Una actitud condenable

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    La comunidad internacional sufre desde hace algunos días el alerta de un nuevo e insidioso peligro para las relaciones pacíficas entre los países, ya de por sí afectadas por la precaria inestabilidad que les confiere la existencia de varios focos de guerra o conflictos armados en distintos lugares del planeta, entre ellos Irak y Afganistán, por mencionar los más conocidos y cruentos. Ese alerta lo produjo la decisión del presidente de los Estados Unidos, Barack Obama –en este momento sometida a la aprobación del Parlamento norteamericano- de llevar a cabo un plan de ataques militares contra la República Árabe Siria.

     El pretexto que usa en esta ocasión Washington es que el gobierno sirio que preside Bashar Al Assad ha utilizado armas químicas contra la oposición y la población civil, provocando el último 21 de agosto pasado la muerte de 1500 personas a las puertas de Damasco, la capital del país. Del lado del gobierno árabe se contesta que es al revés: que es la oposición armada, respaldada por Norteamérica, quien utilizó bombas bacteriológicas. En estos días, un grupo de inspectores de las Naciones Unidas, convocados por el propio gobierno de Al Assad, estudian en el terreno si se utilizaron esa clase de armas (gas mostaza, gas sarín o el agente químico VX, el más tóxico de todos).

    A pesar de que tanto el informe de los inspectores como la decisión del Capitolio tardarán varios días en producirse, Obama ya ha adelantado que la implementación de medidas militares no podía demorarse mucho más tiempo, actitud que revela una clara disposición a lanzarse a las acciones bélicas, aunque para hacerlo hasta ahora solo haya conseguido en Europa la sola compañía del gobierno de Françoise Hollande, un socialista que en materia de política exterior ha colocado a Francia a la cola de la derecha gaullista y lejos de la mejor tradición pacifista de su país.

    Lo cierto es que hasta ahora no hay pruebas claras que incriminen a uno u otro bando. Si las hubiera alguien las habría presentado en las Naciones Unidas. Pero lo que constituye un incontestable dato de la realidad es que cuando Estados Unidos necesita invadir un país si no tiene pruebas las inventa. En 2003, inventó que el gobierno de Saddam Hussein tenía un arsenal de armas de destrucción masiva y por eso atacó a Irak. Luego se supo que esas acusaciones eran falsas. También se sabe que, en los tiempos en que Hussein era aliado de Estados Unidos, su complejo militar-industrial le proveyó armas químicas para combatir a las minorías turcas. Y en ese caso su gobierno  no se sintió moralmente inhibido para hacerlo.

    La invasión a Siria tiene como objetivo final una acción similar sobre Irán y podría conducir a un conflicto de proporciones descomunales. Eso lo sabe cualquiera que esté un poco al tanto de la situación internacional. En estos días, circulaba por Youtube un interesante video donde el general yanqui Wesley Clark revelaba en una entrevista televisiva, de marzo de 2007, que en cierta ocasión le habían mostrado un documento de la Secretaría de Defensa de su país en el que constaba, como estrategia vital para los intereses norteamericanos en el mundo, que su Ejército invadiera y ocupara siete naciones árabes, entre los cuales figuraban obviamente Siria e Irán.

     Lo trágico es que Washington hace eso transgrediendo todas las reglas de convivencia que establece la legislación internacional y sembrando el dolor y la muerte por todos lados. De ahí que haya sido muy oportuna la condena que hizo de estos preparativos la UNASUD y antes el gobierno argentino en las Naciones Unidas, postura nacional que con seguridad se repetirá en la próxima reunión del G20 en San Petersburgo. Las Naciones Unidas son el ámbito natural donde todas las diferencias entre países o cualquier clase de violación al derecho internacional deberían debatirse y tratar de resolverse mediante el diálogo. Se sabe, sin embargo, que esto no ocurre. Por otra parte, como dijo el Papa Francisco, no se defiende de la muerte a ciertas personas matando otras. El único camino hacia un acuerdo es la negociación.

     Por eso, creemos que la comunidad internacional tiene todavía que andar mucho para que la conciencia de una paz duradera se instale en el mundo. La guerra es un negocio para los fabricantes de armas y para aquellos que medran al amparo de la destrucción de los países castigados. Los pueblos necesitan la paz para crecer bien y cumplir el objetivo de ampliar sus derechos y mejorar cada vez más sus condiciones de existencia.  Para el cooperativismo solidario, y sin duda para Cabal también, la aspiración de un mundo sin guerra ha sido siempre una condición basal de su filosofía humanista, de su lucha por lograr un futuro mejor, más luminoso y feliz para todos. Solo la paz garantiza que cualquier proyecto individual o colectivo se cumpla sin sufrimientos. De ahí estas palabras, estas líneas de condena a cualquier agresión militar.