Hepatitis C, el agresor silencioso

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Investigadoras del CONICET fueron reconocidas por un trabajo que busca entender cómo es el daño que este virus causa en el hígado.

“El mejor trabajo anual sobre investigación clínica”: así fue como la Academia Nacional de Medicina calificó el estudio de un grupo de investigadoras del CONICET que encabezadas por la doctora María Victoria Preciado lleva años dedicándose a comprender cómo es exactamente el daño que el virus de la hepatitis C causa en el hígado. El grupo se desempeña en el Instituto Multidisciplinario de Investigaciones en Patologías Pediátricas que funciona en el Hospital de Niños “Ricardo Gutiérrez” y está también integrado por la doctora Pamela Valva, la bioquímica Daniela Ríos y la médica Elena de Matteo.

La investigación contó además con la colaboración del Hospital Ramos Mejía (Dra. Beatriz Ameigeiras y equipo); el Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez (Dra. Cristina Galoppo y equipo); el Hospital Italiano (Dr. Adrián Gadano, Dr. Eduardo Mullen y equipo) y el Hospital Durand (Dr. Carlos Brodersen y equipo).

Con el orgullo de que una de las instituciones médicas más prestigiosas del país reconozca su trabajo, la doctora María Victoria Preciado ahonda en los detalles de esta investigación sobre el virus que de acuerdo a cifras de la Organización Mundial de la Salud afecta a cerca de 150 millones de personas en todo el mundo:

 

¿De qué se trata la investigación que llevaron adelante?

Lo primero que hay que entender es de qué se trata la infección por hepatitis C, principalmente el hecho de que la mayoría de las personas que tomaron contacto con el virus quedan con una infección crónica. Pero lo más complejo de todo es que hablamos de una infección que por lo menos en principio no causa un daño visible, como sí lo hace, por ejemplo, la hepatitis A, que en seguida altera parámetros de laboratorio y genera que la piel se ponga amarilla. El virus de la hepatitis C es en cambio silencioso, lo que hace que el paciente   desconozca que está infectado hasta que algo ocurre, como podría ser que quiera donar sangre, se le hagan los chequeos y entonces salte la enfermedad. De ahí que hay mucha gente que tiene el virus, pero lo desconoce. Y por más que en los últimos años ha habido avances en cuanto al tratamiento tenemos todavía una deuda anterior, que es descubrir quién está infectado. Esto pasa tanto en la Argentina como en el mundo.

 

¿Y cuándo es que el virus se manifiesta?

El individuo puede estar infectado diez o veinte años sin saberlo, y cuando va a la consulta con el médico es porque ya tiene en su hígado un daño lo suficientemente importante como para traerle alguna complicación clínica. Porque si bien antes de eso la persona puede no haber tenido síntomas, el proceso de daño en el hígado sí estuvo actuando. Se trata de un desarrollo paulatino que va haciendo que las células propias de ese hígado sean reemplazadas por fibrosis, sumado al hecho de que la respuesta inmune aumenta. Es decir: hay una serie de cambios histológicos que alteran el órgano y pueden ir desde daños más leves hasta cirrosis y hepatocarcinoma. De hecho es una de las principales causas de trasplante hepático.

 

¿Cuáles son esos avances en el tratamiento?

Hace unos cinco años empezaron a aparecer unas drogas que se llaman antivirales de acción directa, cuya función es combatir el virus de forma precisa y han tenido una tasa de éxito muy alta. Sin embargo, persisten dos problemas: uno es el costo de las drogas, que en todo el mundo están todavía muy lejos de ser accesibles para todos. El otro es que, como decíamos, muchos individuos infectados desconocen su situación y entonces, más allá de que esté disponible esta medicación, siguen contagiando. El virus se transmite más que nada por sangre infectada. La transmisión sexual es menor (aunque existe), y la transmisión madre hijo está en disminución.

 

¿Cuál fue el aporte del trabajo que hicieron ustedes?

Es un estudio tendiente a la comprensión del daño en el hígado, lo que se llama la patogenia. Lo que estamos tratando es de entender cómo es la relación “virus-huésped”, caracterizando la respuesta inmune y todo el proceso. Lo cierto es que si bien existe un gran desarrollo en el tratamiento, todavía estamos lejos de poder hablar de una enfermedad erradicada. Hay mucho por aprender e inclusive, dado el corto tiempo de aplicación de los tratamientos, tampoco se conocen a fondo sus posibles efectos colaterales. Entonces la meta nuestra de entender la biología del virus en el hígado implica un conocimiento muy relevante, dado que se caracteriza ese daño, quiénes lo disparan, qué células del sistema inmune están involucradas, dirigidas contra qué y con qué estrategia.

 

¿A qué dato interesante llegaron?

Pudimos observar que en los niños el daño se debía más al virus, mientras que el sistema inmune no tenía un rol tan importante en la lesión, quizás producto de una infección más reciente. En cambio en los adultos el sistema inmune era el mayor responsable del daño. Es decir: que el paciente no solo no estaba pudiendo deshacerse del virus, sino que además reclutaba células hacia el hígado que contribuían al proceso de destruir hepatocitos y reemplazarlos por tejido fibrótico.

 

¿Esto puede servir incluso para mejorar el diagnóstico o desarrollar nuevas líneas de drogas?

Claro. Siempre que se pueda conocer la biología y el comportamiento de una noxa en el individuo que está infectando esa interrelación abre las puertas para entender por dónde atacarla y encontrar soluciones. Muchos piensan que la investigación clínica básica está alejada de los pacientes y tratamientos. Sin embargo está mucho más cerca de lo que parece.

 

Fotos: istock