Soplan nuevos vientos para el humor

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¿Tiene que ser siempre políticamente correcto? ¿Cómo puede afrontar la tarea en esta época de grandes cambios sociales sin dejar de cumplir con su objetivo: hacer reír?

Si es cierto aquello de que el humor es poner algo en un lugar en el que no va, y que eso, en términos muy generales, es lo que causa gracia, ¿qué es ese algo y cuál es ese lugar inconveniente? Los cambios en la consideración del rol de la mujer, la búsqueda de la igualdad de género, el matrimonio igualitario y otros cambios en la lucha contra la discriminación y la violencia en cualquiera de sus muchas formas contra las mayorías postergadas o las minorías olvidadas representan, para unos, el mayor y más significativo signo de esta época. Otros, claro, creen exactamente lo contrario. Y hay un tercer grupo que considera que esos avances, llevados al extremo de la corrección, pueden ser atentatorios de, por caso, la libido y el humor. Revista Cabal consultó sobre el tema a tres importantes actores del humor gráfico en la Argentina: Daniel Paz y Marcelo Rudy Rudaeff, que editorializan con humor desde hace 31 años en la portada del diario Página/12, y Fernando Sánchez, editor y cofundador de la revista Barcelona.

 

¿El humor tuvo que adaptarse a la época, o por su naturaleza muchas veces transgresora puede saltar esa valla aunque sea incorrecto y eventualmente pueda ser criticado y hasta no causar gracia porque “queda mal”?

Paz: El humor no tiene una identidad única, hay muchos tipos de humor. La sociedad humana está cambiando. Las mujeres se ven a sí mismas de otra manera y salieron a exigir respeto e igualdad. Estamos en medio de una crisis porque el viejo paradigma aún tiene fuerza y el nuevo, si bien no para de crecer, aún no tiene la fuerza necesaria para imponerse. Esto ha generado una grieta que separa a dos sectores: uno teme que todo siga igual y el otro teme que las cosas cambien. La materia prima con la que se fabrica el humor es todo aquello que tememos y que nos duele. Por eso hoy conviven dos tipos de humor sobre la mujer y el feminismo, uno a cada lado de esa grieta. En cuanto a las críticas que surgen ante el humor hay que tener el cuenta que ciertos feminismos se ven a sí mismos como una minoría perseguida. En el caso de las minorías perseguidas no es prudente hacer humor si uno está fuera de esa minoría, porque hagas lo que hagas, va a caer mal.

Rudy: El problema, como siempre, no es el humor, sino los humoristas. Hay quienes trabajan a favor de los prejuicios, consideran a la mujer como objeto y entonces, quizá mal que les pese, tendrán que adaptarse, o ser incorrectos. Pero también hubo quienes, más allá de tendencia o modas de época, pensaron (pensamos) a varones y mujeres como sujetos, y entonces creo que podemos seguir haciéndolo sin problema. Yo agregaría que parte del tema, esté de moda, sea tendencia o no, es, y muchas veces ocurre, que confunde humor con agresión. Para mí ese fue, es y será el límite, tanto en cuestiones de género como en otras. Siempre me gustó hacer y ser público del humor en el que el más débil se ríe del poderoso. No creo que deba cambiar algo en ese sentido.

