Crímenes de género

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Según cifras de la ONG, La casa del encuentro, en la Argentina muere una mujer cada 31 horas como consecuencia de la violencia machista ejercida en la mayoría de los casos, por su pareja, ex pareja o algún hombre cercano a su entorno.  Todos los días nos desayunamos con la noticia de que hay una nueva mujer quemada, acuchillada o golpeada hasta la muerte.
Chiara embarazada y de sólo catorce años fue enterrada viva por su novio, otro adolescente, en la ciudad de Rufino hace menos de un mes.  Este asesinato hizo que la sociedad dijera “basta” a estas muertes y decidiera hacer algo más que ser espectadora de esta crueldad.
Desde Revista Cabal manifestamos nuestro apoyo a esta lucha e invitamos a nuestros lectores.

 

Mujeres Asesinadas

Cada vez más jóvenes y adolescentes son víctimas de la violencia de género

Los femicidios de adolescentes constituyen un grave fenómeno social. Ángeles, Melina, Noelia y Daiana son solo algunos de los nombres de una lista dolorosa que crece día a día.
Noelia Akrap tenía 15 años y había ido a un quiosco, en Berazategui, donde vivía. La estudiante chilena Nicole Sessarego Bórquez, de 21, fue sorprendida cuando ingresaba a su casa, en el barrio de Almagro. Melina Romero salió a festejar su cumpleaños número 17, en el partido de San Martín. Ángeles Rawson, de 16, acababa de volver de la escuela a su casa, en Palermo. Las cuatro terminaron asesinadas en circunstancias diferentes pero que constituyen un mismo fenómeno, uno de los más graves en términos sociales en la Argentina: los crímenes de jóvenes mujeres.
Sin embargo, no parece tratarse de un problema de inseguridad en el sentido convencional de la palabra. Ninguno de los crímenes de mujeres registrados en la historia reciente estuvo relacionado con episodios de robo. Akrap y Rawson murieron al resistirse a intentos de abuso sexual. Araceli Ramos y Daiana García, ambas de 19 años, resultaron víctimas de hombres que las manipularon con distintos engaños, en octubre de 2013 y marzo de 2015. La Justicia imputó por el crimen de Sessarego Bórquez a un joven misógino con antecedentes por agresiones a otras jóvenes. «Cuando las mujeres dicen no, no voy a aceptar que me violes, no tengo ganas de tener relaciones con vos, los hombres más desestabilizados matan», plantea el psiquiatra y psicólogo Enrique Stola.

La socióloga Vanesa Vázquez Laba analiza el fenómeno en el marco del cuestionamiento de viejas ideas respecto del lugar de las mujeres y de un protagonismo social que desafía las mentalidades más conservadoras. «Las mujeres, y los géneros disidentes del binomio varón-mujer, se salen de lo establecido. Todo lo que se escape de la norma para lo hegemónico es un problema, hay que volverlo a encarrilar. Las mujeres hemos salido más a la calle, entonces una manera de meter miedo es esta violencia tan cruda. El femicidio funciona como una manera de controlar». Enrique Stola tiene un diagnóstico coincidente: «Las mujeres, en diferentes clases sociales, han avanzado muchísimo por sus propias luchas. Este ejercicio de la libertad que están haciendo pone muy nervioso al colectivo machista».
La expresión «colectivo machista»
, aclara Stola, incluye «tanto a los hombres que ejercen dominio sobre las mujeres como a las mujeres colonizadas mentalmente que replican la forma de dominación machista; es decir, que miran la realidad con las categorías masculinas». La violencia contra las mujeres es más visible como problema en los últimos años y la concientización sobre sus consecuencias tiene mayor difusión, pero los crímenes persisten. Vázquez Laba, coordinadora general del Programa contra la violencia de género de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), afirma que los femicidios son conocidos en los sitios donde hay organizaciones de mujeres que los denuncian, como en Salta, sobre todo a partir de la violación y el homicidio de las francesas Cassandra Bouvier y Houria Moumni, en 2011: «¿Qué pasa en Formosa, en Chaco, en Catamarca, por ejemplo? –se pregunta– No sabemos. Tampoco hay estadísticas oficiales, las únicas que manejamos son las que hace la ONG La Casa del Encuentro. Hay además muy pocas investigaciones cualitativas para comprender el fenómeno en su complejidad y saber cómo combatimos un patriarcado que es ideológico, cultural e histórico y que se cruza con muchas cuestiones que no están al alcance de la mano como para cambiar de un día para el otro».

