Horizonte común

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Historias de profesionales que se organizan en cooperativas. Con motivaciones diversas y no sin obstáculos en el camino, ingenieros, contadores, abogados y fotógrafos optan por asociarse para trabajar de manera solidaria.

De las paredes de la casona donde funciona la cooperativa de fotógrafos Subcoop, en el barrio porteño de Almagro, cuelgan fotos de algunos de sus trabajos más emblemáticos, como Oxígeno Cero, serie sobre la vida de las personas a la vera del Riachuelo de Buenos Aires. La problemática del avance de la soja en la Argentina, el interior de la favela Rocinha de Río de Janeiro, la vida cotidiana de los habitantes de barrios cerrados o el culto alrededor de la cantante Gilda son otros de los temas reflejados en los ensayos fotográficos del grupo, que se han publicado en los principales diarios y revistas de la Argentina y del mundo. Aunque formalizaron la cooperativa en 2004, los integrantes de Subcoop dicen sentirse «hijos» de los sucesos de diciembre de 2001. Lo que por esos días sucedía en las calles influenció su manera de funcionar. «Retratamos ciertos hechos sociales y tratábamos de aportar con nuestra fotografía a ese cambio social que anhelábamos. Había mucha subjetividad en nuestras imágenes, había un punto de vista, una opinión. Funcionar como cooperativa fue poner en práctica esos discursos que estábamos reflejando, ser coherentes con lo que estábamos declamando en nuestras imágenes: si abogábamos por un mundo más justo, más solidario, más igualitario, también lo teníamos que aplicar en nuestro funcionamiento interno», dice Nicolás Pousthomis, uno de los integrantes de Subcoop. Tomar decisiones en asamblea, tener una estructura horizontal de trabajo y repartir los ingresos de manera igualitaria son algunas de las acciones que cotidianamente lleva a la práctica esa forma de funcionar. La firma conjunta es otro aspecto que los distingue: junto a las fotos de Subcoop no aparecen los nombres de los fotógrafos, los trabajos son firmados con el nombre de la cooperativa. «Al tomar esta decisión estábamos creando una identidad. Y el cooperativismo era la manera más acorde a ese pensamiento que podía existir. Una de las primeras cosas que hicimos, además de decidir firmar conjuntamente, es repartir los salarios en partes iguales. Creemos que eso favorece nuestros vínculos como cooperativistas, muy distinto sería si hubiera jerarquías, o si cobráramos de manera dispar», dice Gisela Volá, otra de las integrantes de la cooperativa. En un ámbito donde suele primar el nombre de quién hizo el clic con su cámara, los fotógrafos decidieron valorar el proceso colectivo involucrado detrás de cada imagen. «Hay todo un aprendizaje y una formación que te da la cooperativa: yo, por ejemplo, aprendí el oficio documental y, en alguna medida, de reportero gráfico acá en Sub. Siento que mi fotografía como individuo de alguna manera es hija de este proceso colectivo, me siento mejor fotógrafo, mejor contador de historias que antes de integrar el grupo», explica Gerónimo Molina, otro de los fotógrafos de la cooperativa que completan Gabriela Mitidieri, Martín Barzilai, Verónica Borsani y Olmo Calvo Rodríguez. Sin embargo, los entrevistados asumen que esta filosofía choca con un contexto económico y social que fomenta exactamente lo contrario. «Tratamos de sostener esta forma de funcionar todos los días –dice Pousthomis–, pero no deja de ser una lucha interna, porque la sociedad te baja otro chip: el individualismo, el sálvese quien pueda. A nosotros nos cuesta todavía hoy, después de 10 años de cooperativa, trabajar de esta otra manera».

Una alternativa posible

Subcoop muestra una tendencia que también se da en otros sectores profesionales. Estudiantes y egresados recientes de carreras terciarias o universitarias, como así también trabajadores con años de experiencia, se agrupan de manera cooperativa impulsados por motivaciones diversas: para poder trabajar de forma más flexible e independiente, para lograr insertarse o reinsertarse en el mercado laboral, o para hacer frente a la precarización. Muchos grupos inician el camino cooperativo casi a tientas, tomando decisiones instintivamente, aprendiendo en el camino, con errores y aciertos. Esto sucede, fundamentalmente, porque el cooperativismo no se presenta como una opción asociativa más en las casas de estudios, sino que suele aparecer relegado. «Lamentablemente, el sistema educativo en general y las universidades en particular no forman para la cooperación, no solo desde el punto de vista conceptual, sino práctico. Se forma en la cultura individualista, en la competencia», admite Rodolfo Pastore, licenciado en Economía y docente de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), donde desarrolla como línea de investigación la temática de la economía social. Sin embargo, advierte un crecimiento del sector de las cooperativas de trabajo y de profesionales en particular. «En la última década, el cooperativismo de trabajo fue el más dinámico, producto de las estrategias de autogestión que llevaron adelante los trabajadores expulsados del mercado laboral en la crisis de 2001. Pero surgió otro tipo de experiencia, no muy visible pero muy interesante, como son las cooperativas que, si bien surgen de las necesidades de generar puestos de trabajo, deciden tomar la forma organizativa cooperativa como opción: este suele ser el caso de las cooperativas de trabajo integradas por profesionales o técnicos», dice Pastore, y destaca que el fenómeno se refleja especialmente en el ámbito de las tecnologías digitales, la comunicación y el desarrollo de software. «El sector informático es muy dinámico y está marcando un sendero de expansión muy importante tomando el camino asociativo por opción, incluso teniendo muchas posibilidades de insertarse laboralmente de otra forma. Este es un sector con cooperativas grandes y pequeñas que se caracteriza por la articulación y, en general, por el desarrollo de software libre, algo muy significativo tomando en cuenta la importancia que tiene la soberanía tecnológica en este mundo globalizado».

