La Asamblea del Año XIII: un hecho memorable

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Rubén Vázquez, presidente de Cabal, explica la relevancia para los derechos humanos en el país de las medidas tomadas en aquel encuentro patriótico.

En sus Versos sencillos de 1891, el gran poeta cubano y prohombre de la lucha por la independencia americana, José Martí, decía en un poema llamado “Penas”: “Yo sé de un pesar profundo/Entre las penas sin nombre/¡La esclavitud de los hombres/Es la gran pena del mundo!”  Unas décadas antes, en 1865, ese terrible estigma de la humanidad había sido abolido en Estados Unidos, luego de una sangrienta guerra civil que duró cuatro años y que tuvo a las fuerzas del Sur como abanderadas de la perpetuación del esclavismo. Las Naciones Unidas recién en la Declaración de los Derechos Humanos de 1949 sostuvieron que la esclavitud está prohibida en todas sus formas, lo que indica que de algún modo, y a pesar de que muchos países la habían declarado ilegal en sus constituciones, siguió existiendo. Algo similar ocurre todavía donde bajo nuevas formas y denominaciones (tráfico de personas, trabajo forzoso e ilegal, trabajo infantil, etc.) este flagelo ha logrado sobrevivir.
Cito estas fechas para resaltar la lúcida y anticipada conciencia que sobre este doloroso problema tuvieron muchos de los patriotas de la gesta del 25 de Mayo y la Declaración de la Independencia en 1816 que, entre ambas fechas, precisamente en la famosa Asamblea del Año 13, declararon primero la libertad de vientres (que significaba que ningún hijo de esclavos lo seguiría siendo al nacer) y luego que todos los esclavos que llegaran a la Argentina serían libres por el solo hecho de pisar su territorio. Extraordinaria medida que luego se consagraría formalmente en la Constitución de 1853. Esa asamblea, inaugurada el 31 de enero de 1813 –día que este año se celebró como feriado por única vez-, tomó además otras medidas no menos importantes: puso fin al tráfico de esclavos, abolió la práctica de torturas (junto con la Inquisición),  suprimió el mayorazgo, los títulos de nobleza, la mita y el yaconazgo. Y asumió la soberanía nacional, por primera vez, en nombre del pueblo y no de Fernando VII.
Es imposible no valorar hoy la relevancia de ese pensamiento y los desafíos y compromisos que implican para el presente. De entrada, porque ese pensamiento nos habla de la necesidad de continuar un legado, nacido en el origen mismo de la nación, que repudiaba toda forma de sometimiento al ser humano, de explotación cruel del prójimo, cualquiera fuese el modo bajo el cual se presentasen o el nombre que adquiriesen para disimular su verdadera esencia. Luego, porque esa reivindicación fundamental del concepto de libertad que hacían los patriotas al liberar a los esclavos no estaba vinculada solo a los derechos del individuo frente al Estado (como podría pensarlo una visión exclusivamente liberal), sino a una cuestión mucho más profunda que toca lo social y que incluye en su amplio espectro a esa trama compleja de grupos, relaciones e instituciones que desarrollan polos de poder y fuertes intereses económicos en cualquier país. Algunos de esos grupos, de los que el Estado argentino fue cómplice y socio benefactor en otros tiempos, son los que hoy se resisten más a abandonar posiciones legítimamente cuestionadas por la ley y la democracia. 
En lo relativo al Estado argentino, el mandato del pensamiento patriota es claro: defender su soberanía nacional frente a las políticas externas que lo han perjudicado y a las cuales durante muchos períodos –como una cierta forma de servidumbre- estuvo atado. En ese sentido, y si tuviéramos que hacer un somero balance de lo que ocurrió en 2012, un año sin duda movido, se podrían señalar varias medidas que han ido en la dirección señalada por el legado histórico: la recuperación de la parte mayoritaria del patrimonio de YPF y su declaración como un servicio de interés público, la batalla contra los fondos buitres, las reformas del Banco Central que se alejan de los criterios que quisiera imponer la banca internacional y varias otras que se podrían añadir ilustran sobre una marcha que va en una dirección que es la correcta. Eso sin hablar sobre lo que se ha concretado en el plano de lo social, que es mucho. Que falta todavía avanzar más. Por supuesto, pero ningún reclamo sobre lo que se debería hacer puede ignorar lo que ya se ha hecho, porque olvidarlo es necedad.
Por otra parte, el país, aunque en forma moderada el último año, ha seguido creciendo y lo hará bastante más este año. Eso a pesar de la grave crisis europea que sigue acumulando víctimas y dañando la soberanía de varias naciones con las mismas recetas que han sido causa de la catástrofe. En la reciente reunión de la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe (CELAC) con la Unión Europea (UE) en Chile, los representantes del viejo continente han reconocido públicamente que en América Latina se ha producido un fenómeno de mejora notable de sus países. Esto no fue porque se aplicaran recetas neoliberales, está claro. En ese sentido, la mayor parte de los países lo hicieron porque respondieron a una concepción de soberanía nacional que los llevó a idear programas que rompieran las ataduras que había sido el cáncer que comió sus economías y destruyó sus cuerpos sociales. Es decir, hicieron lo que planteaban los próceres de la Patria Grande. Y hoy, si Europa quiere ampliar sus relaciones económicas y de cualquier otra naturaleza con este continente, deberá hacerlo en un plano de igualdad. La abolición de la esclavitud, que celebramos hace unos días, se concretó en los papeles hace ya mucho tiempo. Es bueno que se cumpla en la práctica. Argentina fue pionera en ese campo y es bueno que lo siga siendo.