De los Campanelli a la familia siglo XXI

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Numerosos factores intervienen en la redefinición del modelo tradicional de familia: la estructura al estilo Campanelli ya no parece ser representativa del tejido social argentino: son cada vez más frecuentes las familias ensambladas, las que están a cargo de mujeres solas, las uniones “consensuales” –sin papeles- y los matrimonios compuestos por dos personas del mismo género. Pese a que la “familia tipo” sigue siendo el modelo dominante, la ampliación y el reconocimiento de mayores libertades individuales, a nivel social y jurídico, deviene en nuevas estructuras familiares, que coexisten y proyectan un escenario cada vez más diversificado. Opinan una abogada y un psicoanalista especializados en cuestiones de familia.

La historia demuestra que el concepto de familia no es una construcción estática, por el contrario, ha cambiado a lo largo del tiempo y sigue modificándose. Se trata, por lo tanto, de una construcción cultural, que sufre alteraciones a medida que el tejido social se complejiza.

Puede decirse que, hasta mediados del siglo pasado, el modelo familiar de los distintos países compartía, más allá de algunas variaciones, una serie de características comunes: la existencia del matrimonio formal cuyos miembros se debían fidelidad, el hecho de que el poder del marido predominara por sobre el de la esposa -al igual que el de los padres sobre los hijos-. Esta estructura, sin embargo empezó a modificarse en las últimas décadas del siglo XX, en las sociedades occidentales, de manera drástica e irreversible.

A partir de los años 60 y 70, aumentó la cantidad de divorcios y se redujo la cantidad de hijos. Junto con el advenimiento de la revolución sexual y la conquista de mayores libertades individuales, la familia tipo comenzó a convivir con otros modelos de familia, iniciando un proceso que continúa hasta hoy.

La imagen de la madre, el padre y los hijos compartiendo la mesa –o, en una versión más ampliada, con el abuelo ocupando la cabecera de la mesa del domingo- daría lugar, con el tiempo, a una mayor diversificación: en la actualidad  nuevas formas van sumándose para recordar a la sociedad que no hay un solo modelo.

A doce años de comenzado un nuevo siglo, en la Argentina coexisten una diversidad de alternativas, que se amplía cada vez más: a las familias tradicionales se suman las familias ensambladas –compuestas por dos adultos divorciados, separados o viudos, en las cuales también tienen cabida los hijos menores o adolescentes de cada uno de ellos-, aquellas que integran personas del mismo género –homoparentales-, y las que gobiernan madres o padres solos –monoparentales-. Son frecuentes también las uniones consensuales –de hecho, sin papeles-, las parejas que conviven con uno o más hijos de uno de sus integrantes, y los matrimonios que optan por no tener descendencia. Los números, en este sentido, son contundentes: en América latina, las tasas de fertilidad bajaron casi a la mitad, de los años 60 a esta parte. Según datos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el promedio de hijos en el país pasó, de 3,2 en los años 60, a 2,3 por pareja en la actualidad.

Las nuevas familias –ensambladas, monoparentales, homoparentales, consensuales- , dejan de ser la abrumadora minoría que pudieron haber sido en el pasado, para ganar espacio, mientras siguen luchando por extender las conquistas que legitiman su situación y amplían sus derechos, en el terreno social y el jurídico.

“Las conformaciones familiares de la pos-modernidad se han ido haciendo lugar, incluso han logrado un reconocimiento social y una juridicidad dentro del aparato legal del Estado. Emergieron entonces lo que llamamos las conformaciones familiares pos-modernas”, define el médico psicoanalista Rodolfo Moguillansky, en la columna de opinión que acompaña esta nota. “El mayor hiato entre sexualidad y reproducción ha traído como inevitable consecuencia nuevos modos de relación. La polaridad masculino-femenino se ha atenuado y asistimos a la emergencia de prácticas y  subjetividades   que hubiesen sido impensables previamente.”

