Brasil 2014, protestas y pasiones detrás de la pelota

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En medio de un clima social tenso, el gran evento futbolero viene cargado de expectativas y desafíos. Las chances de Argentina y la disputa entre sudamericanos y europeos.

La Copa Mundial de fútbol es la máxima cita deportiva para miles de aficionados, y no
sólo amantes de la pelota, de todo el planeta. Cada cuatro años, el evento moviliza
pasiones extendidas en diversas geografías, a la vez que exhibe cifras fabulosas en
materia de recaudación. Muchas y variadas son las expectativas que desata una Copa
del Mundo; entre ellas, el cruce entre potencias futboleras y naciones con menos linaje,
un fuerte componente de patriotismo mal entendido y, acaso, la suspensión
momentánea de problemáticas más acuciantes.


Sin embargo, y asociado con esto último, el próximo Mundial a disputarse en Brasil
genera controversias debido a las masivas protestas en el país anfitrión en repudio a la
organización del evento. Curiosamente, las manifestaciones suceden en Brasil,
quíntuple campeón del mundo y país futbolero por excelencia, lo que abre una serie de
interrogantes respecto de cómo influirán en la previa y el desarrollo de la Copa del
Mundo.


En tal sentido, no pocos obstáculos enfrenta el gobierno de Dilma Rousseff. Los
voceros de estas movilizaciones cuestionan los gastos excesivos que supone el evento
deportivo, ciertos actos de corrupción y la desigualdad social irresuelta (ver Ruidos…).
El reclamo, que sigue convocando actos de protesta, esgrime pancartas y proclamas
que no pasan desapercibidas: «¿Cómo un país con tantas áreas por mejorar (salud,
educación, transporte), gasta una cifra cercana a los 13.000 millones de dólares en la
organización de un Mundial de Fútbol?». Y a raíz de sus alcances, tanto el gobierno
brasileño como la FIFA temen que las manifestaciones adquieran mayor relevancia
antes y durante la Copa del Mundo. Basta consignar un antecedente: en la Copa de las
Confederaciones –realizada en Brasil el año pasado, torneo que tiene características
similares a un Mundial aunque a muchísima menor escala–, Rousseff y el presidente de
la FIFA, Joseph Blatter, fueron abucheados por casi 70.000 personas en el Estadio
Nacional de Brasilia.


En ese clima de tensiones y disputas, Argentina y el resto de los 31 países
participantes arribarán a la cita con sus esperanzas a cuestas. El comienzo está
pautado para el 12 de junio, cuando el partido entre Brasil y Croacia, en San Pablo,
dispare la maquinaria del máximo producto de la FIFA, su mayor negocio. Ese instante
marcará el retorno del Mundial a Sudamérica después de 36 años (el último fue
Argentina 1978) y su regreso a tierra brasileña después de 64, cuando fue el
Maracanazo, aquella épica uruguaya y desgracia brasileña. Ese fantasma no impidió,
sin embargo, que la final haya vuelto a programarse en el mítico estadio carioca.

