Adolescentes, enamorados del amor

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  • La primavera estimula las ganas de salir y de relacionarse con gente, por eso suele llamársela la estación del amor. Los jóvenes son los primeros en reivindicar el romanticismo de esta fecha; los especialistas sostienen que es porque están “enamorados del amor”. Con los cambios corporales y las ganas de madurar, llegan los primeros amores, a los que se entregan con intensidad. En esta nota, algunas pistas sobre qué buscan, qué esperan, por qué sufren y qué entienden por amor los chicos de entre 13 y 20 años, y de qué forma esos primeros vínculos determinan negativa o positivamente las relaciones posteriores. Cómo deben acompañar los padres, a esos hijos que por momentos desconocen. Opinan los jóvenes y dos destacadas especialistas en la materia.

La adolescencia es la época de los grandes descubrimientos –supone profundas transformaciones de la propia imagen, cambios emocionales y el inicio de múltiples proyectos a futuro-, pero también implica confusión y sufrimiento.
La auténtica mutación física que sobreviene de manera abrupta, genera tensiones violentas y reacciones anímicas que los jóvenes muchas veces no pueden resolver por sí mismos. En ese período enfrentan, además, sus primeros vínculos amorosos, situaciones que muchas veces los acorralan contra las cuerdas: el deseo de madurar y pasar a integrar el mundo adulto, no siempre se corresponden con los escasos recursos emocionales con los que cuentan.

“El adolescente es un caballero o un amante, no es un niño, pero tampoco un adulto; está en un momento de transición, sus estructuras están abiertas. Se trata de una estructura de curiosidad, de incertidumbre, ellos se sienten siempre insatisfechos y cambian de normas todo el tiempo”, definió al respecto la escritora y psicoanalista Julia Kristeva, una de las intelectuales contemporáneas más destacadas del mundo.
Enamoradizos, y conflictuados, los jóvenes buscan el contacto con sus pares; aspiran a compartir y fusionarse con esos otros con los que se identifican: el grupo de amigos funciona como primera instancia contenedora ante la crisis de la que no pueden evadirse. Después llegarán los “novios/as”, “amigovios/as” o “amigos con derecho a roce”, que marcarán su ingreso al mundo de la sexualidad y las relaciones de pareja.

Si los adolescentes  viven con tanta intensidad, incluso con desenfreno, esos vínculos es porque internamente también experimentan una realidad violenta: los duelos a los que los enfrenta el crecimiento: del cuerpo de niños, de la protección paterna y materna que cambia de forma, de sus viejas necesidades y rutinas.
La amistad, el amor, se viven sin matices, con pasión absoluta. Eso muchas veces los enfrenta a pérdidas con las que también se involucran a fondo y viven como desgarros, o dolorosos fracasos personales, que afectan su autoestima.
La presencia de jóvenes del sexo opuesto, que hasta poco tiempo atrás pudo haberles resultado indiferente, produce, a partir de la pubertad, sensaciones nuevas. Esto en el marco de una etapa de la vida en la que pretenden “ingresar a la adultez” y al mismo tiempo –simultáneamente -eso es lo complejo de esta etapa- buscan valores alternativos a los de los padres, de los que pretenden diferenciarse.

Kristeva define la adolescencia como una “enfermedad de idealidad”. Los jóvenes necesitan creer, necesitan ideales que no siempre las sociedades modernas les provee, por lo que la búsqueda los afecta en un doble sentido; por un lado buscan  modelos en los que confiar -que no siempre encuentran a mano-, por otro asisten con asombro a su propia transformación, que los confunde a cada paso.
Los jóvenes suelen tener  una idea idealizada del amor y de las relaciones: como aún no están del todo maduros para concretar experiencias con la otra persona en tanto sujetos reales, elaboran sueños imposibles, se aferran a una idea de absoluto en que todo parece “bueno o malo”, “necesario o imposible”.

“En la mente del adolescente, los matices quedan desdibujados. El primer amor, en resumen, suele ser más una emoción ideal que un sentimiento concreto por otra persona. El amor edípico –de la nena con el papá, del varón con su mamá- representa el amor que no se puede consumar, el amor incestuoso. En la adolescencia, el amor imposible, el amor idealizado, se reactualiza con fuerza”, explica la Dra. Graciela Kohen, psicoanalista especializada en niñez y adolescencia. “Los adolescentes sufren por amor, lloran por amor. El adolescente siente un amor pasional, y espera ingresar al mundo de los adultos: la sexualidad, en este marco, se da en el contexto de la búsqueda de la propia identidad, a través de la experimentación. Esto puede ponerlos en riesgo, en determinadas situaciones.”

