Tinka, la única fábrica de bolitas de la Argentina

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Queda en San Jorge, provincia de Santa Fe, y produce dos millones de bolitas por semana. La historia de una tradición infantil que todavía sigue viva.

 

El juego de las bolitas, tal como lo hemos conocido, no ha muerto. No ha muerto a pesar de que en las veredas de las grandes urbes ya no se vea a los chiquilines haciendo hoyo o “quemando” rivales. No ha muerto a pesar de que siempre resulte difícil refutar la fina percepción del Negro Dolina (“las canchas han sido arrasadas y hasta pavimentadas, los hoyos fueron rellenados, los jugadores se han visto tentados por otras disciplinas”, escribió en 1988 en su célebre obra Crónicas del Ángel Gris). No ha muerto porque, de haberlo hecho, no podríamos explicar cómo es que la única fábrica de bolitas de vidrio de la Argentina sigue produciendo dos millones de unidades por semana (o 800 mil si se trata de bolones).

La empresa en cuestión se llama Tinka, fue fundada en 1953 en la ciudad santafesina de San Jorge y hoy sigue tan viva como entonces, con una plantilla de 13 personas y una producción que destina el 60 por ciento del total a fines lúdicos y solo el 40 restante a fines industriales. “Mi viejo habló del tema con Dolina”, le cuenta a Revista Cabal Adrián Ñañez, hijastro de Víctor Chiarlo, uno de los fundadores de la compañía. Y es que el Negro los referenció directamente sin conocerlos:

“La identidad de los fabricantes de bolitas es un enigma. Nunca hubo marcas, ni envases, ni publicidad”, sentenció en el relato La decadencia de la bolita. “Es que hay toda una cuestión de marketing que ahora se piensa pero que en aquella época no se conocía. Lo único que hacían era trabajar. Envasaban la bolita y no te decían ni quién la hacía. Es más, en un momento se llamaba ´lluvia de colores´. Entonces la gente no sabía si venía de Argentina, de Bolivia o de Japón. Nosotros hoy en Argentina somos los únicos. Después también hay fábricas en Brasil y México”, explica Ñañez. 

Una historia de cristal
Los orígenes de Tinka, más allá de lo curiosa que puede resultar hoy la voluminosa producción de un objeto que muchos creían extinguido, merecen ser conocidos desde el comienzo, especialmente porque la planta está afincada en una localidad de casi 25 mil habitantes que cuarenta años atrás supo tener otras dos fábricas de bolitas. ¿Es San Jorge la capital nacional de la bolita? Todavía no, aunque hay un proyecto en el Congreso para que se le otorgue ese status (el año pasado Jorge Lanata se mofó de esa y otras iniciativas similares y el pueblo se enfureció). En realidad, la relación de San Jorge con las bolitas tiene otro protagonista clave: el cristal.

Después de la Segunda Guerra Mundial, llegó a San Jorge un grupo de italianos conocido como la Tova, lo que significa “técnicos obreros vidrio Altare”. Altare es un pequeño municipio de la región de Liguria que se caracterizaba por la producción cristalera, herencia a su vez de los fenicios. La cuestión es que estos inmigrantes partieron de Génova y arribaron a Buenos Aires en septiembre de 1947. Desde allí se trasladaron hasta San Jorge, donde fundaron la cristalería SAICA (Sociedad Anónima Industria Cristal Artístico).

“Mi padrastro trabajaba en SAICA, que en esa época producía el mejor cristal del país. Y tenían además una máquina para hacer una pequeña cantidad de bolitas. Entonces con un compañero de trabajo tuvieron la idea de abrirse y poner una fábrica de bolitas de vidrio propia”, rememora Ñañez. Cómo se terminó montando la empresa también es testimonio de otros tiempos. Pidieron una licencia sin goce de sueldo por un mes y salieron a buscar a alguien que les bancara la inversión inicial, pues ellos no disponían de un capital para hacerlo. Ese apoyo llegó de los Grandes Bazares Manavella, una tienda rosarina que ya no existe más y que fabricaba la bolita de arcilla. Interesados en las de vidrio, les propusieron a Víctor Chiarlo y a Domingo Vrech un acuerdo bastante particular: ellos ponían todo el dinero para el proyecto pero durante los primeros seis meses todas las bolitas fabricadas debían ser para ellos.

Los seis meses pactados inicialmente luego se convirtieron en un año y medio. Transcurrido ese tiempo, los dos compañeros fueron libres para buscarle nuevos rumbos a su negocio y así fue como al poco tiempo Vrech se retiró de la sociedad y se sumaron Ricardo Reinero primero y el hermano de Víctor, Ángel Chiarlo, después. En la actualidad, las tres familias continúan siendo las dueñas del emprendimiento (en el caso de los Reinero la titularidad pasó a Juan, hijo del ya fallecido Ricardo).

Una cuestión sentimental
¿Y quién juega a las bolitas hoy? “Donde más se juega es en el norte del país. Y por una cuestión muy simple: la pobreza. Nosotros siempre decimos que producimos el juguete más barato del mercado: 50 bolitas cuestan de fábrica 12 pesos y el paquete de 100 está a 22”, cuenta Ñañez antes de acotar que la “temporada fuerte” coincide con el ciclo lectivo.

Ahora, que Tinka sea la única fábrica del país que produce las bolitas (y los bolones) de vidrio no significa que gocen de una posición monopólica en el mercado. La competencia es fuerte y viene principalmente de China y luego de México, aunque estas canicas tienen más calidad porque allí producen el vidrio desde cero (en lugar de reciclar como Tinka) y son por eso más caras. “Bolitas se importaron siempre, algunas veces más y otras menos -asegura Ñañez-, pero lo peor fue en los 90. Mi viejo venía a Buenos Aires con un paquete a 1 peso y aparecían las chinas a 80 centavos, lo bajaba a 80 y las chinas valían 60. Era imposible competir. Si hubiésemos tenido una visión netamente empresarial habríamos cerrado. Pero para las familias que estamos en la fábrica, además de un hecho comercial, esto es una cuestión sentimental. Siempre le buscamos la vuelta”.

Esa vuelta, en los 90, fue proveer de bolitas de vidrio a otras industrias que podían requerirlas. “Empezamos a ver productos en el mercado que al agitarlos tenían algo adentro. Se contactó a esas empresas para ver si les servía lo que nosotros hacíamos. Y hoy la bolita se usa para pinturas, productos veterinarios y medicinales, espuma de carnaval”, relata Ñañez. La única diferencia entre la bolita de uso industrial y la de juego es que a la primera no se le da la coloración.

Y así, sufriendo las mismas vicisitudes que el país, Tinka llegó hasta nuestros días con la misma energía de sus primeros tiempos. Hoy la fábrica es visitada con frecuencia por los niños de las escuelas, inició la técnica de la vitrificación (pegarle calcomanías con logos a las bolitas), apoya a artistas que tienen obras vinculadas con el “mundo bolita” (así se llama un libro de la escritora pampeana y secretaria de Cultura provincial Adriana Maggio; también cooperan con la muestra Juego de Niños de la artista visual Carmen Imbach ) y colabora con personalidades del norte del país como Jorge Rojas o el Chaqueño Palavecino llevando bolitas y trofeos para los chicos a los eventos que ellos organizan. Las bolitas, a pesar de Dolina, no desaparecieron.