Vivimos en sociedades cuya clave es el intercambio de mercancías, de favores, de información, de apoyos, de votos, y cuando alguien parece que no puede ofrecer nada de eso, se le excluye. Ese es el pobre. Por eso siempre hay excluidos. 

• En la Argentina, cuando se enfrentan, por ejemplo, desocupados manifestándose y policías mal pagos se habla de “una pelea de pobres contra pobres”. ¿Considera que son hechos que pueden ser propiciados desde el poder?

Espero que no. Ya es suficiente desgracia que haya tantas gentes desocupadas, en la Argentina y en el nivel mundial, y que haya también tantos trabajadores pobres, en este caso, policías. Es con la pobreza de unos y otros con la que hay que acabar.  

• Usted dice que todos somos aporófobos, incluso los pobres. ¿Esto quiere decir que no existe una mínima empatía ni siquiera entre pobres? ¿U otro pobre implica una “competencia” para ver quién sale antes o mejor de la pobreza?

Claro que hay empatía entre los seres humanos, pobres y ricos. También la empatía es una tendencia universal. Pero la empatía solo es la capacidad de ponerse en el lugar de otro y representarse qué siente, y puede utilizarse para competir con los demás, sabiendo qué sienten, o, por el contrario, para comprometerse a cooperar con ellos para salir solidariamente de las malas situaciones. Esto no es la pura empatía, es solidaridad o compasión.

• Hay muchas personas que manifiestan y ejercen su solidaridad con los pobres. ¿También son aporófobos? ¿Siempre hay un rechazo al pobre, aun cuando haya quienes tratan de ayudarlos?

También son aporófobos, porque la aporofobia es una tendencia. Pero la buena noticia es que está en las manos de cada persona desactivarla y actuar con sentido de la igualdad y del respeto por todos los seres humanos, o cultivarla, despreciando al pobre en la vida cotidiana. Todas las tendencias humanas pueden debilitarse o promocionarse, porque, afortunadamente, las personas somos libres, no estamos determinadas a actuar en un sentido u otro. Potenciar la aporofobia o la solidaridad es una opción voluntaria.

• ¿De qué manera el pobre resulta funcional al sistema? ¿Qué pasaría si desapareciera la pobreza?

Si desapareciera la pobreza económica la humanidad funcionaría mucho mejor. En primer lugar, porque se respetaría el derecho de todas las personas a contar con los recursos suficientes como para poder llevar adelante una vida digna. Esa es una exigencia para todas las sociedades y mientras no se satisfaga, estaremos bajo mínimos de humanidad. Por si faltara poco, además ocurre que los países que mejor funcionan son aquellos en que apenas hay pobreza,  por ejemplo, los países del Norte de Europa. Acabar con la pobreza es, pues, una cuestión de justicia y de prudencia.

• Suele atribuirse la condición de pobre a la incapacidad del individuo por generar sus propios ingresos o a la falta de voluntad para trabajar, cuando muchas veces la situación laboral es acuciante. ¿Cómo funcionan estas conductas en personas que sí tienen trabajo (aunque nadie les asegure que será para siempre)? 

Actualmente las sociedades tienen una gran responsabilidad en que haya pobreza, porque existen los medios suficientes para acabar con ella y porque una gran cantidad de instituciones nacionales e internacionales legitiman su existencia por luchar contra la pobreza. Por eso erradicarla es el primero de los Objetivos de Desarrollo Sostenible que las Naciones Unidas propusieron en 2015. Pero para alcanzar esa meta no basta con conseguir trabajo, porque existen trabajadores pobres, desgraciadamente.     

• Por otra parte, hay muchos pobres que tienen trabajo. ¿Qué otros mecanismos de discriminación o rechazo se dan en estos casos?

Sobre todo, una flagrante desigualdad de oportunidades. En la lucha por la vida la línea de salida no es la misma para todos, sino que algunos nacen ya con un recorrido hecho, y otros no. A esta desigualdad social se unen otros hechos, como ser mujer,  pertenecer a una etnia marginada, padecer enfermedad o minusvalía, o ser miembro de los grupos que una sociedad desprecia. 

• En países más desarrollados económica y socialmente, con menor desigualdad, ¿también funciona la aporofobia? Si es así, ¿por qué?

Sí que funciona, porque la pobreza no es solo económica. Cuando un niño está siendo acosado por otros y ninguno quiere defenderle, cuando alguien cae en desgracia y hasta sus amigos le abandonan, cuando el político o el profesional con poder lo pierden y los que le alababan hasta la saciedad se ceban en su desdicha, se está rechazando al que es pobre en poder, en prestigio o en reconocimiento social. Hay muchas formas de pobreza, por eso es preciso agudizar la sensibilidad e intentar percibir quién es el pobre en cada caso para poder ponerse de su lado y defenderle frente a toda agresión.

• ¿Cómo conviven en una misma persona o sociedad la moralidad, la religión, la solidaridad, la empatía, etc. con la aporofobia?

Con fuertes tensiones internas, porque la solidaridad y la compasión llevan a indignarse por el maltrato al pobre y a la necesidad de reclamar justicia, y, por otra parte, la necesidad personal de contar con apoyos para poder alcanzar las propias metas vitales lleva a buscar a los bien situados. Tomar conciencia de esta tensión interna es fundamental para obrar con justicia. 

• Además del rechazo al pobre a través de la indiferencia o la invisibilización, también existe la violencia, podría decirse el bullying al pobre, a través de los hechos o las palabras. ¿Cree que las redes sociales han potenciado el discurso del odio también hacia los pobres?

El discurso del odio es uno de los grandes problemas de nuestra época, porque se dirige contra grupos enteros de la población, sencillamente por pertenecer a ellos. La aporofobia, la xenofobia, la homofobia, el antisemitismo, la cristianofobia o la misoginia son ejemplos de ese tipo de fobias, que se expresan en discursos cargados de odio y desprecio. Esos discursos son en sí mismos inadmisibles. En ocasiones son incluso delictivos, pero en todos los casos son perversos porque quiebran la relación entre las personas, expresan una presunta superioridad de quienes pronuncian el discurso frente a los otros, atentan contra la humanidad. Las redes sociales han potenciado enormemente esos discursos, porque se pronuncian en el anonimato y la impunidad social.