A diferencia de quienes ven en esta diversificación la supuesta muestra de un menor compromiso vincular por parte de los habitantes del mundo contemporáneo, otros entienden que es evidencia de que la sociedad encara con mayor honestidad sus relaciones -lo que puede conllevar, por ejemplo, que un matrimonio asuma el costo de una separación ante una convivencia insatisfactoria, o que dos homosexuales asuman el compromiso de fundar una familia juntos-.

La variedad de fórmulas revela, una mayor plasticidad de la sociedad en su conjunto para aceptar que las relaciones humanas son complejas, variables y pueden sufrir mutaciones a lo largo del tiempo.

En los últimos años disminuyó también la cantidad de ceremonias religiosas y en menor medida, la de los casamientos civiles y aumentó la de parejas que conviven sin papeles, sobre la base amorosa del vínculo. Se calcula, a su vez, que las familias “ensambladas”  representan un 25% de las uniones, en los sectores medios y altos. “En la Ciudad de Buenos Aires, esa cifra trepa al el 50% de las familias”, apunta Moguillansky.

Así como para los abuelos o bisabuelos de los jóvenes de hoy, la familia era un fin en sí mismo, para muchos de quienes hoy deciden fundar una, el foco está puesto en sostener los vínculos sólidos y satisfactorios que se apoyan en el afecto, antes que en mantener estructuras de manera forzada o que se aparten de aquello que reconocen como un auténtico deseo.

Lentamente, los distintos actores sociales van aceptando, por ejemplo, que un mayor índice de divorcios y separaciones no es necesariamente un dato negativo: puede significar, en este caso,  nuevas oportunidades para los miembros de la pareja que se disuelve y, por ende, la conformación de nuevas familias, algunas de ellas ensambladas. Incluso, un mayor grado de bienestar para los hijos que antes pudieron haber vivido situaciones tensas o violentas, conviviendo junto a padres en conflicto. Como en el del resto de las familias, en las ensambladas el foco deberá estar puesto en proveer amor y protección a los hijos y en transmitirles una serie de valores esenciales: el afecto, la tolerancia, la solidaridad y el respeto, entre sus miembros y para con el resto.

Entre los factores que colaboran con este cambio de paradigma, cabe mencionar la progresiva incorporación de mujeres al mercado laboral -al proveerse de su propio sustento o estar en condiciones de sostener al menos parcialmente los gastos del hogar, las mujeres empezaron a liberarse de ciertas ataduras sociales, y a disfrutar de una mayor autonomía, respecto de sus maridos y del rol de ama de casa del que sus antepasadas no pudieron evadirse-.  La esposa dedicada al hogar y la crianza de los niños, ha dado lugar a la mujer moderna, a menudo más práctica que romántica, y que dedica parte de su tiempo a concretar sus objetivos profesionales, ganarse el sustento, e incluso dedicarse a actividades que le deparen satisfacción –actividad física, hobbies, viajes etc.-

El viejo estereotipo de mujer abnegada ya no tiene vigencia, debido a las transformaciones sociales de las últimas décadas: la llamada “liberación femenina”, la lucha por la igualdad de derechos para hombres y mujeres, entre otras. La estructura familiar se ha modificado, en este sentido, simultáneamente con los roles de género.

La experiencia de la sociedad en su conjunto, por su parte, sigue aboliendo viejos prejuicios.  Las familias monoparentales -de mujeres que crían a sus hijos solas, o de padres solteros o viudos que son el sostén de sus hijos- y las homoparentales -compuestas por dos padres o dos madres- han demostrado, por ejemplo, que el amor y la buena educación son los pilares necesarios para que un niño crezca sano y feliz, y que las formalidades son bastante menos significativas e influyentes de lo que se creía antaño. Así como décadas atrás se creía –aún hoy hay sectores que pregonan esta falsa creencia- que los niños serían necesariamente homosexuales en caso de ser criados por dos padres o madres,  hoy se sabe que esta idea responde a un prejuicio que la realidad desmiente.