A ese segmento pertenece la cooperativa de software libre Gcoop, fundada hace 8 años en la Ciudad de Buenos Aires, que brinda, entre otros, servicios de diseño web y desarrollo de sistemas de gestión. «Siempre se plantea que el cooperativismo nace de una necesidad, en particular las cooperativas de trabajo buscan generar empleo, pero nosotros le dimos una vuelta distinta a esa necesidad, porque teníamos trabajo. Los profesionales de la informática y la ingeniería son muy demandados», dice su presidente, Pablo Vanini y advierte que esto ocurre en casi todas las entidades que integran la Federación Argentina de Cooperativas de Trabajo de Tecnología, Innovación y Conocimiento (FACTTIC), que agrupa a 25 cooperativas y grupos precooperativos de todo el país. «Nuestra necesidad –afirma Vanini– era resolver la gestión de otra manera y nos pareció que la forma cooperativa era la mejor. Creemos que el cooperativismo tiene mucho que ver con la filosofía del software libre, dado que en las cooperativas se comparten las decisiones, los conocimientos y los beneficios económicos que se generan». Algunos rasgos de las empresas privadas del rubro informático también fueron claves para que el grupo optara por la autogestión. «Las empresas de software –dice Vanini– tienen una alta tasa de rotación del personal: trabajás algunos meses, conseguís trabajo en otra empresa que te paga un poco más o que te queda más cerca y te vas, porque, en general, hay mucha disconformidad con lo que se cobra, con el modo de trabajo, con el ambiente. Nosotros no tenemos esa tasa de rotación, somos asociados, sabemos lo que queremos y decidimos en conjunto. Puede pasar que alguien se vaya, que llegue otro, que crezcamos, pero es un grupo y eso se refleja en mejores servicios porque nos preocupamos por lo que hacemos y queremos hacerlo bien».

Ventajas versus dificultades

Más allá de sus visibles ventajas, la forma cooperativa no está exenta de dificultades y desafíos. Uno de ellos es poder generar a los asociados beneficios similares a los que otorga el ámbito privado en cuanto a licencias, vacaciones y aportes previsionales. Según Vanini, en Gcoop, «si alguien va a tener un hijo se discute cuál va a ser el tiempo de licencia y que eso tiene que tener un equilibrio entre lo deseado y lo posible». Si bien asume que el modelo de gestión cooperativo permite pensar reglas propias de funcionamiento en esos aspectos «existen desventajas en cuanto a la seguridad social, porque somos trabajadores autónomos o monotributistas. También creemos que hay muchas trabas burocráticas y administrativas, por eso impulsamos la Federación, para trabajar de manera intercooperativa». «El cooperativismo –resume el presidente de Gcoop– te muestra al mismo tiempo las vicisitudes del trabajador y del empresario. No es fácil mantener una empresa, conlleva a una responsabilidad mayor. Nosotros, por ejemplo, nos propusimos una escala de crecimiento austera, porque no podemos sumar un nuevo asociado cuando se incrementa temporalmente el volumen de trabajo. Cuando este trabajo concluye, no podemos decirle a esa persona que se vaya, eso hacen las grandes empresas. Por eso, cuando nos sobrepasa el trabajo o cuando hay un proyecto en el que no estamos especializados, recurrimos a la intercooperación, esto es, el trabajo junto con otras cooperativas». Vanini destaca, sin embargo, los avances en los últimos años: «Sabemos que hoy hay más apoyo para la investigación y para las inversiones en mejoras del proceso productivo. También nos sentimos acompañados con leyes como la de exención a los ingresos brutos para las cooperativas de trabajo en la Ciudad de Buenos Aires que impulsó el legislador Edgardo Form, algo lógico porque las cooperativas no persiguen fines de lucro».