Según la especialista, “el amor adolescente está ´teñido´ de pasión: el otro es visto como un ideal, por eso el adolescente se muestra rabioso, deseoso, posesivo. En este sentido es fundamental que los padres se muestren comprensivos, tolerantes ante el error, y que acompañen este complejo proceso que atraviesa una etapa difícil del crecimiento. El amor de los adolescentes, sus primeros vínculos amorosos, se originan o vinculan con el primer amor que experimentaron, con la madre, tras el nacimiento. Desde la perspectiva psicoanalítica, en cada uno de los vínculos posteriores se actualiza esa necesidad original de ser queridos, de recibir afecto”.

Las primeras decepciones

Cuando las relaciones se rompen, el joven suele vivenciar la pérdida como una ruptura personal, como si una parte del propio ser se muriera tras la separación.  De aquí la intensidad que caracteriza las primeras decepciones amorosas.

El primer desengaño puede provocar pérdida de autoestima, sentimiento de inadecuación y la sensación de fracaso por haber sufrido una pérdida que parece irreparable, y puede condicionar las relaciones futuras. Si se relativiza la gravedad del asunto, estas experiencias terminarán siendo, simplemente, posibilidades de abrir el camino a otras experiencias más reales, en las que ejercer un mayor dominio emocional. Con el tiempo llegarán nuevas relaciones, y también nuevas decepciones y fracasos en materia del amor. El adolescente tiene un largo camino por recorrer, aunque todavía no lo sabe.
La construcción de la identidad del futuro adulto se irá produciendo a través de sucesivos compromisos amorosos. Es importante también tener en cuenta que, pese al sufrimiento que puedan exteriorizar los chicos, el hecho de que se vinculen y/o enamoren revela cierto grado de salud mental, y la emergencia progresiva de una nueva identidad.

“Es importante tener en cuenta que es ante la vulnerabilidad que sienten, y a causa de ella, que los adolescente se muestran desafiantes”, subraya Kohen. “Detrás de esa actitud desafiante, hay chicos sufridos que precisan del amor de los padres, a los que sin embargo expresan que “no necesitan”.

Cómo pueden los padres acompañar a los hijos
La etapa, comprendida entre los 9 y los 20 años aproximadamente, se caracteriza, entre otras cosas, por la audacia y la aparente oposición que despliegan los chicos: ese es uno de los componentes fundamentales de la personalidad adolescente, al punto de que su ausencia –que se manifiesta con una actitud retraída, el aislamiento o mediante la dificultad para relacionarse con otros- revela carencias o desvíos del desarrollo. El problema es que ese mismo arrojo puede ponerlos en situaciones difíciles que no siempre están en condiciones de afrontar. De ahí la preocupación que manifiestan los padres en esta etapa.

Uno de los temores más evidentes es que el adolescente está físicamente apto para iniciar su vida sexual pero emocionalmente inmaduro, por ejemplo para hacerse cargo de un embarazo, que podría resultar de esa vida sexual. Lo recomendable es que los padres puedan acompañar a sus hijos en esta etapa. ¿Cómo?

-Aceptando el crecimiento de los hijos, que atraviesan un proceso que no es lineal.
-Intentando acompañar a los hijos con una actitud tolerante: tarde o temprano la virulencia que caracteriza esta etapa se aplaca.
-Ayudándolos a expresar sus emociones y a plantear sus dudas en relación al sexo. Ante la inminencia de que se concrete una relación sexual, los padres se angustian y existe el riesgo de que sólo les hablen de las enfermedades de transmisión sexual, del embarazo y la anticoncepción. Conviene enfatizar también la relación entre sexo y amor, abrirse al diálogo de una manera honesta y comprensiva.
-Argumentando las opiniones: si el hijo se ha enamorado de un chico/a que a los padres no les gusta, conviene actuar con tacto y paciencia. Si hubiera razones objetivas para el desagrado, es mejor argumentarlo, sin olvidar que a mayor oposición de los padres, mayor es el efecto opuesto al deseado.
-Respetando si el adolescente no quiere hablar con los padres de estos temas. Seguramente lo hará con sus amigos, y esto es completamente normal.

La adolescencia es una etapa de apertura, maduración y crecimiento, que supondrá algunos capítulos más incómodos que otros, pero a la que todos los adultos han sobrevivido, de un modo u otro.

Columna de opinión

El amor adolescente.  
Por Clara Nemas

Psicoanalista. Analista con función didáctica de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires, y actual secretaria científica de APdeBA.

