Próceres sin almidón

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En las últimas décadas, historiadores y autores de novelas históricas buscaron humanizarlos y hasta se metieron en sus vidas privadas. Por qué bajamos del pedestal a nuestros patriotas ilustres.

La historia argentina estuvo caracterizada desde siempre por su solemnidad, en especial al hablar de sus personajes más trascendentes. Firmes en sus convicciones, fuertes en cuerpo y alma, abnegados, semidioses sin derecho al error, durante más de un siglo recibieron un tratamiento privilegiado, solo justificado a medias. A casi nadie, al menos no dentro de la historia oficial, se le ocurría, por ejemplo, cuestionar la sobrevalorada asistencia perfecta de Domingo Faustino Sarmiento (que el propio Sarmiento desmintió por escrito) o mencionar las relaciones al parecer algo promiscuas de Manuel Belgrano, dicen que dotado de una gran seducción. No, a tono con la sociedad conservadora y la clase dirigente proclive a la etiqueta y el protocolo, los próceres debían lucir inmaculados. Esta visión estaba presente en todos los ámbitos, desde las ceremonias oficiales a los actos escolares, de los medios de comunicación a las artes. Como las grandes producciones cinematográficas que cuentan vida y obra de esos personajes históricos, como Su mejor alumno o El tambor de Tacuarí, en la década de 1940, o las muy populares El santo de la espada, Güemes: la tierra en armas o Bajo el signo de la patria, a comienzos de los años 70, entre otras.

En las últimas décadas del siglo XX, las barreras que impedían acceder a la historia más personal, más íntima de esos personajes históricos, empezaron a levantarse. En todo el mundo, y también en la Argentina. Mucho tuvo que ver el auge de las publicaciones que historiaban sobre la vida privada a través de los siglos en general, por un lado, y la popularidad de ciertos historiadores-divulgadores y autores de novelas históricas, que vieron en el relato de la intimidad, y en especial de la intimidad de los próceres, un mercado editorial en ciernes, que aún hoy sigue vivito y coleando. En todo el mundo, y también en la Argentina.

Quizá tenga que ver con lo que describe la socióloga Paula Sibilia en La intimidad como espectáculo: “A pesar de esas trepidaciones, no parecen haber perdido vigencia, entre nosotros, aquellas ‘tiranías de la intimidad’ engendradas a lo largo del siglo XIX en el mundo burgués y tan bien descriptas por Richard Sennett en su clásico estudio de los años setenta. Al contrario, tomando en cuenta el exhibicionismo de la intimidad que hoy se expande, esas tiranías se vuelven todavía más audaces y opresivas, porque capturan espacios y asuntos que habrían sido impensables poco tiempo atrás. Además, otros despotismos vienen a ejercer una nueva torsión sobre aquellos más antiguos. Emerge así, aquí y ahora, algo que podríamos denominar las ‘tiranías de la visibilidad’”. Es decir, no somos solo todos nosotros exhibiéndonos, haciéndonos visibles en las redes sociales, por ejemplo; también lo son nuestros próceres a través de la historiografía y la novela histórica.

Así, nos fuimos anoticiando de ciertas aficiones de esos personajes y las figuras galvanizadas dieron paso al Sarmiento actor, al José de San Martín guitarrista, al Juan Manuel de Rosas poeta, al Belgrano pintor y poeta, al Juan Bautista Alberdi compositor. Y fuimos accediendo a cierta intimidad, a sus engaños y desengaños amorosos, a sus padecimientos físicos, a sus dudas. De ellos y de otros como Mariano Moreno, Juan Lavalle, Manuel Dorrego, Justo José de Urquiza, Martín Miguel de Güemes, Bartolomé Mitre y siguen las firmas.

Libros biográficos o relatos de diversa rigurosidad fueron dando cuenta de grandes historias y pequeñas anécdotas que no siempre dejan bien parados a sus protagonistas, a veces retratados en sus virtudes y otras en sus miserias. Lo hicieron José Ignacio García Hamilton, Felipe Pigna, Daniel Balmaceda, Omar López Mato, entre otros historiadores y periodistas. Del mismo modo, las novelas históricas, que toman aspectos documentales de las vidas de estas figuras y los convierten en una ficción basada en hechos reales, empezaron a ocupar un espacio en el que conviven la divulgación y la literatura. Es el caso, por ejemplo, de la autora de Pasión y traición (sobre los amores secretos de Remedios de Escalada de San Martín); la saga La hora del destierro, Lujuria y poder y Sangre y deseo, sobre Juan Manuel de Rosas, su mujer y su hija, y Amores prohibidos (sobre los amores secretos de Manuel Belgrano). Dijo Florencia Canale: “Quedarnos con la historia como nos la contaron en el colegio es una pena. Volver a leer los hitos históricos, entenderlos y escribirlos en una novela, hacen que dejen de ser una recopilación de datos, para empezar a cobrar vida. Y esos hombres que protagonizaron la Historia de nuestra nación, también tuvieron vidas, fueron de carne y hueso, tuvieron vulnerabilidades, luces y sombras”.

Para Andrés Bufali, autor de Bronce y barro. Pasiones, ruindades y virtudes en la historia argentina, Rotas cadenas. Los sucesos que llevaron a la declaración de la Independencia en 1816 y Secretos presidenciales, “los autores de buenos libros sobre personajes históricos, tanto argentinos como extranjeros, utilizan toda documentación que les sirva para crear su obra, y relatos verosímiles de testigos responsables; y, como desde hace siglos, se apoyan en esos elementos para lograr una narración atractiva”. Al mismo tiempo, se pone en alerta sobre la idea de que la verosimilitud de lo que se cuenta es suficiente: “Cuanta más verdad contenga una novela histórica, con realidades positivas y negativas, menos posibilidad de traicionar la figura de un prócer existe”.

Por otra parte, se manifiesta en contra de la proliferación de autores que, como viene sucediendo en los medios de comunicación, priorizan el escándalo por sobre la verdad histórica: “Para los medios de prensa de la Argentina, las editoriales que venden best-sellers y los productores que hacen cine y televisión solo hay un objetivo: ganar dinero fácil y rápido con el sensacionalismo a través de personajes notorios, dejando de lado las acciones y los pensamientos que les hicieron merecer sus estatuas”. Y agrega: “No hay interés real en nuestra sociedad para lograr la humanización respetuosa de sus próceres, lo cual, creo, se debe al cada vez más pobre nivel cultural y educativo de la población y sus docentes. Un pobre nivel que cada vez es más evidente y que existe desde hace décadas”. Respecto de qué impidió durante décadas y hasta siglos publicar estos aspectos más humanos de los próceres, opina que en realidad “nada lo impidió. Entre muchos, lo hicieron Bartolomé Mitre, Luis Romero, Tulio Halperín Donghi. Y lo hicieron con mucha más idoneidad que los que publican ahora libros con profusión de datos superfluos y escandalosos”.

 

Foto: Sito web de Felipe Pigna