 

La Reforma del Código Civil y la profundización de los derechos en el plano jurídico

En el caso de aprobarse el anteproyecto de Reforma del Código Civil, que por estos días será tratada en el Congreso, comenzarán a regir una serie de modificaciones que seguirán profundizando el panorama: la división de roles en la familia, las responsabilidades parentales y los nuevos derechos de niños y adolescentes son algunas de las cuestiones en juego.

Entre los cambios previstos se contempla, por ejemplo, que las tareas domésticas y el cuidado de niños, ancianos o personas con discapacidad obtengan una compensación económica en caso de divorcio o separación. A su vez, los niños podrían ser reconocidos como sujetos con derecho: se prohibirán expresamente los castigos físicos y se otorgará a los adolescentes poder de decisión sobre su cuerpo, lo que implica un profundo cambio de perspectiva.

La reforma también propone que los cónyuges se deban alimentos recíprocamente y establece un sistema de “compensaciones” por el cual, el cónyuge para el que el divorcio signifique un empeoramiento de su situación tiene derecho de ser asistido. De aplicarse la reforma, tampoco habrá que justificar las razones del divorcio: bastará con que  uno de los dos no quiera ya vivir en matrimonio para que el pedido pueda ser elevado al juez, sin mayores explicaciones.

Los cambios jurídicos suponen el reconocimiento previo de un mayor grado de equidad entre los géneros, un mayor reconocimiento del valor del trabajo doméstico y de crianza y de la división del trabajo, sin que ninguna de las partes se vea menospreciada frente a la otra.

“Generalmente, las leyes acompañan los cambios de la sociedad pero siempre un paso atrás”, explica Ingrid Braun, abogada especialista en Derecho de Familia. “Primero se generan las situaciones, conflictos, cambios y, al intentar solucionarlos aplicando las normas existentes, surge la necesidad de adecuación de las mismas; no olvidemos que las leyes las crean los hombres que viven en la sociedad para la cual se deben redactar”.

Consultada sobre los cambios que sufre el modelo tradicional de familia, la especialista opina: “Comenzó hace ya bastante tiempo, y sin embargo aún hoy la mayor parte de las leyes y normas que regulan las relaciones personales no se adecuan a tal cambio. Creo que la madurez social se logrará cuando como sociedad se acepte que se modifiquen las leyes para acompañar esas transformaciones. Es muy positivo que la sociedad en su conjunto luche por adecuar las reglas, que se imponen desde las normas, a la realidad cotidiana, ésta no debería ser una lucha solo de los involucrados sino de todos. La madurez en aceptar nuevas formas de relaciones familiares depende de todos los integrantes de la sociedad, y no es posible creer que leyes que fueron redactadas en otros tiempos y para otras realidades puedan hoy contener y dar respuestas a las necesidades actuales”.

Los niños que en la actualidad crecen en el marco de las nuevas familias plantean algunos de los desafíos más exigentes. “Dar contención a esos chicos es nuestra obligación. Es cierto que ha habido muchos progresos en modificaciones legislativas pero el camino por recorrer aún es largo. En diez o veinte años, cuando tengamos que dar respuestas a planteos de esos niños de hoy convertidos en adultos respecto de por ejemplo, cómo se dividen los bienes en una sucesión que no sigue el modelo típico, nos vamos a encontrar sin respuestas. Existen hoy muchas situaciones que nos enfrentan a los profesionales del Derecho con la obligación de buscar respuestas alternativas que lamentablemente no obtenemos de las normas escritas. La lucha de quienes encaramos desde el Derecho el desafío de acompañar a las nuevas familias cuando lamentablemente deben enfrentar alguna situación conflictiva, seguramente permitirá que los chicos de esta nueva sociedad puedan crecer con mayores seguridades y certezas sobre cuáles son sus derechos y sus obligaciones. Debemos madurar como sociedad y llevar a las leyes esos cambios”. 