Sueños del sur

«Es el Mundial en el que Sudamérica tiene que volver a decir presente», dice el
periodista Ezequiel Fernández Moores. «Porque Alemania 2006 –agrega– terminó con
cuatro europeos en los primeros puestos. Y en Sudáfrica, salvo Uruguay, que fue la
sorpresa, el resto no alcanzó posiciones de vanguardia. Sudamérica está un poco en
deuda con su historia futbolística. Esta vez están en casa y en un buen momento de
sus selecciones. Intuyo algún sufrimiento de europeos, que van a tener que viajar
mucho y jugar entre sí, porque los sudamericanos pisaron fuerte en el sorteo».
Sudamérica, además, le hace un aporte suculento de figuras al Mundial: Argentina con
Lionel Messi y Sergio Kun Agüero, Brasil con Neymar, Chile con Alexis Sánchez,
Uruguay con Edison Cavani y Luis Suárez, y Colombia, revitalizada con la llegada del
técnico argentino José Pekerman, quien espera contar con una de sus figuras,
Radamel Falcao, en tratamiento de recuperación tras una severa lesión. El periodista
Diego Borinsky recuerda que Uruguay no la pasó bien en las Eliminatorias, tanto que
tuvo que ir a un repechaje con Jordania para desembarcar en Brasil. «A pesar de eso,
el equipo de Oscar Tabárez posee su atractivo». Y coincide con Fernández Moores:
«Los sudamericanos van a hacer un buen papel. José Pekerman está haciendo un gran
trabajo en Colombia. Y Chile recuperó la confianza con Jorge Sampaoli».
Para las selecciones europeas, entre las que están las otras favoritas, será jugar en
territorio hostil, aunque ser local hace tiempo que ya no significa demasiada ventaja.
Borinsky, que acaba de publicar junto a Pablo Vignone el libro Selección. Los 25
partidos más trascendentes de Argentina en los Mundiales relatados por sus
protagonistas, cuenta que Ubaldo Rattín, cuando le preguntan sobre la supuesta ventaja
del local en la copa del mundo, pide una aclaración: «¿Con satélite o sin satélite?». «Lo
que dice Rattín –cuenta Borinsky– es que hasta 1966 era importante que el local
avanzara porque dependía de la venta de entradas para que haya un éxito comercial.
Pero desde 1970, con la televisación a todo el mundo, eso dejó de ser importante».
«El Mundial es el gran negocio de la FIFA, que privilegia siempre sus intereses
comerciales», dice Fernández Moores. Sin embargo, agrega un matiz: quizá las
grandes selecciones ya no tengan la protección de otros tiempos. En Sudáfrica, las dos
finalistas de Alemania 2006, Francia e Italia, quedaron afuera en primera ronda, igual
que el equipo anfitrión, algo que ocurrió por primera vez en la historia. Argentina, con
Maradona en el banco y Messi en la cancha, se despidió en cuartos de final, al igual que
Brasil, el pentacampeón, o igual que Ghana, el africano que llegó más lejos. «La FIFA
tiene tan asegurado el negocio que ya corre la suerte deportiva. Hay una paradoja ahí,
de honestidad en la competencia. Si suceden estas cosas, es porque gana el mejor.
Hoy se suspende el Mundial de Brasil y la FIFA tiene su plata igual. Ahí es donde digo
que ya prevalecen claramente los criterios comerciales, que lo asumen como un gran
megaevento, como un concierto mundial».

Otro juego

En ese concierto, se supone, tocan los mejores. Sudáfrica 2010 entregó la
consagración al fútbol de España, la obsesión por la posesión de la pelota, una
continuación a escala país del Barcelona. Para Brasil 2014 otras selecciones buscarán
beber de esa pócima. Alemania es una de ellas. Italia ya no es la apologista del
catenaccio. Un camino similar, en su momento, transitó España para construirse,
dejando atrás sus años de furia para dedicarse a la paciencia del toque.
«Es lo fenomenal de los campeones que hacen escuela –dice Fernández Moores–. Y
ahí hay que rescatar lo de España y lo del Barcelona. Esa combinación produjo un
efecto cascada muy interesante en el fútbol mundial. Alemania fue la primera que vio
que había que hacer algo distinto. Hasta la federación inglesa mandó observadores
para ver cómo están jugando en el mundo. Y no es casual que se vean en Inglaterra
equipos como Liverpool, Arsenal, o el mismo Manchester, que cuidan más la pelota.
Que se vea menos pelotazo. En la Premier se está jugando de otra manera. Y también
en Italia».


En ese panorama, entonces, es que comienza a jugarse quiénes son los candidatos
para quedarse con el trono en Brasil 2014. Diego Latorre, ex futbolista y actual
comentarista de fútbol, sostiene que la Selección está en ese lote. «Después, por
supuesto, tiene que ratificarlo en la cancha», aclara. Y ubica a los otros: Alemania,
Brasil, Holanda, España, Italia, «y algún otro equipo que se puede prender, sobre todo
los que cumplen con la regla de tener jugadores con jerarquía, los que han estado y
saben manejar y controlar las distintas situaciones, y tienen un poco más de historia»,
explica. Borinsky pone a España y Brasil por arriba del resto, y después ubica a
Alemania y Argentina. «Brasil es candidato por ser local –asegura el periodista– y por
su técnico, Luiz Felipe Scolari, que ya fue campeón del mundo, aunque, más allá de
Neymar, no tiene tantos jugadores. No me parece que asusten por ese lado, pero en la
final de la Copa de las Confederaciones aplastaron a España. De todos, veo al
seleccionado español un escalón por arriba del resto». Para el escritor Martín Kohan,
uno de los intelectuales apasionados por el fútbol desde su doble condición de hincha y
analista, hay cuatro grandes candidatos. «Supongo que los de siempre: Argentina,
Brasil, Alemania, Italia. La del último Mundial fue la primera final de la historia en la que
ninguno de los cuatro estuvo».


