Trueque 3.0

Actualidad

Dar lo que ya no se usa y recibir lo que el otro ya no necesita es el principio simple de una nueva forma de intercambio que está conquistando Internet. Una respuesta al consumismo exhacerbado.

Reciclada en Internet, una forma original de realizar intercambios está marcando una nueva tendencia mundial; con un discurso menos combativo que el de sus precursores, que lidiaron exclusivamente con la crisis, sin duda más pragmáticos y tecnológicos, los protagonistas del trueque 3.0 consideran que lo suyo es tanto una alternativa a la escasez como una respuesta al consumismo exasperado que propone el mercado.


La urgencia de lo económico no parece entre ellos tan prioritaria como una autodefinida «ecológica» actitud de resistencia, una que aspira a convertirse en un cambio cultural profundo, que ponga en cuestión los hábitos de consumo más arraigados de la sociedad capitalista global.


«La sociedad no solamente regula los intercambios o la competencia sobre el dinero sino que organiza un desperdicio colosal», observa el filósofo francés Alain Badiou en un video subido a la página española Bioecon, creada por un colectivo que responde a todos los requerimientos y consultas que se le hacen en forma grupal. «En la medida en la que todos somos capaces de producir y consumir somos “prosumidores” y estamos conectados; creemos que hoy es posible hacerlo sin dinero», sostienen y sus palabras resumen el ideario de esta nueva, celebrada utopía.

 

Pasado y presente

Rubén Osvaldo Rodríguez tiene 46 años; divorciado y padre de una hija que ya le dio una nieta, hace cuatro que se volcó al intercambio de bienes y servicios sin dinero a través de una plataforma en Internet que él mismo creó, junto con un par de amigos porteños.  La plataforma se llama Munitario.com y de ella participan hasta el momento unas 500 personas. «Quizás con esta cantidad alcanza por ahora, porque la cercanía es muy importante», dice este programador profesional que hoy cubre gracias a ella un cuarto de sus necesidades de consumo. «Al principio nos juntábamos unos pocos para hacer cosas comunitarias, dar una mano a la sociedad. Cuando eso terminó diseñé un sitio web que permitiera el intercambio. Pero en vez de generar papeles que simbolizan un valor o un crédito, que se pueden falsificar o perder y que ya hoy parecen algo antiguo y no ecológico, lo que planteamos fue un trueque recíproco: tiempo humano por tiempo humano».


La referencia a «los papeles» apunta a la modalidad que en su momento se desarrolló desde el Club de Trueque, una de las experiencias más grandes del mundo, que surgió en la Argentina al calor de la crisis de 2001, y que pasó a formar parte de lo que Badiou define como «proyectos utópicos de monedas provisorias». Se trataba de una iniciativa entre vecinos de la localidad de Bernal, en la provincia de Buenos Aires, que desde el año 1995 se realizaba como paliativo a la pérdida de poder adquisitivo, y que en el inicio del Tercer Milenio llegó a contar, según sus organizadores, con cuatro millones de usuarios que reemplazaron el papel moneda por vales y créditos que les permitieron capear la crisis. Aquella experiencia pionera,  a poco de andar, fue sumida en una serie de complicaciones administrativas y acusaciones mediáticas y jurídicas (desde inutilidad a estafa) que la hicieron declinar hasta casi desparecer.


«Cuando vino la crisis de 2001 tuvimos que reproducir rápidamente el modelo de nodos y en 6 meses pasamos de menos de 100 clubes a 100.000 en mayo de 2002,  y en eso el correo electrónico se volvió fundamental. Aunque todos los que participábamos recorríamos el país, Internet nos ayudó muchísimo», reconoce Rubén Ravera, uno de los fundadores de esa red. No sin nostalgia, desalentado al parecer por el cambio en los vínculos que se ha generado en los últimos años, ahora aplica su experiencia a desarrollar, como dice, «proyectitos a baja escala».