Cambios notables en la estructura familiar, durante las últimas décadas
-Expansión de la familia nuclear
-Reducción en el número de hijos
-Crecimiento de las uniones libres (de hecho)
-Cambios en los roles paterno y materno
-Disociación entre padre biológico y padre psicológico

Columna de opinión
Por Rodolfo Moguillansky *

Lo que solemos llamar familia tipo,  la familia moderna, es una construcción cultural reciente,  una producción social del siglo XX. Hasta finales del siglo XIX fue relativamente hegemónico en Occidente el matrimonio concertado. La familia moderna es  un nuevo modo de vincularse, imaginado por el romanticismo, en el siglo XIX, que  tuvo recién una generalizada realización social después de la primera guerra mundial, después de 1920,  como producto de los cambios que se estaban dando en los modos de pensar, los cambios sociales, el nuevo lugar de la mujer.  En esa época, de a poco, dejó de ser hegemónico el matrimonio concertado y emergió entonces esta idea innovadora que atravesó todas las clases sociales en Occidente. Se afirmó que los lazos matrimoniales debían estar asentados en un sentimiento recíproco, en un lazo decidido por los que lo iban a integrar. Esto es la médula de lo que constituye la pareja moderna, una pareja y una familia decidida por los que la instituyen. 

Esa novedosa pareja moderna, basada en  la ilusión del amor recíproco, dió las bases emocionales a la pareja occidental de nuestros días.  Lo novedoso de esta nueva institución es que se trata de una pareja y una familia que encuentra su fundamento en la ilusión de un amor recíproco.  Nos estamos refiriendo con esto - la pareja moderna - a lo que provocativamente llamó Denis de Rougemont   “un invento de Occidente”: una pareja  sustentada y nacida de  la apasionada ilusión del amor recíproco. Un elemento más a destacar es que se suponía que en esa “nueva pareja” se articulaba el amor con la sexualidad.
Este invento no pacificó y tampoco consolidó un modo estable de relación. Por lo contrario, se siguieron explorando y discutiendo los parámetros dentro de los cuales se concebían la sexualidad y las relaciones amorosas.
Los cambios que se empezaron a dar en el imaginario social todavía fueron mucho más allá después de la segunda guerra mundial. De la mano de la revolución sexual que advino con la posguerra cayeron tabúes, y la sociedad fue más permisiva con una sexualidad que se salía del formato de los ideales victorianos. Empezaron a adquirir carta de ciudadanía, no sin sobresaltos, formas de relación que hubiesen sido pensadas como inadmisibles para los enunciados de fundamento anteriores.
La institución amorosa, que tuvo tanto prestigio en la modernidad, aunque se intenta remediarla con nuevas soluciones, está en crisis en la posmodernidad.
La pérdida de hegemonía de la pareja moderna,  se dió en un movimiento, que para situarlo históricamente, ha abarcado todo el siglo XX, con más acento desde los sesenta en adelante. Desde esos años se produjo un enorme cambio en los modos de relación y en las formas en que se instituyen los vínculos de parentesco.
Las conformaciones familiares de la pos-modernidad se han ido haciendo lugar, incluso han logrado un reconocimiento social y una juridicidad dentro del aparato legal del Estado. Emergieron entonces lo que llamamos las conformaciones familiares pos-modernas o mejor diríamos formas que querían conservar la aspiración de felicidad dada por la reciprocidad amorosa, buscándola en nuevas formas de  relación o en relaciones hasta ese momento interdictas por la mentalidad moderna.
En tren de enumerar algunos factores que han contribuido a la formación e institucionalización de estas formas familiares de la posmodernidad, sin por esto pretender ser exhaustivos, diríamos que la familia tipo de la modernidad empezó a perder hegemonía en el siglo XX, sobre todo en su segunda mitad:

a-En primer término, con la entrada masiva de la mujer en el mercado laboral.