Con el Mundial, en los días previos y durante la competencia, llegan las publicidades en
las que nos recuerdan que somos argentinos, que todo lo podemos, que vibramos con
los colores; una pantalla bien celeste y blanca que reclama mantenernos en un mismo
puño apretado, esa idea de patria. Sucede cada cuatro años. «No hay que olvidar que,
más allá de mandatos políticamente correctos, la Selección es siempre posterior
(lógica y temporalmente) a los clubes; la Bandera llega después que los colores;
propone un amor, una fe diferentes», escribe Juan Sasturain en las primeras páginas
de su libro La Patria transpirada. Argentina en los Mundiales. 1930-2010. Es cierto,
entonces, que cada cuatro años –no ocurre en Eliminatorias y otras competiciones
menos globales– se produce un cambio temporal de chip en las lealtades.
«Está en nuestro ser –dice Latorre–. El argentino se distingue, entre otras cosas, por el
amor propio, el orgullo, la ambición, el deseo. Lo vimos en las crisis que atravesamos,
es lo que nos permite tener una plataforma para soportar esas crisis. Forma parte de
nuestro ADN». «Es la ilusión reciclada para un país que ya ganó dos mundiales –
agrega Borinsky–. Menos que ganarlo no te conforma. Desde el Mundial 90 que
Argentina no pisa una semifinal, pero si después llega, vas a quedarte con gusto a poco
si no lo gana. Más, teniendo al mejor del mundo».


Está Messi, nadie lo duda. El crack rosarino terminó 2013 con una lesión muscular, se
recuperó y todavía tiene por delante la doble competición que le exige el Barcelona en la
Liga y la Champions. Kohan coincide con quienes creen que Brasil 2014 puede ser el
Mundial de Messi. Pero también advierte: «Ningún jugador gana un Mundial por sí solo.
Maradona (que fue más jugador que lo que es Messi) no ganó el Mundial de México por
sí solo, como algunos pretenden. Formó parte de un equipo».
Messi no está solo. Lo acompañan Ángel Di María, Gonzalo Higuaín y Agüero. Borinsky
asegura que esos tres jugadores están entre los 15 mejores del mundo. Pero plantea lo
que se plantean todos, lo que pasa detrás de ese combo de cuatro en ataque. «El gran
dilema es el equilibrio –dice el periodista de la revista El Gráfico–. Yo pondría a los
cuatro y después vería. Cuando Argentina jugó, aun con Alemania o con Brasil, sufrió
pero terminó ganando. Por eso (Alejandro) Sabella también busca la altura. Hoy te
meten dos altos y te ganan un partido».
Kohan advierte que lo fastidian los errores defensivos. Y que teme que abundarán en el
próximo Mundial. «Cualquier gol convertido en el área chica me decepciona, por
ejemplo. No admito que se marque tan mal como para que eso ocurra: que los
arqueros no dominen esa zona me parece inaudito. Pero pasa», dice el escritor. Sobre
las debilidades y fortalezas del equipo de Sabella, el autor de Ciencias Morales y Bahía
Blanca sostiene: «Sólo puedo decir lo que ya fue dicho decenas de veces: enorme
potencial ofensivo, demasiadas dudas atrás. Me gustan los equipos defensivos: los que
lucen invulnerables. Y que, sobre esa base, llegan al gol por decantación. Todo indica
que no es el caso, pero no por eso tiene que irle mal a este equipo. Que Sabella haya
sido dirigido por Bilardo es un dato alentador».