 

Una matriz social

La escritora Selva Almada recuerda un detalle del crimen de María Soledad Morales, el caso que conmovió al país en 1990: los asesinos dejaron el cadáver en un descampado.«Ese desprecio por la vida de una mujer que se hace extensivo a sus restos podría ser un rasgo característico en muchos casos de femicidio, desde el pasado hasta los más actuales, como el caso de Daiana García o el de Melina Romero. Otra característica es que la mayoría de las veces el victimario es un varón que la víctima conoce, que pertenece a su círculo más cercano», dice la autora de Chicas muertas, una novela sobre tres casos de jóvenes mujeres asesinadas en los años 80.

«En la mente del agresor los cuerpos de las jóvenes pasan a ser envases para descartar cuando no sirven para los fines para los que son buscados», afirma la criminóloga Laura Quiñones Urquiza. «La violencia va escalando a medida que se naturaliza socialmente. Esta era de las comunicaciones, donde las imágenes se viralizan, ha hecho que estos actos sean observados y canalizados inmediatamente y tomen un cariz distinto», agrega.
Los crímenes de mujeres jóvenes interpelan a la sociedad en su conjunto. «Los femicidas no son seres de otro planeta, son nuestro novio, amigo, vecino, padre, hermano, primo, jefe –dice Selva Almada–. No es un loquito suelto que aterriza en la Argentina y empieza a matar mujeres. Nuestra sociedad es misógina y es la misoginia la que promueve y sostiene el femicidio».

Para Enrique Stola, los crímenes se encuentran en una línea de continuidad con comportamientos y valores que todavía pasan por naturales. «La violencia extrema no tendría casi entidad si no existiera una matriz social, una violencia simbólica, y esa violencia simbólica es la que no se reconoce como tal, la que cuesta reconocer», puntualiza. Una de las más comunes es la del acoso callejero: la agresión encubierta bajo la forma supuestamente amable de un piropo. El crimen de Noelia Akrap tuvo precisamente como prólogo los seguimientos del vecino que resultó su asesino.
Stola intervino como perito en distintas causas por abusos sexuales, entre ellas la del cura Julio Grassi, por lo que recibió amenazas y hostigamientos. «Las adolescentes y las jóvenes adultas son las que quizás menos experiencia tienen socialmente, pero deben cumplir con lo que se espera de una mujer –señala–; esta idealización de lo que se llama el amor romántico –no del romanticismo en el amor– y los estereotipos sociales según los cuales la mujer debe someterse a los requerimientos del hombre establecen una estructura vincular ampliamente desfavorable».

El psiquiatra destaca la cosificación recurrente de la mujer en productos de la publicidad, el cine y la televisión. «Nosotros, los varones –ejemplifica–, no tenemos una Tinelli que nos haga bailar casi desnudos, que nos apunte directamente con la cámara cuando aparezca un testículo o que ponga su cabeza cerca de nuestras nalgas; no tenemos alguien que nos descalifique de esa manera». En el mismo sentido se dirigen «las publicidades que estereotipan a las mujeres en roles de amas de casa, donde un locutor masculino les dice que nunca aprendieron cómo cocinar o cómo limpiar los baños, pero ahora viene míster músculo y les enseña cómo hacerlo; por supuesto es un hombre, porque dentro del imaginario social masculino los hombres son los portadores de la inteligencia».

La ideología que subyace a esa visión de la mujer y que frecuentemente disculpa o atenúa la responsabilidad de los asesinos de jóvenes, puede remitir al pasado. Hay que indagar también en la historia reciente para encontrar los orígenes de la violencia en las relaciones personales, dice Vanesa Vázquez Laba: «Nuestra sociedad ha vivido un período muy violento y eso no se desbarató en las subjetividades. Chicas y chicos que hoy tienen entre 30 y 35 años fueron criados en familias con prácticas violentas. Hay que trabajar no solo el abuso, sino también el maltrato infantil que hemos vivido en nuestras casas, que ha creado personas donde vincularse con el otro y poner límites se hace a partir de una reacción física, un grito o una subestimación». Para Enrique Stola, «en cada momento histórico hay modalidades específicas para expresar la violencia social y particularmente la violencia masculina», y las actuales son un desafío para el análisis.

 

