Maltrato invisible

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El hostigamiento. La apariencia física, la vestimenta y las cuestiones étnicas o religiosas son los principales motivos.

En la primaria me decían “cuatro ojos” porque usaba anteojos. Después, en la secundaria, como era tan flaquita me comparaban con el dibujito animado Piernas Locas Crane, una suerte de ave desgarbada y torpe, y a eso se le sumaban las burlas porque tenía ortodoncia; siempre había un motivo. Ahora que soy adulta recuerdo todo eso con simpatía, pero en su momento me daba bronca y tristeza, aunque nunca decía nada y me la bancaba».

Así recuerda María, hoy de 34 años y profesional, su paso por la educación primaria y secundaria en su relación con los compañeros. Ella, como tantos otros, se convertía en el blanco de las burlas y el acoso de los otros chicos por motivos físicos, una situación que muchas veces parece inocente, pero que causa mucho sufrimiento en quienes la padecen. Es este famoso «tomar de punto» a alguien, que ni los docentes suelen advertir como violencia.

Según el reciente informe final de la investigación realizada conjuntamente entre el Programa de Antropología Social y Política de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales Argentina, FLACSO, y el Área de Educación de UNICEF Argentina sobre Clima escolar, situaciones conflictivas y de violencia en las escuelas secundarias de gestión pública y privada del área metropolitana de Buenos Aires, el 66% de los alumnos en el año 2009 presenciaron situaciones de humillación entre ellos o sus compañeros y el 22,7% ha estado preocupado por resultar víctima de tal situación. Al considerar el conjunto de situaciones de maltrato entre alumnos, y teniendo en cuenta las menciones de ocurrencia habitual o más de una vez, se observan en orden decreciente: burlas por alguna característica física (18,1%); comentarios desagradables en público (16,4%, con mayores proporciones en escuelas privadas); fueron evitados o no quisieron compartir alguna actividad con él (10,2%); tratados de manera cruel (9,5%, con mayor nivel en escuelas privadas), y haber sido obligados a hacer algo contra su voluntad (5%). Respecto de situaciones discriminatorias planteadas entre alumnos, se observa que un 7,6% se sintió discriminado habitualmente o más de una vez por su vestimenta o apariencia física y que un 5,6% se sintió discriminado por cuestiones étnicas o religiosas.

Efecto contagio

El estudio se realizó a través de encuestas por muestreo probabilístico a alumnos del nivel medio, encuestas a directivos, entrevistas a directivos y docentes, entrevistas a padres de alumnos, grupos focales a docentes, y grupos focales con alumnos. El mismo se llevó a cabo tomando una muestra de 1.690 alumnos y 93 directivos, 36 entrevistas a padres, docentes y directivos y 8 grupos focales a docentes y alumnos de escuelas secundarias públicas y privadas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y del Gran Buenos Aires.
Para la psicoanalista especialista en niños y adolescentes y miembro titular en Función Didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina, Marta Dávila, el acoso escolar «es muy frecuente y desde todos los tiempos. Ahora se hace más visible porque la sociedad en general está también muy violenta y los chicos aprenden lo que ven y viven. Los medios masivos de comunicación colaboran muy negativamente, transmitiendo permanentemente imágenes de agresiones como si fueran un espectáculo más que una noticia. Los chicos sufren un efecto contagio, que se da al mismo tiempo que una pérdida de autoridad de los adultos en general, incluyendo, por supuesto, a los padres».

Ahora bien, ¿es lo mismo hablar de acoso escolar y de violencia escolar? Según la psicoanalista, el acoso es un tipo de violencia que se caracteriza por hostigar moralmente o físicamente, maltratar o amedrentar a un compañero. En cambio, el término violencia escolar es mucho más amplio, porque puede estar relacionado con actitudes que suceden en determinada institución educativa: abuso de autoridad, alumnos agresivos, medidas disciplinarias o determinados tipos de evaluación. «El acoso, comúnmente llamado bullying está referido a esto de tomar de punto a un compañero, al cual, por determinadas características, se elige para martirizar», refiere.