Sánchez: Recuerdo una tapa de Barcelona de enero de 2008. Decía “Qué va’cer. Confirman que las expresiones ‘afro’, ‘pueblo originario’ y ‘persona con otras capacidades’ no han modificado la situación de negros, indios y mogólicos”. Si bien 10 años después no estamos en el mismo lugar, creo que sigo pensando lo mismo: si los cambios en el lenguaje no están acompañados por políticas públicas que decidan y modifiquen realidades de discriminación de minorías o de grupos sociales numerosos pero sin poder, las formas políticamente correctas de referir a situaciones de injusticia hasta pueden terminar siendo funcionales a la perpetuación de esa injusticia. Pero al mismo tiempo, el empoderamiento de las mujeres, sobre todo de las más jóvenes, me obliga a repensar esta idea. La diferencia quizás esté en que esa vocación por el uso de determinados términos en lugar de otros que resultan ofensivos vino acompañada de una fortísima militancia social, transversal y masiva, que puso en la agenda la cuestión de género. En todo caso, queda claro que sin un compromiso real, físico y masivo de la sociedad o del Estado, el lenguaje políticamente correcto no modifica nada. Ahora bien, nosotros como revista satírica intentamos pararnos siempre en la vereda de enfrente a la del poder político y económico, que ya sabemos que no siempre coincide tanto como por estos días. Es desde ese lugar que trabajamos, y si el lenguaje políticamente correcto es usado desde el poder para lavar un discurso que no va en línea con las conductas o medidas impulsadas desde ese mismo poder, bueno, tratamos de meter allí nuestro bocadillo. Creo que esa tapa de 2008 puede ir por ese lado. Es inevitable que nos adaptemos a lo que va pasando, y es probable que algunas cosas que hicimos en el pasado no podríamos hacerlas hoy. No por miedo a la reacción, sino porque no nos nacerían de ese modo. Sí tratamos de no autocensurarnos, que es uno de los riesgos de la corrección política. En todo caso, como siempre decimos, si se nos ocurre una forma acaso bestial de referir a determinada noticia, lo que nos preguntamos antes de decidirnos a publicarla es ¿qué estamos queriendo decir? Y luego ¿se entiende lo que queremos decir? Si consideramos que estamos aportando un discurso nuevo o alternativo al que imponen los grandes medios sobre determinada noticia, vamos por ahí. Inclusive diría que si esa forma alternativa irrita al progresismo bien pensante, más nos divierte. Como nuestro objetivo no es el chiste por el chiste mismo (algo que valoro, pero que no practico en general) sino la sátira de los discursos dominantes, tratamos siempre de buscar esa vuelta. Y en ese camino puede ser que alguna vez hayamos pisado la banquina o, directamente, terminado en el pasto. Pero es un riesgo que debemos correr. Por lo demás, también sabemos que la sátira es muy poco efectiva si se ciñe a lo correcto o socialmente aceptado. Si no irrita un poco, si no incomoda y te obliga a pensar desde otro ángulo aquello sobre lo que se supone que tenés una opinión acabada, no cumple su función. Si lo entendés así, es inevitable molestar. Se trata entonces de molestar a las personas correctas, lo que no quita que esas personas no puedan ser, en algún momento, parte del mismo palo ideológico del que se supone que somos parte.

 

En este contexto, ¿puede que buena parte de la historia del humor en la Argentina (y muchos de sus máximos exponentes) hoy sería imposible de ser aceptada por su contenido discriminatorio, machista, la mujer como objeto, etc.?

Paz: El humor es la creación de personas concretas que viven en tiempos históricos concretos. Los humoristas hacen humor en base a los paradigmas, mitos, creencias y estereotipos del tiempo que les toca vivir. Cuando los paradigmas cambian, algo de ese humor inevitablemente va a quedar desactualizado.

Rudy: No se si “graaan parte”, pero sí parte. De todas maneras, no “la mejor parte”, a mi gusto. Los mejores humoristas, insisto, me parece que apuntan a conceptos más profundos, digamos “a reírse del poder”, pero puedo coincidir con que aquellos/as que basan el humor en los prejuicios (sosteniéndolos), en caso de que esos prejuicios sean contra las mujeres, no serían aceptados ahora, y sí lo eran hace algunas décadas. Sería de todas maneras mejor que no solamente cambie el chiste, sino el concepto, el prejuicio que le dio origen.

