Epidemia de cesáreas

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Práctica en aumento. El incremento de la tasa de la intervención quirúrgica en la Argentina revela una problemática con incidencia directa en la salud de las mujeres y de los niños recién nacidos. La violencia obstétrica, una de las caras más aberrantes del fenómeno.

Mi primer hijo nació por cesárea. Programada. Violenta y sin sentido. El diagnóstico fue macrobebé. Una ecografía en la semana 36 estimaba un peso de 3,600 kilogramos y el obstetra quiso programarla para el día siguiente, queriendo que, encima, fuese prematuro. A eso le siguieron tactos innecesarios semanalmente y frases como «¿para qué querés que siga creciendo?», «¿ves que no dilatás?», «Tenés el cuello cerrado como culo de muñeca, es porque no lo podés parir, es muy grande, se van a morir vos y el bebé». Entonces, en la semana 39 acepté y fui como vaca al matadero. Así recuerda Constanza Doracio, doula y futura puericultora, la llegada al mundo de su primer hijo. La operación duró menos de media hora y de las siete personas que estaban en el quirófano, ninguna la llamó por su nombre ni la miró a los ojos. Finalmente, el bebé nació con 3,900 kilos. «Pero no por eso era imposible de parir, ni yo era de las mujeres que no dilatan o gestan bebés imparibles. ¡Ni nos hubiésemos muerto ninguno de los dos por afrontar un parto!», afirma. Depresión posparto, futuro obstétrico limitado y estrés postraumático fueron los efectos que la cesárea causó en ella. Su experiencia ilustra dos fenómenos: por un lado, la práctica de una cesárea de forma injustificada, y por otro, es un caso de lo que se conoce como violencia obstétrica, la forma de violencia contra las mujeres menos visibilizada, ejercida tanto en los centros de salud públicos como privados.

El Parto es Nuestro –con sede en España, Ecuador y Argentina– es una de las asociaciones donde las mujeres que sufrieron partos traumáticos reciben contención e información. En los foros, ellas relatan que llegaron a su primer embarazo con una ingenuidad peligrosa, con desconocimiento sobre la fisiología del embarazo y el nacimiento y una excesiva confianza en el sistema médico. Explican que embarazos sanos terminaron en cesáreas innecesarias, sin razones médicas que las justificaran. No fue como lo soñaron, no fueron las protagonistas ni tomaron las decisiones sobre su cuerpo, afirman. Por el contrario, se sintieron «falladas», recibieron a sus hijos acostadas, anestesiadas, desnudas, con frío, en silencio, asustadas, rodeadas de desconocidos y, en muchos casos, bajo agresiones. Si bien en la Argentina existen leyes que contemplan estas situaciones, estas prácticas persisten en el día a día de los centros de salud.

Aunque los especialistas coinciden en que la cesárea fue un avance de la medicina que permitió la reducción de riesgos durante el nacimiento tanto para las madres como para los bebés, en las últimas décadas el uso de este método se volvió masivo. De hecho, en algunos países nacen más bebés por esta vía que por parto vaginal. La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que la tasa de cesáreas no supere el 15%. Sin embargo, Julieta Saulo, coordinadora del Observatorio de Violencia Obstétrica de Argentina, aporta números significativamente más altos. A nivel nacional, la práctica alcanza el 45% y, de ese universo, el 40% han sido intervenciones programadas. En el sector privado, la tasa superaría el 60%.

José Belizán, obstetra, investigador superior del CONICET y miembro del Departamento de Investigación en Salud de la Madre y el Niño del Instituto de Efectividad Clínica y Sanitaria (IECS) asegura que existe una epidemia de cesáreas. «Es la naturalización de una práctica que debería usarse para ciertas indicaciones pero que, en cierta medida, se está usando de una forma indiscriminada y su aumento no estaría justificado. Se trata de una cirugía mayor y si bien los métodos y la anestesia han mejorado y los recaudos para prevenir infecciones son buenos, los estudios que han medido las consecuencias entre ambos partos concluyen que la frecuencia de las complicaciones es más alta entre las mujeres que tuvieron una cesárea», explica.

Las indicaciones que justifican el uso de esta práctica son diversas pero bien concretas: un bebé que esté en posición transversa o podálica (sentado), un parto muy prolongado donde haya alteración de los latidos del niño, dos cesáreas previas, problemas de coagulación en la madre, placenta mal ubicada o placenta previa. Sin embargo, Belizán asegura que todas estas causas juntas no llegan a un 10% de los casos.

Cesáreas

María Fernanda Lage, médica obstetra del Hospital Italiano, menciona otra cuestión: la solicitud de la madre de ir a cesárea también puede ser tenida en cuenta. «A las pacientes que piden esta intervención se les explican los riesgos de las dos vías de finalización del embarazo y de todas maneras hay mujeres que piden no transitar por la experiencia de un parto vaginal». De todas formas, un estudio realizado por el IECS sobre madres primerizas determinó que solo el 8% elige esta opción.

 

 

 

Tiempo y dinero
¿Cuáles son las razones por las que esta práctica se ha extendido tanto? Al respecto, el doctor Belizán se ocupa de derribar un mito: que los profesionales perciben honorarios mayores por las cesáreas que por los partos vaginales. «El parto vaginal se paga lo mismo que la cesárea. Pero no debería ser así ya que el parto fisiológico implica más horas de cuidado de la madre», afirma. Y pone de relieve otro aspecto: la incidencia del funcionamiento del sistema médico en la decisión final de los obstetras. «El gran aumento se da en el sector privado donde la organización hace que los médicos tengan que ir de un sanatorio a otro y no puedan manejar sus tiempos. El parto lleva su tiempo, la dilatación, las contracciones y muchas veces eso no se respeta y se pone como excusa más que como razón para realizar una cesárea. En los sistemas de salud del tipo universales, donde todo el mundo se atiende en hospitales de excelencia, se dan mejores resultados. Entonces, en el fondo hay un fundamento económico. Por otro lado se está perdiendo el hábito de hacer partos vaginales y como la cesárea es más rápida se opta por ella», explica el médico.

Los especialistas coinciden en la importancia de la sanción de la Ley de Parto Humanizado pero admiten que aún no se refleja en un verdadero cambio de paradigma. «La ley ayuda –concluye Belizán– pero las transformaciones en las actitudes tanto de los prestadores como de los médicos son lentas. No se trata de una falta de conciencia. Lo que pasa es que cuesta modificar una rutina, ese es un reto grande que tenemos en la práctica médica porque cuando algo ya está instalado se dice: “A mí siempre me fue bien así, ¿para qué voy a cambiar?” Pero definitivamente, la cosa rutinaria y el maltrato deben cambiar».

Florencia Vidal
Nota Reproducción de Acción Digital / Edición 1212