No obstante, la cuestión parece ser un poco más amplia. Para Perla Zelmanovich, directora académica del Posgrado en Psicoanálisis y Prácticas Socio Educativas de FLACSO/Argentina, hay una tendencia que viene desarrollándose en las últimas dos décadas a diagnosticar y clasificar problemáticas en las cuales se superponen cuestiones que son propias de la infancia y la adolescencia. «Hace unos años, el furor fue el síndrome de déficit de atención, ADD, en inglés, y los problemas de desatención se clasificaban con este rótulo. Sin dudas hay cuestiones como las agresividades e impulsividades entre los chicos que pueden estar exacerbadas, ahora bien, hay que ser cuidadoso con cómo se nombra estas situaciones, porque no es inocuo. En el caso del ADD vino asociado con la prescripción de un psicofármaco, la Ritalina, entre los chicos. Es importante advertir que una agresión verbal aislada no se puede considerar acoso escolar o violencia escolar, porque al rotular se incentiva aquello que se quiere evitar, ya que los chicos se identifican con los ojos que los miran. Lo que hay que averiguar es si hoy hay mayor incidencia de acoso escolar o violencia y cuáles son las causas y cómo se la nombra y se la trata».

Lugar vacío

Para Zelmanovich, la violencia que se genera entre los chicos, y más precisamente en el ámbito escolar, está relacionada con la declinación de la figura del adulto.

«Cuando la figura del adulto y en particular del docente con una presencia de autoridad pedagógica decae, se producen hechos de violencia. Se sabe que hay una directa relación entre la declinación de la autoridad del adulto y el despliegue de la agresividad entre los chicos», asegura.

En la misma línea opina Leonor Lozano, coordinadora nacional de Programas para la Construcción de la Ciudadanía en las Escuelas y coordinadora del Observatorio Argentino de Violencia en las Escuelas, dependiente del Ministerio de Educación de la Nación: «Actualmente existe una pérdida de autoridad del docente. Si pensamos en el término de autoridad de hace tres décadas, había un sostenimiento de ésta por el rol, más allá de cómo se ejerciera el mismo, es decir, se tenía autoridad por el solo hecho de ser docente o padre. Esta autoridad entró en crisis, por lo tanto hay que construir otro tipo de autoridad que se sostenga en lo que se es capaz de transmitir, y a su vez con la propia coherencia respecto del trato con los demás. Es así como se construye autoridad en el medio educativo».

El rol de los adultos

Para Lozano, la escuela se vuelve una caja de resonancia de formas de relacionarse que están fuera de la institución y que se muestran adentro. «Es importante que los adultos que conforman la comunidad educativa hagan alguna intervención cuando observan situaciones donde los chicos se agreden, se maltratan o se ofenden a través de comentarios. Desde el Ministerio de Educación se impulsa una serie de programas de capacitación, uno de ellos es el Observatorio, pero también está el Programa Nacional de Derechos para la Niñez y la Adolescencia, el de Mediación Escolar, entre otros. Todos tienen instancias de capacitación para los docentes. Se trata de hacer hincapié en que las formas de intervenir o no, no son ajenas a las formas de resolución que tiene el conflicto. Hay una instancia previa a la aparición de la violencia, que tiene que ser resuelta por los adultos», sostiene.

El modo de encarar el tema en el aula no es menor y no todos están capacitados para hacerlo. «Muchos docentes no se sienten preparados para afrontar estas situaciones. Hay que abordar el problema desde dimensiones institucionales, subjetivas, sociales. El problema no es sólo del chico, sino del chico en una trama de relaciones. Es importante abordar cada caso en forma particular y no generalizar. A su vez, es fundamental sostener a los docentes para que ellos puedan sostener a los chicos», subraya Zelmanovich.
De acuerdo con el informe de FLACSO y UNICEF, «una serie de hechos relativos que pueden referirse a una violencia más leve tiende a pasar desapercibida por profesores, preceptores y directivos. De este modo es posible comprender los resultados descriptivos de la problemática, que muestran una fuerte incidencia de burlas, humillaciones, acosos y discriminación, junto con afirmaciones positivas relativas al buen clima escolar y a la ausencia de situaciones de violencia en las instituciones. Esta invisibilidad parece más manifiesta en las escuelas de gestión privada. «Hay muchos fenómenos que se naturalizan, y el etiquetar las situaciones contribuye a esto. Por otra parte, los adultos no tienen que ser espectadores sino protagonistas, no para culpabilizar sino para ver qué recorrido se puede hacer para solucionar el problema», señala Zelmanovich.

«Los docentes deben estar atentos a estos pequeños conflictos cotidianos, como un comentario discriminatorio o una burla –concluye Lozano–. Es importante detectarlos y no dejarlos pasar, darles tratamiento, generar un espacio de reflexión. Hay que ver qué le pasa a un chico que está cargando a un compañero, y también qué le pasa a quien recibe el comentario».

María Carolina Stegman

Nota reproducida de Acción Digital Nº 1086