Casos clínicos

Los asesinos de jóvenes mujeres, en los casos recientes, aparecieron en principio como personas comunes, aunque con la difusión de las historias se conocieron también antecedentes que mostraban sus desviaciones. El portero Jorge Mangeri acosó al parecer a otras mujeres antes de atacar a Ángeles Rawson; Lucas Adrián Luque, acusado por la muerte de Noelia Akrap, tenía un historial de adicciones y de amenazas y agresiones a vecinos. «No hay un patrón único», destaca Stola. Y tampoco puede predecirse una conducta criminal: «A través de exámenes que apunten a la personalidad de los hombres violentos se puede ver que no hay un manejo adecuado de la violencia, inmadurez afectiva o en cuanto al desarrollo de su sexualidad, dificultad para establecer vínculos profundos. Pero que aparezcan estos aspectos no significa que una persona sea un abusador. Todos podemos tener alguno o todos esos puntos y no ser abusadores».
Una de las personalidades más complejas de analizar resultó la de Walter Vinader, exsuboficial de Prefectura acusado por el crimen de Araceli Ramos y sospechoso de haber asesinado a otras dos mujeres. En 2011 fue condenado a 10 meses de prisión por extorsionar a su expareja, a quien además acosaba con afiches callejeros agraviantes. «Soy el tipo de amigo que hasta te ayudaría a esconder un cadáver, pero si me traicionás, recuerda: sé cómo esconder un cadáver», escribió en su muro de Facebook. En 2013 se contactó por la misma red social con Araceli Ramos, a quien atrajo con falsas promesas de empleo.

La palabra más común para encuadrar estos comportamientos es psicópata. Desde la criminología, Laura Quiñones Urquiza sostiene que «la psicopatía es un diagnóstico grave no solo porque no hay conciencia de la anomalía, sino también porque si no hay sentimientos, no hay remordimientos; tampoco tiene cura pero sí tratamiento». En particular, «Walter Vinader utilizó las redes sociales de un modo que no escapa a otros agresores, como por ejemplo Adalberto Cuello, condenado por matar a su hijastro, quien hizo alarde de imágenes asociadas a cómo murió el niño Tomás Dameno Santillán». Entre ellas, «estaba la de un bosque parecido al lugar donde el cuerpo fue encontrado y otra del lóbulo parietal de su hijo biológico, el hermano de Tomás, totalmente inmaculado en contraposición a cómo él había destrozado el cráneo del niño, todo esto horas después de la desaparición del niño».

A la vez, agrega Quiñones Urquiza, «a Vinader se lo ve mostrando una imagen respetable que impacta». Los asesinos en serie, como sería el caso del exsuboficial de Prefectura, «buscan mostrar algo que no son: la exacerbación del propio yo es la fachada perfecta para encantar hasta serpientes porque una investidura que no es desmentida es una vía regia para ganar respeto y confianza; en Vinader aparecen rasgos de narcisismo grave que comparte muchos rasgos con la psicopatía y la insensibilidad hacia quienes no lo valoran como piensa que se merece».

 

Los relatos en cuestión

Otro aspecto del problema es el modo en que la prensa relata los asesinatos de jóvenes. Un informe sobre la cobertura del crimen de Ángeles Rawson relevó, entre otras conclusiones, un despliegue mediático «subordinado a una tendencia a espectacularizar el caso, en la que la narrativa ficcional es traspuesta a los noticieros y la función informativa relegada»; en esta operación, «los medios no informan sobre los hechos ni sobre el estado de la investigación vigente, sino que comunican su propia construcción ficcional del caso».

El informe fue elaborado por la Defensoría del Público de Servicios de Comunicación Audiovisual. En otro pasaje, la entidad consideró que «la cobertura mediática del caso supone una violación de las reglas de la institucionalidad democrática, en tanto la configuración de relatos tendientes a criminalizar a los trabajadores de la CEAMSE y a los familiares de Ángeles da cuenta de una inversión del principio de presunción de inocencia»; a la vez, «los presuntos culpables son representados, inicialmente, por los trabajadores de la CEAMSE a partir de una caracterización estereotipada y discriminatoria que se vale del imaginario socio-geográfico de lo marginal y de su inscripción narrativa en una atmósfera de inseguridad para facilitar el despliegue de una mirada acusatoria». La inscripción de los casos en una serie, por otra parte, tiende a homogeneizar episodios que son diferentes, y a presentar el conjunto como un problema más de seguridad, abstrayéndolo de su contexto cultural y social.

Selva Almada observa dos aspectos en la difusión de los crímenes. «Por un lado creo que el hecho de que la prensa, muy lentamente y desde hace pocos años, hay que decirlo también, haya empezado a llamar las cosas por su nombre y a llamar femicidio a lo que antes se llamaba crimen pasional, ha contribuido un montón a que las personas empecemos a pensar estos asesinatos bajo otro foco», destaca. El femicidio «dejó de ser algo que ocurre en la intimidad de una familia o de una pareja, dejó de ser el caso de la esposa o la hija o la hermana de otro, dejó de ser un asunto íntimo para empezar a ser –creo que no está todavía asumido realmente como tal– un asunto público, algo que nos debería importar a todos; y eso, en cierta medida, se viene logrando porque hoy el asesinato de una mujer ocupa un lugar en los temas importantes de la prensa diaria».
No obstante, «por otro lado el periodismo sigue actuando de una manera objetable y poco clara –sigue Almada–: siempre hay un manto de sospecha que cae sobre la víctima, siempre se termina haciendo un culebrón de un hecho que debería llenarnos de espanto, que nos tendría que poner a pensar rápidamente en cómo encontrar una solución antes de que pasen 30 horas y tengamos una muerta más, una mujer menos».