Ricardo Gil, técnico mecánico en seguridad industrial, auditor de gestión ambiental y presidente de la cooperativa de profesionales platense Estudios Integrales Asociados (Eiascoop), recuerda los días en que decidió, junto con un puñado de compañeros, asociarse para así poder sortear la peor crisis económica argentina. «Algunos nos habíamos quedado sin trabajo, como me ocurrió a mí, en la década del 90. Trabajaba en relación de dependencia y decidí trabajar por mi cuenta en un momento crítico del país. Entonces comenzamos a juntarnos con otros profesionales con quienes nos conocíamos por nuestras actividades laborales o de participación social y militancia, que estaban en situaciones parecidas, es decir, desocupados o trabajando por su cuenta pero con poca actividad». Así se fueron agrupando hombres y mujeres con profesiones similares o complementarias: técnicos en seguridad, ingenieros, abogados, contadores. «A partir de 2003, 2004, nuestra actividad creció y logramos hacer algunos trabajos con organizaciones sociales, programas auspiciados por el Banco Interamericano de Desarrollo y el Gobierno, pymes y profesionales. Entonces decidimos que teníamos que hacer un proyecto asociativo y yo propuse crear una cooperativa». El primer objetivo fue organizar la provisión de servicios. «A los monotributistas nos asesoraba una contadora, cuando teníamos un tema legal, lo hablábamos con uno de los abogados, otros aportábamos nuestros conocimientos en temas técnicos. De esta manera, unificamos esfuerzos y bajamos costos de administración, logramos contar con un lugar de atención, compartir equipamientos y conocimientos y, fundamentalmente, potenciamos nuestros servicios a terceros».

Gil admite que las trabas burocráticas para el desarrollo de las empresas solidarias son numerosas. «Esta es un pelea que damos cotidianamente los que participamos en diferentes espacios federados del cooperativismo. Papelerío, dilación hasta que sale la matrícula, obligación de hacer un curso de cooperativismo para formar una cooperativa, además de que, mientras no salga la matrícula, la responsabilidad de los que la inscribieron es parecida a la sociedad de hecho, son algunas de las contingencias con las que nos encontramos. Por eso me parece que se deberían agilizar estos procesos, lo que no quita que no se controle y fiscalice, porque el control fortalece a las cooperativas que trabajan de manera genuina».

Eleonora Feser, abogada, contadora pública, investigadora del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini y asistente técnica de la comisión de legislación de COOPERAR, coincide. «Hay muchas trabas que tienen que ver con todo un régimen que es más complicado que el que rige para las sociedades anónimas, más aun para cooperativas de trabajo. Mientras en las sociedades anónimas (SA) se pueden hacer asambleas sin avisarles a los órganos de control, en la cooperativas hay que avisar 15 días antes, es decir, el proceso asambleario es más complejo. Por otro lado, son más los libros que tienen que llevar las cooperativas de trabajo que los de la SA. En términos burocráticos la SA es más barata porque no tiene que contratar un contador desde el día uno, en cambio, las cooperativas tienen que tener un servicio de auditoría externo desde que se constituyen, no solo cuando tienen que hacer el balance. Por otro lado, las cooperativas tienen que realizar informes económicos trimestrales, con firma de contador, algo parecido ocurre con las compañías que cotizan en Bolsa», enumera la también docente universitaria.

Además, se exige a las entidades realizar un plan de viabilidad. «Hay que indicar quiénes van a ser los clientes, proveedores. A la SA no se le pide esto para ver si la empresa va a ser rentable en el mercado», dice Feser. Hoy en día, existen dos proyectos de ley para reformar la normativa que rige a las entidades de la economía social, uno de la Confederación Nacional de Cooperativas de Trabajo (CNCT), para regular a las entidades de ese sector, y otro impulsado desde el Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social (INAES), que abarca a cooperativas y mutuales. Ambos proyectos están discutiéndose entre las entidades del sector, y luego serían presentados en el Congreso de la Nación. Sin embargo, Feser asume que el tema de las trabas a las cooperativas se trata «a medias». «Ninguno de los dos proyectos quita esta obligación de tener un contador desde el momento cero, ni la obligación de hacer informes trimestrales. Si bien el proyecto del INAES habla de cooperativas simplificadas, no se explaya claramente en el contenido, lo que puede llevar a múltiples interpretaciones. Y el proyecto de la CNCT burocratiza aún más a las cooperativas de trabajo porque les exige, en un plazo de un año, contar con un reglamento, y sabemos que las matrículas tardan más de un año en salir luego de que las entidades presentan los papeles». Otro problema para las cooperativas de trabajo, dice la investigadora, es que se les plantea que el objeto social tiene que ser único. «Es decir que las que quieran adicionar consumo, vivienda u otro rubro tienen que sacar otra personería, con toda la burocracia que eso implica. Por eso me asusta esta recarga de obligaciones, porque los que gestionan las organizaciones son mayormente compañeros con pocos recursos y exigirles cada vez más lleva a sacarlos directamente del sector».

Cora Giordana
Informes: Silvia Porritelli y Mariana Aquino


Reproducción de Acción Digital – Edición Nº 1174
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