Fernández Moores hace la diferencia en los nombres. Mientras en el ataque son todas
figuras en sus equipos, no se ve la misma jerarquía entre los jugadores de la última
línea, algunos de ellos hasta suplentes en sus equipos. «Es un equipo desequilibrado;
los de abajo no tienen el mismo nivel que los de arriba, estos últimos grandes figuras»,
sostiene. Incluso, la última discusión gira en torno al arquero: Sergio Romero atravesó
la última temporada sin jugar en el Mónaco, pero Sabella ya avisó que los tres arqueros
serán los que fueron convocados hasta acá: Agustín Orión, Mariano Andújar y el propio
Romero.
Sobre las sospechas acerca de la transparencia del sorteo, Fernández Moores explica:
«Yo me resisto a que sea todo una conspiración. Sí creo que se buscó evitar que
Argentina y Brasil choquen antes de la final. Creo que pudo haber sido buscado y hasta
con anuencia europea: “Señores, se juega en su territorio, aceptamos ciertas
licencias”. Así como los europeos han manejado otros sorteos, no creo que aquí
seamos los tramposos en todo».


La posibilidad de que la Argentina y Brasil se crucen en una final dispara la imaginación
de Borinsky, porque si sucede se jugará nada menos que en el Maracaná. «Tengo ese
sueño», dice. Y entonces imagina a Messi avanzando de izquierda a derecha con la
pelota contra las camisetas verdes y amarillas, como en Nueva Jersey –en junio de
2012 el Seleccionado Nacional derrotó a Brasil por 4 a 3 con un gol espectacular de
Messi– pero bajo el cielo de Río de Janeiro, en el último minuto, clavándola en el ángulo,
y corriendo hacia el banco de suplentes. Un Maracanazo argentino. En las entrañas del
gran rival, el pentacampeón, la tierra de Pelé y Garrincha. Eso que Nelson Rodrigues,
un mítico cronista brasileño, llamó «la Patria en botines».
                                                            Alejandro Wall y Pablo Provitilo

 

Respetar la esencia


Diego Latorre no pudo ir al Mundial como futbolista. El suyo tendría que haber sido Estados Unidos 94. Estar ahí, eso que tanto anhelaba, lo consiguió gracias al periodismo, un oficio que ya le permitió «jugar» en dos: Alemania 2006 y Sudáfrica 2010. Ahora se viene el tercero. «Cuando estuve en Alemania, quedé impactado porque es un
mundo en miniatura. Tomar trenes y convivir con suizos, españoles, brasileños. Te das cuenta de que los seres humanos somos tan distintos, tenemos costumbres tan distintas, y eso es lo maravilloso», dice Latorre, que con un lenguaje que escapa de los lugares comunes –y se apega a las ideas y a los conceptos– en los últimos años se convirtió en una referencia para el análisis del fútbol.
–¿Qué esperás de Argentina en Brasil?
–Que juegue bien al fútbol, que juegue de acuerdo con sus recursos, con sus jugadores, con sus posibilidades; que sea un equipo que no dude, que tenga audacia, atrevimiento, que sea un equipo convencido, que no se aparte de lo que significa el fútbol para nosotros. Creo que, en alguna medida, el exceso de tacticismo nos ha alejado un poco de los conceptos futbolísticos. Creemos que un equipo que maneja diferentes tácticas es un equipo más virtuoso. El equipo tiene que estar sustentado por un plan de juego, y para llevar a cabo ese plan de juego se necesitan jugadores que lo sepan interpretar y que se lleven bien entre ellos, que haya comunión.
–¿Vos viste ese concepto de juego en la Selección?
–La Selección todavía tiene un déficit. El primero es que no tiene una conducta para recuperar la pelota. Al dividirse para atacar, tenemos un equipo que llega con extrema facilidad al gol; no necesita elaborar y en dos
pases encuentra la situación de gol. Si el equipo no se comprende defensivamente, no actúa en simultáneo, va a quedar siempre fragmentado. Si la pregunta es si lo jugadores que están atrás pertenecen a la elite, yo digo que no. No pertenece ninguno de los de atrás, y eso no le da al equipo solidez. Hay un desbalance.
–Con Sabella se vio el mejor Messi, ¿es mérito del entrenador o también hay maduración del jugador?
–Las dos cosas influyeron. Hay una edad en la que el futbolista empieza a hacer pesar la experiencia. Inconscientemente, pero se va haciendo más hombre. Y Sabella también diseñó el equipo a partir de las necesidades
de Messi. Poner dos extremos, convertir a Agüero e Higuaín en jugadores más referenciales, que se desmarquen, que le sujeten defensores, a Gago para que tire pases entrelíneas. Amoldar a Messi a una forma de jugar similar a la del Barcelona fue una virtud de Sabella.
 

Nota reproducción de Acción Digital – Edición Nº 1140