Concretar el paso hacia el intercambio a través de la red no fue algo difícil pero hubo que resolver algunas premisas básicas. ¿Se iba a permitir o no a los recién ingresados arrancar con «algo para intercambiar» por el sólo hecho de anotarse? La preocupación era que de ese modo pudiesen sacar provecho del sistema personas que no quisieran aportar realmente sino solamente llevarse cosas. «Eso pasó en la fase final del Club del Trueque, en la que 100.000 personas atendían a casi un millón de beneficiarios que no tenían nada para poner. Y esa fue otra de las razones que terminó con la experiencia: entró gente con mucha necesidad y en muy poco tiempo se desvirtuó la idea del dar y recibir», dice Rodríguez.

Virtual y real

En su página hoy cualquiera puede alojar los productos y servicios que ofrezca, desde clases de yoga a muebles en desuso, que pueden ser tomados por otros usuarios y trocados en forma independiente y directa, sin ninguna intermediación. «La gente se arregla. Una de las evoluciones fue la creación de grupos zonales geográficos, para que cada usuario pueda decidir adónde le conviene ir», señala Rodríguez recordando que además, periódicamente, los usuarios del sitio se encuentran en algún lugar de la ciudad. «La reunión te da algo que no te da el sitio web, que es el encuentro entre las personas. Esto es la posibilidad de generar hechos comunitarios. No digo una gran comunidad donde todos vivamos juntos, sino que se encuentren y que, con la excusa del intercambio, empiecen a pasar cosas.

 

Queremos que la gente se acerque por convicción, no por desesperación. Mirá, en los últimos tres meses pinté mi casa, conseguí psicólogo para alguien de la familia, reparé el tanque de agua y la grifería y otras cosas del hogar, y además hice un viaje de vacaciones a Córdoba donde conocí a un constructor cubano que hace cimientos, techo, pared y base en un material que es el superadobe (sin ladrillos ni cemento) y se ofreció hacerme la casa a cambio de obtener movilidad. Fue sólo una conversación. Pero me quedé pensando. Uno dice: ¿casa y autos? ¿Tanto? A veces se piensa que lo único que podés obtener es empanadas, masajes o arreglos en el hogar. Y no hay límite para esto. Imaginate que juntás un Facebook al que le sacás todo el espacio frívolo de la vidriera, y un Mercado Libre al que le sacás el dinero…», se entusiasma.

 

Para Rovera, del Club del Trueque, las cosas no son tan sencillas: «Uno puede hacer una transacción como en Mercado Libre pero es muy engorroso para la gente. Hay que contratar un flete, los sistemas electrónicos son limitados. En general, no permiten el crecimiento. Esto solamente se podría dar con un sistema muy aceitado que entienda cómo funciona la gente. Y un sistema informático siempre lo vuelve más difícil. La gente desconfía de los sistemas centralizados», señala aunque reconoce que los nodos de trueques tradicionales de la Argentina hoy se encuentran «en situación de trinchera y con un hermetismo total» como consecuencia «de la persecución que se implementó desde algunos sectores en contra de este movimiento social».

 

La danza de los prosumidores 

«La red está buenísima para recurrir a un modo de canje que prescinda del dinero», opina Gerardo Gutiérrez, uno de los usuarios del sistema. «Primero porque promueve el comercio justo: en la red le vas a ir a comprar al productor de la materia prima o del servicio que lo genera; no es lo mismo comprar una silla en un supermercado, donde no se puede modificar nada en absoluto, que ir a alguien de la red que las produce. Y segundo, porque así conocés a otra persona».
Sin pensar en fronteras geográficas, hoy en la Web se encuentran desde sitios para el intercambio de casas (como Homeexchange.com, en el que hay que pagar una cuota anual para formar parte de una base de datos global) hasta simples intercambios «de sofás» (por caso, Couchsurfing.com y Hopitalityclub.com, que fomentan el alojamiento mutuo de viajeros para hacer turismo a bajo costo); desde exclusivamente ropa a través de páginas internacionales (Thredup.com o Swapstyle.com) a toda clase de objetos y servicios. En Truequear.com hay tres consejos –«del buen truequeador», justamente– que definen a la perfección el nuevo ideal que sus propulsores sostienen: se fía y se confía; se ofrece lo que no se usa, no lo que no se puede usar; se intercambia, no se comercializa.


