Procrastinación o el hábito de postergar todo

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La procrastinación –o procastrinación, según la Real Academia Española, (RAE)-  es un trastorno psicológico de comportamiento que puede confundirse con vagancia o pereza pero que en realidad involucra múltiples factores que impiden a quien la padece concretar acciones u objetivos. Un especialista explica cómo identificarla y, eventualmente, asumir la necesidad de tratamiento.

Postergar o retrasar actividades y obligaciones suele ser una actitud frecuente para buena parte de la población, en casi todas las geografías. Sin embargo, hay casos en que este tipo de conducta se vuelve patológica: son aquellos en que, de manera permanente, las obligaciones o acciones que la persona se impone (o le imponen) no se concretan o finalizan nunca. En esos casos es que se habla de un trastorno de comportamiento específico, que requiere tratamiento psicológico.

Al momento de intentar identificar las conductas que exceden lo que podría ser calificado como vagancia o pereza –y, como se dijo, definen una patología-,  un primer indicador es que la actitud de postergación (no poder concretar las acciones deseadas o previstas) se ha vuelto habitual, y genera sufrimiento en la persona.
“La cuestión entra en el terreno de la ‘anormalidad’ -y merece ser atendida por un especialista- cuando es continua, prolongada o indefinida”, explica el psiquiatra Norberto Abdala. “En otras palabras, sentirse indeciso algunas veces no tiene nada de malo, lo problemático es que la indecisión se transforme en el eje de la conducta personal, e impida llevar a término lo que la persona se propuso. Sean cuales fueren las causas de la indecisión, las consecuencias posibles son, eventualmente, ‘quedarse sin el pan y sin la torta’ y la pérdida de oportunidades convenientes, lo que de por sí ya suma una alta cuota de sufrimiento a la sensación de que no se terminó aquello que se había comenzado”.

La procrastinación es un fenómeno complejo incluso para los especialistas en salud mental: resulta difícil analizarlo, tanto por las complicaciones que presenta para identificar sus causas, como para anticipar o dimensionar las consecuencias que puede provocar.

En general, el "procrastinador" suele, o bien sobrestimar el tiempo que le queda para realizar una tarea, o bien subestimar el tiempo necesario para realizarla -según sus recursos propios, a menudo sobrevalorados-. También puede tratarse de personas excesivamente perfeccionistas que, por miedo a errar, no finalizan lo que inician.

La inseguridad o la excesiva confianza también pueden ser razones que den origen al trastorno; en el primer caso porque se teme fallar, en el segundo porque se sobreestiman las capacidades y el dominio de los plazos. Existen también los casos en los que el procastinador privilegia aquello que le da placer por sobre las obligaciones, y esa puede ser otra de las causas que lo conduzcan a demorar o aplazar la concreción de tareas.
Los perfeccionistas suelen tener tendencia a procastinar, porque suponen que nunca estarán a la altura de lo que esperan, por lo que corrigen indefinidamente y suelen tener más dificultades para asumir la finalización de sus proyectos. La baja tolerancia a la frustración atenta contra la practicidad de estas personas, que suelen “enrollarse” intentando mejorar lo que impulsan.

También están quienes tienen una personalidad con tendencia a la hiperactividad y se dispersan o distraen en exceso generando siempre nuevas ideas y proyectos. En estos casos las dificultades tienen que ver con la organización mental: si se comienzan simultáneamente diferentes proyectos, difícilmente puedan ir cerrándose en tiempo y forma, ya que se tienen demasiados “frentes abiertos”.

Algunos tips para superar o moderar la tendencia a procastinar son:

1) Aprender a priorizar. Es importante pensar qué cosas son las más importantes para poder enfocarse.
2) Planificar las tareas con anticipación. Esto supone organizar de forma estratégica las tareas pendientes. Se pueden hacer listas para cumplir con las actividades por orden de prioridad.
3) Dividir los proyectos en pasos, sobre todo los más arduos, para no dispersarse en el proceso. (Si en lugar de escribir 500 páginas o adelgazar 15 kilos se piensa en escribir un libro de a tramos de 15 páginas o bajar dos kilos por vez, los objetivos tienen más posibilidades de llegar a cumplirse.)
4) Imponerse plazos para terminar las cosas, de modo de ir cumpliendo los objetivos pautados antes de iniciar otros proyectos.
5) Pensar en recompensas a medida que se cumplen los objetivos deseados, para alimentar la motivación personal y el deseo de superación y cumplimiento.