El fin de la monogamia

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Poliamor.  Los libros lo definen como una relación amorosa entre más de dos personas. Para quienes lo practican es una filosofía de vida que predica valores como la fidelidad y el respeto. La conclusión, juran, es que se puede vivir mejor a contramano de las normas sociales.

La palabra poliamor no está (aún) en el diccionario de la Real Academia Española. Google, en cambio, registra cerca de 440.000 resultados con el mismo término (y más de dos millones si la búsqueda se realiza en inglés). Amazon.com, por poner solo otro ejemplo, muestra una lista con 1.246 libros sobre el tema. En ellos se asegura que «consiste en mantener una relación amorosa y duradera de manera simultánea con varias personas, con pleno conocimiento de todos los involucrados». También que se trata de «una filosofía y práctica ética, no posesiva, honesta y responsable, que enfatiza la elección consciente de cuantas parejas uno desee, en lugar de aceptar las normas sociales que dictan que se debe amar a uno por vez».

Otros autores, decididos a provocar por convencimiento o conveniencia, decretan que el poliamor es la nueva revolución romántica, el futuro inexorable de las relaciones de pareja, el tiro de gracia al desahuciado matrimonio monogámico.

En la Argentina, mientras tanto, un montón de fervorosos partidarios se empecinan en contestarle al mundo (la familia, los amigos, el vecino chusma) que lo que están haciendo no está mal, que es sano y lógico y que la única transgresión imperdonable es la traición a uno mismo.

«La gente no lo quiere creer, se miente a si misma creyendo que la fidelidad pasa solo por ser exclusivos sexualmente de su pareja, y nada más alejado que eso. Es una burda mentira que viene de años y años de cultura católica, donde se condena a quien tiene más de una pareja, y se impone que solo se debe estar con alguien hasta que la muerte los separe», dice Fernando, un herrero de 35 años con cinco de experiencia en el rubro poliamoroso.

Fernando cuenta que comenzó a practicarlo después de varios noviazgos fallidos, cuando una chica le planteó una relación liberal, donde si bien ambos se priorizarían como pareja, estarían abiertos a conocer a otras personas, incluso, aclaró ella, tan abiertos como para llegar a intimar.

«Con mi pareja primaria –explica– habíamos establecido un par de reglas, algo que a mucha gente debe llamarle la atención porque deben imaginar que a los poli no nos importa nada. Todo lo contrario. El mundo sin reglas es caótico y las relaciones sin cierto orden suelen crear conflictos».

Las relaciones poliamorosas se pueden clasificar en tres grupos. Uno en donde existe una relación principal con el acuerdo de, si lo desean, tener sexo con otras personas (como el caso de Fernando); la más típica, donde no existen jerarquías y se tiene más de una pareja estable porque el vínculo construido excede lo sexual y se desea compartir más; y finalmente el que reúne a los «anarquistas relacionales», incapaces de asignarles títulos a las personas o relaciones y tiranizados por el deseo y la novedad.

Los poliamorosos afirman que sus relaciones se justifican en el amor y que eso los legitima para predicar valores como la fidelidad (el acatamiento de los compromisos establecidos), la honestidad (el opuesto del engaño) y el respeto a cada uno de los integrantes.

Esta forma de amor, entonces, no se basa en la ruptura: pretende que las relaciones perduren en el tiempo. El otro gran eje es la aceptación, a contramano de la cultura dominante (por lo menos en este lado de Occidente), de que se puede amar profundamente a más de una persona al mismo tiempo.

 Sin tabúes ni celos

Natalia recuerda que nada se sabía en 2003. A ciegas y guiada por la curiosidad y las ganas, invitó a una chica a subirse a la cama que compartía desde hacía un tiempo con su novio. Pronto descubrió que era más que sexo y comenzaron a hacer todo de a tres: almuerzos, salidas al cine, hasta vacaciones en verano.

«Por ese entonces –cuenta– ni siquiera se conocía la idea del poliamor así que no sabíamos como catalogarlo. Era raro pero nos gustaba. En 2007 con mi pareja conocimos otra chica pero ya fue distinto. Llegamos a convivir los tres y empezamos a proyectar. Recién después de terminar esa relación empecé a investigar y a conocer más gente que lo practicaba».

Hoy, con 36 años, Natalia afirma que para ella el poliamor es «una filosofía de vida, una forma muy sincera de relacionarse». También dice que es la más sensata.

Para la sexóloga brasileña Regina Navarro Lins, autora de La cama reb/velada (pasado, presente y futuro del sexo y el amor), el concepto de fidelidad es un valor impuesto. «En un principio –escribe–, se desconocía la idea de pareja. Cada mujer pertenecía a todos los hombres por igual y cada hombre, a todas las mujeres. Desde el establecimiento del sistema patriarcal, hace 5.000 años, comenzó a exigirse fidelidad a la mujer, porque el hombre tenía miedo de dejar su herencia al hijo de otro. Y con el cristianismo, se comenzó a exigir fidelidad a ambos sexos. A partir de entonces, tanto el sexo como el placer pasaron a ser considerados abominables».

Fernando agrega un argumento biológico a la cuestión. «El ser humano –arriesga–, así como las demás especies de la tierra, no están hechos para ser exclusivos sexualmente. El hecho de que una hembra tenga varios machos, o que el macho corteje a varias hembras, es lo que perpetúa la especie».

Natalia acepta que hay relaciones monógamas que funcionan muy bien sin necesidad de engañarse pero reconoce que ella prefiere la manera menos convencional. «Puedo frecuentar a todas las personas que quiero mientras los involucrados sepan de la existencia del otro y lo acepten de esa forma. Para mí es hermoso poder enamorarte todos los días de la o las personas que tenés al lado, compartir gustos o pensamientos sin sentir posesión ni tabúes, sin sentir celos ni ese miedo de que si hago o digo tal cosa lo pierdo para siempre».

Gastón Rodríguez

Nota reproducción de Acción Digital –Edición Nº 1214