Prohibido ver a papá

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Cuando los efectos de la separación conyugal sobre los hijos los convierte en víctimas de un vínculo roto y de otro que corre peligro de romperse.

No son pocos los efectos indeseados de un divorcio. Cada miembro de la pareja lo transita individualmente como puede y se ve afectado de diferente manera por la separación. El panorama se complica cuando esa pareja tiene hijos, y cuando esos hijos son pequeños y no pueden tomar decisiones por sí solos, como pueden hacerlo hijos adolescentes o jóvenes. La separación conyugal puede darse en buenos términos pero muchas veces, por efecto de rencores, celos, cuestiones económicas y otras diferencias, eso no sucede. Y la resolución de esa separación, sea por acuerdos entre las partes o por vía judicial, se enrarece por la actitud de uno de los dos, y/o de su círculo íntimo o familiar, que promueve el alejamiento, drástico o paulatino, del otro progenitor. Independientemente de los casos en los que la separación se da un marco de violencia conyugal o familiar, o en los que hay un incumplimiento de los compromisos asumidos, ese alejamiento afecta principalmente a los hijos, pero también al que es de algún modo “prohibido”, mayor pero no exclusivamente el padre.

Prohibir al padre

En Prohibir al padre (Ediciones Continente), la psicóloga Liliana Colautti aborda esta controvertida problemática de adultos que repercute en los chicos, quienes repentinamente ven interrumpido ese vínculo esencial con el padre, y eventualmente con la familia extendida (abuelos, tíos, primos, hermanos de matrimonios anteriores del padre, etc.), lo que provoca un daño aun mayor por las implicancias afectivas de estas relaciones familiares.

 

 

 

A través de tres partes –que analizan el problema en cada uno de los involucrados: madre, padre, hijos, con testimonios de los protagonistas–, la autora busca responder (a través de la psicología, pero también de la filosofía y de los derechos del niño) algunas preguntas fundamentales: “¿Qué es lo que motiva a esas madres a provocar ese corrimiento de la figura paterna cuando no hay verdaderos motivos para semejante separación? Se puede pensar en rencores, celos, ambiciones económicas, apoderamientos resguardados por el falso concepto de querer lo mejor para sus hijos. ¿Qué puede ser mejor para un hijo que contar con su madre y con su padre durante su crecimiento y desarrollo? ¿Qué pasa con esos padres que de un momento a otro se ven imposibilitados de tener contacto con sus hijos, que en muchos casos son muy pequeños? Pero sobre todo, qué les pasa a esos niños que hasta entonces tenían un padre y una madre, y que no solo tienen que enfrentar la ruptura de ese vínculo sino también la de ellos mismos con uno de sus progenitores, en general en un momento de sus vidas en donde su desarrollo psíquico aún no les permite comprender problemáticas adultas que los superan”.

“La función paterna –explica Colautti– no solo se limita a proveer los recursos materiales indispensables para el bienestar del niño y la madre y para su educación. No solo se circunscribe al cumplimiento del ejercicio de la ley paterna, importante función e irreemplazable para la estructura psíquica del niño, permitiéndole la salida a la exogamia y a la cultura. Tiene, además, una función de apuntalamiento, pero no únicamente supletoria de una madre que no estaría en condiciones de ejercerla, sino que debería ser compartida en la totalidad de los casos de sana paternidad. No siempre sucede así”.

En busca de respuestas, la autora bucea en el narcisismo según Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis. Así, en la pareja el hombre tiene una actitud más de apuntalamiento y la mujer una más del tipo narcisista: “Puede suceder que la madre al tener ya a ese otro (el hijo), que es parte de ella y que su narcisismo necesita para amarse a sí misma, solo reclame del hombre los beneficios materiales, o que el hombre se sienta desplazado en el amor y por lo tanto en los beneficios sexuales, y se vea a sí mismo solamente como un proveedor. ¿Podría ser este el comienzo de un período de extrañamiento? ¿Será tal vez el inicio de una transformación del prójimo?” En cualquier caso, nada que justifique el alejamiento arbitrario del padre.

