Comida en la basura: una contradicción vergonzosa

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Las causas, las cifras y las posibles soluciones frente al desastre medioambiental más urgente de nuestra época. 

Hablamos de un problema de enormes dimensiones y al mismo tiempo de un descalabro, un escándalo y una vergüenza: mientras el hambre sigue siendo la prioridad número uno del desarrollo, la tercera parte de la comida apta para consumo humano termina cada día en los tachos de basura de acuerdo a datos de la FAO, la oficina de las Naciones Unidas dedicada a la agricultura y la alimentación (Food and Agriculture Organization por sus siglas en inglés). Pero más allá de la menor disponibilidad de alimentos el fenómeno reviste una complicación bastante más grande, ya que al tirar comida no solo desperdiciamos la comida en sí, sino también tierra, agua, combustibles y la mano de obra que la cultivó. ¿Para qué entonces se faena el ganado, se pierde biodiversidad por la deforestación y se llenan los campos de agroquímicos –actividades que las sociedades toleramos arguyendo que son necesarias para alimentar a las personas- si luego gran parte de esos productos no serán consumidos? Es como cientos de equipos de aire acondicionado enfriando edificios vacíos. Como miles de canillas abiertas sobre el mar.

El caso es que para la mayoría de los consumidores tirar comida representa apenas una pequeña pérdida económica, pero no tiene conciencia del impacto social y ambiental de esa dilapidación de recursos. “Cuando me voy a escalar y tengo que cargar en la espalda la comida que voy a consumir en los próximos 30 días puedo llegar a lamer los potes hasta obtener la última caloría de cada alimento”, confesó el abogado y ambientalista estadounidense Peter Lehner durante una charla TED. “Pero cuando uno vuelve a casa esos hábitos suelen perderse. No queremos esa fruta que lleva unos días en la heladera ni la tapita de arriba del pan lactal, o pedimos de más cuando vamos a comer afuera”, advirtió luego quien oficia además como ejecutivo de la ONG NRDC (Natural Resources Defense Council), dedicada, entre otros temas, a frenar el desperdicio de alimentos.

¿Por qué sucede esto?

La culpa no la tienen solo los consumidores. Los alimentos se pierden a lo largo de toda la cadena de suministro, desde la producción agrícola inicial hasta el consumo final en los hogares. “El desperdicio puede deberse a problemas en la recolección, almacenamiento, embalaje, transporte, infraestructura o a los mecanismos de mercado, o de los precios, así como a los marcos institucionales y legales”, explican desde la FAO, sumando causales como las reglas de etiquetado de fecha de caducidad rígidas o confusas, las malas prácticas de almacenamiento y las cocciones inadecuadas. 

De acuerdo a un informe que el organismo publicó en 2015, en los países en desarrollo más del 40% de las pérdidas ocurren después de la cosecha y durante el procesamiento de los alimentos, mientras que en las naciones industrializadas ese mismo porcentaje de desperdicio sucede durante el retail y debido a determinados comportamientos de los consumidores, lo que estaría revelando que existen distintas pautas de derroche. También dice el estudio que el desperdicio de alimentos será un problema cada vez mayor en los países en desarrollo, ya que sus sistemas alimentarios están experimentando cambios como la rápida urbanización, la expansión de las cadenas de supermercados y los cambios en la dieta y el estilo de vida. 

Lo que podemos hacer

Hay soluciones que dependen de la industria y el comercio, otras del Estado y otras de los propios consumidores. Desde la FAO apuntan a una gestión integral del problema: “El enfoque integrado de la cadena de suministro de alimentos considera que las pérdidas de alimentos que se producen en una parte de la cadena pueden tener su origen en otra de las etapas. Por eso las soluciones y estrategias se centran en mejoras sistémicas de la eficiencia y sostenibilidad”, explican.

También están los llamados bancos de alimentos, dedicados a rescatar los productos que pueden ser consumidos y distribuirlos luego en diversas organizaciones. Para eso mantienen un vínculo cercano tanto con la industria como con los supermercados y mercados centrales. Pero si bien la tarea es más que loable (permite no solo disminuir las pérdidas, sino alimentar a más personas) encierra a la vez una suerte de trampa, ya que el plato de comida de esas personas está dependiendo en realidad de una falla del mercado. ¿Qué sucederá con ellos si la oferta lograra ajustarse a la demanda y todas esas pérdidas se evitaran? La misma relación puede hacerse cuando se dice que frenar estas pérdidas terminaría con el hambre en el mundo: nada asegura que si dejamos de desperdiciar ese ahorro irá a los pobres y no a la propia industria, o al comercio, o a los bolsillos de los consumidores.

El problema, claramente, es de distribución. Sin embargo en tanto se soluciona podemos aplicar algunos consejos para evitar un fenómeno que no le sirve a nadie:

No compres de más. Hacer una lista, pensar en lo que realmente vas a comer y recordar lo que ya hay en el hogar.

No seas obsesivo con la apariencia de los alimentos. Ya en la etapa de recolección muchas frutas y verduras se dejan de lado porque no cumplen determinados estándares estéticos de color, forma o tamaño. Pero eso no es solo responsabilidad de los productores, si al fin y al cabo están cumpliendo con exigencias de los consumidores. Recordar que no hablamos de decoración, sino de comida.

Guardar correctamente los alimentos y mantener “sana” la heladera. Dejar al alcance de la mano lo que primero debería consumirse y procurar que la heladera enfríe como debe hacerlo. Emprender cada tanto un “viaje al fondo del freezer” para comer todo eso que quizás lleva meses ahí.  

Transformar para no desperdiciar. La fruta madura puede convertirse en un licuado, o incluso en helados. Los tomates en una sabrosa salsa casera. Y ese poquito de pollo quedaría perfecto en una ensalada.

No es necesario ser un fundamentalista de las fechas de vencimiento. Muchas de las fechas de caducidad son solo sugerencias que no se basan en la seguridad del producto, sino más que nada en su sabor. Confiar en la nariz.

Trabajar el tema con tus hijos. Explicarles por qué no deberíamos tirar comida, pero aparte de eso serviles porciones chicas y hacerlo también con las propias raciones, ya que posiblemente se termine comiendo lo que ellos dejaron.

Cultivar algún vegetal. Porque al cosechar la propia comida la vas a apreciar mucho más, tomando conciencia de que no cuesta solamente dinero.

Hacer compost. Claro que es la última alternativa, porque implica no consumir un alimento. Pero siempre será mejor convertir ese tomate podrido en abono que arrojarlo sin más al contenedor.

Volverse un guerrero contra el desperdicio. Se trata de cambiar los hábitos, pero también de ponerle interés al tema al comprar, al guardar, al cocinar, al comer y al relacionarnos con otras personas. Como el activista estadounidense Rob Greenfield, que mientras recorría su país en bicicleta empezó a hurgar en los contenedores detrás de los supermercados y, al encontrar allí alimentos en perfecto estado, la exhibía luego en parques y plazas. “Este es el desastre del desperdicio de comida”, mostraba cada vez. Y remarcaba: “Mi mensaje no es que vayan a buscar comida a la basura, sino que en primera medida dejen de tirarla ahí”. 

 

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