Decenas de sitios pivotean por cierto desde redes sociales como Facebook para publicitar lugares de encuentros en los grandes centros urbanos; pequeñas casas de familia tal vez prestadas, tal vez sin mayor uso, son los nuevos puntos de encuentro de algo cuyo único límite parece ser la fachada legal. No cualquiera se entera y el boca a boca o la recomendación se convierten en pasaporte obligado. «Llegué a través de Jorgelina, de Nico y de Naty, que dan un taller de teatro. Me interesó la cuestión de poder hacer circular lo de uno. No por una cuestión económica sino por enriquecerme con el intercambio», explica la psicóloga Lucía Wood, de 33, en una de estas casas cuyas direcciones los organizadores prefieren no difundir públicamente.


Alejados del consumismo, los prosumidores han tomado la costumbre de hacerse o deshacerse de objetos o servicios como una suerte de militancia autobautizada ecológica. Y así lo que alguien lleva y deja no necesariamente se traduce en una equivalencia. En el «freecycle» todo circula y después de llegar con una bolsa de camisas o pantalones usados alguien sale con los zapatos que calzó antes otro, ese desconocido o desconocida, sin que su sentido de la individualidad se vea afectado. Sin tickets ni vales, lo que queda luego de la visita se dona: «Vine a encontrarme con ella y me pareció interesante cambiar algo que yo ya no usaba por otra cosa. Traje una pashmina y tres collares y me llevo un pantalón», dice Rocío Faur, de 31, docente de educación especial; y su amiga artesana Carolina Hernández corrobora: «Me enteré por una amiga que hace carteras recicladas en goma de caucho. Me comentó que había una feria de intercambio y me mandó el flyer por Facebook. También me llegó por otra chica, y se lo comenté a Rocío. Bueno, yo traje dos remeritas y me llevo un montón de cosas: un vestido, remeras, una pollera, un gorro de lana».

 

El proyecto utópico

Rubén Rovera es continuamente invitado a dar charlas sobre el trueque en España, Venezuela, Colombia y Grecia y allí fundamenta su postura militante, decididamente crítica con la nueva modalidad que adquirió el trueque tradicional: «En nuestra red se dio un sistema horizontal transversal. Nos interesaba la faz social, de construcción de ciudadanía, de solidaridad. A nosotros nos hicieron perder seis, siete años transitando todo tipo de juzgados. Los sistemas electrónicos van a tener que crear una alternativa pero el sistema monetario es hegemónico. Existen sistemas de dinero encriptado que pretende ser como una divisa electrónica pero los sectores de poder lo consideran un mecanismo para lavar dinero. La única manera de hacer algún cambio en relación con el tema de la moneda y el sistema financiero es desde abajo. El tema del trueque va a tener que imponerse con acuerdos, si no cualquier iniciativa va a ser exterminada. Ojalá pueda haber un mundo diverso con distintas herramientas para estimular el comercio pero los sistemas hegemónicos quieren existir solos», sostiene.


«Sociedades enteras han practicado intercambios no monetarios. Eran más pequeñas que las nuestras, de acuerdo, pero nosotros podemos sin duda resolver los problemas de organización de intercambios no monetarios a gran escala», considera el filósofo Badiou desde la pantalla de la plataforma española Bioecon, y sus palabras quedan resonando como un faro que abre nuevas perspectivas para una vida mejor. «Haría falta una organización amigable de los intercambios, que se haga de otra manera. Naturalmente es una cuestión muy difícil, muy delicada, que tomará mucho tiempo. Pero estoy convencido de que el intercambio no monetario –desarrollado, comprendido masivamente– es posible».
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Alejandro Margulis

Reproducción de Acción Digital – Nº 1133