Lupe Marín, la mirada curiosa

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Nacida en Chile en 1971, vivió también en México y España, hasta que se asentó finalmente en la Argentina. Multifacética y talentosa, es pintora pero además hace esculturas, escenografías, ilustraciones, dibujos y hasta videos. Expuso en Hugo Boss, en Madrid, y ArteBA´10, Van Riel y Elsi del Río, en Buenos Aires. Se proyecta como una de las artistas plásticas más importantes de su generación.

La piel blanca, el pelo oscuro, Lupe Marín se acurruca esta mañana de sol bajo un tejido de lana color pastel con el que parece querer protegerse de las miradas ajenas. A primera vista parece una chica frágil, reservada, tímida incluso, pero es hasta que comienza a hablar; porque cuando empieza a explicar por qué es que pinta, y por qué es que esculpe, cuando empieza a contar las razones que la impulsan a crear, revela una energía inesperada, y una mirada del mundo profunda e incisiva.

Lupe - que comparte nombre con la segunda esposa de Diego Rivera- pinta, esculpe, explora desde niña. Desde aquellos días de la infancia en que, viviendo en Cuernavaca, México, sintió que el mundo era un espacio abierto para mirar y crear, para inventarse un mundo. Hija de un matrimonio de argentinos –Cristina y Lito- que habían recalado en México tras el golpe de Pinochet en Chile -donde vivían a comienzos de los años 70’-, Lupe creció entre artistas e intelectuales para quienes la libertad no era un concepto abstracto sino un ejercicio cotidiano. Una amigo de su padre tenía una escuela y a ese proyecto se sumarían otros, convencidos de que sus hijos tenían derecho a crecer y educarse en un ambiente que los incentivara sobre todo a investigar, a explorar sus posibilidades e interactuar con el entorno a partir de la curiosidad. Era una escuela en la que no se tomaba examen y en la que la presencia del arte, la dimensión lúdica y las actividades manuales no estaban escindidas de la teoría.

“Eso fue central en mi formación”, relata a Revista Cabal-. “Lo fundamental era adquirir una buena base para relacionarnos con todo lo que nos rodeaba, y todo estaba hecho para instalar en los chicos la curiosidad. Uno tenía la sensación de que todo era posible. La escuela era un terreno fértil para crear. Mis padres entendían que el placer era parte del aprendizaje, y no estaba por fuera de lo académico. El privilegio de estar vivos estaba por encima de todo y desde ese lugar se sumaron con amigos a este método de enseñanza. La biología, la historia y el arte, todo importaba y se trasmitía a través del placer por el relato y el saber. Nunca hubo un examen, no importaba ejercer poder sobre el alumno sino estimular su interés”.

De chica Lupe bailaba y tomaba clases en una gran casona en la que había un hermoso patio. Para llegar a su clase, atravesaba cuartos en los que otros pintaban: esas imágenes - los modelos vivos posando y los alumnos de pintura esbozando dibujos en sus lienzos- quedaron grabadas en su memoria como parte de un tiempo de descubrimiento, en el que todo estaba por hacerse.

“Así empecé, se nos daba mucha libertad, comenta Lupe. Sentíamos que todos podíamos tener las mismas oportunidades y que nadie nacía sabiendo, pero podía aprender. Allí recibí herramientas para relacionarme con el mundo de una forma particular, y sin miedo a romper las formas. Todavía recuerdo la sensación de sentirme maravillada ante todo eso que veía y la conciencia de todo lo que había por aprender”.

Empezar a dibujar la enfrentó a un placer hasta entonces desconocido, y también a la conciencia de que carecía de herramientas técnicas.

“Sentía que mi mano fallaba -cuenta divertida-. Con el tiempo descubrí que la técnica es lo que te da la libertad de hacer lo que quieras. El conocimiento te libera. Uno se forma, se esfuerza, avanza de a pequeños pasos, y de a poquito va ganando libertad. Me río cuando me dicen ‘qué facilidad que tenés para el dibujo’: detrás de ese efecto que termina siendo natural hay un trabajo gigantesco que nadie ve, y eso pasa siempre y es lo interesante”.

La vuelta de la familia a la Argentina, con la recuperación democrática, no resultó sencilla para esa nena que había pasado sus primeros años pintando y bailando en Cuernavaca. “Fueron tiempos muy duros. Mis padres, como muchos de su generación, volvían con la certeza de que aquí había que reconstruir un país, pero los chicos hicimos una adaptación que en mi caso fue difícil. El arte me acompañó entonces como una actividad que yo podía seguir desarrollando de manera individual y que me permitía crear, liberar emociones, compartir con otros también, seguir creciendo”.

Su formación artística comprendió estudios en distintos campos - la pintura, la escultura, la escenografía y el diseño- pero nunca adquirió un matiz condicionante: disfruta explorando soportes, ensayando ideas. Así concibe sus series de dibujos y pinturas, con las que se ha ganado un lugar reconocido entre sus pares.

“El que no tiene técnica queda atado a lo único que conoce, y no puede crear, por eso el saber amplía siempre tu horizonte.  Al mismo tiempo, tampoco hay que perder esa dimensión creativa más primitiva, esa parte lúdica. El desafío siempre es integrar los dos planos – explica.

Su carrera y la decisión de acompañar a su esposo –el actor Leonardo Sbaraglia- la llevaron a vivir varios años en España, hasta que volvieron al país, decididos a trabajar y criar en la Argentina a su hija Julia.

En este momento, Lupe planea iniciar una serie inspirada en una idea nueva –expondrá probablemente en 2015- mientras avanza con un proyecto de escultura para México.

Cuando se le pregunta sobre el proceso de creación Lupe contesta: “en general parto de una idea que voy desarrollando en distintos soportes. Al cabo de un tiempo tengo una producción en serie, que funciona en conjunto pero que también permite mostrar las obras en forma independiente. Y mi tema siempre han sido las personas, sus estructuras de pensamiento y cómo se ven esas ideas en gestos, en pequeños detalles, en sus movimientos. En una sola imagen uno puede tener un panorama de lo que es una persona, lo que le pasa al otro. Me interesa mostrar eso, que se vea en la obra final. A mí lo que me interesa es que todo eso sucede entre el modelo y yo, que la obra transmita una emoción y una impresión, de un solo golpe. A veces empiezo a pintar con una idea y termino haciendo algo absolutamente distinto a lo que tenía planeado, eso está bueno, estoy abierta a lo que ocurre en ese encuentro y a lo que el otro me transmite o creo ver”.

La luz del sol se refleja en la negrura del pelo y Lupe se toma tiempo para pensar. Tiene una voz suave y dulce pero convicciones sólidas e ideas claras.  En una servilleta completa una cara, la mira y dice: “mi intención tiene que ver con contar algo, hay un relato en cada obra. No pretendo que el otro vea lo mismo que yo, pero soy muy honesta en lo que veo y quiero transmitir. Esta imagen cuenta algo, hay una historia. El pensamiento de cada uno de nosotros, nuestras vidas, son construcciones. Yo retrato lo que me ocurre frente a otros, lo que sucede entre nosotros, lo que sucede allí. Esa verdad”.

                                                                                                              Verónica Abdala