“Crecer duele”

Cuando pensamos en la adolescencia, solemos dividirla en etapas. Aún cuando se trata de un proceso con un desarrollo que por supuesto no es lineal, hay instancias que tienen características propias.

La adolescencia comienza en la pubertad, con los cambios hormonales que provocan efectos tan impactantes en el organismo, a los que se han equiparado con los que se producen en el primer año de vida: cambios en la voz, en la estatura, en la piel, en los olores, en el desarrollo de los caracteres sexuales secundarios y por último, pero no menos importante e impactante, la menstruación y la emisión de semen. En relación a esta etapa cabe aclarar que tradicionalmente se pensaba que los cambios fisiológicos y emocionales coincidían de alguna manera, pero actualmente se tiende a hacer una discriminación entre los tipos de cambios corporales que parecerían anunciar el comienzo de la pubertad y los cambios mentales y emocionales que marcarían psicológicamente la transición de una fase de la vida a otra.

La posibilidad física de tener un bebé es muy diferente de la disposición emocional a tener una pareja. A pesar de que estadística y cronológicamente se pueden ubicar los años de la pubertad, una comprensión del modo en que el aspecto psicológico de los cambios "psicosexuales" encuentra o no un lugar en el desarrollo de la personalidad, no es una cuestión sencilla. La pubertad fisiológica, que puede encontrar a una niña, por ejemplo, a los 9 ó 10 años, desborda con su ímpetu hormonal el equilibrio interno que la niña puede contener y se genera una explosión de emociones y conductas que dejan perpleja a toda la familia. Aparece en ese momento un/una conocida/desconocida, que tanto puede ser un bebé demandante como al momento siguiente exigir autonomía y privacidad de un modo perentorio. Es sólo el observador el que se da cuenta de que se trata de un mismo chico, aunque desconcertante. El/la púber no siente que tenga ningún parentesco entre las distintas facetas de su personalidad. Por lo tanto, todo se hace extremo (recordemos los abruptos cambios emocionales de un bebé que puede estar sonriendo y gorgeando y al instante deshacerse en llanto inconsolable), urgente, polarizado entre sentimientos violentos y amorosos.

Esta introducción quizás un poco prolongada me lleva a los vínculos adolescentes. Creo que tendríamos que empezar por los vínculos puberales, que si bien no son estrictamente de pareja, son vínculos emocionales intensos; el grupo de amigas es quizás el más elocuente: es pasional, estrecho, donde va una van todas, hay uniforme de ropas y aspecto e incansables conversaciones y chateos en los que se exploran los sentimientos, lo que se ha dicho y dejado de decir, las arbitrariedades parentales y el mundo del otro sexo. Es el grupo puberal, benigno y a veces no tanto, en el que se despliegan los vínculos emocionales de la primera adolescencia. Son vínculos exploratorios, ensayos de nuevas relaciones. Si se produce una pareja, las chicas suelen no ver el momento de estar a solas para poder contar lo ocurrido al grupo de amigas. Los varones suelen ostentar el trofeo de la primera conquista.
En algunas ocasiones el grupo tolera la formación de una pareja que pareciera tomar la forma de un pequeño matrimonio que ha salteado todas las incertidumbres de no saber si podrán o no acceder a la adultez y ya están instalados en una forma de relación que parece estable y tranquilizadora. El primer "noviazgo" de una amiga íntima suele provocar crisis de celos y exclusión muy dramáticos. Pero lo usual es la exploración, entendida a veces por los adultos como promiscuidad, que va permitiendo poner en juego diversos aspectos de la personalidad en tumultuoso despliegue. No hay un sentimiento de intimidad ni privacidad y las parejas y sus vicisitudes son "de dominio público".

Todo lo que ocurre en estos momentos del desarrollo construye identidad y explora posibilidades. El temor es no poder enfrentar las exigencias del mundo adulto, por eso se lo desprecia y critica a veces con ferocidad. En otras ocasiones, el temor a enfrentar al desconocido sexo opuesto lleva al refugio en parejas homosexuales, pero nada de lo ocurrido en la pubertad, a menos que tenga un componente delictivo muy negativo o que encuentre una oposición muy obstacularizadora de parte del mundo adulto, tiene una fijeza tal que sea tan determinante ni fija para el desarrollo de la personalidad.
La idealización, el llanto, el sufrimiento ruidoso no son más ni menos que expresión de la volcánica emocionalidad del adolescente. Es como si se intentara contener todo el té de una de esas enormes teteras inglesas en una pequeña tacita de café. Desborda porque aún no hay un continente lo suficientemente amplio como para contener el  dolor mental que produce reconocer los límites, las diferencias, las separaciones.

