Entrevista a la escritora Selva Almada

Actualidad

La autora conversó con Revista Cabal sobre las razones de la vocación y sobre su último libro, con el que se atrevió a saltar los límites de la ficción para adentrarse en el mundo de la crónica.  En “Chicas muertas” narra tres crímenes de mujeres del interior del país ocurridos en la década de los 80’, que no convocaron la atención de la prensa ni fueron resueltos por la justicia.  En la Argentina, se registra un femicidio cada 30 horas.

Andrea Danne tenía 19 años cuando, en mitad de una noche de tormenta, alguien la acuchilló en el corazón: ¿habrá abierto los ojos?  ¿Habrá llegado a entender lo que pasaba? ¿Por qué tenía que morir?  La encontró su madre pero al asesino nunca lo encontraron. María Luisa Quevedo tenía 15 en el 83’, cuando la violaron y la estrangularon, en la ciudad chaqueña Presidencia Roque Sáenz Peña. Nunca se supo quién o quiénes la sometieron y la asesinaron. Tampoco se encontró al asesino de Sarita Mundín.  Ella tenía 20 en el 88’, y su cuerpo desnudo apareció a orillas del río Tcalamochita, en Villa Nueva, Córdoba.  Tres mujeres, tres crímenes irresueltos, ocurridos en el interior del país en la década de los 80’, en rincones a los que la prensa no llegó, ni la justicia, como si esas vidas no justificaran otra cosa que la indiferencia y el olvido.  Esas historias son las que Selva Almada eligió contar; las que narra en Chicas muertas (Literatura Random House).


"Oí la historia de Andrea Danne siendo muy chica, y eso siempre me volvía. Ese caso me obligó a abrir los ojos”, cuenta ella en diálogo con Revista Cabal. “El crimen lo conozco casi desde el minuto cero porque ocurrió en un pueblo vecino al mío y fue una historia que impactó muchísimo en la región. Un asesinato no resuelto, ocurrido dentro de la casa de la víctima, una noche de tormenta, con sus padres durmiendo en la habitación de al lado… en aquellos años se habló de magia negra, los padres fueron sospechosos de haberla asesinado, sus ex novios.  Más allá de lo tremenda y dolorosa que es esta historia, también es una historia con una gran potencia narrativa.  Estuve años recordándola hasta que me decidí a ir un poco más allá y escribirla.”


– ¿En qué momento optaste por apartarte de las claves de la ficción y hacerlo desde la no-ficción,  un género con el que no habías trabajado?
–La primera idea, apareció: escribir la historia de Andrea, su muerte brutal, y poco después caí en la cuenta de que no iba a hacerlo desde la ficción, aunque por todas estas cosas que mencioné antes había muchos elementos novelescos.  Me parecía que una historia así debía contarse desde la no- ficción.  Luego aparecieron los otros dos casos del libro y entonces ya no me quedaron dudas de que debía hacer una investigación, un trabajo de campo, simplemente sentí que cabía un abordaje desde otro lugar.


– ¿Qué fue lo que más te conmovió de estos casos?
– En primer lugar, que sus muertes hayan quedado impunes.  Me parecía que no era un dato menor: las tres eran mujeres de clase baja o media baja y la justicia no hizo un gran esfuerzo por encontrar a sus victimarios. Después sentí que nos unía la pertenencia: de clase social, de geografía y también de edad.  Si no las hubiesen asesinado, o desaparecido, como en el caso de Sarita, hoy tendríamos más o menos la misma edad.


–Son casos reales pero tu mirada no es periodística, ¿dónde radica, desde tu punto de vista, la principal diferencia entre el tratamiento que hace un periodista y el que puede darle un escritor?
–No, no es una mirada periodística.  Así como desde un comienzo tuve claro que no quería escribir una novela, con el tiempo y los borradores también me fui dando cuenta de que tampoco era un libro periodístico: yo era una escritora abordando tres historias que habían ocurrido, pero que eso no me transformaba en periodista, que si quería hacer un libro periodístico no iba a salir bien, siempre sería una impostación. Tenía que escribirlo con las mismas herramientas con que escribo una novela, pero luego de hacer una investigación, respetando ciertos datos duros. En todo caso el desafío era cómo escribir sobre personas reales, sobre un tema tan tremendo como la violencia contra niñas y mujeres en nuestro país, sin correrme de mi propio lugar de mujer y de escritora.


–Dijiste que fue el libro que más te costó escribir, ¿por qué?
–Me costó escribirlo porque la no-ficción era un género que nunca había trabajado y cuando empecé no me daba cuenta de que no tenía que inventar o que conocer otros recursos, otras herramientas, otras estrategias. Que tenía que, en todo caso, decidir cómo lo hacía con lo que ya tenía, con las herramientas de la literatura. Por supuesto también tenía muchas dudas. Caminaba por la cuerda floja. A veces me ponía demasiado literaria y tenía que frenarme, borrar, volver a empezar. Nunca supe muy bien cuál era el límite, pero era consciente de que había un límite y de que tenía que ser cuidadosa.


