¿Qué será de las universidades?

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“Reinventarse o morir” parece ser el lema de las altas casas de estudios, enfrentadas hoy a una gigantesca revolución. Los debates en torno a la flexibilidad, los cursos on line y lo que significa tener un título.

 “La universidad ha sido un buen modelo, de hecho ha funcionado muy bien durante los últimos 500 o 600 años. Pero estamos en una profunda transformación de los sistemas de transmisión de conocimiento”, arremete, polémico, el experto en Internet Genis Roca. “Es que la universidad está en un proceso de pérdida de su situación de monopolio -dice el español, que además es arqueólogo y licenciado en historia-. Ya no tiene el monopolio de los diseños curriculares, ni el de la impartición de la docencia superior, ni el de la creación de materiales educativos de calidad. Solo le queda el monopolio de expedir un título oficial, con lo cual su última frontera es una frontera de tipo legal. A la primera que haya una alteración jurídica en ese entorno, o que el empresario se atreva a contratar personas sin un título oficial, entonces los privilegios de la universidad se habrán acabado”. 

La clave, según Roca, pasa entonces no tanto por preguntarnos por el futuro de la universidad, sino por el futuro de la educación superior. “Porque el futuro de la universidad es terminar de exprimir los resquicios que le quedan de su monopolio -sostiene-, y cuando eso acabe el modelo resultante será otro que dudo surja de ella. El porvenir de la educación se está reescribiendo desde las orillas, donde se puede explorar con mucha más libertad”. 
La encrucijada no es menor: es que sobre la forma en la que se organiza la educación superior descansa en buena medida el modo en el que las sociedades forman su mano de obra calificada y construyen sus capacidades para generar conocimiento e innovación, lo que a su vez es motor tanto de productividad como de calidad de vida. 

Los datos sobre lo que viene ocurriendo con la universidad no son unívocos. Tomando por ejemplo América Latina y el Caribe, un estudio del Banco Mundial señala que en los últimos 15 años se duplicó en promedio la tasa bruta de estudiantes, llegando al récord absoluto de cerca de 20 millones de alumnos de educación superior en toda la región. El mismo trabajo revela que hay también más universidades: desde el año 2000 se han creado aproximadamente 2.300 instituciones nuevas, llegando a un total de 10.000. 
Ahora bien: la cantidad de graduados, muy lejos de aumentar, se redujo en el mismo período drásticamente, ya que solo la mitad de los latinoamericanos que arrancan una carrera termina recibiéndose. 

También cayó la calidad educativa de acuerdo con el estudio que hace hincapié en las dificultades de los estudiantes para cambiar de programa o de institución y en el hecho de que muchos de ellos tardan en graduarse bastante más de lo que deberían. 
Un dato no menor es que en este panorama irrumpieron con fuerza distintas ofertas de aprendizaje online que según algunas voces están revolucionando la educación superior. Catalogados bajo el amplio paraguas de “MOOC” -las siglas en inglés de Masive Online Open Course- se destacan por asegurar versatilidad, variedad de idiomas y opciones flexibles ya sea para obtener un título de grado o un aprendizaje intensivo en determinada materia, lo que se da con mayor frecuencia.

Andrew Ng es uno de los más famosos expertos mundiales en inteligencia artificial y el creador junto a Daphne Koller de Coursera, una plataforma de educación virtual que nació en 2011 y hoy ofrece más de 2.700 cursos a través de acuerdos con cerca de 150 universidades. 
Pero Ng no observa una competencia directa entre los MOOC y las casas de altos estudios, desde cuyos claustros se los ha acusado más de una vez de “robarles” alumnos. “Creo que los MOOC permiten a las universidades tomar su enorme contenido y llevarlo a un público mucho mayor del que jamás habían alcanzado -señaló en una entrevista para Knowledge@Wharton- porque muchas personas jamás tendrán acceso a una clase presencial en un campus”. El experto asegura sentirse orgulloso del alcance de Coursera, proyecto al que define como más eficiente que el de la universidad americana tradicional. 
“Una clase con 100 personas es una forma muy ineficiente de aprender. Sabemos, por los datos disponibles, que la tasa de retención es increíblemente baja: sólo se consigue recordar el 20% de la clase”, marca Ng, y cuenta que hacia adentro de Coursera están preguntándose cosas cómo si es posible aprender con más flexibilidad, dejando que los estudiantes completen cada curso a su propio ritmo. 
“A corto plazo -concluye- el impacto de los MOOC será el de dar continuidad al conocimiento y a la enseñanza de las personas que no tienen acceso a nuestros campus, pero me parece que a largo plazo habrá un cambio diferente y los campus recurrirán a un tipo de combinación simétrica de contenido online y clase presencial”. 

Existen, como en casi todo, promesas y preocupaciones. Entre las primeras asoma la posibilidad de ampliar la educación a unas escalas jamás imaginadas, permitiendo a la vez que un docente pueda llegar con sus conocimientos a todo el mundo. Pero también surgen los riesgos: uno de ellos es que las demandas de los empleadores se transformen en el único criterio que oriente el diseño de currículas. Esto es: que no queriendo esperar que la universidad prepare durante años a unos trabajadores plenamente formados, las empresas terminen decidiendo por ellas mismas qué es lo que hay que aprender, en qué tiempo y bajo qué modalidad de evaluación. 

 

Flexibilidad y adaptabilidad

María Belén Mandé es licenciada en ciencia política, magister en comunicación política y la actual rectora de Siglo 21, la universidad privada más grande del país con un campus en Córdoba y 350 centros de aprendizaje distribuidos en toda la Argentina. Belén dice que para el futuro imagina una universidad mediada por la tecnología, pero que permita a la vez que el alumno que está remoto no esté distante. 
“La práctica del aula y el aprendizaje de las materias se hará cada vez más en forma autodidacta, con profesores remotos y sumando la posibilidad, a través de la tecnología, de estar integrando permanentemente el pensamiento. Pero al mismo tiempo los estudiantes querrán ir a un campus en busca de la experiencia transformadora que implica conocer a otros y desarrollar algún tipo de producto creativo”.

Mandé reconoce que empiezan a aparecer industrias que “a las universidades nos pasan por encima”, empresas que generan sus propias soluciones formativas y proyectos digitales que ofrecen educación. Frente a ese panorama advierte que una parte importante del sector académico está aprendiendo a “no eliminar ninguna posibilidad”, tras lo cual se define como una defensora de la flexibilidad y la adaptabilidad de la universidad. “No podemos pretender que todos los universitarios se gradúen en cuatro años. Y por otro lado: los programas técnicos, la especialización y la fragmentación pueden ser valiosos. Ahí aparece la inteligencia del sistema educativo para hacer de esa transformación un producto sólido, pero dejándose llevar por el interés de un alumno que cada vez está menos dispuesto a entumecerse por un certificado. Claro que el certificado tiene valor, pero el estudiante quiere lograrlo haciendo tramos que lo motiven. Si alguien quiere hacer un cuatrimestre en Lisboa, me lo trae y se lo certifico. Ese es el concepto de sumatoria del conocimiento que buscamos”, remata. 

Ríos de tinta han disparado temáticas como “el empleo del futuro”, y sin embargo nadie puede saber con exactitud de qué vamos a trabajar mañana, qué nuevas actividades serán necesarias y qué conocimientos concretos requieren. Lo que sí queda claro a esta altura es que ningún país puede permitirse saltear el debate sobre qué papel tiene en este intríngulis la educación superior, así como a quién debe brindarse, bajo qué condiciones, con qué mirada, de acuerdo a qué políticas y con qué actores como protagonistas.