Pero las soluciones son todavía una incógnita. «No hay una respuesta única –advierte Vanesa Vázquez Laba–. El Poder Judicial no actúa, no previene, no sanciona. En otra dimensión, hay una cuestión cultural, histórica, que considera a la mujer como propiedad del hombre y que está en crisis. Hay una serie de violencias históricas, que las mujeres soportaron durante mucho tiempo y de las que el Estado no se hacía cargo porque entraban dentro del mundo privado, a las que se les puso un stop». La coordinadora del Programa contra la violencia de género de la UNSAM reivindica el histórico lema feminista «lo personal es político», porque «lo que pasa dentro de mi casa también le compete a la sociedad, le pasa seguramente a muchas mujeres porque responde a un modelo que circunscribe a las mujeres a un rol, a una sexualidad, a un comportamiento equis, que hoy las mujeres están discutiendo».

Stola se declara impactado por el caso de un hombre que provocó un choque en Concordia y causó la muerte de uno de sus hijos, de 7 años, en venganza contra su exmujer. En la misma ciudad entrerriana, intervino en 2013 como perito de parte de Andrea Soledad Zapata, víctima de violencia por parte de su pareja, Víctor Álvarez, quien asesinó a golpes a dos hijos de la mujer, de 5 y 7 años. «El Poder Judicial está formado por hombres y mujeres que en su mayoría tienen una mentalidad conservadora, machista y religiosa –considera–. La consecuencia es que las mujeres en general son descalificadas, hay prejuicios contra ellas y no son escuchadas; hay juezas y jueces, fiscales y empleados que trabajan muy bien pero el problema es la gran cantidad de juezas y jueces que se guían por sus creencias religiosas y por sus prejuicios sociales y sexistas en vez de hacerlo por el derecho y por las imperfectas leyes que existen».

Vanesa Vázquez Laba subraya la necesidad de contar con estadísticas e investigaciones, para neutralizar el sensacionalismo y la espectacularización del femicidio. «Tenemos que atender el fenómeno, no el hecho aislado», destaca. Y tomar conciencia de sus efectos: «Las mujeres nos replegamos, ya no salimos a ciertos horarios, tenemos miedo de andar solas, ya no nos vestimos de determinadas maneras. Hay estrategias que una va revisando, de manera grupal, y que transmite a las más jóvenes, que también piensan en sus estrategias y hablan del tema. Tenemos que enfrentar colectivamente estas situaciones y no permitir que nos vuelvan a encerrar en los lugares domésticos».
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Osvaldo Aguirre

 

Un programa de la UNSAM

Entre el 23 y el 24 de noviembre de 2013, un domicilio de Villa Bonich, en el partido de San Martín, resultó escenario de un horroroso episodio de femicidio. Las víctimas fueron Silvana Eiriz, una maestra de 49 años, y su hija Valeria Gioffre, de 20. El homicida, Pablo Peralta, ex pareja de Eiriz, baleó, además, al novio de Gioffre y mantuvo una negociación de 6 horas con la policía, en la que hizo creer que las mujeres seguían con vida. Gioffre estudiaba Psicopedagogía en la Universidad Nacional de San Martín; la conmoción que produjo el doble crimen en la comunidad educativa impulsó a la creación del Programa contra la violencia de género que actualmente desarrolla esa universidad. «Una de nuestras alumnas fue asesinada en nuestras narices. En homenaje a ella y a tantas víctimas de la violencia de género, asumimos el compromiso de trabajar para terminar con esto», dijo el rector Carlos Ruta.

Ana Zeliz, Silvana Mondino y Vanesa Vázquez Laba son las coordinadoras del Programa, que desarrolla campañas de sensibilización y tareas de investigación, y al mismo tiempo atiende casos de violencia. «Es un programa del rectorado de la UNSAM que trabaja con todas las unidades académicas y atiende tanto las situaciones internas de violencia institucional basadas en relaciones de género como las situaciones externas de violencia doméstica. Tomamos el modelo de la Oficina de violencia doméstica que depende de la Corte Suprema de Justicia de la Nación y hacemos las derivaciones que correspondan a la comisaría de la mujer, la Justicia o a un patrocinio legal», explica Vázquez Laba.
Las líneas telefónicas gratuitas de atención para la violencia de género son 911, 144 (Ministerio de Desarrollo Social de la Nación), 0800-5550137 (Secretaría de Derechos Humanos, provincia de Buenos Aires) y 0800-2223425 (Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación).

Nota Reproducción de Acción Digital – Edición Nº 1170