–Tres asesinatos irresueltos de mujeres, la ausencia de justicia los vuelve aún más inexplicables, dolorosos...
–En nuestro país y creo que en toda Latinoamérica es muy difícil ser mujer y es mucho más difícil ser una mujer pobre.  Creo que en estos tres femicidios eso está muy claro: importa poco la muerte de una mujer e importa menos si esa mujer es pobre.  De todos modos, en los últimos años el femicidio está menos invisibilizado: se ocupan de él los medios de comunicación, se ocupan en cierto modo algunas leyes, algunas organizaciones no gubernamentales… pero las mujeres seguimos estando muy solas.


–El relato incluye las visiones de una tarotista, la descripción de ritos y supersticiones, ¿esta decisión de incorporar cierta mística asociada con la muerte fue deliberada o simplemente se coló como puede colarse, sin prejuicio ni razones, en la vida real?
–Yo me crié en el interior del país.  Allí el pensamiento mágico convive con la realidad, es parte de ella, como un doble fondo que de vez en cuando sube a la superficie. Para mí es algo natural.  Sin embargo nunca había consultado a una vidente, ni me habían tirado las cartas. La figura de La Señora apareció primero luego de leer un libro de Francisco Mouat, el cronista chileno, un libro donde él también consulta a una médium por una muerte. Me pareció arriesgado, me gustó que Mouat tomara ese riesgo. En ese momento yo no tenía plata para moverme, la investigación había quedado parada por este tema. Visitar a La Señora fue una manera de hacer algo con ese tiempo muerto en el trabajo de campo. No había pensado incluirla. Después, mi editora me animó a hacerlo.


–La cantidad de casos de violencia de género y femicidios en la Argentina es alarmante, ¿qué opinás sobre este punto?
–Está claro que la violencia contra las niñas y las mujeres está naturalizada en nuestro país. Una sociedad patriarcal, misógina, donde estos casos son silenciados o se toman como algo corriente. A mí me espanta.


– ¿En qué medida creés que la literatura puede colaborar para que la sociedad o ciertos lectores tomen conciencia de la gravedad de un problema como éste?
–A mí no me interesa la literatura didáctica o la literatura como vehículo para cambiar nada. Como lectora hay muchos libros que me cambiaron la vida, que me hicieron pensar sobre algunas cosas… pero no creo que el escritor haya tenido esa intención. Yo como escritora no pretendo evangelizar a los lectores. Sólo me interesa escribir lo mejor posible los libros que quiero escribir. Después si eso a alguien le despierta alguna cosa, alguna reflexión creo que es mérito del lector, no mío. Muchas veces los lectores leen mejor de lo que uno escribe.


– ¿Te condiciona o suma en algún sentido haber nacido en el interior del país?
–No me condiciona. Me gusta ser una escritora de provincias, como decía Tizón, y ser del interior no es sólo una cuestión geográfica, sino una manera de pararse frente al mundo. Pero a eso mismo también lo tienen los escritores de las grandes urbes. No creo que sea ni una virtud ni un defecto ser del interior del país. En todo caso, será una circunstancia.


– ¿Sabés por qué escribís?
–Escribo porque me divierte. Siempre fui una persona muy solitaria. Cuando era chica, leer era una manera de poblar esa soledad. Ahora escribir funciona más o menos en esa misma dirección: me entretiene contarme historias, me divierte, me gusta escribir cuando tengo algo que escribir. Si no tengo nada, tampoco pasa nada, no es la muerte. Por suerte siempre hay otros libros para leer cuando uno no escribe. Por suerte siempre soy una lectora antes que una escritora.


– ¿Conocés de antemano cuáles son “tus” historias, esas que podés llegar a contar o, en cambio, vas descubriéndolas sobre la marcha?
–Por lo general no tengo ningún plan de antemano. Empiezo a escribir por una pequeña situación o un personaje, pero nunca sé realmente adónde puedo llegar. En este sentido la escritura funciona para mí como la lectura: a medida que voy avanzando voy descubriendo de qué se trata. Me gusta más así.

                                                                                               Verónica Abdala


Selva Almada (1973) es entrerriana y escribió Ladrilleros (2013), El viento que arrasa (2012), Una chica de provincia (2007), Niños (2005), y Mal de muñecas (2003). Con Chicas muertas (2014), logra consolidarse como una narradora de no ficción que, con un lenguaje intenso y preciso, indaga en los distintos tipos de violencia contra las mujeres.