Sánchez: Y sí. Pero me parece completamente injusto abordarlos desde una perspectiva actual y condenarlos por lo que hicieron décadas atrás. Si sirve para pensar en los cambios sociales y culturales, perfecto. Pero si es para crucificarlos como baluartes del patriarcado que deberían haber sido quemados en plaza pública, no. Tengo una anécdota personal. Soy muy fan de Café Tacuba desde su primer disco. En el segundo, de 1994, el grupo incluyó una canción que se llama La ingrata, un hitazo que en términos de caricatura y exageración, describe lo que antes se llamaba “crimen pasional”. Hace poco, un año o dos, caí en la cuenta de que durante dos décadas bailé y canté a los gritos una canción sobre un femicidio. Como tantas boludeces que uno pone en Facebook, escribí eso: algo tipo “qué loco que recién ahora caigo, bla”. Eso lo leyó un amigo, ese amigo entrevistó a los Tacuba, les hizo referencia a ese posteo. Conclusión: los Tacuba sacaron La ingrata de su lista de temas para tocar en vivo. Me arrepiento un poco del posteo, lamento que esa canción por ahora no se pueda volver a escuchar tocada en vivo. Pero es una decisión. Otro ejemplo. El año pasado hice un libro sobre Los Auténticos Decadentes y les pregunté por Raquel y Entregá el marrón, dos canciones que hoy seguramente despertarían indignación. “Son producto de una época, así éramos en ese momento y no tenemos por qué avergonzarnos; que hoy no las compondríamos no significa que no podamos tocarlas”, me dijeron, palabras más, palabras menos. Otra vez: son caricaturas, tomarlas literalmente sería tener muy pocas ganas de pensar o mucha mala leche para repartir. Y en relación con los cómicos de la tele de los años 70 y 80, es fácil: hoy mirás esos sketches y no te causan gracia. Probablemente hoy no los harían. Si no por convicción, al menos por conveniencia: si no hacen reír, no sirven.

 

¿Siempre hubo temas sobre los que no es posible hacer humor, o eso es algo que también se profundizó en los últimos tiempos?

Paz: Creo que no hay temas vedados al humor. La clave no está en el tema sino en la manera en que se lo aborda y con qué tipo de lector está estableciendo un vínculo de complicidad el autor. Aquí no hay temas prohibidos; lo fundamental es la mirada del autor, su ideología, su sensibilidad moral y estética. Lo que sí ocurre en los últimos tiempos es que hay una hipersensibilidad por parte de muchas minorías que se ven a sí mismas como víctimas. Eso hace que haya quejas y protestas, especialmente en las redes sociales, donde el nivel de violencia verbal es superior al del mundo real. Pero bueno, como autor, creo que esa hipersensibilidad es un desafío más a enfrentar, como la fue en su momento –salvando la distancia– la censura desde el Estado. Había que esforzar la creatividad y buscar caminos alternativos para burlar la censura. Lo mismo hay que hacer ahora para que nadie se ofenda.

Rudy: No, no, yo creo que se pudo y se sigue pudiendo hacer humor sobre cualquier tema. El problema no es el tema, sino “de que te estás riendo” o “desde dónde ves” el tema. Si te reís de las víctimas, a mí eso no me parece humor, me parece agresión, abuso, y no lo hago, ni lo haría. Si te reís de los victimarios, me parece que sea cual sea el tema, lo estás honrando. No es el tema, es el punto de vista lo que marca el límite. No del humor, pero sí del humorista.

Sánchez: No sé. Aunque suene reiterativo, nosotros no nos consideramos humoristas sino periodistas, por eso pensamos que ningún tema nos debe ser ajeno. Si está en la agenda periodística y tenemos algo para decir, lo abordamos. Puede sonar a coartada, pero lo vemos así. Es probable que haya cosas con las que no se nos ocurre ser sardónicos, todos tenemos filtros culturales, ideológicos, éticos. Pero al menos de manera consciente, tratamos de no auto-limitarnos. En ese sentido, trabajamos hoy igual que hace 15 años. O al menos eso creemos.

 

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