La autora también hurga en la repetición de clichés familiares de cada uno de los miembros de la pareja, generación tras generación. “Así es como se da el caso de mujeres que no conciben salir a trabajar una vez producido el nacimiento de un hijo –explica– porque su abuela y su madre no lo hicieron, o excluyen a los integrantes masculinos del ejercicio de la paternidad por haber pertenecido a familias con verdaderas características clánicas femeninas, donde se le resta importancia a la figura paterna. O bien hombres que no colaboran en las tareas de crianza porque consideran eso de dominio absoluto de la mujer, simplemente porque las generaciones anteriores así se lo transmitieron”. Sumado a esto a una mayor confianza depositada en su familia de origen, por los motivos señalados u otros, al momento de la ruptura conyugal muchas mujeres vuelven a ese núcleo original, ahora con sus hijos, dejando afuera al padre. Y como corolario de lo que Colautti define como “apoderamiento” de los hijos por parte de la madre, un fenómeno que comienza antes de la crisis conyugal, mayormente de manera inconsciente. Luego, ya consumada la segunda separación, la de padre-hijo, aparecerán en el padre las preguntas: “¿Estará bien de salud? ¿Habrá ido al médico en todo este tiempo? ¿Estará triste, enojado, asustado? ¿Seguirá con su grupo de amigos? ¿Cómo le irá en el colegio? ¿Estará muy alto, cuánto habrá crecido?” Preguntas que muchas veces no tienen respuesta ni siquiera por vía judicial.

Por otra parte, marca las diferencias complementarias entre los progenitores respecto de sus hijos, por ejemplo en aspectos lúdicos, un concepto que, en condiciones regulares, no debería modificarse después del divorcio: “El juego con un adulto implica (…) el estímulo de una función psíquica muy importante como lo es la afectividad. Y en este punto intervienen o deberían hacerlo ambos miembros de la pareja parental. Los juegos con el padre difieren de los que se desarrollan con la madre, por razones tan simples como naturales. Los movimientos son otros, otros son los tiempos, el lenguaje utilizado, los gestos, y los juegos en general, en cuanto a la elección de los mismos. Todas y cada una de estas características se relacionan con la afectividad, con la creación de un vínculo, pero ya no solamente con los padres sino con otras personas a través de ellos. Es con ellos y por ellos que un niño se va transformando en un ser social”. Y también tiene en cuenta el marco en el que se produce toda esta situación madre-padre-hijos por efectos de la publicidad y la globalización: “El aumento de la liquidez en los vínculos, la falta de compromiso, las fallas en la comunicación entre los miembros, en definitiva la des-afección familiar”.

Respecto de los hijos, la autora señala que, en casos de este tipo, suelen ser víctimas de manipulación, una conducta que los deja “sin opción, sin posibilidad de elección. Es la modalidad de la madre o no es nada, es el discurso de la madre o el silencio, es la realidad de la madre o el vacío existencial. Es por eso que aparece, como uno de los síntomas más marcados, la escisión. El niño se ve involucrado en una situación que es de exclusivo resorte de los adultos y pasa a ser parte del objeto de goce preferido por la madre”.

Sobre las responsabilidades de la Justicia y las denuncias hacia los padres, muchas veces falsas, en el prólogo de Prohibir al padre el Dr. Eugenio Raúl Zaffaroni, ex integrante de la Suprema Corte de Justicia, señala: “El aparato estatal de la llamada administración de justicia se encuentra ante dificultades difíciles de resolver. Por cierto que todo puede ser mejorado, pero en el caso se trata de distinguir lo que son denuncias de hechos graves —a veces gravísimos, susceptibles de poner en peligro la vida humana—, de otros que son falsos”. Y marca “la imperiosa necesidad de mejorar los servicios”, aunque “no puede negarse el problema de fondo, que es cómo hacer que un aparato que por su esencia no puede prescindir de un respetable grado de estandarización, resuelva problemas que requieren un altísimo grado de particularización”. Y en un sentido más amplio, agrega: “En este —como en muchos otros casos— no disponemos de la solución ideal, pero sabemos que debemos tratar de aproximarnos a ella, con más recursos, con mejores profesionales, con más entrenamiento de los operadores, con más amplia educación sanitaria de la población”.

 

Fotos: istock