b- En segundo lugar por la revolución que implicó la aparición de métodos anticonceptivos, en particular  las píldoras anticonceptivas. Esto  originó una revolución sexual sin precedentes, en particular entre los sesenta y los ochenta, época que ha sido caracterizada risueñamente como “los dorados años entre la píldora y el sida”. 

c-En tercer lugar la generalización de una legalidad que le dio existencia a la disolución del vínculo conyugal. En los últimos cincuenta años se ha instalado definitivamente el divorcio conyugal en nuestras sociedades, tanto desde el imaginario social como desde el marco legal. Hoy cerca del cincuenta por ciento de los matrimonios se divorcia y se habla de un aumento del treinta por ciento en las uniones de hecho.

d-En cuarto término, la profunda transformación que ya ha traído la aparición de nuevas técnicas de fertilización. De la mano de ellas está implícita la no articulación entre sexualidad y reproducción, incluso podemos avizorar la  eventual radical desarticulación  entre sexualidad y reproducción en un futuro no demasiado lejano.

e-En quinto lugar la discusión que se ha activado en la mitad del siglo XX, en torno a la cuestión de género. En las últimas décadas, esta discusión ha tenido un lugar relevante en  la agenda de lo que se discute. Hay cambios notables respecto de esta cuestión, tanto en lo socialmente aceptado como en la legislación sobre el tema.
f-Pérdida en el imaginario social del lugar emblemático que tenía la pareja en la sociedad moderna. 
El mayor hiato entre sexualidad y reproducción ha traído como inevitable consecuencia nuevos modos de relación. La polaridad masculino-femenino se ha atenuado y asistimos a la emergencia de prácticas y  subjetividades   que hubiesen sido impensables previamente. Dentro de ellas, nombraríamos la cuestión de las adopciones por parte de parejas gays y lesbianas.

Hay que anotar además  que ha bajado notablemente la tasa de natalidad en los países desarrollados.
Una buena parte de las familias actuales son familias ensambladas (confluencia de diversas familias que se “ensamblan”), recomposiciones de las familias preexistentes en una nueva con mis hijos, tus hijos y nuestros hijos. Junto con ellas, otras “nuevas conformaciones” también han logrado un lugar dentro de los enunciados de fundamento de la cultura: además de las familias ensambladas, conviven en nuestra sociedad las uniones de pareja del mismo género, familias homoparentales, familias uniparentales.
En tren de poner números digamos que hoy en los Estados Unidos casi un 75% de los divorciados vuelve a casarse o se une de hecho.
En algunos países de Latinoamérica, la proporción de bebés nacidos en el seno de parejas no casadas trepó en la última década de alrededor del 30 por ciento hasta llegar casi el 50 por ciento.
En Inglaterra, la tercera parte de los casamientos corresponde a personas divorciadas, mientras que en Francia se calcula en casi un millón los menores de 25 años que conviven con un padrastro o una madrastra. 
Las familias ensambladas en general están compuestas por parejas donde ambos cónyuges son "reincidentes" y los hijos provienen de uniones anteriores o de la nueva pareja.
Se estima que en la Ciudad de Buenos Aires, el 50% de las familias son ensambladas, situación que se asimila a los parámetros de países occidentales del primer mundo.

*Rodolfo Moguillansky es médico especialista en psiquiatría, y psicoanalista especialista en temas de familia. Realizó su formación psicoanalítica en la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires. Es miembro titular de APdeBA; Full Member de Internacional Psychoanalytical Asociation; miembro de la Federación Española de Psicoterapia. Fue docente universitario en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires y IUSAM, en la Argentina; en la Universidad de San Pablo, Brasil, en la Universidad Complutense y la Universidad de Santiago de Compostela, de España. Es autor de La vida emocional de la familia, Vínculo y relación de objeto, Pensamiento único y diálogo cotidiano, entre otras obras.

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Video Educativo Canal Encuentro “Nuevos modelos de familia”: www.youtube.com/watch?v=tjTOyUBKFkA

 

 

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