Son muchos los duelos que debe enfrentar el adolescente en su crecimiento - y no sólo el adolescente-, la pérdida del cuerpo infantil, de la protección familiar, de los cuentos y relatos con finales felices...Y a veces las carencias y los dolores de los duelos no pueden diferenciarse de las frustraciones y de las arbitrariedades. La omnipotencia adolescente hace intolerable el no poder tener y poseer lo que desea y a veces lo que ocurre es que en la relación con el otro sea más intolerable que esa persona sea libre que el hecho de perderla como objeto de amor. Por eso a veces se produce esa conducta tan insistente y una intolerancia a la separación que ante el mundo adulto puede parecer obcecada e incomprensible.... ¡si sólo estuvieron saliendo desde hace un mes! Pero no es el ruido lo que debe asustarnos; es mucho más preocupante el adolescente retraído, aislado y silencioso.

Las relaciones de pareja de la adolescencia más tardía suelen tener ya otro tinte emocional. Si la pubertad pudiera ser equiparada al diluvio universal, la salida de la adolescencia se parece al Arca de Noé: cada uno sale con su pareja, o al menos eso es lo que los jóvenes y las familias esperan. Es cierto que hay algo de la adolescencia que se ha prolongado mucho en nuestra sociedad, y los vínculos emocionales profundos y más estables se ven más interferidos. Pero esto quizás sea motivo de otra conversación.

Es poco lo que los padres pueden hacer frente al sufrimiento de los hijos más que acompañarlos, comprendiendo que crecer duele, y que el dolor nos ayuda a crecer. Muchas veces los padres tenemos dificultades para tolerar este crecimiento y nos hacemos eco de una visión de mundo en la que todo dolor es visto como sufrimiento y además injusto. Reaccionamos con enojo y frustración y queremos que todo pase rápido, otra impronta de nuestros tiempos: MOVE ON!!
Lo único que podemos hacer por nuestros hijos es ayudarlos a tolerar el dolor como parte de la vida, tanto como la alegría y la felicidad. Pero eso no se enseña, es algo que se transmite y con suerte se aprende de la experiencia.

Testimonios: la voz de los jóvenes

  • • “Creo que el amor nos demuestra, en esta época en que se le da tanta importancia a lo material, que lo único que importa son los sentimientos verdaderos, y que todos somos iguales, ya que los feos, los gordos, los bellos, los ricos, los pobres y en general todo el mundo, tiene sentimientos. Todos merecemos amar y ser amados, porque somos personas”. Moia, 15 años.
  • •  “Los jóvenes necesitamos que nos permitan expresarnos y hablar de sexualidad, porque los embarazos adolescentes son muy frecuentes y en ocasiones no sabemos los peligros a los que nos enfrentamos, como las enfermedades de transmisión sexual y todas esas cuestiones”. Pablo, 18 años.
  • “El amor es lo más mágico que te puede pasar en la vida. Si es un amor no correspondido es re doloroso, pero igual es importante vivir esa experiencia. Cuando amás a otro ves a esa personita con los ojos del corazón y no hay nada más hermoso”. Rocío, 14 años.
  • “Algunos sólo quieren estar de novios para mandarse la parte, pero yo la amo a mi novia y sé que no voy a estar con ninguna otra mujer que no sea ella. No me interesa estar con otras minas. Vamos a formar una familia, ya hablamos de eso” Marcos, 13 años.
  • “Yo la primera vez me enamoré de un cantante famoso pero después me di cuenta de que eso era muy infantil, y me empecé a animar a hablarles a los chicos de mi grado. Mi novio es un chico de la escuela pero un año más grande, y estamos re copados, porque somos el uno para el otro, nos gusta la misma música y salir a los mismos lugares y nos apoyamos en todo. Salimos hace un mes pero siento que lo conozco de toda la vida”. Ayelén, 12 años.
  • “Para mí todavía no sabemos lo que es el verdadero amor, porque eso llega con el tiempo; muchos están en la pavada y las novias les duran dos semanas”Lucca, 14 años.
  • “El primer amor siempre "kausa" mucho dolor, porque no podés fijarte en nadie más "ke" no sea esa persona, y a lo mejor ni te mira o no se entera.  Yo solo tengo 11 años y estoy viviendo mi primer gran amor, ojalá él me acepte y me "kiera" para siempre”. Milena, 11 años.
  • “A esta edad todo se vive con mucha pasión, amamos y sufrimos a full, y eso está bueno, aunque a veces es todo demasiado fuerte…deseás ser grande, tener una casa y una familia, haber crecido y tener más madurez para enfrentar la vida”. Julieta, 20 años.